miércoles, abril 30, 2025

Viet Nam antes de Viet Nam (6): El tsunami japonés




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Nunca te fíes de un francés
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El tsunami japonés
Grandeza y miseria de la Kempeitai
El Viet Minh
Los franceses hacen lo que mejor saben hacer (no definirse)
Dang vi qui, o sea, naniyori mo hitobito
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Puchimones contra podemitas
Aliados a pelo puta
Franceses y comunistas chapotean para no ahogarse
Vietnamitas listos + británicos estúpidos + periodistas gilipollas = muertos a decenas
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Francés busca indochino razonable
Los problemas del comunismo que se muestra demasiado comunista
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Orchestal manoeuvres in the dark
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El Plan Cédiletxe
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Las inquietudes y las prisas del almirante D’Argenlieu
Calma tensa
La amenaza nacionalista
Fontainebleau bien vale unos chinos
Francia está a otras cosas
Memorial de desencuentros
Maniobras orquestales en la oscuridad (sí, otra vez)
El punto más bajo de la carrera de Ho Chi Minh
Marchemos todos, yo el primero, por la senda dictatorial
El doctor Trinh, ese pringao
Allez les bleus des boules!
D’Argenlieu recibe una patada en el culo de De Gaulle
París no se entera
Si los Charlies quieren pelea, la tendrán
Give the people what they want
Todas las manos todas, amigo vietnamita
No hay mus
El comunista le come la tostada al emperador
El momento del general Xuan
Conditio sine qua non con un francés: cobra siempre por adelantado
La ocasión perdida
El elefante chino entró en la cacharrería 


 


Francia lo tenía jodido para engallarse, aún siendo Le Coq uno de sus símbolos. Los japoneses, desde Cantón, disponían de unos 200 aviones último modelo; los franceses, a causa de eso que os he contado de que en sus reuniones de Estado Mayor ni siquiera hablaban de Asia, tenían 25, y de los tiempos de los samurais Minamoto. Le habían pedido 120 aparatos a los estadounidenses; pero recordad que los EEUU, hasta Pearl Harbor, estuvieron todo el rato que si la puta o la Ramoneta, así pues, los aparatos, que diría Rajoy, un día llegarían, o no.

Desde el primer momento en que se mostraron belicosos, los japoneses fueron los dueños de los cielos y las aguas de Asia. En cuanto a las tropas de tierra existentes en Viet Nam, la mayoría estaba formada por locales, con poca experiencia de combate. Una gran parte de la fuerza militar francesa, en los 150 años anteriores a la segunda guerra mundial, se había basado en mover tropas entre los varios teatros de enfrentamiento (Europa, Argelia, México, Crimea, Asia...) obteniendo con ello unidades veteranas y disciplinadas. Esta vez, sin embargo, les había fallado la planificación, y la guerra los pilló de marrón.

El problema fundamental para Francia llegó con un cablegrama de Benjamin Sumner Welles, el secretario de Estado de Franklin Delano Roosevelt, apenas unas 18 horas después de que los japoneses hubiesen puesto los cojones encima de la mesa. A instancias francesas, EEUU dejó claro que no veía la manera de que Japón hiciera las cosas como para hacerlos a ellos entrar en guerra y que, por lo tanto, su postura básica sería dejar hacer a los nipones mientras chapoteasen pero no empapasen. Una semana después, el 27, la administración británica en Singapur hizo saber a Catroux que Londres podía aportar ayuda económica, pero no militar. Que bastante tenían con la que había liada en Europa.

Así las cosas, no os extrañará que, el 20 de junio, Catroux respondiese al ultimátum de los sashimi abatiéndose completamente.

Catroux se hizo muchos castillos en el aire. Creía que aceptar el ultimátum suponía ganar tiempo para que el gobierno de Burdeos le pudiera mandar tropas (!) En todo caso, consideraba que su salida lógica era estrechar lazos con Reino Unido. El 27 de junio (cuando le dieron la respuesta antes comentada) tuvo un encuentro en Singapur con Percy Lockhart Harnam Noble, normalmente conocido como Sir Percy Noble, oficial de la Marina y comandante de la estación naval de Singapur; y con el almirante Jean Decoux, comandante de las fuerzas navales francesas en Extremo Oriente (Catroux y Decoux; sí, sé que suena un poco como Hernández y Fernández).

Los intentos de Catroux, sin embargo, eran demasiado evidentes para el gobierno de Burdeos, que se apresuró a cesarlo. Como responsable interino fue nombrado Decoux. Decoux, sin embargo, tenía las mismas ganas de asumir ese puesto que de clavarse una aguja de punto en cada testículo. Consideraba el almirante que ese gesto (el gesto de nombrarlo, no el de la aguja de punto) no era más que una cobardía del gobierno de la Francia libre, que no se atrevía a nombrar un Gobierno General en Indochina, como era de ley. Tardó, pues, varios días en aceptar, y sólo lo hizo bajo la insoportable presión del almirante Jean Louis Xavier François Darlan. El 20 de julio, Catroux recibió los poderes. Se quedó unos días en Dalat, pero en seguida partió hacia Singapur y luego hacia Londres, donde hizo dos cosas difíciles de soportar: una, probar la cocina inglesa; la otra, reunirse  con el general De Gaulle.

Los japoneses, mientras tanto, no dejaban hilo sin puntada. El 29 de junio, una semana después de que Catroux aceptase su ultimátum, una misión de control nipona se presentó en Hanoi, dirigida por el general Nishihara (que tengo dudas de si era Issaku o Hashisaburo Nishihara; más probable el primero de ellos). El 2 de agosto, el jefe de Estado Mayor del establecimiento japonés en Cantón, coronel Sato (¿podría ser Nuboyoshi Sato, señalado por los chinos como uno de los militares japoneses más sádicos y criminales en China?) se presentó en Hanoi y exigió el derecho del Ejército japonés de moverse libremente por el Tonkin, además de tener todas las facilidades logísticas habidas y por haber. Sus peticiones fueron presentadas el mismo día en Vichy. El día 13, el gobierno de la Francia Libre da la orden de negociar a partir de estas bases, todo ello en contra del criterio del almirante Decoux, convencido de que los japoneses iban a convertir Viet Nam en un nuevo Manchukuo. Vichy, sin embargo, de forma bastante realista, consideraba que resistir, como canta el bolero, sería necedad. Además, los franceses temían lo que Welles les confirmó el 22 de agosto: que los EEUU no iban a mover un dedo y que, en consecuencia, “el gobierno estadounidense no encontraba forma de reprochar una eventual ayuda militar francesa a los japoneses”.

Francia sólo puso una condición: que Japón reconociese la soberanía gabacha sobre Indochina. Los japos, que no tenían ninguna gana de invadir el sudeste asiático, aceptaron encantados y, el 30 de agosto, ambas partes alcanzaron un acuerdo.

Tokio, en todo caso, iba como Simeone: partido a partido. Ahora tenía la capacidad de mover tropas por Viet Nam hacia el norte, para invadir China que era lo que verdaderamente quería hacer. Pero contaba con apenas 25.000 hombres para hacerlo. Eso era poco para una invasión por tierra, y por eso necesitaba más poder aéreo; ahora, pues, necesitaba poder usar las bases aéreas para controlar la ruta de Birmania.

Así las cosas, el 12 de septiembre, japoneses y franceses vuelven a la mesa de negociación. Lo de los aeródromos ya era demasiado para el chovinismo francés; así pues, los gabachos empiezan a poner problemas. Los japoneses, que la verdad son tipos que pierden la paciencia con mucha facilidad, comenzaron a ponerse nerviosos. Así que enviaron unos cuantos cruceros al golfo de Tonkin, en plan cardenal Cisneros, estos son mis poderes, y tal. Con ese pepino en el culo, los franceses llegaron a un acuerdo el 21. Los japoneses recibían permiso para transitar desde Hai Phong hasta Kwang Si. Los japoneses instalarían una base de tránsito en Hai Phong; y, las bat not lis, los aviones japoneses podrían utilizar los aeródromos de Gialam, situado en Hanoi, de Laokay y de Phu Lang Tuong. Eso sí, en cada momento las tropas japonesas en el Tonkin no debían sobrepasar los 6.000 efectivos (ja).

Un día después de ese acuerdo, pretextando que no se habían enterado, cosa que yo creo que nunca sabremos hasta qué punto era cierta, los japoneses situados en Langson atacaron a las tropas franco-indochinas. Los locales resisten con grandes pérdidas, hasta el 26 que cesan el fuego al conocer el acuerdo.

El ataque de Langson acabó en nada en cuanto se aclaró el tema; pero, sin embargo, fue la chispa que disparó una rebelión interna. El Viet Nam Phuc Quoc Hoi del príncipe Cuong De tenía un montón de efectivos exiliados en el Kwang Si que, cuando se produjo el ataque japonés, se movilizaron y tomaron posiciones en varias regiones montañosas cercanas a Langson. Esto provocó una respuesta francesa inmediata; en octubre de 1940, las bandas guerrilleras estaban regresando a China, o deambulando malamente por las montañas.

No era el único problema local. En el sur, Siam estaba mostrando una gran presión imperialista sobre algunas provincias situadas al oeste de Camboya. Los franceses decidieron enviar tropas allí, y ese movimiento de tropas decidió a los comunistas vietnamitas para montar una rebelión.

Para entonces, el PCI, muy influido por el Kuomintang, había abandonado la estrategia de frentes democráticos por una más basada en los frentes unidos de fuerzas antiimperialistas que, con la ayuda de la URSS, lucharían contra el imperialismo francés, así como contra las clases feudales locales. Se trataba, pues, de un movimiento de identificación indochina que, entre otras cosas, se oponía al envío de soldados indochinos fuera de la región. El armisticio de junio de 1940 se consideraba una oportunidad para instituir una república democrática indochina que vendría a unirse a la resistencia china, la URSS y la revolución mundial en general.

Los comunistas, la verdad, ni se plantearon rebelarse en el Tonkin. Allí, entre franceses y japoneses, se los iban a merendar. Así las cosas, el 22 de noviembre, se lanzó la rebelión en Conchinchina, aprovechando la presión siamesa ya comentada.

La rebelión comenzó en Gia Dinh, cerca de Saigón, en Mytho y en Cantho. Se extendió muy rápidamente hacia el oeste. Las autoridades reaccionaron como en 1930, bombardeando las aldeas rebeldes. La rebelión fue dominada en quince días, y a la misma se siguió una represión brutal.

Las cesiones francesas frente al socio de Alemania en el sudeste asiático no habían hecho más que empezar. De hecho, Dieron un salto cuántico el 21 de julio de 1941, con el conocido como acuerdo Darlan-Kato. Este acuerdo sacralizó el concepto de “defensa común” de franceses y japoneses y, consecuentemente, integró toda la Indochina dentro del esquema militar nipón en el área. Por ello, los historiadores más finos (los menos, porque la epidemia de los licenciados de Historia se extiende en cualquier país que miremos) se resisten a hablar de “ocupación” japonesa de Indochina; fue, más bien, un estacionamiento. La Administración francesa e, incluso, sus fuerzas armadas, con la organización anterior a la guerra, permanecieron incólumes. Aunque esto, cierto es, los franceses procuran contártelo lo menos que pueden. Ocultarlo forma parte del enorme macroneo que practican en torno a la segunda guerra mundial.

Las posesiones francesas en Indochina, fuesen coloniales o bajo régimen de protectorado, le eran muy interesantes a los japoneses desde el punto de vista logístico. Resultaban fundamentales para poder avituallar y armar a sus ejércitos camino de Birmania, de Siam y de Malasia. Se puede decir, pues, que la derrota francesa en Europa empedró la ofensiva nipona sobre Reino Unido. Pero Japón no tenía ningún deseo de hacer Viet Nam suyo y administrarlo directamente. En realidad, Indochina, que vivía fundamentalmente de las exportaciones de caucho y de arroz, había devenido un sistema insostenible desde el momento en que los ingleses había decretado el bloqueo de sus operaciones de comercio exterior. Para los japoneses, pues, el perro, literalmente, no valía la correa.

Como no podía ser de otra manera, las negociaciones franco-niponas llevadas a cabo en Tokio en mayo de 1941 otorgaron a los comerciantes japoneses buena parte de los derechos del comercio de productos vietnamitas; en realidad, no había otra.

En las aguas subterráneas de la colaboración entre Japón y Francia, sin embargo, había diferencias. Japón, un régimen abierta e intensamente imperialista y asiacéntrico, era el amigo de la idea de la Gran Indochina. La reacción a esta idea, y sus propios intereses, convirtieron a los franceses en creyentes en la idea federal. Cada vez más, entre los administradores asiáticos venidos de París se hizo más fuerte y más frecuente la idea de que en sus posesiones asiáticas lo lógico era crear una estructura federal que uniese a los territorios aceptando sus diversidades. Esto tendría grandes consecuencias para el futuro. El almirante Decoux hizo todo lo que pudo por excitar los sentimientos nacionales de Viet Nam, pero también de sus diferentes pueblos y etnias separadamente; todo ello en el marco de una política de apoyo sin ambages a la corona como institución simbólica que aunaba todos esos elementos. De hecho, los franceses promovieron una reforma del gobierno vietnamita (mayo de 1942) que colocó la lengua autóctona en el centro (eso siempre funciona para empalmar los nacionalismos, para qué negarlo). En un montón de servicios comenzaron a aparecer cuadros de gestión de origen indochino, que tenían preferencia de facto a la hora de suplir las bajas de administradores franceses. La Universidad de Hanoi fue reforzada de medios. Los trabajos de inversión, por ejemplo de infraestructuras, pudieron abordarse sin necesidad de buscar la autorización de Vichy.

En el plano político, sin embargo, la Administración francesa adoptó todos los principios antidemocráticos nipones. Las Asambleas electivas fueron suspendidas en sus funciones. La policía persiguió con saña toda actividad gaullista. El 27 de junio de 1941 se creó un Consejo Federal (ahora todo era Federal), formado por 25 consejeros, todos ellos autóctonos, aunque en la inútil Asamblea, donde se había abandonado el principio electivo, se mantuvo la combinación entre locales y franceses. El 31 de mayo de 1943 se creó el Consejo Federal Indochino, cuyos miembros eran nombrados por el Gobernador General a partir de listas elaboradas por organizaciones sociales y corporativas del país. Este consejo tenía 30 miembros indochinos y 23 franceses. Se quisieron crear asambleas provinciales, pero Vichy nunca lo autorizó. El régimen Decoux, así conformado, fue aceptado por todos o casi todos, más que nada, como mal menor; su alternativa hubiera sido la simple y pura ocupación japonesa; y los indochinos, como buenos vecinos de los japoneses, los odiaban.

Como os acabo de contar, los japoneses, mientras Decoux pretendía construir una especie de federalismo orgánico, un franquismo de ojos rasgados, iban de otro mojo. Ellos querían ganar a los vietnamitas a la idea de la Gran Asia Oriental, del Gran Imperio de naciones fuertemente identificadas, todas aceptando el liderazgo japonés. Para difundir sus ideas, crearon un Buró de Información, coordinado por el cónsul Junzo Sato, que era la correa de transmisión civil en Viet Nam del Estado Mayor tokiota.

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