lunes, marzo 30, 2020

Fernando (13: los porqués de una revolución)

Tenéis el hilo de comentarios abierto para opinar: ¿preferís que sigamos a saco con la historia de Fernando VII para que así no perdáis el hilo; o preferís que lo vaya trenzando con la próxima historia (la de Roberto Calvi, el ahorcado del puente de Black Friars)?

El pueblo vota.

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Ya hemos pasado por esto:

Un niño en el que nadie creyó
El ascenso de Godoy
La guerra en el mar
Trafalgar
A hostias con Godoy
El niño asustado y envidioso de Carlota
Escoiquiz el muñidor
La conspiración de El Escorial
Comienza el proceso
El juicio se cierra en falso y el problema francés se agudiza
Napoleón aprieta
Aranjuez


El conde de Toreno, otro de los testigos presenciales de aquel quilombo, es quien le otorga un protagonismo especial en la manipulación de las turbas al Tío Pedro quien, según él, fue toda la noche de aquí para allá soliviantando al personal. Según su relato, entre las once y las doce de la noche, con todo ya bastante complicado, fue el momento en el que la mujer de Godoy, Josefina Tudó, escogió para tratar de escabullirse embozada. Fue sin embargo descubierta, lo cual provocó una reyerta en la que se escuchó un disparo. Parece ser que unos tomaron ese disparo como una señal para defender a la mujer del príncipe de la paz (cosa que probablemente no pudieron hacer, y es por eso que el caballerizo Blissy la vio llegar a palacio ensangrentada y con las ropas hechas jirones) , otros para iniciar la revolución, pues una turba de personas, siempre según Toreno, dirigidas por criados de Palacio y “caballerizos del infante don Antonio” asaltaron la casa de Godoy. Toreno termina su relato con una alabanza de las gentes del pueblo que entraron en la casa de Godoy, los cuales, en un discernimiento tan curioso como difícil, si no imposible, de creer, se aplicaron a destruir y a quemar los excesivos oropeles de un hombre tan rico, como los muebles; pero respetaron los signos de poder, como los collares regalados por el rey. También dice Toreno que ese mismo pueblo, juzgando a Josefina Tudó una víctima más de las maniobras de su marido, la respetó y llevó a Palacio tirando de su berlina; cosa también bastante discutible, como bien sabía ya, a esas alturas, la otrora reina María Antonieta.
Benito Pérez Galdós, que nada dice de la huida de la mujer de Godoy como inicio de la revolución, sí dice, sin embargo, que ésta pudo comenzar por ver los agitadores una luz encendida en una ventana de Palacio; luz que sería, pues, la señal para comenzar el ataque. De esta manera, el ilustre literato parece apuntarse a la teoría de que la movida la comenzó Fernando, quien ya estaría conchabado con los conspiradores para ello. A mí, sinceramente, me cuesta creerlo. El relato que a mí me parece más espontáneo y probablemente sincero, el del caballerizo Blissy (escrito en mal francés y con notables faltas de ortografía, entre otras escribir, en casi todos los casos, Godoil en lugar de Godoy) viene a sugerir que Fernando difícilmente estaba en el diseño de una conspiración que, según estas notas, fue generada más bien por los criados de Palacio. Hay que hacer notar, sin embargo, que historiadores muy cercanos a los hechos, como Estanislao Vayo, defienden esta especie: “disparó el guardia Merlo un tiro, que después atribuyeron algunos al oficial Truyols, compañero de la condesa. Al oírlo el príncipe de Asturias, puso una de las luces de su cuarto en la ventana que miraba a aquella parte, señal convencida para que comenzase todo el tumulto”.

En fin, fuera cual fuera la mano fautora, aquí lo importante son las consecuencias. Y las consecuencias fueron, en la madrugada del 18, la firma de un decreto por parte del rey Carlos exonerando a Manuel Godoy de sus cargos de generalísimo y almirante.

Cuando Madrid conoció la caída de Godoy, el pueblo se entregó a mayores excesos, si cabe, que los que había realizado en Aranjuez. Se saquearon su casa, la de su madre, la de su hermano Diego, la de su cuñado el marqués de Branciforte, la de un ministro considerado su parcial, y la de otros amigos suyos. Leandro Fernández de Moratín, que vivía en la calle de Fuencarral, tuvo que escapar de su casa por una ventana, dado que una vecina suya, cabrera y tuerta, excitó a las masas contra él. Luego las rebeliones se fueron extendiendo por toda España.

En la noche del 18 al 19, el rey temía nuevos tumultos, y los temía con lógica, pues era aquél un proceso que se había disparado y ya resultaba muy complicado avizorar cómo y cuándo podría parar. Temeroso como estaba, Carlos rogó a los miembros de su gobierno que durmiesen todos en Palacio, para así evitar la multiplicación de objetivos si las cosas se ponían mal.

El 19 por la mañana, Caballero, que como acabamos de leer había dormido en Palacio, solicitó dispensa del rey para ir un momento a su casa, dispensa que le fue concedida. Una vez en su domicilio, Caballero se encontró allí al príncipe de Castelfranco, que estaba acompañado por dos capitanes de corps: el conde de Villariezo y el marqués de Albudeyte. Los tres le pidieron les llevase a la presencia del rey, pues tenían una importante novedad para él. Una vez en la cámara regia, le comunicaron al rey que habían sabido que la noche siguiente se iba a producir una asonada peor todavía que la anterior. Caballero (que es la fuente de este relato, por lo que hay que cogerlo con pinzas) reaccionó afirmando que había que defender al rey, y proponiendo la llegada de nuevas tropas a Aranjuez y el despliegue de la artillería. Los militares, por su parte, le habrían contestado que sólo el príncipe de Asturias podía resolver aquella situación. Así las cosas, los reyes parlamentaron con su hijo, quien aseguró no saber nada de conspiraciones, y se ofreció a usar a sus criados para tranquilizar a las turbas.

Con todas las dificultades que ofrecen todos estos relatos, que son relatos de parte y, por lo tanto, acuciados por la memoria selectiva, a mí me quedan, cuando menos, ciertas sospechas. Os diré, por lo tanto, lo que yo creo.

Yo creo que el motín de Aranjuez fue, como el de Esquilache, un motín de sólida base espontánea, pero claramente excitada. Esto es: el personal le tenía muchas ganas a Godoy y estaba muy mosqueado con los rumores que seguramente había oído, fibrilados por las personas que vivían en Palacio, de que los reyes querían huir. Con seguridad, atribuían esa intención al príncipe de la paz (y es que lo era) y estaban dispuestos a luchar hasta donde, claramente, el primer ministro in pectore no estaba dispuesto, puesto que el pueblo español no tenía nada que ganar en una entente con Napoleón; pero reyes y príncipes, como la Historia demostraría pronto, veían las cosas de otra manera.

¿Quién trufó Aranjuez de tíos pedros, tuertos movilizadores y otros agitadores más o menos profesionales? Pues yo creo, sinceramente, que fue el pérfido francés. Beauharmais, el maniobrero embajador francés en Madrid, era uno de los hombres mejor informados sobre la situación en Palacio, sobre las fortalezas y debilidades de Godoy. Yo creo que a finales del primer invierno de 1808 Napoleón ya había decidido que se iba a deshacer de Godoy y de los Borbones; en el momento que conociese los planes de los reyes de marcharse a Cádiz, pasar a Gibraltar y hacerle una como le habían hecho los reyes de Portugal, se convenció de que tenía dos posibles estrategias: o invadir España con todas las de la ley, un gesto brusco y desabrido que corría el peligro de destrozar el frágil equilibrio europeo que necesitaba mantener para aislar a Inglaterra; o hacerlos caer por otras vías.

Yo imagino, pues, que el pueblo de Aranjuez fue manipulado por agentes franceses cuyo objetivo, por cierto, no era Godoy, sino los reyes; todos ellos, es decir, todos los Borbones. Es normal que un francés cocinado en los fogones de la Revolución Francesa reputase a un pueblo perfectamente capaz de echar a sus reyes absolutos o, incluso, de decapitarlos o matarlos a hostias; en esto fue en lo que se equivocó, como habría de reconocer ya en Santa Elena.

En este relato de los hechos que me hago, cuando menos en mi actual nivel de conocimiento, creo que Fernando de Borbón ni siquiera era consciente de estos movimientos. No tiene lógica que los franceses le informasen de ello o buscasen su complicidad, si lo que querían era echar a los Borbones. Otra cosa, sin embargo, es el papel fundamental que, para mi gusto, juegan a partir de un determinado momento del día 17 los criados de Palacio, a los que reputo descaradamente fernandinos y que, en la convicción de que los reyes van a marcharse dejando atrás al príncipe y, por lo tanto, considerándolo víctima propiciatoria, cabeza de turco, resuelven defenderlo y, entre otras cosas, se apuntan al trabajo de agitación que ya están haciendo otros.

En esas circunstancias, todo lo genera un disparo realizado en mal momento y de exégesis equívoca; mi creencia sincera es que no fue un movimiento diseñado y planificado, sino dictado por la espontaneidad. Ese disparo, los movimientos de tropas que genera (que, nos insinúa Toreno, bien pudieron convencer a muchos que eran movimientos realizados para cubrir la huida de los reyes), y la escena previa de la que es protagonista la mujer de Godoy (a la que yo, contrariamente a lo que escribe Toreno, creo que apalizaron hasta dejarla ensangrentada) enardeció a las masas lo suficiente como para irse a por la casa de Godoy; donde se encontraron a unas tropas muy poco motivadas en su contra. Porque ése es otro factor a tener en cuenta: aquella noche, en unas horas, un soldado al que Godoy cree fiel lo traicionará cuando él se le presente para pedirle agua y su uniforme; e, ítem más, el ministro Caballero, en su entrevista con el rey y los guardias de corps que lo esperaban delante de su casa, se muestra partidario de traer tropas de Ocaña “que seguramente no están corrompidas”; signo inequívoco de que tiene claro que las tropas presentes en Aranjuez, tal vez, han sido influidas (¿compradas?)

A partir de aquí, y sólo a partir de aquí, es cuando se produce el concurso de dos fuerzas distintas, las dos apoyadas en el motín de Aranjuez: por un lado, Fernando, quien más que probablemente se ha rehecho del miedo y la incertidumbre en algún momento de la noche del 17, empieza, con seguridad, a recibir inputs como los que Villariezo, Albudeyte y Castelfranco le dijeron al rey: esto ya sólo lo soluciona usted. En el motín anti Godoy me parece claro que interviene para apaciguar a algunos de los violentos, lo cual le sirve para darse cuenta de que el pueblo está con él y que se ha convertido en la pieza fundamental de ese complicado ajedrez.

Doy por ciertas las advertencias que se le trasladan al rey a través de las guardias de corps. Son consistentes con el relato que imagino. Quienquiera que fuese que inició el motín de Aranjuez (que, como he dicho, yo creo que fueron los franceses) no se ha quedado contento con el resultado: Godoy ha sido apartado, pero Carlos IV de Borbón sigue siendo rey de España, tal vez incluso se ha consolidado como tal al haberle entregado a los españoles el cadáver político que ellos demandaban; y, por lo tanto, los riesgos inherentes a su huida hacia el sur siguen vigentes. Tiene lógica, en este sentido, que se preparase una revolución sobre la revolución.

El problema para los franceses es el mismo que casi siempre se le plantea a los conspiradores: montar un proceso reivindicativo popular, una revolución, es una acción que la comienzas tú, pero te la termina la gente, y te la termina a su puta bola. Como le da la gana. Uno de los grandísimos errores que han cometido muchos historiadores españoles y no españoles en los últimos ciento cincuenta años, error que es acojonante que se cometa porque las pruebas de la verdad son abrumadoras, es infravalorar el amor de los españoles por sus reyes. Es éste un fenómeno que afecta particularmente a algunos monarcas, y yo diría que más que a ninguno, a Carlos II. Este rey medio lerdo, impotente y pusilánime es juzgado como tal por los espectadores del futuro, que es nuestro presente, quienes asumen demasiadas veces que, si sus taras son razones más que suficientes para que ellos lo desprecien, entonces el pueblo español debió despreciarlo también en su tiempo. Ni modo. Sé que es paradójico, pero pocos reyes ha tenido España más queridos, más reverenciados, que ese monarca que era, como diría Amador Rivas, un borderline que te cagas.

En 1808 estábamos en la misma situación. Los españoles, incluso sin tener una cultura ni una información muy relevante, sentían que le debían a Felipe V la pervivencia de la nación como tal; y reverenciaban a un rey como Carlos III, monarca que tuvo sus limitaciones y cometió graves errores pero que, sin embargo, tal vez por la necesidad que tenía España de un monarca así: austero, amigo de los ilustrados templados, predecible, rajoyano, fue admirado ya durante su mandato. Como consecuencia de estos dos efectos combinados, Carlos IV, quien probablemente no era muy diferente de sus antecesores pero tuvo la mala suerte, para él, de ser contemporáneo de unos hechos históricos que no le iban a permitir ser un maula y sobrevivir a pesar de ello; Carlos IV, digo, no pasó la prueba del algodón del cariño popular; y su reacción, que fue entregar el gobierno entero de la nación en manos de la persona que consideró más capaz para ello (pero no lo era) fue, simple y llanamente, echar gasolina a la hoguera.

Eso de reaccionar a la figura de Carlos IV y su valido abrazando el republicanismo es postura contemporánea (y en ese pecado de presentismo cae mucha gente); pero no fue, desde luego, lo que sintió el pueblo español. El pueblo español, como siempre que se decepciona con A, desarrolló una admiración mesiánica hacia B; en exagerando los defectos del odiado, exageró las virtudes del amado. Porque si un efecto ha tenido siempre la sociedad española ha sido contemplarlo todo, o casi todo, como si fuese un Madrid-Barça. Éste fue un proceso en el que Fernando de Borbón fue ganando enteros a marchas forzadas; fenómeno que los franceses que, la verdad, lo consideraban el tontopollas que básicamente era, no supieron ver. Así las cosas, los conspiradores franceses se fueron a Aranjuez sin tener instrucciones para gestionar este elemento colateral. Sus agitadores, en las tabernas, hablaban y no paraban contra el rey felón, su mujer la casquivana, y el listillo que se beneficiaba de todo a costa del pueblo; y no midieron que, de haberlo hecho bien, también deberían haber atacado al príncipe de Asturias, cosa que, creo yo, no hicieron.

Así las cosas, el día 19 habrían de encontrarse con una sorpresa.

10 comentarios:

  1. Fernando VII a saco.

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  2. Anónimo12:27 p.m.

    Fernando VII a saco hasta el final

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  3. Tentado por Roberto Calvi, a saco con la P2.

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  4. Yo voto por intercalar la historia de Roberto Calvi

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  5. Anónimo5:50 p.m.

    El felón, porfa

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  6. Roberty Calvi, por favor :)

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  7. Anónimo1:17 a.m.

    Josefina Tudó no era entonces (todavía) la esposa de Godoy. Era su amante oficial, porque vivía separado de María Teresa de Borbón. Pero no estaban casados.

    En tu análisis del motín echo de menos una mención al papel del batallón de Reales Guardias que casualmente estaba por allí, y al mando nada menos que del Duque del Infantado.

    Eborense

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