lunes, abril 20, 2020

Fernando (28: la chispa prende)

Aquí están todos los capítulos presentes y futuros de esta serie. Los enlaces irán apareciendo conforme se publiquen.

Un niño en el que nadie creyó
El ascenso de Godoy
La guerra en el mar
Trafalgar
A hostias con Godoy
El niño asustado y envidioso de Carlota
Escoiquiz el muñidor
La conspiración de El Escorial
Comienza el proceso
El juicio se cierra en falso y el problema francés se agudiza
Napoleón aprieta
Aranjuez
Los porqués de una revolución
C'est moi le patron
Francia apremia
La celada
El día que un vasco lloró por España delante de un rey putomierda
Bayona
Napoleón ya no se esconde
Padre e hijo, frente a frente
La carta del rey padre
La (presunta) carta de Fernando
La última etapa en la hoja de ruta de Napoleón
El 2 de mayo se cocina
Los madrileños no necesitamos que nos guarden las espaldas
De héroes, y de rocapollas
Murat se hace con todo, todo y todo
La chispa prende
Sevilla y Zaragoza
Violentos y guerrilleros
La Corte de Bayona
Las residencias del rey padre
Bailén
La "prisión" de Valençay
Dos cartas que dan bastante asco
Un ciruelo tras otro
El Tratado de Valençay
¡Vente p'a España, tío!
El rey, en España
El golpe de Estado
Recap: por qué este tío nos ha jodido

España, pues, no tenía gobierno para comandar una rebelión; tanto es así que el conde de Toreno nos cuenta en sus memorias que Arias Mon, uno de los más importantes miembros del ejecutivo español, pasó la tarde del 2 de mayo durmiendo su siesta diaria, mientras en la calle ocurría la mundial. A falta de un gobierno que, en nombre legítimo de la monarquía española, se declarase en todo frente al francés y se convirtiese, con ello, en comandante y centro de la resistencia que llamamos Guerra de la Independencia, los españoles tuvieron que rascarse su propia entrepierna por sí mismos y en soledad. Esto lo hicieron echando mano de sus dos tendencias, cuando menos entonces, más acendradas: el respeto hacia los capelos a la hora de obedecer, y la tendencia federalista. En España hay mucho historiador, y mucho más licenciado en Geografía e Historia, que, como tiende a considerar que la nación española nació con las Cortes de Cádiz torna a creer en la idea básica de que, antes de dicha reunión sureña, lo que hubo en materia de organización estatal apenas tiene importancia. Pero lo hubo; y fueron una serie de ensayos de organización estatal sin los cuales, sin su relativo éxito dentro del caos quiero decir, nada habría podido pasar en 1808, y en 1812 salvo, el mero sometimiento de España a los franceses.
Esos experimentos, de los los que no se habla, fueron breves dictaduras locales, normalmente dirigidas por sacerdotes: el padre Rico en Valencia, el padre Gil en Sevilla, fray Mariano de Sevilla en Cádiz, el padre Puebla en Granada, el obispo Menéndez de Luarca en Santander. Los zaragozanos lucharon por la virgen del Pilar, mientras los gerundenses lo hacían por San Narcisco. Los españoles (o, perdón, los que casi-eran-españoles-ya) se alzaron en defensa de los privilegios que les otorgaba la antigua monarquía y, sobre todo, en defensa de su religión frente a unos franceses que, en su visión, la negaban (y, bueno; es que la negaban).

Un hombre, un extremeño, abandonó Madrid en los últimos estertores de la jornada de mayo de 1808, cuando ya el Parque de Artillería era de los franceses y, en consecuencia, todo estaba perdido. Se trataba de Esteban Fernández de León. Se detuvo en Móstoles a cambiar los caballos, y aquel descanso le llegó para poder relatar de primera mano los sucesos de Madrid a Juan Pérez Villaamil, que era auditor general del Consejo del Almirantazgo y director de la Real Academia de Historia, que se encontraba en la villa por ser ésta más propicia que la capital para la curación de sus achaques. Fue Villaamil quien, enardecido por el relato de su amigo extremeño, tuvo la idea de distribuir la noticia de la jornada de Madrid entre los pueblos de la zona. Conforme los relatos fueron expandiéndose, Andrés Torrejón, que era alcalde de la villa en representación de los pecheros (o sea, del pueblo llano que pagaba impuestos) propuso declararle la guerra al emperador, propuesta en la que hizo entrar a Móstoles en la Historia como primera villa de España que le declaró la guerra al francés; declaración que, en un rapto de corrección política, creo recordar que han cerrado ya, cosa que no se debe de hacer, pues el español que sea mínimamente versado en Historia mejor hará en pensar del francés lo que piensan los catalanoparlantes entre ellos: si no te l'a feta, te la farà. Simón Hernández, que era alcalde de la villa por los hijosdalgos, no presentó problema alguno a la hora de estampar su propia firma en la proclama.

Pedro Serrano, el postillón que había llegado a Móstoles con Fernández de León, se ofreció a hacer de Paul Revere y distribuir la proclama por los pueblos de Madrid. Tanto él como las personas, seguramente de su oficio, cuya colaboración acaso buscó, fueron tan eficientes que en apenas unas horas la noticia de los sucesos y de la proclama era conocida hasta en Talavera de la Reina, población que fue la primera en unirse a Móstoles, en reunión que celebraron aquella misma noche. El día 3 es ya el correjidor de Trujillo, Antonio Martín Rivas, quien logra poner en cuidados a más de ochenta pueblos de su comarca. En este caso, se hizo un llamamiento para que los hombres disponibles se concentrasen en la ciudad para partir el día 4 hacia Madrid.

Llegado el bando de los alcaldes de Móstoles a Badajoz, el gobernador militar de la plaza, el general conde de la Torre del Fresno, buscó la solidaridad de Francisco Solano, marqués del Socorro y militar como él, que regresaba de Portugal; ambos dan el día 5 una proclama, que Toreno considera la primera que se produce en España, en la que se llama a las armas a los españoles, para vengar el latrocinio de Madrid y recobrar al monarca prisionero en Bayona. Ambos, sin embargo, habrían de mudar pronto su actitud a raíz de las zalamerías de Murat.

El gran duque de Berg consideraba todavía en ese momento, y de hecho tardaría mucho en cambiar de opinión, que la rebelión de Madrid era cosa, que diríamos en términos marxistas, del lumpenproletariado local. En su primer manifiesto tras comenzar las hostilidades quiso utilizar la palabra francesa populace que, igual que en español, sirve para distinguir el populacho, masa informe e inculta, con el pueblo, concepto mucho más alto y respetable. De hecho, entre los franceses hubo quien, al publicarse la proclama de Murat en la Gazeta días después, quiso cambiar el sustantivo; pero el lugarteniente de Napoleón se negó a ello. Por detalles como éste sabemos que Murat consideraba, claramente, que la rebelión de Madrid no era cosa de los españoles cultivados, y que éstos podían ser atraídos por cucamonas. Actuó en consecuencia y, la verdad, no se equivocó. A Solano lo nombró capitán general de Andalucía y a Torre del Fresno también lo cortejó; y tan radical fue el cambio de actitud de estos dos militares que el segundo de ellos, en su calidad de gobernador militar de Badajoz, incluso se negó que se diesen salvas de ordenanza el día del santo de Fernando; lo que provocó que el pueblo, o el populacho según lo quieras ver, celebrase por su cuenta dando vivas al rey por la calle, buscando al señor general hasta que lo encontró y pasaportándolo, nunca mejor dicho, comme il faut.

Había lugares en España donde la cosa estaba ya calentita antes de los hechos. El 29 de abril, por ejemplo, los gijoneses habían apedreado la casa del cónsul francés en la ciudad, y eso que sabían que no era de Oviedo. El 9 de mayo, precisamente en Oviedo, el personal recibió el bando de Murat con una pita de tales dimensiones que no pudo ser leído. Quiso la casualidad que esos hechos fuesen contemporáneos de la reunión trienal de la Junta del Principado. Toreno nos dice que esta Junta era una “reliquia dichosamente preservada del casi universal naufragio de nuestros antiguos fueros”; que tenía funciones exclusivamente económicas pero que, sin embargo, emergió en ese momento como el instrumento adecuado para canalizar las iras del pueblo, por ser sus miembros gentes nombradas por los concejos y contar, por ello, con una representatividad que nadie discutiría. El marqués de Santa Cruz de Marcenado habría de ser nombrado presidente de la que pronto se conoció como Junta de Asturias.

En la comunidad autónoma gallega, a pesar de que las noticias de Madrid se resistieron a llegar porque pasar los contrafuertes de Piedrafita no era entonces moco de pavo, como muy pronto iban a comprobar lastropas de sir John Moore, hubo también movimientos previos al conocimiento de dichos hechos. El ayuntamiento de Santiago dirigió el día 6, como digo sin conocimiento de los hechos del 2, una representación a Francisco Biedma, capitán general de la región, en la que se protestaba por “la crítica situación en la que se ve constituida la sagrada persona de nuestro amabilísimo Soberano”. Los gallegos han oído campanas de que en España empieza a haber levantamientos antifranceses y, dicen, quieren unirse a la fiesta. Biedma contestó a la gallega, o sea, no se sabe muy bien si sube o si baja.

Hasta los gallegos, sin embargo, saben que hay un momento para ser lacónico y practicar el movimiento browniano, y otro para actuar. Ante la actitud de Biedma, las calles comienzan a soliviantarse. Para entonces ya opera la Junta de Madrid y lo hace, además, con un adecuado nivel de información; así pues, al saber del malestar de los galaicos con su asténico capitán general, el gobierno español echa mano del tecnicismo de que, en realidad, Biedmar estaba ocupando el puesto de forma provisional, y lo cesa. Esto quiere decir que decreta el reingreso en el puesto del titular, el general Antonio Filangiery. Fili ya está en La Coruña el 30 de mayo. El día de San Fernando tampoco se celebra en La Coruña como pasaba en Badajoz, y se produce la misma reacción: los coruñeses se soliviantan por las calles, salen de las cafeterías de La Marina como un solo hombre y comienzan a remontar hacia la Ciudad Vieja, camino de la capitanía general. La reacción es tan brutal que Filangiery se tuvo que refugiar en un convento y a Biedmar lo apedrearon. La gente era dueña de la ciudad y se dedicó a pasear en triunfo el retrato de su rey. Esa tarde se formó la Junta bajo la presidencia de Filangiery, quien como vemos fue lo suficientemente hábil como para hacerse perdonar sus primeras dudas; hubo de ser sustituido, sin embargo, por el mariscal Antonio Alcedo, puesto que estaba muy delicado de salud (razón por la cual lo habían sustituido al frente de la Capitanía). La primera decisión de la Junta fue activar, con carácter de urgencia, el proceso por el cual las siete provincias del Reino harían que sus ayuntamientos nombrasen los representantes que, normalmente, designaban para acordar las exacciones fiscales; sólo que esta vez lo harían para nombrar diputados a Cortes.

Los siete regidores de estas siete provincias se reunieron en La Coruña para formar la Junta Soberana de Galicia, órgano al que adjuntaron a personas de reconocido prestigio, y entre ellas, sobre todo, a Pedro de Quevedo y Quintana, obispo de Orense, quien había sido llamado a finales de aquel mes de mayo al congreso de Bayona que ya estaba montando Napoleón en la ciudad francesa y que, sin embargo, se había negado a atenderlo. También formaron parte de la junta el obispo de Tuy y un sacerdote más, Andrés García, confesor que había sido de la princesa de Asturias. Fueron nombrados delegados de la Junta (lo siento por la historiografía subvencionada; pero parece ser que no pasó nadie por allí que propusiera que fuese llamada Xunta) Francisco Bermúdez Sangro y Joaquín Freire, quienes al punto cogieron algún barco en el puerto que los llevase a Inglaterra, país al que marcharon para implorar ayuda militar. Sería la rada de La Coruña, en efecto, la primera que pisase un diplomático inglés, Charles Stewart, para tratar dicha cuestión.

Los gallegos pronto sintieron la necesidad de centralizar la acción revolucionaria (bueno, revolucionaria lo llaman muchos licenciados en Geografía e Historia; la verdad es que aquellos tipos no buscaban revolución alguna, sino el regreso de su rey absoluto, “preso en Bayona, a donde le ha conducido el innato amor que su católico corazón profesa a sus fieles súbditos”, como reza el manifiesto santiaguino al general Biedma). Así pues, la Junta del Serenísimo y Fidelísimo Reino de Galicia, con fecha 15 de junio, comisiona al teniente coronel de artillería Manuel Torrado para que negocie con otras juntas e incluso con el gobernador de Gibraltar. Así pues los gallegos, lejos de mostrar las tendencias centrífugas en las que, según dicta la subvención, ardieron durante todo el siglo XIX, lo que querían era más unión. ¡Qué tipos!

Torrado estuvo unos meses dando la turra por España y a finales de septiembre, el día 22 para ser exactos, presentó un informe en La Coruña en tonos no muy optimistas. Todas las juntas, explicaba, querían ser Supremas.

No lejos de allí, la ciudad de Santander se alzó el 26 de mayo y, de forma inmediata, se formó una Junta presidida por el obispo local al que, además, reconocieron los cántabros la condición de Regente Soberano de Cantabria, dándole tratamiento de Alteza nada menos. Los leoneses se habían rebelado dos días antes, esta vez con auxilios que llegaron desde Galicia y desde Asturias. También formaron su propia Junta, cuya presidencia le ofrecieron el 10 de julio a Antonio Valdés, que había sido ministro de Marina, y que también había sido el anfitrión del rey Fernando el 12 de abril en su casa de Burgos, y que había tenido que huir de la ciudad castellana, dado que había sido instado a irse a la ratonera de Bayona.

Hay que decir que, de todas formas, hubo lugares de España donde la especial presencia francesa sofocó toda rebelión desde el principio. Así ocurrió, por ejemplo, en Logroño y en Segovia. En Valladolid, el capitán general, Gregorio de la Cuesta, se negó, como hemos visto que hicieron otros de forma más o menos taimada, a hacer causa común con el movimiento popular; los vallisoletanos, respondiendo con esa brusquedad directa que los caracteriza, se pusieron a montar un patíbulo; el pollo cambió de idea, claro, y acabó presidiendo la Junta local.

Y, bueno, como España es muy grande, todavía nos quedan reacciones que contar. En la próxima toma nos iremos a Sevilla, punto muy importante del periplo.

1 comentario:

  1. Anónimo8:22 p.m.

    El bando de los alcaldes de Móstoles llegó a Talavera la noche del 2 de mayo. El postillón hizo noche allí mientras el corregidor (Pérez de la Mula) se dedicaba a sacar copias para repartirlas por toda Extremadura (por el resto de la provincia de Toledo, no, porque estaba casi toda ocupada por los franceses). Y al día siguiente, además, dio orden a la escasa guarnición talaverana que avanzara hacia Madrid para combatir contra los franceses. La primera maniobra militar concebida como tal de la Guerra de la Independencia. Claro que no hubo tal combate porque las tropas españolas, al llegar a la altura de Navalcarnero, supieron de la cantidad de regimientos gabachos que había en la Villa y Corte, y se replegaron.

    Eborense

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