miércoles, enero 23, 2019

Después de Hitler (8: juego de tronos)

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El hundimiento
De Krebs a Demnin


La rendición del Brezal de Luneburgo, ya lo hemos dicho, fue una victoria sin paliativos para Montgomery. Pero eso era parte del problema, ya que para llegar hasta ahí, para conseguir esa posición y los titulares que todo el mundo podía ahora leer, había necesitado arrogarse competencias que, en realidad, no eran suyas sino de Dwight Eisenhower. Desde que con los últimos rayos de luz del 2 de mayo el general Freddie de Guingard, jefe Estado Mayor de Montgomery, había contactado por primera vez con el general Walter Bedell Smith, que hacía las mismas labores en el SHAEF para Eisenhower, las dificultades se habían hecho patentes.

Hay que decir que, ese día 2, De Guingard se limitó a comunicar la futura llegada a Luneburgo de Von Friedeburg, sin indicar cuáles podrían ser sus intenciones. En ese punto, los dos generales acordaron una forma de actuar como sigue: en el caso de que los alemanes planteasen la rendición únicamente de las tropas que estaban luchando contra el XXI Grupo de Ejércitos, éste podía, evidentemente, aceptar la rendición. Pero, en el momento en el que por parte germana se implicase en el acuerdo a más tropas, y desde luego si el ofrecimiento era de una rendición general, debería comunicarse inmediatamente a Reims para que se iniciasen contactos entre los alemanes y representantes directos de Eisenhower. Por esta razón, Montgomery, cuando siguió negociando personalmente con los alemanes a pesar de que ellos colocaron en la mesa de la rendición territorios en los que luchaban otras unidades aliadas, como Dinamarca y Holanda, básicamente se pasó por el forro las instrucciones de su superior; porque quería la foto.

Eisenhower, mucho más diplomático que Montgomery y, la verdad, mucho más listo que él en cuestiones no relacionadas con el reparto de fuerzas de artillería o la disposición de líneas de trincheras, sabía que Dinamarca era un problema dentro del juego de tronos geopolítico que ya estaban jugando, como poco poquísimo desde Yalta, las potencias ganadoras de la guerra. Quería, pues, que el país fuese rendido por los alemanes en el marco de una negociación total con el más alto mando, y en un proceso en el que participasen los soviéticos. La asunción de Dinamarca por el artículo 33 no le gustaba, entre otras cosas porque consideraba que le daba fuerza moral a los soviéticos para hacer lo propio con Austria, o con Checoslovaquia, o para dar carta definitiva de naturaleza a lo que ya estaba pasando en Yugoslavia.

Montgomery, sin embargo, tenía, y lo sabía, un aliado en Downing Street. Winston Churchill había desarrollado una creciente desconfianza hacia los soviéticos después de haberlos conocido en Yalta, y no era muy partidario de que participasen en el tema de Dinamarca. El propio Montgomery les había impedido avanzar hacia el país escandinavo con su avance hacia Lübeck y Wismar; pero los estrategas del War Cabinet británico manejaban otras posibilidades, como un desembarco o un envío masivo de paracaidistas soviéticos. Sabemos por Guy Lidell, jefe de contraespionaje del MI5, que despachó con Churchill el día 3 de mayo y lo consignó en su diario, que para entonces el primer ministro estaba hondamente preocupado con esas hipótesis.

Lidell estaba para entonces convencido de que el principal movimiento de los soviéticos tras la guerra sería construir rápidamente una Marina muy poderosa, con la intención de controlar el mar Báltico (cosa que hicieron) y el Mediterráneo oriental (cosa que intentaron alimentando a los comunistas griegos). En ese entorno, que los británicos hubiesen llegado a Lübeck, y consiguientemente hubiesen adquirido un control razonable sobre el canal de Kiel, les planteaba un problema.

Fue en este entorno de cosas que Churchill acabó llamando a Eisenhower y presionando para que Dinamarca fuese parte del acuerdo del Brezal de Luneburgo. Para cuando le llamó, Churchill estaba prácticamente convencido de que había ya grupos de paracaidistas soviéticos saltando sobre Dinamarca. Eisenhower sabía que el británico estaba mal informado, o tal vez fingía estarlo, pero aún así decidió darle lo que quería.

Los soviéticos, obviamente, supieron lo que pasó en Luneburgo; como igual de obvio es que no les gustó. Pero no se quedaron quietos. Dieciséis dirigentes polacos que se encontraban en Moscú y que habían sido defendidos por los aliados occidentales como posibles integrantes de un gobierno multicolor y democrático, fueron acusados de sabotaje político por los soviéticos, y detenidos. Bueno, en realidad aquellos hombres habían sido detenidos ya a mediados de marzo, pero fue éste el momento que eligió la URSS para hacer públicos sus graves delitos. La noticia fue deslizada, como quien recuerda el resultado de un partido de fútbol de menor importancia, por Viacheslav Molotov durante un almuerzo en San Francisco, donde se estaban formando las Naciones Unidas. Como quien no quiere la cosa, digo, le comunicó a Eden y a Stettinius, comensales del almuerzo, la detención de los polacos, y los dejó pijarriba.

Y sólo era el comienzo. Algunas horas después, Churchill recibió un telegrama de Iosif Stalin, en el que el camarada primer secretario general del Comité Central del Partido Comunista de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas le decía al primer ministro de Gran Bretaña que si los aliados occidentales no creían en las intenciones democráticas del gobierno de Lublin, entonces los tres amigos no tenían nada que hablar sobre Polonia (de aquellos polvos rooseveltianos venían estos lodos estalinianos, claro). Los dieciséis detenidos, decía Stalin, eran miembros de una resistencia guerrillera polaca cuyo objetivo eran las instalaciones militares soviéticas en el país.

Eisenhower, a la vez comandante en jefe y a la vez principal embajador de los Estados Unidos en el campo de batalla europeo, necesitaba desesperadamente que la rendición de Luneburgo hubiese incluido algún elemento, digamos, prosoviético o cuando menos agradable al gusto ruso. Lejos de ello, sin embargo, Montgomery le presentó a la temblorosa firma de sus negociadores alemanes un documento que contenía la siguiente cláusula: “todas las fuerzas armadas alemanas en Holanda, Alemania septentrional, Schleswig-Holstein y Dinamarca se rinden sin condiciones al comandante en jefe del XXI Grupo de Ejércitos”. Fin de la cita.

Como todo en esta vida tiene solución, después de una serie de conversaciones, a partir de este texto del documento en inglés se produjo otro en alemán por parte del gobierno Dönitz. Esta versión, más propagandista que real, y ampliamente difundida en Flensburgo claro, contenía una serie de licencias poéticas respecto del texto que el almirante Von Friedeburg había ratificado con su firma. Como elemento más importante, lo alemanes pusieron, donde el documento inglés decía “rendición incondicional”, la expresión “tregua acordada entre los altos mandos británico y alemán”; el texto, además, dejaba claro que los términos del acuerdo implicaban únicamente a las operaciones realizadas contra el ejército británico, pero no las que eran contra el soviético. Por último, el documento en alemán excluía del ámbito de la tregua tanto la bahía de Kiel como la frontera entre Alemania y Dinamarca; o sea, el territorio teóricamente controlado por el gobierno de Flensburgo. El gobierno alemán, por lo tanto, vendió el acuerdo de Luneburgo (y es que, probablemente, lo veía así) como una tregua que le permitía centrar sus fuerzas en luchar contra los soviéticos y salvar de sus garras cuanta más población, mejor.

Todo esto, ciertamente, era propaganda. Pero, tras su conocimiento por los soviéticos, en lo que se convirtió fue en sospechas de traición. Moscú cada vez estaba más convencida de que los aliados occidentales y Alemania eran susceptibles de terminar una paz por su cuenta; al fin y al cabo, ¿cuántos testigos soviéticos había tenido el acto de Lunerburgo?

Se hacía necesario intensificar la victoria militar. En la tarde del 5 de mayo, los soviéticos tomaron el control de Zobten, el último gran bastión alemán antes de Breslau. Sin embargo, el mariscal de campo Schörner organizó un contraataque y, de forma bastante sorprendente para las fechas en las que ya nos encontramos, logró reconquistar la población. Eso sí, fue la última acción ofensiva de los alemanes en la segunda guerra mundial. Para entonces, el Grupo de Ejércitos del Centro alemán había comenzado ya su retirada hacia el Oeste. La acción no tuvo más valor bélico que señalar que la guerra en el frente Este seguía viva; aparte de acabar, claro, con la vida de unos cuantos adolescentes de las Juventudes Hitlerianas que ahora eran buena parte de las tropas de Schörner.

Viendo las cosas desde un punto de vista soviético, las cosas iban bastante mal. No sólo sus tropas seguirían teniendo bajas, pues la resistencia alemana, aunque debilitada, todavía era resistencia; sino que, a causa sobre todo de las ambiciones de Montgomery, la rendición de Luneburgo cada vez parecía más sospechosa. A pesar de que Montgomery protestó por ello (y no seré yo quien valore la sinceridad de estas protestas), pasó algo que puso a los rusos de los nervios, que fue que unidades alemanas que deberían haberse rendido, con mayor lógica, ante los soviéticos, lo hicieran bajo el paraguas de Luneburgo. Esto ocurrió con el III Ejército Panzer al mando del general Hasso von Manteuffel, o el XXI Ejército del general Kurt von Tipperkirsch.

Tras la rendición/tregua de Luneburgo, las tropas británicas debían, a partir de las últimas horas del 4 de mayo, quedarse donde estaban. Ya no hacía falta avanzar, puesto que el ejército de enfrente estaba rendido. Sin embargo, en la mañana del día 5, fuerzas británicas tomaron posesión de la ciudad portuaria de Kiel, unos 80 kilómetros al norte de la línea donde se suponía que debían estar. Los británicos, y hemos de suponer que aquí hablamos más de Churchill que de Montgomery, querían tener control de esta importante ciudad portuaria y, sobre todo, de la factoría Walterwerke, que había desarrollado los sistemas de propulsión de los submarinos alemanes. A lo rusos el detallito no les gustó nada.

El proyecto de hacerse con el control británico de Kiel, sin embargo, duraba ya varios días y era incluso anterior a Luneburgo. De hecho, los británicos habían formado una fuerza de asalto específica, al mando del comandante Tony Hibbert, cuyas instrucciones habían sido, literalmente, llegar a las fábricas de Kiel antes que los soviéticos. Estas fuerzas de asalto o Target Forces, conocidas comúnmente como T-Forces, habían comenzado a ser creadas por el SHAEF tras el desembarco de Normandía, con la intención de localizar, ocupar y proteger documentación, equipamiento y personas consideradas de interés especial.

Las T-Forces tenían el mejor armamento que les permitía su exigencia de ser extraordinariamente móviles. Hibbert, de hecho, tenía unos 250 soldados que iban acompañados por unos 50 científicos. Su misión, como acabo de decir, era muy previa al acuerdo de Luneburgo y, como demostraron los hechos, estaba por encima de él. Ellos eran los responsables de allegar para los aliados occidentales las tecnologías que los alemanes hubiesen desarrollado, los tecnólogos implicados en ellas, amén de otros elementos como documentación de especial valor. Su labor, por lo tanto, de alguna manera no tenía demasiado que ver con las operaciones bélicas stricto sensu, y por eso a las siete de la mañana del día 5 salieron a la naja hacia Kiel y sus astilleros. Cuando la fuerza de asalto llegó a la ciudad eran las diez de la mañana de aquel sábado. Rápidamente, todos los integrantes de la expedición (más que de la fuerza invasora), siguiendo órdenes precisas de Hibbert, se desplegó por el puerto de la ciudad para ir a los locales objetivo. Los habitantes de la ciudad no entendían nada, porque, cuando miraban a los soldados alemanes, que todavía controlaban la ciudad, se fijaban en que seguían armados. De hecho, la T-Force había entrado tanto en las líneas, digamos, enemigas, que había perdido el contacto con radio con su propio centro de mando. Los alemanes podrían haberlos masacrado allí mismo.

El comandante Hibbert, en todo caso, tomó posesión efectiva de la ciudad, en nombre de las tropas británicas, dirigiéndose a la Academia Naval de Kiel. Se dirigió allí con barro hasta en las ternillas (había tenido un accidente con el jeep) y acompañado sólo por su chófer. Se encontró un oficial de la Kriegsmarine en la puerta, que le apuntó con su pistola; Hibbert iba desarmado. Respetando las formalidades militares (él era comandante, pero el tipo que tenía delante era capitán de navío... bueno, los lectores de estas notas que hayáis hecho la mili entenderéis de qué va esto), se cuadró y ejecutó el saludo militar. Le dio los buenos días, señaló la pistola y le dijo, en alemán: “mejor no me dispare”. Seguidamente, continuó en inglés: “señor, he venido aquí para terminar esta guerra; si fuese usted tan amable de ayudarme, acompáñeme a su despacho y podríamos ponernos a trabajar”.

El oficial alemán respondió a esta amable admonición con una sonora carcajada, tras lo cual invitó a Hibbert a entrar en la Academia. Una vez dentro, encargó a sus servicios que le pusieran por teléfono al almirante Dönitz. El jefe del gobierno alemán se quedó muy sorprendido al saber que los británicos se encontraban en Kiel pero, por supuesto, teniendo en cuenta la situación, no se le ocurrió poner ni un problema.

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