Las primerasrelaciones
Reyes y revoluciones
Nunca te fíes de un francés
Nguyen Ai Doc
Tambores de guerra
El tsunami japonés
Grandeza y miseria de la Kempeitai
El Viet Minh
Los franceses hacen lo que mejor saben hacer (no definirse)
Dang vi qui, o sea, naniyori mo hitobito
El palo y la zanahoria comunistas
Puchimones contra podemitas
Aliados a pelo puta
Franceses y comunistas chapotean para no ahogarse
Vietnamitas listos + británicos estúpidos + periodistas gilipollas = muertos a decenas
Si tu ne voulais pas de bouillon, voici deux tasses
Francés busca indochino razonable
Los problemas del comunismo que se muestra demasiado comunista
Echa el freno, Madaleno
El factor chino
El factor USA
El problema de las tres mareas
Orchestal manoeuvres in the dark
O pacto, o guerra
Buen rollito por cojones
El acuerdo de 6 de marzo
El Plan Cédiletxe
No nos queremos entender
Dalat
Las inquietudes y las prisas del almirante D’Argenlieu
Calma tensa
La amenaza nacionalista
Fontainebleau bien vale unos chinos
Francia está a otras cosas
Memorial de desencuentros
Maniobras orquestales en la oscuridad (sí, otra vez)
El punto más bajo de la carrera de Ho Chi Minh
Marchemos todos, yo el primero, por la senda dictatorial
El doctor Trinh, ese pringao
Allez les bleus des boules!
D’Argenlieu recibe una patada en el culo de De Gaulle
París no se entera
Si los Charlies quieren pelea, la tendrán
Give the people what they want
Todas las manos todas, amigo vietnamita
No hay mus
El comunista le come la tostada al emperador
El momento del general Xuan
Conditio sine qua non con un francés: cobra siempre por adelantado
La ocasión perdida
El elefante chino entró en la cacharrería
La monarquía annamita, sin embargo, había adaptado el esquema chino a su manera. La especial evolución del país había hecho que acabase con cualquier resto de casta feudal. Por carecer, incluso carecía de casta militar. Todo el poder lo ostentaba el emperador y, en su nombre, los Tong Doc, especie de gobernadores territoriales. Esto hizo que todos los demás súbditos tuviesen los mismos derechos y que, de hecho, la clase dirigente se seleccionase, al modo chino, mediante pruebas de capacidad e idoneidad.
Como consecuencia, la clase dirigente, muy líquida y permeable, es lo que, normalmente, en los textos históricos se conoce como Los Letrados, es decir, aquellas personas formadas que por sus méritos habían accedido a la burocracia dominante. El emperador, Hijo del Cielo y Primer Letrado, debía regirse según los principios del confucianismo, y siempre respetando el criterio de la llamada Corte de Hue, formada por sus principales consejeros.
La célula social básica era típicamente annamita: un elemento que, en occidente, solemos traducir con el concepto de comuna. La comuna era un grupo de familias unidas por un culto común al genio protector de su lugar de residencia. La comuna era una célula social con sus propios ritos, sus propias tradiciones y, en muchos aspectos, sus propias reglas. La repartición de tierras, los trabajos agrícolas comunes, las responsabilidades en la defensa respecto de agresores, los conflictos entre familias; todo era regulado por la comuna, y nadie fuera de la comuna tocaba pito en ello. Era una forma de organización típica de un país como Viet Nam, con una orografía muy compleja, en el que la aspiración lógica de cada uno de sus habitantes era no desplazarse nunca más de 20 kilómetros de su hogar. De hecho, un dicho local decía: “la autoridad del rey se queda en la entrada de la aldea”. La comuna también se encargaba de pagar los impuestos. A los friquis históricos, esto que escribo os recordará a la institución de la gens romana. Y, la verdad, lo recuerda bastante.
Desde el siglo XVIII, los vietnamitas comenzaron a intervenir en los asuntos camboyanos, conscientes de que la monarquía local iba como el culo; y tan cierto es esto que los khmer pronto se convirtieron en tributarios de los viet. En 1834 consiguieron establecer un protectorado sobre Camboya; pero se hicieron un Montoro-Montero, es decir, se pasaron imponiendo impuestos, y finalmente los khmer, que de toda la vida han sido para echarlos de matar aparte, se rebelaron. Los siameses apoyaron a los camboyanos y el tema hubo de regularse en un acuerdo de 1846 por el cual el rey Ang Doung reconocía una doble soberanía sobre Camboya: la siamesa y la annamita.
Dado que, al norte de Camboya, habían sido los propios laosianos los que le habían pedido a los viet que los protegieran de los siameses, se puede decir que a mediados del siglo XIX, cuando franceses y vietnamitas entraron en contacto más estrecho, los segundos eran prácticamente los dueños de toda el área que hemos conocido como Indochina durante mucho tiempo. La Corte de Hue percibía tributos de los moï, aunque éstos eran libres; Camboya había admitido su soberanía, como también algunos principados laosianos (pero no el rey de Luang-Prabang).
Como ya os he dicho, la prevalencia de los Nguyen había desplazado la capital annamita de Hanoi a Hue. En el Nam Ky, o sea la Conchinchina, el emperador tenía un gobernador o Kinh Louc, que también se impuso, en algunos momentos, en el Tonkin del norte o, como ellos lo llamaban, Bac Ky.
En ese momento, como con el tiempo acabaría recordando Ho Chi Minh repetidamente, Conchinchina no es que fuese parte del reino; es que, en realidad, muchas de las tumbas de emperadores muertos estaban enclavadas en su territorio, lo que es un buen indicador de hasta qué punto los conchinchinos, que con el tiempo acabaremos viendo convertidos, en estas notas, en los catalanes vietnamitas, habían sido parte integrante de la unidad territorial vietnamita. De hecho, donde la monarquía Nguyen era menos respetada era en el norte, en Tonkin, donde los Le tenían todavía muchos partidarios. Además, los emperadores de Hue se ocuparon poco del Tonkin, permitiendo que sus habitantes viviesen situaciones muy desesperadas, a causa de epidemias e inundaciones. En tiempos de Tu Duc, en realidad Tonkin estaba casi siempre en revuelta.
Los emperadores Nguyen, además, pagaron muy cara su gran apuesta errónea. Decidieron no hacer caso de su antecesor Gialong, un hombre que como os he dicho adelantó la era Meiji en más de medio siglo y, consecuentemente, de haber sido seguido en su labor por sus sucesores quién sabe dónde había situado a Viet Nam. La casa real annamita decidió apostar por la referencia china; pero China, bajo los manchúes, era una ful de referencia. A cada día que pasaba, la diferencia entre China y occidente se agrandaba más en favor del segundo. Una buena prueba de la pujanza de la inteligencia viet era la existencia en el país de letrados como Nguyen Truong To, que era católico, y que intentó sin éxito convencer a su emperador, el coriáceo Tu Duc, de que debía variar el gobernalle del Estado y tratar de implantar en el país los avances occidentales y, sobre todo, no cabrearlos a base de perseguir a los cristianos.
En 1860, la expedición franco-inglesa a China le dio al emperador Luis Napoleón, de quien hemos hablado y no parado en el este blog, la excusa perfecta para meter el pene en los asuntos vietnamitas. El emperador francés se dirige a la Corte de Annam para solicitarle respeto para los misioneros cristianos; pero, como segunda providencia, también les exige una base francesa en su territorio. El reino le dice que no mame. Inicialmente, los franceses van a por Da Nang, donde los vietnamitas les arrean bien fuerte. Entonces, cambian de estrategia y deciden ir a por Saigón y el granero (bueno, arrocero) del reino. Ahí sí que pincharon en blando. Los almirantes Leonard Victor Joseph Charner y Louis Adolphe Bonard pronto eran dueños de la Conchinchina oriental, lo que provocó, como siempre, que los viet se dedicasen a la guerrilla. Aun así, los franceses procuraron no salir del mar y dar por culo artilleramente hablando; en 1862 lograron la caída de Hue.
El tratado consiguiente que hubo de firmar Annam con Francia le cedía a la potencia europea la ciudad de Saigón y las tres provincias orientales de la Conchinchina que, consecuentemente, antes incluso del fin del II Imperio (1864), eran ya colonia francesa. Como quiera que en las provincias occidentales siguió la guerrilla dando por saco, los franceses también las invadieron (1867).
En ese momento, el interés de los europeos no era Viet Nam; era China. Aquél era el gran mercado, el gran país, que estaba hecho unos zorros y que ofrecía enormes posibilidades de dominio y pillaje. Como acceso marítimo a China, la Conchinchina tenía su interés. Pero la expedición del marino y explorador francés Ernest Marie de Gonzague Doudart de Lagrée descubrió las enormes posibilidades del Río Rojo, auténtico Mississippi vietnamita, que recorre el Tonkin de norte a sur y, consecuentemente, puede servir para llegarse a Yunan en China.
La expedición definitiva será realizada por un oficial de Doudart, llamado Francis Garnier, y causada por el hecho de que un comerciante francés, Jean Dupuis, que remontaba el Río Rojo con sus mercancías, quedó bloqueado por los annamitas en Hanoi. Garnier fue enviado para resolver aquel caso con la Corte de Hue; pero, en realidad, lo que buscaban los franceses era conseguir la libertad de navegar por el río.
Aparentemente, Dupuis había hecho la guerra por su cuenta, buscando amistades entre los nostálgicos de la dinastía Le, que como os he dicho en Hanoi eran muchos. Consecuentemente, cuando Garnier abordó la conquista de Tonkin (1873), ésta fue posible gracias a una parte importante de colaboración ciudadana. Garnier, sin embargo, murió, y en París, donde había una liada bien parda por entonces, el interés por hacerse con Tonkin era muy poco, por lo que el ky regresó a la Corte de Hue, que se dedicó a la venganza y a la represalia. Finalmente, el 15 de marzo se firmó un tratado, el conocido como Tratado Philastre, por el cual el reino de Annam venía a reconocer muy tenuemente el protectorado francés, cedía la Conchinchina definitivamente y daba todas las facilidades al comercio galo en el Tonkin.
Los reyes annamitas, sin embargo, jugaban un doble juego. Permitían que los Pabellones Negros, una organización terrorista china antioccidental, actuase en el Tonkin contra los comerciantes franceses (de hecho, fueron ellos los que mataron a Garnier). En París se les hincharon las pelotas y, finalmente, en 1882 ordenaron a Saigón que organizase una expedición punitiva, que se organizó al mando del comandante naval Henri Laurent Rivière. La invasión se acabó convirtiendo en una guerra en toda regla contra China. Tras varios años de enfrentamientos muy complejos, el tratado de Tietsin sirvió para que China renunciase a sus pretensiones sobre Tonkin. Apenas unas semanas después de firmarse este tratado, el emperador Tu Duc falleció en Hue, y los franceses ocuparon la ciudad. El nuevo emperador, Hiep Hoa y los annamitas hubieron de negociar un tratado con el ministro francés para China, Jules Patrenôtre des Noyers, razón por la cual los franceses lo suelen conocer como tratado Patrenôtre, los vietnamitas como Hoa Uoc Giap Than, y los historiadores como tratado de Hue. Este tratado sacralizó el protectorado francés sobre Annam. Era el 6 de junio de 1884, y el periodo de presencia francesa en Viet Nam acababa de comenzar formalmente.
El tratado, en todo caso, no mejoró las relaciones. La Corte de Hue siguió siendo abiertamente hostil a los franceses, por lo que el nuevo jefe militar galo en la zona, general Henri Roussel de Courcy, exigía garantías. Los dos regentes, Ton That Thuyet y Nguyen Van Tuong, acabaron por intentar un golpe de fuerza en 1885. La situación en la Corte era complicada. Tu Duc no había tenido hijos, por lo que designó como sucesor al mayor de sus hijos adoptivos, el príncipe Zuc Duc, mientras confiaba el reino a tres mandarines, de los cuales los dos citados: Thuyet y Tuong, eran los que partían el bacalao. Estos dos regentes, que no querían al nuevo rey, lo depusieron y, de hecho, lo dejaron morir de hambre. Colocaron en el trono a un hermano menor de edad de Tu Duc, Hiep Hoa. Sin embargo, semanas después se lo quitaron de en medio también a él; formalmente, lo obligaron a suicidarse al modo Sócrates por haberse rendido a los franceses. Entonces colocaron en el trono al hijo adoptivo más joven de Tu Duc, el rey Kien Phuc, que tenía sólo 15 años y que, sólo por casualidad, murió unas semanas después. Así las cosas, la corona pasó al segundo hijo adoptivo de Tu Duc (que la tuvo que recibir acojonado, supongo). Pero como tenía 23 años, a los mandarines les pareció demasiado mayor, por lo que lo cesaron y pusieron a Ham Nghi, que tenía 12 años.
La rebelión de los regentes fue una ful. El rey niño Ham Nghi y el regente Thuyet huyeron a las montañas. Los franceses ocuparon Hue pero, inmediatamente, invitaron al rey a volver. Tenían el tratado firmado, así pues querían retrotraer la situación a una legalidad, el protectorado, que les era enormemente favorable. El general De Courcy se cansó de esperar, por lo que decidió negociar con el otro regente, Tuong, y con la reina madre, la elevación de un emperador distinto en la persona de Dong Khanh, que no es otro que el hijo adoptivo de Tu Duc, de 23 años, que había sido cesado por los regentes por ser demasiado mayor.
Aquel gesto levantó una auténtica revolución en el Annam. La clase de los letrados, y por extensión todos aquellos habitantes que seguían sus consejos y valoraciones, encontraba que el hecho de que el pérfido francés se permitiese el lujo de nombrar al Borbón que le saliese de los huevos era algo injustificable. Por todo Annam, los letrados iniciaron una matanza de cristianos a tutti cuanti. La que normalmente conocemos como Insurrección de los Letrados deja la revolución de los boxers, en algunas ocasiones, en una partida de balón prisionero entre ursulinas, y no terminó hasta 1888. Terminó con la captura de rey Ham Nghi, que fue deportado a Argelia, mientras que Thuyet ganó las planicies chinas. La guerrilla, dirigida por antiguos mandarines como Pham Ding Phung o De Tham, continuaría durante años, por lo menos hasta 1896.
Entre los vietnamitas, todos estos hechos abrieron una profunda zanja. Sobre todo en la clase de los letrados. La mayor parte de ellos convirtió a Ham Nghi en un mártir nacional y, consecuentemente, consideraba que Dong Khanh era un puto nenaza por aceptar las condiciones inaceptables de los franceses. Esta actitud, sin embargo, no hacía sino ponerle las cosas peor a Khanh, puesto que era un tipo sin experiencia de gobierno, que nunca había pensado en ser emperador y que, ahora que lo era, sobre tener que luchar contra un poder de clase mundial como el francés, carecía de ayuda y consejo de los hombres cultivados de su nación.
Débil y cada vez menos interesado en el poder, Dong Khanh decretó en 1886 que la mayor parte de sus poderes le fuesen transferidos a su representante en Tonkin o Kinh Luoc. Dos años más tarde, le cedió a Francia las ciudades de Hanoi, Hai Phong y Da Nang.
La dominación francesa en Viet Nam, además, tuvo la ventaja de que vino a coincidir con un periodo especialmente complejo para la monarquía Nguyen. Dong Khanh, el rey nenaza, murió de unas fiebres en 1889, y dejó al trono a un niño de diez años, Than Thai, que, de forma un tanto irónica, era hijo de Zuc Duc; esto es, el trono regresaba el primer heredero de Tu Duc (aunque tranquilos los partidarios de Dong, que su línea volvería a reinar). El mismo año en que Thai llegó a la mayoría de edad, 1897, Paul Daumier creó el primer gobierno general de la Unión Indochina, lo cual, en la práctica, significaba diluir homeopáticamente todavía más los poderes de la monarquía annamita. Entre otras cosas, en 1898, los franceses se atribuyeron la función de recaudar todos los impuestos en Indochina. Y ya se sabe que, cuando dejas que un Macron recaude por ti, ya te puedes ir despidiendo de la pasta. De hecho, en la Corte de Hue se aprobó que ningún acto de gobierno decidido por el Co Mat, o consejo de notables del Reino, sería ejecutivo sin el placet francés. Annam, por lo tanto, era objeto de un protectorado apenas cosmético, pues Francia ejercía la administración colonial de facto.
Esta situación provocó la escisión, ya permanente, entre los letrados. Algunos de ellos, muy apegados a las tradiciones confucionistas, seguían considerando al emperador del Hijo del Cielo y, por lo tanto, consideraban que nada tenía lógica en el Reino sin su concurso. El otro grupo consideraba muerta la auténtica monarquía viet con el exilio de Ham Nghi, y consideraban que todo rey posterior no había hecho otra cosa que comepollismo francés. En realidad, estos letrados eran tan confucionistas como sus ahora enemigos, puesto que llamaban a la lucha, pero para restaurar la tradicional monarquía annamita. Eran, pues, una especie de carlistas anticoloniales.
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