miércoles, abril 23, 2025

Viet Nam antes de Viet Nam (1): Las primeras relaciones




Las primerasrelaciones
Reyes y revoluciones
Nunca te fíes de un francés
Nguyen Ai Doc
Tambores de guerra
El tsunami japonés
Grandeza y miseria de la Kempeitai
El Viet Minh
Los franceses hacen lo que mejor saben hacer (no definirse)
Dang vi qui, o sea, naniyori mo hitobito
El palo y la zanahoria comunistas
Puchimones contra podemitas
Aliados a pelo puta
Franceses y comunistas chapotean para no ahogarse
Vietnamitas listos + británicos estúpidos + periodistas gilipollas = muertos a decenas
Si tu ne voulais pas de bouillon, voici deux tasses
Francés busca indochino razonable
Los problemas del comunismo que se muestra demasiado comunista
Echa el freno, Madaleno
El factor chino
El factor USA
El problema de las tres mareas
Orchestal manoeuvres in the dark
O pacto, o guerra
Buen rollito por cojones
El acuerdo de 6 de marzo
El Plan Cédiletxe
No nos queremos entender
Dalat
Las inquietudes y las prisas del almirante D’Argenlieu
Calma tensa
La amenaza nacionalista
Fontainebleau bien vale unos chinos
Francia está a otras cosas
Memorial de desencuentros
Maniobras orquestales en la oscuridad (sí, otra vez)
El punto más bajo de la carrera de Ho Chi Minh
Marchemos todos, yo el primero, por la senda dictatorial
El doctor Trinh, ese pringao
Allez les bleus des boules!
D’Argenlieu recibe una patada en el culo de De Gaulle
París no se entera
Si los Charlies quieren pelea, la tendrán
Give the people what they want
Todas las manos todas, amigo vietnamita
No hay mus
El comunista le come la tostada al emperador
El momento del general Xuan
Conditio sine qua non con un francés: cobra siempre por adelantado
La ocasión perdida
El elefante chino entró en la cacharrería



Tienes todo el derecho a preguntarte por qué te ofrezco una serie de posts sobre este tema, además tan largo. No parece que los españoles tengamos mucho que ver con las vicisitudes de Viet Nam; y mucho menos con las anteriores a todo eso que sabemos sobre el país. Por no llegar, esta serie ni siquiera llega a Dien Bien Phu (aunque eso es, más que nada, por economía de medios). 

Mi propuesta, sin embargo, es que, si te fías de mí, sigas esta serie. Lo vas a tener que hacer con cierta atención, por el hecho de que, al hablar de una cultura muy lejana a la nuestra, los nombres es probable que se te vayan a atascar más de una vez. Yo he escrito el texto, de todas formas, buscando que cuando menos los principales actores, como Ho Chi Minh o Vo Nguyen Giap, pronto te sean familiares y así puedas reconocerlos en el escenario.

Las razones por las cuales decidí invertir una parte relativamente significativa de un verano para escribir esta serie son varias. En primer lugar, está el hecho de que lo que se va a desplegar ante tus ojos en los días por venir es una historia interesante. Todas lo son, qué duda cabe; pero ésta tiene elementos de mucho interés, cuando menos en mi opinión. 

Yo creo que, cuando se es aficionado a la Historia, respecto de las guerras se pasan tres etapas. En la primera etapa, cuando eres muy joven, lees desordenadamente y no te disciplinas (sin lugar a dudas, la etapa más bonita de las tres), te interesa el presente de las guerras: la guerra en sí, sus batallas, sus avances y retrocesos. Un huevo de aficionados a la Historia que conozco entran en ella a través de la fascinación por los aviones de combate o los carros: les molan las batallas. Alguno, de hecho, nunca abandona esa afición. Como el elefante Tiburcio, que cualquier día le van a dar la Medalla Osprey al Lector del Año.

La segunda etapa, etapa de madurez, es aquélla en la que comienzas a preguntarte sobre los porqués. Ésta es la vía, por ejemplo, por la que mucho aficionado a la Historia del siglo XX llega al siglo XIX (tratando de entender sobre todo la Gran Guerra, o la GCE). Esta segunda etapa puede llamarse Etapa del Cambio, pues se caracteriza por ser un momento en el que el aficionado a la Historia (o, cuando menos, el que está abierto de orejas) se replantea y, muy a menudo, abandona convicciones que tenía por sólidas.

La tercera etapa, o de senectud, es aquélla en la que comienzas a interesarte, no por la guerra ni por sus orígenes, sino por sus consecuencias. Es el momento en el que te das cuenta de que una guerra es un terremoto; y que, consecuentemente, lo importante es entender cómo ha dejado el subsuelo. Esto quiere decir que llegas al momento en que tratas de tener una comprensión totalizadora de la guerra, en sus tres dimensiones temporales. 

La mayor parte de esta serie va de cómo la segunda guerra mundial cambió un entorno, el entorno colonial, de una forma muy rápida y relevante. Esta historia, además, cuenta estos hechos en un teatro dominado por un actor que es, probablemente, el actor menos preparado para entender, no digamos ya asumir, el tono de los nuevos tiempos: el dominador colonial francés.

Hay, en todo caso, otra razón que yo creo importante. Creo que es importante conocer, siquiera en sus principales elementos, la Historia de Viet Nam, porque es un ejemplo que sirvió para muchos referentes que nos son mucho más cercanos. La figura de Ho Chi Minh fue admirada, venerada incluso, por cierta izquierda. Yo diría que, especialmente, por la izquierda abertzale vasca, dado que el tono anticolonial de la pelea del comunismo vietnamita les cuadraba mucho a muchos de aquellos radicales. 

Intensas o tenues, pues, yo creo que hay ciertas razones para escribir esta historia.

Lee, pues

A comienzos del siglo XIX, Europa ya conoce y valora las enormes posibilidades que ofrece Asia como mercado. Para entonces, tanto Inglaterra como Países Bajos han cantado sendos bingos con India e Indonesia, respectivamente. Así pues, la política colonial asiática se desarrolla en dos direcciones diferentes: por un lado, dominar territorios sin dueño (desde el punto de vista occidental, obviamente). Por el otro, convencer, por así decirlo, a los Estados ya establecidos, para que concedan crecientes derechos comerciales. Y esos Estados son fundamentalmente cuatro: China, Japón, Corea, y el reino de Annam.

En 1842, Inglaterra consigue dar un paso fundamental en este terreno con la consolidación de la ciudad-colonia de Hong Kong. Muy pocos años después llega al gobierno de Francia François Guizot, momento en el que la motivación asiática de Francia, por así decirlo, se intensifica claramente. En ese momento, en París se manejan proyectos centrados en Annam y en las Filipinas; pero todo se abandona por temor a excitar el belicismo inglés.

Francia, sin embargo, era entonces un país profundamente religioso. Y eran muchos los grupos católicos que llevaban desde 1833 presionando a su gobierno para que hiciese algo, puesto que en dicho año la práctica del catolicismo había quedado proscrita en Annam.

Lo que nosotros conocemos como Vietnam (y, los más provectos, como Vietnam del Norte y Vietnam del Sur) es un territorio que, en realidad, se compone de tres ky o territorios diferenciados. Tenemos, al norte, el Tonkin, que es el territorio donde está Hanoi y su cercano puerto de mar, Hai Phong o Haiphong. El territorio del centro, Annam, es donde está la capital tradicional del reino, Hue. Y, finalmente, al sur se encuentra la Conchinchina, cuyo principal referente urbano es Saigón. La Sociedad de Misiones Extranjeras de París era la organización evangelizadora que había aportado la mayor parte de los misioneros asiáticos ahora prohibidos, después de haber conseguido algunos éxitos evangelizadores, sobre todo en el Tonkin y en Conchinchina. El reino annamita se desempeñó con tal violencia contra esta competencia espiritual que el rey Luis Felipe de Orléans tuvo, en 1847, que enviar un barco de guerra que echó el ancla frente al entonces principal puerto de Annam, conocido por los franceses como Turán, aunque nosotros lo conocemos mejor como Da Nang. Meses después, sin embargo, Tu Duc, al llegar al trono imperial annamita, renovó la prohibición del culto católico. Sin embargo, la presión en París, y también en Madrid porque muchos misioneros eran españoles, se hizo sentir claramente. Llegado el II Imperio Luis Napoleón, tras algunas dudas, se decidió por la intervención.

En realidad, los vínculos entre Francia y Annam eran de longa data. Reinando Luis XVI, Francia había ayudado al emperador a recuperar su trono. En 1787, ambos soberanos firmaron un tratado, pero los problemillas que le sobrevinieron al rey francés poco después impidieron su aplicación. Andando el siglo XIX, sin embargo, las relaciones que habían emputecido en modo Experto.

Annam era un reino soberano por sí mismo; formalmente súbdito de China pero, en realidad, totalmente independiente de ella. Sin embargo, en la primera mitad del siglo XIX la sensación general entre sus mandarines era que sus mejores tiempos ya habían pasado. El reino tenía nada menos que 12 millones de habitantes estimados, que vivían en un territorio de unos 2.000 kilómetros de largo en la costa del mar de China.

Al norte, como os he dicho, estaba el Tonkin, llamado así por el nombre de su antigua capital, Dong Kinh, hoy llamada Hanoi. 12.000 kilómetros cuadrados surcados por varios ríos caudalosos, el mayor de los cuales es el Río Rojo. Estos ríos y la generosidad del clima generan dos cosechas anuales de arroz que eran el principal alimento de los tonkineses. Estas planicies arroceras estaban rodeadas por una zona muy montañosa que siempre había protegido a los vietnamitas de invasiones chinas o tailandesas; aunque también había creado habitualmente difíciles condiciones de vida (allí la malaria era endémica).

Desde el conocido como delta de Tonkin hasta el otro gran delta del país, el del río Mekong, al sur, la costa dibuja una curvatura. En ese territorio se encontraba Annam, o Trung Ky, como lo llamaban los locales. El Annam se caracteriza por tener la cadena montañosa que comienza en Yunan y atraviesa Tonkin muy cerca de la costa, de modo que el espacio para las ciudades costeras es muy pequeño. De nuevo, las montañas eran lugares bastante hostiles y, más allá de las mismas, existían algunas planicies en realidad extrañas al Estado annamita, pobladas por una etnia particular, los moïs.

La región del sur se extiende desde el fin de la cadena montañosa hasta el citado delta de Mekong. Los europeos la llamaban Conchinchina (lo cual es una ful, porque también llamaron Conchinchina a partes de Annam), mientras que los locales lo llamaban Nam Ky, la región Nam. Viet y Nam son, en realidad, referencias a tierras diferentes, un poco como Castilla y León. Así pues, cuando menos en mi opinión, lo mismo que no escribimos Castillayleón, creo que lo correcto es hablar de Viet Nam; aunque, obviamente, como las palabras no nacen inocentes como los cristianos, decir y escribir Vietnam puede, claramente, tener la intencionalidad de que el escribiente cree que lo que otrora se veía separado, hoy ya se ve junto.

Los viet son gente inicialmente china. Se considera que, tiempo antes de emigrar, estuvieron en las riberas del Yang Tse, al sur de Shanghai. Allí, más o menos en la actual Chekiang (que hoy se conoce más como Zhejiang; cosas del chino pinyin y pinyang) crearon un reino propio, que llamaron Viet. En el siglo IV antes de Cristo, sin embargo, estos viet cogieron los coches y condujeron hacia el sur, puesto que sus vecinos, los tsin, se los querían apiolar, mayormente. Se fueron a Canton, donde también otros chinos los dieron de hostias, por lo que a finales del siglo III, llegaron a la confluencia entre el Tonkin meridional y Annam. Allí se encontraron a unos pobladores de origen indonesio (como los moï) y los subyugaron con su verbo florido. Aunque los dominaron, los viet, como harían los españoles siglos después, decidieron que, en lugar de matar a las indígenas del lugar, resultaba más divertido hacer guarreridas con ellas y casarse. Así pues, de aquel mélange chino-indonesio surgió una nueva etnia, la etnia annamita, que ya no es, propiamente, ni una cosa ni la otra.

Los chinos que los habían echado de China, sin embargo, eran muy chinos. Apenas cien años después de la emigración viet, ya eran súbditos de un reyezuelo chino cantonés, Trieu Da (o sea, Zhao Tuo) y, en tiempos de los emperadores Han, fueron anexionados al Celeste Imperio. La dominación china durará mil años, hasta el 939.

El reino Viet era un reino feudal que reconocía la existencia de un rey, pero más como primus inter pares que otra cosa. La dominación china, sin embargo, exportó el sistema centralizado de gestión. Lo más importante, en todo caso, es que introdujeron su sistema educativo y la demanda de pasar el examen imperial para poder ser alto burócrata estatal o mandarín. Esto creó una alta sociedad viet enormemente sinófila. La dominación cultural china se aprecia en detalles como el nombre de Annam, que no deja de ser el nombre que los chinos le pusieron al reino en el año 679, y que viene a querer decir “Sur Pacificado”. Tras el impulso dado a la agricultura, principal valor añadido de aquel reino, la sociedad viet quedó establecida en cuatro clases: los letrados, los cultivadores, los comerciantes y los artesanos.

A los chinos, sin embargo, les pasó un poco lo mismo que les pasó en Japón, y que le ha pasado a otros muchos a lo largo de la Historia, como por ejemplo los jesuitas en nuestro campo: obsesionados con aportar una excelente educación a la elite local, acabaron por criar a una clase social que terminó, a base de desarrollar el espíritu crítico, por desengancharse de su maestro y ambicionar la autonomía y la libertad. En la Historia primera de Annam se aprecian diversas tentativas, más o menos idealizadas, de conseguir la autonomía respecto de la China. Hasta llegar a Ngo Quyen, el liberador.

Ngo, además de un hábil político y un general decidido, es alguien que supo jugar sus cartas aprovechando que los temas en China iban como el culo. Caída la dinastía Tang, los del zumo de naranja, llegaron los Song, que estaban todo el día cantando, y fue por eso que los mongoles los pillaron de marrón. El rey mongol Quobilaï, llamado Kublai por la mayoría, se hizo con China, y luego quiso ir a por su periferia. Por tres veces, Kublai Kahn, fundador de una larga dinastía de porteros de fútbol (vale, vale, ya dejo de escribir chorradas) entró a sangre y fuego en el Tonkin, ya en el siglo XIII. Pero, vamos, no le fue mejor que a Lyndon Johnson siete siglos después.

En el siglo XV, los chinos decidieron intentarlo de nuevo. El año 1413, reinando los Ming, los annamitas fueron derrotados y fueron de nuevo incorporados al Imperio. Sin embargo, los chinos se portaron tan mal que seis años después Le Loi, general del rey annamita muerto, soliviantó a los viet. A eso siguió una larga guerra de diez años, en la que los viet ensayaron por primera vez la estrategia de guerrilla a la que su territorio se presta tan bien, y lograron a echar a los chinos, cosa que hicieron para siempre (bueno, siempre, siempre, eso sólo Titanlux...) 

Una vez consolidados en el Tonkin, los viet o annamitas se dieron cuenta de que hacia el oeste no era buena idea tratar de expandirse, porque allí estaban los thai con su mala hostia, producto, quizá, de una dieta demasiado picante. Así que su tendencia natural era extenderse hacia el sur. Esto les supuso sobrepasar el Río Rojo y enfrentarse a los chams, un pueblo de origen malayo situado entonces en el centro de lo que terminaría siendo Viet Nam. Fueron varios empujones, que empezaron en el siglo XI y terminaron prácticamente en el XV, con el rey Le-Tranh-Ton, quien se hizo con el control con la capital Cham y su rey. Dominando a los chams, a los moï y a la khmers, los viet llegaron a Saigon a finales del siglo XVII. En algo más de cien años, consiguieron dominar todo el delta del Mekong, alcanzando la frontera actual con Camboya.

A pesar de estos éxitos, a principios del siglo XVI la unidad dinástica viet se había roto. La dinastía Le, responsable de buena parte de la expansión del reino, entró en decadencia. Un general rebelde fundó una dinastía competidora, conocida como los Mac (sic). Sin embargo, a finales de siglo los Le, como Microsoft, consiguieron regresar e imponerse a los Mac.

A pesar de este regreso, el poder real annamita estaba en manos de dos grandes familias feudales: los Trinh y los Nguyen. Los Trinh establecieron su centro de poder en Hanoi y reinaban sobre el Tonkin y el Annam septentrional. Los Nguyen se establecieron en Hue.

Fue durante este periodo de división dinástica cuando llegaron a la zona los primeros misioneros y comerciantes europeos. Las dos familias reinantes los trataron bien, pensando siempre en utilizarlos a su favor. Los Nguyen, por ejemplo, firmaron una sólida alianza con los portugueses. Los Trinh, en el norte, eran más cerrados e intransigentes; pero, en el sur, el Mekong estuvo pronto en las rutas comerciales asiáticas. A mediados del siglo XVIII, en el Tonkin había ya unos 300.000 cristianos.

En el año 1771, en la provincia de Binh Dinh, donde se inventaron los timbres, se levantó una rebelión contra el sátrapa local. Esta rebelión fue el principio de una serie de sucesos más generales en las que los Nguyen y los Trinh, con ayuda de los chinos, y finalmente los primeros de ellos, se hicieron con el control de todo el territorio de Viet Nam. Los hermanos que habían comenzado la rebelión, los Tray Son, trataron de hacerle frente a los Nguyen, pero éstos finalmente prevalecieron.

En el marco de aquellas luchas, un miembro de los Nguyen, el príncipe Nguyen Ahn, decidió pedir ayuda a un misionero francés, el padre Pierre Pigneau de Béhaine, Ba Da Loc para los vietnamitas, obispo de Adran. Pigneau viajó a Versalles para, allí, pedirle al rey francés ayuda para su amigo annamita. Se firmó un tratado de alianza por el cual Francia se comprometía a enviar tropas en ayuda de Nguyen a cambio de que éste les cediese a los franceses un islote en la bahía de Da Nang. Sin embargo, el gobernador del enclave francés de Pondichéry, que era quien debía preparar las tropas, se echó atrás. Así que Pigneau formó personalmente un pequeño ejército de 400 miembros, y con él se embarcó hacia Viet Nam. La ayuda del obispo de Adran fue fundamental para la lucha de Nguyen Anh contra los Troy Son. Sin embargo, a la muerte del misionero (1799), no tuvo continuidad; la mayor parte de sus mercenarios prefirió regresar a India. En 1802, Nguyen Anh se hizo proclamar emperador, con el nombre Gialong.

En la primera mitad del siglo XIX, los Nguyen se hicieron grandes, e hicieron grande al reino de Annam. Muy inspirado en los chinos, Gialong fue un reformador jurídico, pues hizo desarrollar un nuevo código, normalmente conocido como el Código Gialong, que hace de él una especie de Justiniano asiático. Lanzó un ambicioso programa de infraestructuras, reformó el ejército, la educación y la administración pública, en un proceso que se adelanta en unos sesenta años a otro de la misma esencia y mucho más conocido, como es la era Meiji en Japón. Muerto en 1820, Gialong le recomendó a su sucesor, Minh Mang, practicar una política inteligente respecto de los europeos, colaborando con ellos pero negándoles siempre una posición preeminente. Le obsesionaba incorporar a su sociedad los adelantos occidentales de los que, con seguridad, le había hablado el obispo.

Mang, sin embargo, no estaba cortado de la misma madera. Tanto él como sus sucesores Thieu Tri y Tu Duc, se trataba de un emperador abiertamente sinófilo que recelaba de los occidentales. Muy influidos por la guerra anglo-birmana (1826), estos emperadores eligieron una estrategia basada en replegar al país sobre sí mismo y reforzar su esencia china.

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