jueves, mayo 22, 2025

Viet Nam antes de Viet Nam (18): Los problemas del comunismo que se muestra demasiado comunista




Las primerasrelaciones
Reyes y revoluciones
Nunca te fíes de un francés
Nguyen Ai Doc
Tambores de guerra
El tsunami japonés
Grandeza y miseria de la Kempeitai
El Viet Minh
Los franceses hacen lo que mejor saben hacer (no definirse)
Dang vi qui, o sea, naniyori mo hitobito
El palo y la zanahoria comunistas
Puchimones contra podemitas
Aliados a pelo puta
Franceses y comunistas chapotean para no ahogarse
Vietnamitas listos + británicos estúpidos + periodistas gilipollas = muertos a decenas
Si tu ne voulais pas de bouillon, voici deux tasses
Francés busca indochino razonable
Los problemas del comunismo que se muestra demasiado comunista
Echa el freno, Madaleno
El factor chino
El factor USA
El problema de las tres mareas
Orchestal manoeuvres in the dark
O pacto, o guerra
Buen rollito por cojones
El acuerdo de 6 de marzo
El Plan Cédiletxe
No nos queremos entender
Dalat
Las inquietudes y las prisas del almirante D’Argenlieu
Calma tensa
La amenaza nacionalista
Fontainebleau bien vale unos chinos
Francia está a otras cosas
Memorial de desencuentros
Maniobras orquestales en la oscuridad (sí, otra vez)
El punto más bajo de la carrera de Ho Chi Minh
Marchemos todos, yo el primero, por la senda dictatorial
El doctor Trinh, ese pringao
Allez les bleus des boules!
D’Argenlieu recibe una patada en el culo de De Gaulle
París no se entera
Si los Charlies quieren pelea, la tendrán
Give the people what they want
Todas las manos todas, amigo vietnamita
No hay mus
El comunista le come la tostada al emperador
El momento del general Xuan
Conditio sine qua non con un francés: cobra siempre por adelantado
La ocasión perdida
El elefante chino entró en la cacharrería 


 


Contrariamente a lo que al menos parte de los franceses consideraban, el espíritu independentista en Viet Nam no sólo era generalizado, sino muy intenso. La convicción entre la población local en el sentido de que el final de la segunda guerra mundial, y la avenida de un nuevo orden mundial, debía incluir su libertad y autonomía nacional, era compartida por casi todos. Los vietnamitas creían en su llamado Comité de Liberación, entre otras cosas porque, en ese momento, era un órgano que cuando menos tenía una cierta apariencia representativa; un trampantojo de diversidad ideológica que, en realidad, no era tal.

Por debajo de Ho Chi Minh, había tres grandes grupos: por un lado, la vieja guardia comunista, los camisas viejas, casi todos exhibiendo sus cicatrices de largos años de prisión en establecimientos franceses, o de exilio en China o en la URSS. Estos relapsos militantes de primera hora eran ese componente radical, avanzar sin transar, que siempre se desarrolla dentro de un proyecto comunista. Cabe citar entre éstos a Ho Tung Man, Ha Ba Cang, que se había autobautizado Hoang Quoc Viet, o Tran Huy Lieu.

El segundo gran grupo era el equipo de profesores de la llamada escuela Thang Long (que es el barrio imperial de Hanoi). Hablamos de Huynh Thuc Kiang, Vo Nguyen Giap, Hoang Minh Giam o Dang Thai Mai. Asimismo, estaban los cuadros del Partido de los tiempos del Frente Popular, cuando habían sido legales (Pham Van Dong o Dang Xuan Khu). Casi todos ellos habían abrazado el marxismo, pero el no haber atravesado años de clandestinidad y de severos castigos personales, obviamente, hacía que sus puntos de vista fuesen diferentes. Además, casi todos ellos tenían una sólida formación francesa. Por ello, si eran furibundamente anticolonialistas, consideraban que la independencia de Viet Nam no debía producirse mediando una ruptura con Francia (nadie en sus cabales cierra una tubería por la que puede manar pasta).

El tercer grupo era el de los técnicos, por así decirlo. Si bien algunos habían salido de la Universidad de Hanoi, donde Duong Duc Hien (a quien hemos visto nombrado como ministro de Defensa) había hecho una política continuada de movilización estudiantil a favor del Viet Minh y el Partido Demócrata; en realidad, la mayoría tenían formación en universidades francesas. Asimismo, también estaban las Juventudes de Acción Católica, lideradas por Nguyen Manh Ha (que, sí, era católico; pero para que podáis valorar adecuadamente a la persona, debéis saber que su principal libro se titula La ruta de Ho Chi Minh hacia la salvación nacional).

Como digo, la presencia de estas sensibilidades o castas diferentes dentro de la revolución vietnamita hacía las veces de trampantojo de la pluralidad frente a muchos elementos de la sociedad local. Pero no dejaba de ser un trampantojo. Como siempre cuando hablamos de una estructura de poder comunista, el que mandaba era el Politburo, o sea el Tong Bo Viet-Minh como se llamaba concretamente. Allí las dos primeras tendencias eran las únicas que estaban representadas, y más o menos con iguales niveles de fuerza. Esto, sin embargo, también es abiertamente matizable, puesto que los irredentos de la primera tendencia siempre tuvieron claro que debían conservar el poder sobre la propaganda y los asuntos militares; con lo que, en la práctica, eran los comunistas de pata negra, los más radicales, los que acababan partiendo el bacalao casi siempre.

La revolución era hacia afuera, pero también lo era, y muy fundamentalmente, hacia dentro. El Viet Minh, como partido comunista que era, había aprendido mucho de la experiencia soviética, y sabía bien que para poder heredar y ejercer un poder absoluto, debía de tener un control absoluto. Así pues, su principal labor fue de pájaro cuco, echando del nido al resto de compañeros en la aventura de la independencia.

El 1 de septiembre, esto es antes incluso de que los comunistas declarasen la independencia, los grupos nacionalistas vietnamitas más abiertamente pro nipones, muy particularmente el Dai Viet, fueron disueltos y puestos fuera de la ley, mientras que sus dirigentes eran arrestados. Los comunistas se hicieron con la emisora de radio de Bach Mai y, sobre todo, comenzaron a incautarse de imprentas y resmas de papel para poder lanzar sus nuevos periódicos. Así nacieron Cuu Quoc, es decir La Salud Nacional, que fue el órgano oficial del Frente Viet Minh (en Hue tenía otro: Quyet Chien, o La Toma de Decisiones); y Doc Lap, es decir, Independencia, un periódico algo más moderado que era el órgano del Partido Demócrata. Con todas estas iniciativas, los comunistas consiguieron lo que siempre buscan: monopolizar la información. Se creó un auténtico Estado Mayor de maestres que coordinaban sin rubor todas las mierdas que escribían, todo ello bajo la atenta mirada de Tran Huy Lieu, el ministro de Propaganda, un ex VNQDD que aplicaba al marxismo con la fe del converso renegado. Sus obras como historiador todavía recibieron en los años noventa del siglo pasado el premio Ho Chi Minh.

El gobierno revolucionario publicó un decreto el 5 de septiembre por el cual ilegalizaba el régimen de los notables y lo sustituía por otro de los Comités del Pueblo (Uy-Ban Nhan-Dan). El 12 de septiembre Giap, en su condición de ministro del Interior, suprimía el mandarinato administrativo y judicial. Por mor de la norma, todos los funcionarios de estos dos cuerpos pasaban a ser considerados dimisionarios y dejaban de ejercer sus funciones (el sueño húmedo de más de uno: cesar en horas a todos los jueces que podrían condenarte y sustituirlos por obedientes perretes). Asimismo, desaparecía la jerarquía existente para ser sustituida por aquélla que definiesen los Comités del Pueblo a escala de aldea o ciudad, distrito, provincia o país.

Un decreto del 8 de septiembre decidió que las elecciones para la Asamblea Nacional Constituyente o Quoc Dan Dai Hoi tendrían lugar en los dos meses posteriores a la regulación de la Administración revolucionaria. Podrían votar todas las personas mayores de 18 años. El 23 de octubre, la fecha fue fijada en el 23 de diciembre; o sea, les faltó un cortacabeza para votar el día de la Lotería.

El decreto electoral fue la primera expresión de una política general de igualdad sexual en Viet Nam. Asimismo, los comunistas, hueros de apoyo en ese momento y necesitados de buen rollo, lanzaron inmediatamente una política especial de respeto a las muchas minorías existentes en la nación: los tho, los muong, los man, los meos, los möis. Todos ellos fueron declarados con los mismos derechos que los annamitas, y se decretó que tendrían representantes propios en la Asamblea (siempre y cuando tuviesen comunistas en su seno, claro).

El Viet Minh, asimismo, lanzó un programa de reformas sociales siguiendo el catón que habían aprendido en Moscú. Decretaron, por ejemplo, la jornada de ocho horas; una norma que, en un país fundamentalmente rural en el que el propio concepto de jornada era una licencia poética, debió de sonar a coña marinera. También se legisló un salario mínimo (huelga decir que el comentario anterior es igualmente aplicable aquí), las obligaciones del empleador, etc. Asimismo, en otra marca muy de los regímenes comunistas del Tercer Mundo en ese momento, se decretó la lucha contra el analfabetismo, aunque, como en unos años quedaría claro en la propia Indochina y en la Revolución Cultural, los comunistas, en realidad, no querían que la gente supiera leer para que leyese cualquier cosa, sino para que leyese sus mierdas, y sólo ellas.

Por supuesto, un régimen de corte comunista no está completo si no genera un total control sobre la educación de los ciudadanos futuros. Así, el 8 de septiembre se decretó, a través de tres normas distintas, el nuevo sistema de Enseñanza Popular que, entre otras cosas, declaraba obligatoria la enseñanza gratuita de la quoc ngu, la lengua nacional. Uno de esos decretos le daba un año a todos los vietnamitas para que aprendiesen a leer y escribir su lengua. Para lograr este objetivo tan ambicioso, se creó una estructura celular de control educativo, basada en cada aldea o barrio, con tres elementos que debían existir: el elemento pedagógico organizativo; el elemento de generación de manuales y libros; y, en tercer lugar, pero no por ello menos importante, el elemento que no puede faltar en todo sistema educativo comunista, destinado a hacer libres a las personas a través del conocimiento: el elemento de propaganda. A la LOMLOE Viet Minh no le faltaba de nada.

Los decretos en materia económica es muy posible que fuesen redactados por los cuadros del Viet Minh arrastrando el escroto. A menudo pasa en política que cuando no gobiernas prometes cosas por la boca que ni te las has pensado ni las has ponderado ni las has estudiado; y luego, el día que estás en el machito, te das cuenta de que mejor habrías hecho, el día que dijiste lo que dijiste, atándote un cordel alrededor de los huevos y tirando muy, muy fuerte. La propaganda del Viet Minh se había aplicado, de forma muy especial, en consolidar entre las gentes la sensación de que poder francés significaba, entre otras cosas, la exacción de impuestos. Así las cosas, los comunistas habían vendido el Viet Nam independiente como una especie de paraíso donde sólo pagarían impuestos Los Otros, es decir, los ricos. Cuando formaron su republiqueta, comenzaron a decirle a la gente que si derechos, que si igualdad de sexos, que si tal; pero la gente, obstinada en su egoísmo, no hacía más que contestarles: “Ya, pero, ¿y los impuestos?” Reos de su propia demagogia, pues, los comunistas, que necesitaban recaudar más que el rottweiller su mordedor, se tuvieron que cargar la estructura fiscal francesa de un plumazo. Tal y como habían prometido, los impuestos del mandarinato se iban todos a tomar por culo, para ser sustituidos por unos impuestos “justos y humanos”. Pero, claro, el problemilla está en que de eso no hay, sobre todo en el caso de que le hayas vendido a la gente que impuestos justos significa que no van a pagar.

El 7 de septiembre se abolió la tributación directa, que los comunistas habían etiquetado como “impuesto al esclavismo”. El 14, se cargaron el impuesto sobre las patentes. El 21, los pequeños propietarios quedaron exentos del impuesto sobre el patrimonio. En cuanto a los llamados impuestos de mercado, los impuestos a la sal o al arroz o a esas cosas, el gobierno se decidió por la cogobernanza, y dejó en manos de las villas la decisión; es decir, creó en la práctica la situación en la que aquellos lugares más prósperos podrían decretar la eliminación total o parcial de los impuestos, generando con ello más prosperidad aún; mientras que los pobres se comían los mocos.

En todas las villas del norte y centro del país comenzó la cacería del notable y del mandarín. Los hombres que habían sido la clase dominante del país fueron, en el mejor de los casos, simplemente molestados con un par de hostias; en el peor de los casos, murieron arrastrados por las calles. Siguiendo esa obsesión comunista por solidarizarse con lo peor de cada sociedad, las cárceles se abrieron de par en par; que yo, la verdad, no renuncio a que algún día algún devoto creyente comunista me explique qué tiene de marxista el gesto de permitir que un enculador de niñas de seis años pueda salir de la cárcel para seguir enculando niñas de seis años.

Como es fácil de imaginar, este conjunto de sólida labor legislativa provocó que, en las áreas dominadas por los revolucionarios, se generalizasen los “incontrolados”. El mecanismo siempre es el mismo: el comunismo oficial crea un estado de cosas en el que el monopolio estatal de la violencia deja de ejercerse, o deja de ejercerse en según qué casos que al Estado han pasado a parecerle que no merecen su protección; y, consiguientemente, surgen los “incontrolados” que, sabiendo que no van a ser reprimidos, se toman la justicia por su mano. Aquí y allá comenzaron a producirse las requisas “porque yo lo valgo” de bienes y haciendas pertenecientes a personas consideradas burguesas y, cómo no, fascistas. Los verdaderos fascistas procedieron a arrestar a aquéllos a los que ellos llamaban fascistas y, en no pocos casos, a asesinarlos con total impunidad. Nadie les pidió nunca cuentas y, de hecho, a día de hoy, puesto que la revisión histórica seria y desapasionada del Viet Nam en general y del Viet Minh en particular es cosa todavía por producirse; a día de hoy, digo, las víctimas de aquellas atrocidades, en buena medida, siguen esperando el reconocimiento y la reparación; y si fueron enterrados en alguna fosa común, no hay quien quiera buscarla; y tengo yo por mí que no son contabilizados en esa famosa frase según la cual "España es el segundo país del mundo con más fosas comunes, después de Camboya". No dejan de ser muertos fascistas, qué coño.

Como ya hemos visto en el caso de los impuestos, los revolucionarios habían decidido descentralizar, no tanto el poder, puesto que el poder un comunista nunca lo suelta, como las decisiones de poder, en los comités del pueblo de cada villa. Esto generó un Annam del norte muy parecido a la Cataluña de la Guerra Civil Española. Es decir, un régimen de reyezuelos que, en el espacio de su aldea, mandaban más que dios y decidían sobre las vidas y la virginidad de quien les apetecía.

Se da la circunstancia de que en el percorrer de estos procesos “incontrolados”, diversos personajes en cuya desaparición física el Viet Minh tenía un vivo interés le hicieron el inestimable favor de cascarla. Entre éstos, destacan Pham Quynh y Ngo Dinh Khoi, ambos desaparecidos cerca de Hue y reaparecidos ya cuando tenían puesto el traje de zombie; o el líder trotskista Ta Thu Thau, arrestado y ejecutado cuando viajaba de Hue a Saigón; o Bui Quang Chieu, un provecto político del Partido Constitucionalista; o Ho Van Nga, jefe del Partido de la Independencia. En esta lista hay personas de formaciones que, de hecho, estaban confluyendo con los comunistas. Esto confirma la frase que un día me dijo un viejo socialista, de los de los tiempos de la Transición: cuando un comunista te sonríe de oreja a oreja, te pasa un brazo por los hombros y te explica lo mucho que te admira, la más inteligente de las respuestas es: “no entraré a ese trapo”.

Por mucho que los comunistas lo vienen intentando desde hace unos 150 años, todavía no han encontrado la fórmula mágica para evitar la principal consecuencia de estas cosas: que la gente piense por su cuenta y acabe por concluir que eres un hijo de puta. A día de hoy, los comunistas han aprendido mejor que nadie a hacer ingeniería social, a dominar a los pueblos, a obligarlos a estudiar, a hablar, a opinar en voz alta lo que ellos quieren; pero todavía no han logrado que, en la privacidad de sus mentes, no puedan seguir siendo libres. Éste fue el problema que se le presentó a Ho Chi Minh: ante aquel caos absoluto, aquella feria de sangre y heces, la gente empezó a pensar que el Viet Minh era una ful. Hacía falta darle un giro a las cosas. Hacía falta ser menos revolucionarios y más independentistas, porque el punto en el que los comunistas y el resto de los vietnamitas se encontraban era ése: el anhelo de la independencia.

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