Las primerasrelaciones
Reyes y revoluciones
Nunca te fíes de un francés
Nguyen Ai Doc
Tambores de guerra
El tsunami japonés
Grandeza y miseria de la Kempeitai
El Viet Minh
Los franceses hacen lo que mejor saben hacer (no definirse)
Dang vi qui, o sea, naniyori mo hitobito
El palo y la zanahoria comunistas
Puchimones contra podemitas
Aliados a pelo puta
Franceses y comunistas chapotean para no ahogarse
Vietnamitas listos + británicos estúpidos + periodistas gilipollas = muertos a decenas
Si tu ne voulais pas de bouillon, voici deux tasses
Francés busca indochino razonable
Los problemas del comunismo que se muestra demasiado comunista
Echa el freno, Madaleno
El factor chino
El factor USA
El problema de las tres mareas
Orchestal manoeuvres in the dark
O pacto, o guerra
Buen rollito por cojones
El acuerdo de 6 de marzo
El Plan Cédiletxe
No nos queremos entender
Dalat
Las inquietudes y las prisas del almirante D’Argenlieu
Calma tensa
La amenaza nacionalista
Fontainebleau bien vale unos chinos
Francia está a otras cosas
Memorial de desencuentros
Maniobras orquestales en la oscuridad (sí, otra vez)
El punto más bajo de la carrera de Ho Chi Minh
Marchemos todos, yo el primero, por la senda dictatorial
El doctor Trinh, ese pringao
Allez les bleus des boules!
D’Argenlieu recibe una patada en el culo de De Gaulle
París no se entera
Si los Charlies quieren pelea, la tendrán
Give the people what they want
Todas las manos todas, amigo vietnamita
No hay mus
El comunista le come la tostada al emperador
El momento del general Xuan
Conditio sine qua non con un francés: cobra siempre por adelantado
La ocasión perdida
El elefante chino entró en la cacharrería
Era, pues, momento de aparcar la revolución social. Los comunistas, con esa capacidad quintaesenciada por su principal ideólogo, Vladimiro Lenin, de decir una cosa ahora, la contraria dentro de dos meses y una tercera que desmiente a las dos anteriores una semana más tarde, con el mismo papo que llevaban meses diciendo que o libertad social o nada, dijeron que, bueno, lo que en realidad importante era ser independientes. Ho Chi Minh dio una instrucción clara: todos los dirigentes del Viet Minh debían luchar contra sus propios excesos; necesitaban a los vietnamitas de su parte.
Así las cosas, esos teóricos de guardia que siempre existen en las organizaciones comunistas comenzaron a ganarse el vodka y las putas. Como primera providencia, procedieron a hacer la jugada cristiana, es decir, desplazar toda la parousia social que venían prometiendo que ocurriría inmediatamente hacia un espacio temporal muy, muy distante. Así, los periódicos comenzaron a llenarse de artículos del contertulio de La Sexta Minh de turno con aquello de Viet Nam no está maduro para el socialismo todavía, hay que esperar compañeros, lo primero es lo primero, tú fíate de tu amigo Gonzalo Minh Ro. La farfolla habitual que se había distribuido en Europa unos quince años antes, con notable éxito de crítica y público. Muy particularmente, los ideólogos Viet Minh tiraron de los textos de Lenin para buscar un responsable del atraso: los campesinos. Ellos eran los que impedían un socialismo en el país; pero de momento. Hacía falta la alianza de obreros y campesinos, esa idea que, por sí sola, en Asia ha producido más muertos que Kublai Khan.
Los temas, sin embargo, no son tan fáciles. Los españoles que han vivido o que hemos estudiado nuestra guerra civil del siglo XX estamos en buenas condiciones para entender que el principal problema de Ho Chi Minh no estaba en el terreno de las ideas. Después de meses permitiendo que en el seno del Viet Minh los más jóvenes, los más radicales, los más bestias, se convirtiesen en patotas de “incontrolados”, el problema fundamental estribaba en que muchos de esos violentos habían hecho de la violencia gratuita su modo de vida; y, ahora, Ho Chi Minh prácticamente no tenía efectivos para pararlos. Hay que reconocer, sin embargo, que a pesar de lo difícil del panorama, Ho supo nadar en ese acuario.
El principal hito de este camino fue la instrucción de 21 de noviembre de 1945, por la que el Viet Minh recuperó el control de su propia organización, por así decirlo. Sin pausa y sin transar ni con su puta madre, el Viet Minh comenzó a reestructurar la tupida red de comités ejecutivos, de soviets, a cualquier nivel, colocando al frente a militantes avezados en la línea del Partido; fue esa legión innominada de esforzados y, en ocasiones, sacrificados, militantes, la que acabó por hacer que en cada villa, en cada aldea, regresase un orden revolucionario tragable por parte de aquéllos que no eran revolucionarios. Asimismo, rápidamente se crearon las llamadas Milicias de Autodefensa o Tu Ve, un mecanismo para encuadrar a los jóvenes en unidades fuertemente controladas, donde comenzaron a ser objeto de una LOMLOE comunista a lo puto bestia. Porque se trataba, desde luego, de ser comunistas guay, de ésos que aplazan la dictadura del proletariado para otro día. Pero en modo alguno eso quería decir que iban a ser comunistas que renunciasen a su afición preferida, que no es otra que controlar al resto de la población, espiarla, hacer fichas de ellos, y amenazarles en el momento adecuado. La Trinh Sat o nuevas fuerzas de seguridad así lo demandaban.
El vietnamita tuvo que aprender rápidamente que su primera obligación era estar encuadrado. Para eso, el Viet Minh creó organizaciones de todo: de obreros, de jóvenes, de viejos, de mujeres, de hombres, de zurdos, de bizcos, de oxiacetilénicos. Siempre tenías que estar, como poco, en una lista. En un modelo que se aplicaría luego en lugares como Cuba, cada calle, cada edificio, tenía un Tu Ve propio, es decir, una patota de adolescentes de huevos de oro que lo vigilaban todo y que, en la práctica, decidían quién merecía una palmada en la espalda por ser un buen comunista, y quién un estacazo en los riñones por todo lo contrario. Los Viet Minh decían que los Tu Ve se habían creado para tener una sólida fuerza guerrillera en caso de que hubiera que terminar haciéndole la guerra a los franceses. Pero, claro, lo comunistas siempre dicen muchas cosas, todas chulísimas.
Eso sí, puesto que lo que se había decretado era el comunismo buen rollito, el Viet Minh se apresuró a emitir una circular en la que se ordenaba que las propiedades arroceras no fuesen amenazadas y mucho menos embargadas. Algunos de estos elementos burgueses, probablemente arrastrados por el agradecimiento derivado de que ni ellos ni sus familias habían sido masacrados (aunque para todo hay un momento), incluso aceptaron colaborar con el régimen partidario, y se integraron en los comités comunistas;: eso sí, con menos voz, no digamos voto, que Melendi en una representación de La flauta mágica.
La instrucción de noviembre de 1945 establecía que el poder político sobre el Viet Nam independiente reposaba en dos órganos: la Asamblea Popular, elegida por sufragio universal; y el Comité Ejecutivo, elegido por los asamblearios. Cada Ky tenía una especie de Subcomité Ejecutivo de 5 a 9 miembros. Era, pues, la clásica pirámide soviética, en la que cada órgano era elegido y controlado por el inmediatamente superior; hasta llegar a los superiores, que no los controlaba nadie más que el líder.
Un colectivo que Ho Chi Minh decidió cortejar de forma especial fueron los vietnamitas católicos. No eran pocos, solían tener figuras intelectuales señeras entre ellos y, dato importante, habían sido, durante muchos años, uno de los calderos en los que se había cocido el sentimiento independentista indochino. Los católicos habían saludado al nuevo régimen impulsado por el Viet Minh, azuzados por la necesidad de independencia.
El catolicismo había tenido muchos problemas y había sido prohibido por diversos reyes vietnamitas. Pero ya con los Le y los Nguyen había podido desarrollarse. De forma concurrente con la complicación de la política indochina, por así decirlo, los católicos comenzaron a distinguirse no sólo religiosa, sino también políticamente. Esto pasó con claridad desde los tiempos de Tu Duc. A partir de entonces las clases vietnamitas católicas, aliadas de los letrados pero también del pueblo, comenzaron a ser objeto de desconfianza. Los católicos fueron etiquetados por la Corte de Hue como aliados del invasor europeo, y llegaron los momentos más complicados para la creencia aunque, en realidad, y como os he dicho, más que una persecución religiosa, fue una persecución política. Pero que dejó casi 100.000 mártires, que se dice pronto. Por cierto, que nunca escuché a Francisquito acordarse de estos mártires católicos vietnamitas. Supongo que pensó que eran fachas.
A las creencias religiosas, sin embargo, nada les sienta mejor que un martirio. El catolicismo vietnamita, cuando superó aquella etapa, se enraizó notablemente en la sociedad indochina, alcanzando un 10% de la población, es decir, comenzó a contar a su grey por millones (cabe recordar, en este sentido, que los Tam, la familia vietnamita a que pertenece el único amigo de Sheldon Cooper en la escuela, son, para cabreo de la madre de Sheldon, católicos o, como los llama ella, sobarrosarios). Especialmente presente en las zonas rurales del delta de Tonkin, en realidad consiguió expandirse por todo el Viet Nam. Las juventudes católicas estaban sólidamente establecidas en todas las grandes ciudades de país. Los católicos, por lo demás, contaban con un líder claro: Nguyen Manh Ha, un economista de fuertes convicciones independentistas.
Ho Chi Minh estaba tan interesado en tener de su lado a este grupo que en septiembre de 1945 llamó a Manh Ha al gobierno del nuevo Estado y, no sólo eso, sino que a la hora de elegir la fiesta de la independencia de Viet Nam, eligió el 2 de septiembre que, en realidad, es la fiesta de los mártires annamitas.
Funcionó. Los católicos, una vez que pensaban que estaban tocando pelo en el poder, que les daban boleta a sus fiestas y, de consuno, les respetaban su business plan (es decir, les dejaban en paz recaudando sus diezmos entre los creyentes; que es de lo que se trata siempre); una vez que tuvieron asegurada la pasta, pues, fueron instruidos por sus párrocos para asistir a una manifestación monstruo el 23 de septiembre, en la que expresaron una confianza infinita hacia el gobierno Ho Chi Minh. JB Nguyen Ba Tong , el primer obispo vietnamita del Viet Nam (era obispo desde 1938; en el momento que relatamos, eran también obispos monseñores Ngo Dinh Tuc, Ho Ngoc Cao y Le Huu Tu), encabezó una carta del episcopado local al Papa en el que le pedía que expresase su simpatía por la causa independentista vietnamita. Ho Chi Minh, pues, ya tenía, como tuvo Franco, su pastoral de la Cruzada. Pero estas cosas, ojo, sólo las ha hecho Franco. Con ocasión de la Navidad de 1945, Ho Chi Minh le envió un mensaje salutatorio especial a los católicos.
La realidad del día a día, sin embargo, era otra. La LOMLOE Viet Minh no dejaba de adoctrinar a sus jóvenes alumnos en contra de la propiedad privada y toda esa pesca, además de en un ateísmo militante. Como consecuencia, mientras en Hanoi Ho Chi Minh y los obispos jugaban a la brisca, en muchos rincones del país las patotas del Tu Ve se hacían un Rita Maestre y entraban en las iglesias y se las quedaban, ya se sabe, iglesias para el pueblo y toda esa mierda (que no digo que el pueblo no necesite edificios; pero es que, bajo el comunismo, quien se los queda no suele ser el pueblo). Y, claro, eso eran palabras mayores, porque estaban atacando a la pasta. . Y una cosa es que te metas con Jesucristo que, al fin y al cabo, como es humilde y eso, pues está acostumbrado. El problema es cuando te metes con la pasta. Así las cosas, los católicos comenzaron a organizar sus propias patotas para repartir hostias, y no precisamente consagradas. Los obispos se fueron a por Ho Chi Minh y le vinieron a decir que se te cae el momio, macho. El Viet Minh se apresuró a dictar una instrucción el 20 septiembre, dictándole a sus militantes que los lugares de culto debían ser siempre respetados. La pasta no se toca, coño.
La situación de los independentistas, sin embargo, era precaria. El 23 de septiembre, el Comité del Nam Bo había tenido que salir a la naja, perseguido por los franceses. En Conchinchina, los vietnamitas estaban en retirada, y los franceses habían conseguido colocar tropas incluso en Laos (o sea, chiste fácil: ahora estaban a ambos laos de la frontera). Los comités ejecutivos del Viet Minh crearon los llamados comités de resistencia (Uy-ban Khan-chien o UBKC) para organizar la defensa en diversas zonas de guerra que fueron creadas. Los batallones (Dai Doi) y regimientos (Chi Doi) se crearon muy rápidamente, y muy rápidamente dotaron al Viet Minh de una respetable fuerza de resistencia.
La guerra se confundía con la política del Viet Minh, constantemente buscando la solidaridad nacional. Por ejemplo, la hambruna declarada en aquel entonces a causa de la sequía prolongada llevó a una campaña, puesta en marcha en octubre de 1945, según la cual todos los ciudadanos se privaban de un postre a la semana para donarlo a los pobres. Aunque aquello fue más propaganda que otra cosa. El 19 de noviembre se creó un Comité Especial para la Aceleración de la Producción, que buscaba realizar una súper-cosecha que aliviase la gravísima situación en muchas zonas del país. Se impusieron graves penas para los propietarios de arrozales sin cultivar, y se rebajó en un 20% el impuesto sobre la tierra agrícola.
Este tema de los impuestos tiene su miga. Como ya sabéis, los comunistas habían llegado al poder revolucionario blandiendo poco menos que la idea de que los impuestos son de derechas (cómo ha cambiado el cuento, ¿eh?) y habían abolido todo lo abolible. Como consecuencia, el Tesoro revolucionario ahora no tenía ni un mango. Y encima, el impuesto que verdaderamente les funcionaba, como os acabo de decir, lo tuvieron que bajar.
En dichas circunstancias, al Viet Minh no le quedaba otra que gestionar el Viet Nam como si fuese una comunidad de vecinos, y tratar de recaudar derramas. Pero, claro, esas derramas, siguiendo la filosofía que ellos mismos habían dictado, tenían que ser voluntarias; y ahí el personal suele ser bastante refractario (de hecho, por eso existen los impuestos, que son unas cosas que, como su propio nombre indica, se imponen). En noviembre, el gobierno ya no pudo más y tuvo que comerse sus palabras (o sea, cambió de opinión) e instituyó un nuevo impuesto, llamado impuesto de la defensa nacional, equivalente al 1% de todas las transacciones de más de 20 piastras. Los comunistas, siempre reos de ese principio de “nosotros sólo le ponemos cargas a los ricos”. La verdad de las cosas es que, para poder tener una estructura de ingresos razonable, el gobierno no tenía otra que haber recuperado los viejos impuestos. Pero eso, claro, no lo iba a hacer, porque eso era lo que hacían los cabrones de los reyes y tal.
Desesperado, el gobierno dictó que los ministros y los altos funcionarios trabajasen gratis y el que se quisiera comprar una casa en Galapagar, que la robase. Luego empezó a despedir a funcionarios de medio pelo como si no hubiese un mañana, ya que, claro, a éstos no les podía decir que trabajasen por amor al arte. A los que quedaron al servicio del Estado se les retiraron en su práctica totalidad las retribuciones monetarias. Cobraban, sobre todo, en raciones de arroz. En unas semanas, pues, los baños de los edificios públicos quedaron de adorno, porque allí no defecaba ni dios. Esto provocó que muchos de los funcionarios que no habían sido despedidos se despidiesen ellos.
Finalmente, la decisión del gobierno, el 8 de diciembre, fue todavía peor. Decidió pasar su grave crisis financiera por la cogobernanza. Es decir, se decretó que el Tesoro de cada provincia era a partir de ahora responsable de sus propios gastos, según decidiese su Comité Popular. Los pagos en cada caso, pues, serían atendidos, o no, de acuerdo con la recaudación, las donaciones o las requisas que hubiese conseguido dicho Comité Popular. O sea, en corto: barra libre para robar.
Y en esas estaban cuando por calles y campos comenzaron a escucharse diálogos tonales que parecen una montaña rusa de Port Aventura.
Habían llegado los chinos.
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