lunes, febrero 18, 2019

Después de Hitler (10: Patton)

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El hundimiento
De Krebs a Demnin
El Brezal de Luneburgo
El 5 de mayo, el general Omar Bradley, que además de ser el jefe del XII Grupo de Ejércitos de los Estados Unidos era la mano derecha de Eisenhower, tuvo un encuentro con el mariscal Iván Konev, comandante del I Frente Ucraniano, en el cuartel general de esta unidad, muy cerquita de Turgau. Ambos altos militares se intercambiaron regalos, se dieron un banquete repleto de brindis (al sol) e, incluso, Bradley condecoró al soviético. También cantaron Los Manolos.

En la parte técnica de dicha reunión, Bradley desplegó un mapa que traía, en el que estaban expresadas todas las unidades aliadas (occidentales) que estaban desplegadas en ese momento en Europa. Claramente, el inocente Bradley, quien tal vez, como su jefe militar supremo, George Marshall, también pensaba que Stalin era un tipo de fiar, pensaba que los soviéticos responderían con la misma información. Pero eso no fue lo que hizo Konev. Konev, en realidad, no informó a Bradley de una puta mierda. El mariscal soviético se limitó a preguntar hasta dónde pretendían avanzar las unidades estadounidenses que habían entrado en Checoslovaquia. Bradley le contestó que pararían donde las birras, esto es, en Pilsen. Ambos se quedaron callados unos segundos, hasta que Bradley añadió: “... aunque estaríamos encantados de poder ayudar en la liberación de Praga”; sugerencia que provocó la sonrisa de Konev, a la par que el movimiento coordinado de su cabeza a derecha e izquierda, tan exagerado que algunos dirían que allí mismo había inventado el Pilates. “Eso”, recalcó, “no va a ser necesario”.

Ambas partes: Eisenhower haciendo de don Tancredo, y Konev (o sea, Antonov; o sea, Stalin), exigiendo esa actitud, estaban, literalmente, vendiendo a la almoneda la vida de decenas, si no centenares o incluso miles, de civiles checos. A pesar de que Konev había adelantado un día su ofensiva sobre Praga, no podía ni soñar con llegar a la ciudad antes del día 9. De nuevo, eran los estadounidenses los que tenían la capacidad de llegar antes; pero ahora les habían ordenado parar. Durante tres o cuatro días, pues, los checos tendrían que enfrentarse por ellos mismos con la más dotada y temible unidad que quedaba en activo en el Ejército alemán, el Grupo de Ejércitos del Centro.

La cosa es que el camino de los soviéticos no era súper complicado, pero tampoco estaba chupado. Debían iniciar su ofensiva en Riesa, una población a medio camino entre Leipzig y Dresde. Necesitaban tomar Dresde para, así, poderse mover por la autopista que pasaba por dicha ciudad hacia Praga. Luego, debían hacer suyos los pasos por el Ore, fundamentales para llegar a la capital checa. En total, cerca de 200 kilómetros, una marcha a pelo puta mientras otras unidades ablandaban a los alemanes: el IV Frente Ucraniano, al mando del mariscal Fedor Tolbukhin, en Olomouc; y el II Frente Ucraniano, al mando del mariscal Rodion Malinowsky, en Brno.

Había un problemilla más: la sublevación en Praga, contra lo que habrían esperado los soviéticos, no era una sublevación comunista. El Comité Nacional Checo, teórico coordinador de la resistencia, era de corte prosoviético, sobre todo por la importancia que en el mismo jugaba su vicepresidente, Josef Smrkovsky. Sin embargo, el levantamiento en el que había participado, entre otros, el escocés Creig, había sido un levantamiento totalmente espontáneo, que no respondía a ninguna jerarquía ni a ningún mando previo; los comunistas, lamentablemente para ellos, se habían pasado de frenada. Para los soviéticos, pues, era crucial llegar cuando antes a Praga, y ésta fue la orden que recibió Konev: avanzar a cualquier coste.

¿Por qué habían ocurrido las cosas así? Pues por la simple razón de que los checoslovacos, en realidad, no estaban ilusionados con un avance, el soviético, que en puridad no conocían; lo que verdaderamente los galvanizó fue saber que los estadounidenses estaban a poco más de 50 kilómetros de la capital.

Patton, un general bastante fracasado que al final de la segunda guerra mundial se estaba volviendo cada vez más caprichoso e impredecible, había cruzado la frontera checoslovaca el día 4 de mayo. Nada más pasar la tierra de los sudetes, donde por lógica fueron recibidos con poco entusiasmo (como en el chiste del vasco sobre Dios, la verdad es que no eran muy partidarios), comenzaron a cruzar pueblos donde faltaba poco para que les tirasen las bragas como a Jesulín de Ubrique. A finales de esa mañana, en Pilsen y en Praga ya se sabía que los estadounidenses estaban avanzando por el país, como también se conocían las noticias de la rendición del Brezal de Luneburgo. Esto fue lo que movió a los civiles a levantarse contra la Wehrmacht y las SS; no, desde luego, la previsión de que, cinco días después como muy pronto, los soviéticos estarían allí para liberarlos. Al final del día 4, las unidades de Patton estaban ya en disposición de detenerse, como se les había ordenado, en Pilsen.

Como ya hemos dicho, las anotaciones del diario de Patton correspondientes al día 5 dejan poco lugar a la duda en el sentido de que el general estadounidense consideraba que más tarde o más temprano recibiría una llamada de sus mandos ordenándole ir más allá de Pilsen. Pero no fue eso lo que ocurrió. Lo que ocurrió fue que Omar Bradley, su inmediato superior, lo llamó, pero para recordarle que la línea Pilsen-Karlsbad-Budejovice era sagrada.

Patton, sin embargo, se había convertido en alguien impredecible. Todo parece indicar que el general Sangre y Pelotas, como lo solían llamar sus soldados (“luchamos con nuestra sangre y con sus pelotas”), estaba pensando en otra cosa. De hecho, sabemos que el general Irwin, uno de los jefes de unidad de Patton, recibió más o menos al mismo tiempo la visita del jefe de Estado Mayor del general, Hobart Gay, quien le instruyó para que preparase el ataque a Praga, usando para ellos la IV División Blindada, y la V y CX de Infantería.

En su diario del día 6, Patton toma nota de lo que los gritos (yo siempre he supuesto que debieron serlo, por ambas partes) de Bradley habían dejado claro. El general Bradley, dice Patton, me comunica que Eisenhower quiere respetar la línea de Pilsen, porque no hacerlo podría suponer international complications. “A mí me parece”, apostilla el general, “que, siendo América la gran nación que es, debería dejar a otra gente que se preocupase por las complicaciones”. Una forma elegante de escribir: si las complicaciones son los comunistas, joder, que les den.

De madrugada del día 6, los estadounidenses todavía luchaban para tomar Pilsen. La unidad de vanguardia, el XXIII Escuadrón de Caballería de la XVI División Acorazada, tenía delante al VII Ejército alemán del general Hans von Obstfelder. Con las primeras horas de la mañana, la joya de la corona de este ejército ya sin medios, la XI División Panzer, se rindió a la XXVI División de Infantería estadounidense; en realidad, llevaban dos días ya mandándose whatsapps en secreto. Pilsen era ya de los aliados, y en ella entró, como en la mantequilla, la tropa americana; ya que su defensor, el teniente general Georg von Majewski, una vez que supo que la Pánzer se había rendido, comenzó a transmitir que él también quería.

El coronel de la XXIII de Caballería Charles Noble, que tenía orden de quedarse en las afueras de Pilsen, estaba en las mismas a las siete de la mañana. Cuando vio que los alemanes dejaban de disparar y sacaban banderas blancas, decidió avanzar hacia el mismo centro de la ciudad. En realidad, sólo tenía 2.500 soldados para 10.000 alemanes en la ciudad, pero el entusiasmo de la gente hizo su trabajo. Cuando llegaron al centro de la ciudad, fueron saludados como liberadores, y todo acabó.

A las 10,30 de la mañana, controlado ya incluso el aeropuerto, no quedaban trazas de resistencia alemana en Pilsen. Como escribiría el general Franco, las tropas estadounidenses habían alcanzado sus últimos objetivos.

No para Patton.

El general Patton y Eisenhower eran viejos amigos y camaradas desde hacía más de veinte años cuando comenzó la segunda guerra mundial. En realidad, eran más que amigos, porque Ike había sido el protector de un Patton que tenía problemas a la hora de ajustarse al plan de un militar de carrera que haga las cosas bien. En 1943, en un hospital en Sicilia, Patton había abofeteado a dos soldados que sufrían estrés postraumático por considerarlos unos cobardes; allí se pudo acabar su entera carrera militar con mando en tropa si Eisenhower no hubiera estado al quite. Para ser exactos, con el Código Militar estadounidense en la mano, Patton nunca debería haber mandado en tropa alguna después de aquello; pero Eisenhower, que conocía sus excelentes virtudes como estratega, no quería prescindir de él porque necesitaba victorias.

Falto de tacto, a menudo insensible a los problemas de sus inferiores, Patton era uno de esos militares que, como Julio César, era incapaz de arengar a su tropa sin soltarles un rosario de borderías, palabras gruesas y ese machismo de brocha gorda que durante tanto tiempo se tomó como timbre de valentía. Como consecuencia, en realidad Patton era un militar tan querido por sus tropas como fuente de desconfianza entre sus iguales; y entre todos ellos, más que ninguno su superior estratégico, el general Omar Bradley.

Después de la batalla llamada de las Ardenas, cuando comenzó a estar más que claro cuál sería el final de la guerra, Patton fue progresivamente cambiando de enemigo. Ahora ya no fremía contra los nazis, sino contra los comunistas, a los que llamaba mongoles sin recato. Que fuese a dar la puta casualidad que fuese él quien estuviese en condiciones de disputarle Praga al Ejército Rojo no hacía sino poner las cosas peor.

Sin embargo, se podría decir que durante toda la guerra los aliados no habían encontrado el momento de relevar a Patton. En primer lugar, a despecho de las muchas dificultades que había tenido que enfrentar, Patton había mantenido durante toda la guerra la moral de sus tropas en una excelente situación, y su hoja de servicios era impresionante. Sólo en los últimos meses de la guerra, había dirigido cuatro asaltos en el Rhin, había capturado más de una veintena de ciudades, había liberado dos campos de concentración (Ohrdruf y Büchenwald); había interceptado un cargamento de oro en Merkers que los alemanes estaban intentando escamotear y había hecho casi 300.000 prisioneros entre los alemanes.

Aquel día 6, Patton había escuchado ya las llamadas en inglés de Creig desde Radio Praga (y, milagrosamente, las había entendido, es decir, no había confundido el acento escocés con el checo coloquial, que es algo que pasa mucho). Así pues, había enviado a un pequeño destacamento, al mando del capitan Eugene Fodor, con la misión de tomar contacto con los resistentes. Fodor, un tipo hábil sin duda, se las arregló para llegar a Praga, localizar a varios líderes de la resistencia, entrevistarse con ellos y salir de la ciudad. En la misma mañana del 6, estaba reportando a Patton. El mensaje principal que sacó Fodor de Praga era el convencimiento de los checos en el sentido de que los alemanes serían mucho más proclives a rendirse si los que aparecían por la ciudad eran los estadounidenses y no los soviéticos.

Patton, al parecer convencido de que la actitud de Eisenhower y Bradley ante el fait accompli sería meramente aceptarlo y aprobarlo, ordenó avanzar. Sus órdenes eran no avanzar más allá de cinco millas pasando Pilsen, y sólo en misiones de reconocimiento. Pero en la tarde del día 6, tanto la IV como la XVI Divisiones Acorazadas estaban ya incumpliendo flagrantemente esa orden.

Para entonces, además, la rebelión en Praga estaba haciendo su trabajo. La gente, en las calles, no se recataba ya de arrancar de las paredes los carteles de propaganda nazi. En la tarde del día 4, en la estación de la ciudad, un tren de prisioneros estaba preparado, y una multitud se presentó allí para intentar liberarlos. Un soldado alemán apuntó a la masa con su arma y recibió un disparo de un policía checo. Pero el ambiente era más general. En la tarde del 4, por ejemplo, los tranviarios de Praga se negaron a aceptar marcos alemanes en pago por los billetes, o a anunciar las paradas en alemán. La gente, ya descarada, comenzó a colgar de los primeros balcones las banderas checoslovaca, inglesa o estadounidense. Algunos soldados alemanes que tuvieron la torpeza de caminar solos por la calle fueron abordados por grupos de ciudadanos, que los desarmaron.

A las 6 de la mañana del día 5, y por primera vez desde la ocupación, Radio Praga comenzó a emitir en checo. Cada vez había más banderas en las ventanas y, a mediodía, una manifestación se concentró en el centro de la ciudad, en la plaza de Wenceslao. El Comité Nacional Checoslovaco, de inspiración comunista, que hasta entonces no había controlado el movimiento, decidió actuar. Formaron un convoy de resistentes que se desplazó a Radio Praga y al Ayuntamiento, disparando a los alemanes que se encontraron. Las tropas germanas resolvieron retomar el edificio de la radio, que estaba rodeado de barricadas, y lo asediaron. A las 12,33 horas, desde la emisora se lanzó un mensaje de auxilio, dirigido a los propios checos. Fue el comienzo de la rebelión propiamente dicha.

Los rebeldes lograron hacerse rápidamente con el control de varios edificios en la capital. A las dos de la tarde, el Comité Nacional anunció que el viejo protectorado de Bohemia y Moravia, inspirado por los nazis, había sido ilegalizado, y que ellos se constituían en gobierno legítimo del país. En el edificio del Ayuntamiento ondeó la bandera nacional.

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