Un niño en el que nadie creyó
El ascenso de Godoy
La guerra en el mar
Trafalgar
A hostias con Godoy
El niño asustado y envidioso de Carlota
Escoiquiz el muñidor
La conspiración de El Escorial
Comienza el proceso
El juicio se cierra en falso y el problema francés se agudiza
Napoleón aprieta
Aranjuez
Los porqués de una revolución
C'est moi le patron
Francia apremia
La celada
El día que un vasco lloró por España delante de un rey putomierda
Bayona
Napoleón ya no se esconde
Padre e hijo, frente a frente
La carta del rey padre
La (presunta) carta de Fernando
La última etapa en la hoja de ruta de Napoleón
El 2 de mayo se cocina
Los madrileños no necesitamos que nos guarden las espaldas
De héroes, y de rocapollas
Murat se hace con todo, todo y todo
La chispa prende
Sevilla y Zaragoza
Violentos y guerrilleros
La Corte de Bayona
Las residencias del rey padre
Bailén
La "prisión" de Valençay
Dos cartas que dan bastante asco
Un ciruelo tras otro
El Tratado de Valençay
¡Vente p'a España, tío!
El rey, en España
El golpe de Estado
Recap: por qué este tío nos ha jodido
El día
15 de diciembre, el general Palafox llegó a Valençay e,
inmediatamente, comenzó a realizar repetidos conciliábulos con los
Borbones, con Escoiquiz y con Macanaz; muchas veces los españoles
estaban solos, en otras La Forest les acompañaba. La figura de
Palafox se hizo cada vez más importante, por ser un escaso ejemplo
de personaje admitido como adecuado por ambas partes. Los españoles
confiaban en él, y los franceses, en palabras de La Forest, eran
conscientes de que, si bien el militar tenía cosas que reprocharles,
sabía sacrificarlas.
En esos
tiempos ya, el Iván Redondo confesional del rey, o sea Escoiquiz, a pesar de la distancia que ha labrado Fernando respecto de él, demuestra, de alguna manera, ser el asesor de los
Borbones que tiene una idea más clara de la situación. En sus
conciliábulos con La Forest, es totalmente preciso al diagnosticarle
una situación en la cual, sin duda, la Regencia aceptará a Fernando
con pasión; pero, sin embargo, asume que no va a mover ni un ápice
su posición en torno a la Constitución de Cádiz. Escoiquiz, por lo
demás, aprovecha hábilmente la ausencia de San Carlos, en España;
y de Macanaz, enviado a París a arreglar un préstamo de los
franceses para pagar el viaje a España del rey, para recuperar la
cercanía a Fernando, quien ahora lo ve diariamente varias veces.
El día
de Navidad llega a Valençay la primera carta de San Carlos. Lleva
fecha del 16 desde Perpiñán. Por esos días, La Forest informa a
París que, sin duda, Fernando se va a apoyar en su hermano Carlos,
mucho menos en su tío Antonio, el tonto del culo, puesto que,
explica el francés con lenguaje correcto, “es del todo inhábil
para los negocios”. Asimismo, le confirma a Napoleón lo que ya es,
desde luego, totalmente claro, y es que San Carlos y Escoiquiz, y no
necesariamente por este orden, son, y seguirán siendo, sin duda, los
Ivanes Redondos del rey absoluto.
Los días
pasan y Escoiquiz, muy especialmente, se muestra cada vez más
preocupado por la falta de noticias de San Carlos. Asume, en ese
punto, que la Regencia no ha aceptado las condiciones de Valençay;
o, peor, que quien no las ha aceptado es Inglaterra; porque eso,
recuerda, significaría la pérdida de las colonias. Siempre según
La Forest, continúa, además, la continuada propaganda
anticonstitucional del canónigo, propaganda que mueve a los Borbones
a convencerse de que los gaditanos pretenden “reducir a la nada la
autoridad real”, lo que les lleva a pensar que “su propio interés
está más de acuerdo con el de Francia que con el de Inglaterra”.
Terminado
el mes de enero, toda la noticia que tienen en Valençay de San
Carlos, leída en un periódico, es que el 23 de diciembre pasó por
Manresa. Los Borbones, un tanto desesperados, piden pasaporte para
otro de sus hombres, Zayas; aunque, en realidad, lo que quiere hacer
Fernando, como dijo desde el principio, es ir personalmente. Los
franceses ya no se cortan al darle acceso a la prensa que le deja
claro que los españoles lo adoran.
La
zozobra durará hasta el 12 de febrero, día en el que San Carlos se
deja ver de nuevo por Valençay.
La
primera gran novedad del viaje de San Carlos, según refirió él
mismo, se produjo antes de llegar a Madrid, cuando entró en España
por Cataluña. Ése fue el momento en que fue informado del decreto
de 1 de enero de 1811, aquél por el que las Cortes declaraban ilegal
cualquier acto de Fernando mientras fuese un prisionero. Este decreto
se cargaba, de hecho, la misión del buen duque, pues sus
previsiones, claramente, también abarcaban al propio Tratado de
Valençay. Con estas dudas en la cabeza, San Carlos había llegado a
Madrid el 4 de enero, aunque se puso en movimiento enseguida a
Aranjuez para salir al encuentro de Cortes y Regencia. Con la
Regencia ya se pudo ver el día 5 en el Palacio Real; y las Cortes no
abrieron sesiones hasta el día 15 en el teatro de los Caños del
Peral.
La
Regencia contestó a la carta del rey, que San Carlos traía junto
con el Tratado, con gran rapidez; signo inequívoco de que en su
seno, si hubo discrepancias, hubieron de ser menores. En dicha
respuesta, la Regencia insistía en hacer notaría del decreto de
1811 y, apoyado en dicha norma, añadía que se excusaba “de hacer
la más mínima observación acerca del tratado de paz”. Tras
entregar dicha respuesta, el día 8 la Regencia le aconsejó a San
Carlos que se marchase lo antes posible a Valençay, cosa que hizo al
día siguiente, la verdad, encantado de la vida de pirarse. Sabemos
por diversos testimonios que se marchó de Madrid lógicamente
desilusionado con el resultado de su gestión, algo que le había
llevado a confiar totalmente en la capacidad de Napoleón de imponer
la vuelta del rey.
Palafox,
por su parte, había tenido más dificultades en su viaje, por lo que
el 5 de enero, cuando San Carlos ya estaba hablando con los regentes,
estaba todavía en Gerona. Llegó a Madrid el día 13; la Regencia
contestó a la carta que el general llevaba del rey remitiéndose a
lo ya expresado en la respuesta que llevaba San Carlos.
A la
llegada de San Carlos, en Valençay todo el mundo se aplicó a tratar
de desarrollar alguna teoría viable que permitiese circunnavegar el
famoso decreto de 1811. La Forest fue de la opinión de que dicho
decreto no le era aplicable al tratado de paz, pues el decreto era
hijo de las pretendidas intenciones de Napoleón de anexionarse para
Francia todo el territorio español más allá del Ebro; pero, como
quiera que ahora Francia no tenía aspiraciones territoriales sobre
España, la situación era otra. Esta matización, sin embargo, poco
resolvía, pues la Regencia difícilmente iba a aceptarla.
Así las
cosas, los Borbones no tuvieron otra que pedir el comodín de la
llamada, razón por la cual el mismo día 13 San Carlos salió hacia
París, con la misión de contarle la movida al emperador, que era
quien tendría que maquinar una solución. Sin embargo, el que estaba
mal informado era San Carlos. Los Borbones pronto le enviaron
instrucciones de que no le contase la negativa de la Regencia al
emperador. ¿Qué había pasado? Pues, en primer lugar, que Napoleón
estaba perfectamente informado de todo antes incluso de que San
Carlos dejase el palacio.
Y, en
segundo lugar, que la solución de Napoleón fue sacar adelante el
tema de cualquier manera.
El día
8, el emperador había ordenado ya a su gente que se permitiese salir
a los Borbones de Valençay, si bien de riguroso incógnito.
Asimismo, activó la salida de las tropas de Vietnam. La Forest fue
informado el 10 de esta intención y se la debió de comunicar a los
Borbones, tal vez, al mismo tiempo que San Carlos llegaba con sus
noticias. Por eso Fernando quiso cambiar las instrucciones de su
asesor, cosa que no pudo hacer por la dificultar que presentaba
encontrarlo; consideraba que, si le iban a dejar que se fuera, él
mismo ratificaría el tratado.
San
Carlos, en todo caso, no llegó a entrevistarse con Napoleón, sino
con Henri Jacques Guillaume Clarke, duque de Feltre, ministro de la
Guerra. Feltre se limitó a confirmarle que había luz verde para
arreglar el viaje, por lo que San Carlos estaba el 16 otra vez en
Valençay para organizarlo. A causa de la lógicamente enorme
cantidad de trabajo que tenía sobre sí Feltre, el asunto español
fue delegado a Alexandre Maurice Blanc de la Nautte, conde de
Hauterive. Hauterive envió a Valençay a un propio de su confianza,
Jean Baptiste Petry, que llegaría a ser cónsul general de Francia
en Madrid en 1823, con órdenes tajantes de Napoleón de terminar
aquel asunto lo antes posible.
Las
cosas, sin embargo, no terminaban de apañarse. Tan estancada está la
cosa que La Forest termina por aconsejar a San Carlos que vuelva a ir
a París e intente entrevistarse con Napoleón, cosa que éste hace
el 28 de febrero. Según La Forest, que así lo dice en sus cartas,
el problema procede de la camarilla de los Borbones, donde hay gente
(que, que yo sepa, nunca identifica) que quiere prolongar la estancia
de Valençay; pero lo cierto es que el mayor problema proviene de la
propia policía francesa, la cual tenía una orden tajante de
Napoleón de no extender pasaporte alguno a los inquilinos de
Valençay que llevase la firma del propio Napoleón; orden que,
aparentemente, nadie había modificado.
No es
hasta el día 8 de marzo que empiezan a llegar algunos pasaportes. El
día 9, San Carlos está de nuevo en Valençay, ya con todo a punto
para el viaje. Y al día siguiente el coronel Zayas, que es uno de
los beneficiados por la llegada de los primeros salvoconductos,
emprende camino a España, para preparar las cosas. En las últimas
jornadas, el principal problema es el dinero. Fernando viajó
acompañado de un numeroso séquito y de un equipaje muy abultado;
necesitaba pasta y, contra lo que había calculado, la renta del mes
de marzo los franceses no la pagaron. Así pues, Macanaz hubo de ir a
París y de conseguir de ellos, cuando menos, una cantidad para lo
fundamental (o lo que ellos consideraban lo fundamental, más bien).
El
domingo, 13 de marzo de 1814, los Borbones oyen su última misa en la
capilla del palacio de Valençay. A las diez, montan en sendos
carruajes. Antes de subir al suyo, Fernando saluda al sacerdote
local, y le dice: “Pedid a Dios, señor cura, para que no echemos
nunca de menos Valençay”.
No las
tiene todas consigo.
Algo más
de un mes antes de la salida de Fernando de Borbón de su dorada
prisión francesa, las Cortes españoles, a pesar de no haber querido
firmar el tratado que les había propuesto San Carlos, decretan, ya
casi seguras del regreso del rey, instrucciones para el recibimiento
del monarca. En dicho decreto se establece que: “no se reconocerá
por libre al Rey, ni por lo tanto se le prestará obediencia, hasta
que en el seno del Congreso nacional preste el juramento prescrito en
el artículo 173 de la Constitución”.
Complementariamente
a éstas y otras normas, la Regencia desarrolló unas instrucciones
para el ejército, concretamente al conde de Abisbal, Manuel Freire, y
Francisco de Copons, éste último muy implicado en todos los
movimientos orquestales anteriores vinculados a los movimientos de
San Carlos. Buscaba la Regencia que Fernando no entrase en España
por donde él quisiera o le conviniese, sino por un itinerario
prescrito por la propia Regencia. Como se ve, ambas partes sabían
muy bien que no podían fiarse la una de la otra.
Por
cierto, que las Cortes, en esos días, tomaron una decisión que hoy
se nos antoja difícil de creer: según la misma, el día que fuese
oficial el viaje de regreso de Fernando, todos los diputados cederían
su dieta de ese día para acopiar con ese dinero un dote matrimonial.
Esa dote sería para la mujer que aceptase casarse con el granadero
soltero más antiguo del ejército.
En todo
caso, conocedores de los intensos problemas de liquidez con que
Fernando estaba verificando el viaje, también se acopió un sobre
con mil doblones, preparado para ser entregado en mano al propio rey.
El día
24 de marzo, Zayas llegó a Madrid, de avanzada de Fernando, quien
como sabemos ya estaba en camino. Portaba una carta del propio rey,
que terminaba con este breve párrafo: “En cuando al
restablecimiento de las Cortes de que me habla la Regencia, como a
todo lo que puede haberse hecho durante mi ausencia, que sea útil al
Reyno, merecerá mi aprobación como conforme a mis reales
intenciones”.
La
ratita escondía la colita.
"...el coronel Zayas..."
ResponderBorrar¿Otra degradación? Don José Pascual de Zayas y Chacón era mariscal de campo (general de división) en aquella época.
Eborense