martes, marzo 31, 2020

Fernando (14: Ici, c'est moi le patron)

El pueblo ha hablado, decantándose mayoritariamente por centrarnos en la historia de Fernando VII. Los interesados en el tema de Roberto Calvi, Michele Sindona, Paul Marcinckus y toda la pesca, que no desespere, que llegaremos (a finales de abril, si persiste el confinamiento). Así pues, no desesperemos.

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Ya hemos pasado por esto:

Un niño en el que nadie creyó
El ascenso de Godoy
La guerra en el mar
Trafalgar
A hostias con Godoy
El niño asustado y envidioso de Carlota
Escoiquiz el muñidor
La conspiración de El Escorial
Comienza el proceso
El juicio se cierra en falso y el problema francés se agudiza
Napoleón aprieta
Aranjuez
Los porqués de una revolución

A las dos de la tarde del día 19, los tumultos regresaron. Regresaron, por lo tanto, cuando ya se había publicado el decreto de cese de Godoy; lo que demuestra que, como he analizado en el post anterior, alguien no había quedado contento con la solución de la crisis, que reputaba de solución parcial: el objetivo eran los reyes.
A la puerta del cuartel donde se encuentra Godoy más muerto que vivo, un coche de seis mulas sale hacia la calle, donde una turba, dirigida por agitadores, lo para. La gente está convencida de que en el coche va Godoy, a quien los reyes están enviando a Granada para facilitarle la huida de España. Aun comprobando que el odiado príncipe no se encontraba en el carruaje, lo destrozaron.

El rebrote de los conflictos en aquella primera hora de la tarde acabó por convencer a Carlos de que ya no había nada que hacer. En primer lugar, su capacidad de sacar a Godoy vivo de su prisión era nula; y tener que admitirse eso un rey absoluto resulta un sapo difícil de tragar. En segundo lugar, el hecho de que los tumultos continuasen, y que en ellos se escuchasen frases fuertes contra él mismo y su mujer, le demostraba que el conflicto estaba escalando. Por si le quedaba alguna duda, la salida de Fernando, aquella mañana, para apaciguar a los alborotadores, cosa que al parecer consiguió siquiera parcialmente, le acabó convenciendo de que lo que la gente quería era lo que quería. Hay que entender que una de las cosas que, cuando menos en mi opinión, se escribe en los libros, y se explica en las aulas, de forma desenfocada, es la naturaleza de la monarquía absoluta. La famosa expresión del "rey por derecho divino" lleva a demasiados exégetas de unos tiempos que no vivieron a considerar que en las monarquías absolutas el pueblo no jugaba ningún papel. En realidad, un rey absoluto europeo o español no es un faraón. Es alguien que es rey porque está sostenido por un pacto original, legendario, con su pueblo. Por lo tanto, si su pueblo expresa que no lo quiere, el sistema tiene un problema. Como ya he contado, uno de los monarcas más absolutos que ha habido en la Historia, Isabel de Inglaterra, se pensó mucho la ejecución de María, reina de los escoceses, hasta el punto de que hubo de realizarse a sus espaldas, porque tenía muy claro que un gesto así podía llevar al pueblo inglés a la conclusión de que podía cambiar de idea en ese pacto original por el cual ella era reina absoluta.

El hecho de que los españoles presentes en Aranjuez, y seguro que también tenía el rey noticias como poco de Madrid, ejerciesen una opción tan clara por el príncipe de Asturias, era un hecho que un rey, incluso absoluto, no podía soslayar. Aunque, como iremos viendo, con el tiempo resultaría que quien, como poco, no fue ajeno a aquel movimiento, esto es el francés, acabaría convenciendo a Carlos, al fin y al cabo un tipo bastante limitadito, de que se había precipitado en sus decisiones en los días que ahora mismo relatamos.

A las siete de la tarde, pues, Carlos convocó en Palacio a todos sus ministros y, ante ellos, se despojó de la diadema real, ofreciéndosela a su hijo. Acto seguido firmó su último decreto, aquél en el que resignaba la corona de España en su nombre.

Así pues, Fernando de Borbón, de Borbón, de Sajonia y de Borbón, se había convertido en rey de España, el séptimo que llevaba su nombre. Pero era el primero de todos ellos, y éste es un matiz que él nunca quiso entender (e incluso a sus sucesores, siglo y pico después, todavía les costaba entenderlo), que no llegaba a dicho puesto por la gracia de Dios, sino por el deseo de su pueblo.

Hay que decir que los reyes abdicaron convencidos de que todo había sido una conspiración de su hijo. Así lo afirma la reina (emérita) María Luisa en una carta escrita el 26 de marzo a su hija la reina (emérita) de Etruria, en la que le dice: “mi hijo Fernando era el jefe de la conjuración; las tropas estaban ganadas por él; él hizo poner una de las luces de su cuarto en una ventana para señalar que comenzase la explosión”. En dicha carta, en la que la ex reina resume sucintamente los hechos del 18 y el 19, afirma que tanto ella como su marido constataron el 18 que las gentes no les obedecían y tuvieron que pedirle a Fernando que trabajase para tranquilizarlos; y aporta el dato de que el tumulto del día 19 fue más violento que el del día anterior; lo cual, de ser cierto, abonaría la tesis de que Aranjuez fue una movida, tal vez orquestada por Fernando, tal vez por los franceses, cuyo objetivo final eran los reyes. “Mi hijo ha hecho esta conspiración para destronar al rey su padre”; concluye, sin mácula de duda, María Luisa. Claro, en el momento en que le escribió estas palabras a la rayante de su hija, no podía saber que su hijo también iba a caer y que, por lo tanto, tal vez el qui prodest de toda aquella movida era algo más complicado.

Un dato importante: esta carta que escribe María Luisa a su hija se la escribe, y así lo dice, para que ella se la haga llegar al duque de Berg, como volveremos a ver más abajo. Una acción en la que insta a Murat a mantener el secreto sobre los contactos, muy especialmente en lo tocante a Fernando, persona de la que dice: “su carácter es falso; nada le afecta; es insensible y no inclinado a la clemencia”. En otras palabras, el motín de Aranjuez creó una inesperada (cuando menos para mi) alianza entre los Borbones salientes, a los que Napoleón, cuando menos, siempre quiso ver desalojados del trono; y el Borbón entrante. Si verdaderamente, como cuando menos yo creo, Aranjuez fue instigado por los franceses, la jugada les salió redonda.

La primera acción de Fernando rey de España es pedir una lista de los criados que tiene en Palacio; un detalle que refleja, en primer lugar, su escaso interés por el gobierno (a mí me recuerda un poco a esa catetada que Pedro Sánchez permitió que se escribiera sobre sí mismo sobre el cambio de colchón de su cama monclovita); y, en segundo, la consciencia que tenía de que los criados habían sido fundamentales en su ascensión al poder. Y, además, desde el primer momento, muestra el que es el principal motor de su vida: el rencor, la venganza.

Fernando toma, en las primeras horas de su reinado, la decisión, enormemente errónea, de disolver la Superintendencia de Policía. La única razón para esta medida es simple: se trata de un órgano creado por Godoy. Como digo, fue un error de muchos, pues Godoy no había creado esa Superintendencia por capricho o por colocar a amiguetes, sino porque a las puertas del siglo XIX comenzar a organizar el servicio policial era algo obligado. Fernando, sin embargo, dio marcha atrás, como digo, tan sin mirar lo que estaba haciendo, que a él mismo le hubo de competir, años después, crear de nuevo el mismo departamento. Asimismo, suspende la venta de una serie de bienes eclesiásticos, que incluso había sido ya aprobada por el Papa en bula pontificia, por darle en el bebe a los putos ilustrados amigos de su padre.

Para joder a su padre, usual cazador, publicó un extraño decreto, apenas tres días después de la abdicación, en el que anunciaba que iba a reducir los cotos de caza de las zonas adyacentes a Madrid. Digo que es una norma extraña porque, que yo sepa, las leyes hacen, no anuncian que van a hacer. Asimismo, suprimió el Almirantazgo. Incluso el 20 de marzo decretó la confiscación de los bienes de Godoy; una medida que tuvo que reducir pocas horas después a embargo, puesto que todavía no había recaído sentencia sobre el príncipe de la paz.

Los altos funcionarios conservaron, o no, su puesto, de acuerdo con la conducta que hubiesen observado en el pasado. Mantuvo a Pedro Cevallos a pesar de estar emparentado, a través de su mujer, con Godoy, puesto que, afirma en el decreto de confirmación, “nunca ha entrado en las ideas y designios injustos que se suponen en este hombre”. Mantuvo también a Francisco Gil y Lemus, secretario de Marina, lo cual era predecible pues Gil era, probablemente, el peor enemigo que había mantenido Godoy en su gobierno. Pero Antonio Olaguer Feliu, secretario de la Guerra, mucho más cercano al antiguo valido, fue cesado. Miguel Cayetano Soler, responsable de Hacienda, fue sustituido por las mismas razones.

Por supuesto, los desterrados con ocasión del caso de El Escorial regresaron todos con sus empleos y beneficios recuperados. El duque del Infantado recibió la presidencia del Consejo de Castilla y el de San Carlos fue nombrado mayordomo mayor. Por lo que se refiere a Escoiquiz, llegó a la Corte el 28 de marzo, con cierto retraso, al parecer por maquinaciones de Caballero, quien se las arregló para que el SEUR con la comunicación le llegase al destierro tras una dilación. Fernando, a su llegada, lo condecoró con la Gran Cruz de Carlos III, lo nombró consejero de Estado y, a todos los efectos, lo convirtió en su valido o privado, como ahora se decía más.

Para Fernando, sin embargo, las cosas no están tan bien como el pueblo piensa. Para la gente, se ha producido un proceso por el cual los aleves reyes y su valido han caído, y ahora llega al gobierno, sin atadura alguna, un hombre que a sus ojos es el compendio de todo Bien sin mezcla de Mal alguno. Fernando, sin embargo, ni es tan listo, ni es tan virtuoso ni, sobre todo, es tan libre. Escoiquiz, en el relato que hace de su llegada a la Corte, dice en primer lugar que se encontró a su rey “rodeado por todas partes del Ejército francés”. Dos días antes, el 26, el rey le ha escrito una carta a Beauharmais, apenas una esquelita, pero que a mí me parece muy significativa. Muy significativa, en primer lugar, porque Fernando la firma con su simple nombre -Ferdinand- y no como rey de España. Es como que no se atreve a presentarse como tal ante el embajador de Francia; o, tal vez, ya tiene precisas noticias, que veremos más abajo, de que los franceses se resisten a tratarlo como rey; y él, claro, como es tan valiente, lo acepta. En la esquelita, le dice que está deseando entrevistarse con Napoleón “et de suivre ses conseils”; y se deshace en alabanzas sobre lo acertados y valiosos que son los consejos del propio embajador.

Fernando está intervenido. Y, como diría Julio Iglesias, lo sabe.

El 7 de marzo, Quim Murat, ya con el nombramiento de lugarteniente general del emperador sobre todas las tropas francesas en España en el sobaco, había cruzado la frontera y se había asentado en el país que tenía orden de controlar o invadir; lo que fuese más fácil. El 18, cuando saltó todo el follón de Aranjuez, estaba en Fresnillo de la Fuente. Allí se enteró del comunicado de Carlos IV anunciando que no iría a Andalucía. Una proclama que no creyó y que interpretó como un gambito de Godoy.

El día 20, el general francés está en Buitrago, donde es informado de la abdicación. Inicialmente, Murat considera que el pueblo español está con los franceses; como ya he comentado, en varios pueblos los gabachos fueron recibidos como Marc Márquez en una tienda de chupas de cuero; así pues, asume el lugarteniente que los españoles son conscientes de que los franceses han abandonado a Godoy, así pues estar con ellos es estar contra el odiado valido. Algunos otros informes, entre otros los del oficial español del que recibe noticias frescas en Buitrago, le dicen lo contrario. Diversos interlocutores españoles le dicen a Murat que no, que los españoles creen mayoritariamente que la entrada de los franceses en España es un movimiento labrado en connivencia con Godoy para tratar de salvarlo. Esto es: de alguna manera, estas voces tratan de avisar al francés de que el 2 de mayo, algún día, va a ocurrir. Pero Murat, la verdad, no lo cree. Para entender el argumento, tendría que tener la clarividencia de entender por qué los franceses le caen gordos a los no franceses; y el último francés que entendió eso se cayó a una acequia y se mató de la hostia en tiempos de los reyes merovingios.

Por si las cosas no están suficientemente enmarronadas, el día 21 Murat recibe en El Molar la primera de las cartas de la reina emérita de Etruria en la que ésta comienza la labor de fibrilación de mensajes entre los ex reyes y el francés. Aquí el general está ágil, todo hay que decirlo, pues se apresura a ofrecerle a la familia caída en desgracia el amparo del Ejército francés. Le escribe a Napoleón estas palabras: “Sí, como todo el mundo supone, Fernando ha conseguido la abdicación de su padre por la fuerza, preciso será considerarlo como un rebelde; y si Carlos IV se entrega al Cuartel General y es conducido a Francia, España queda sin rey y VMI, dueño de la situación al no reconocer a Fernando”.

En este texto hay varias cosas que me interesan. La primera, ese “como todo el mundo supone” que he destacado en itálicas. Alguien absolutamente ajeno al proceso de Aranjuez, creo yo, no habría usado el verbo suponer sino otro más neutro: dice, afirma, cree. Ese “supone”, para mí, es una pista de que, tal vez, Murat sabe cosas que no cuenta en esa carta; tal vez, que a Carlos IV, al contrario de lo que todo el mundo supone, no le ha echado Fernando.

Lo segundo que me queda claro es que a Napoleón, el decreto de abdicación del día 19 no es, ni de coña, lo que él esperaba o ambicionaba. Puestos a echar a un rey, es evidente que para los franceses era más fácil echar a un pígnico cazador aliado con el hombre más odiado de España que a un rey joven, deseado, y alzado a su condición real por los propios españoles. Los franceses, por lo tanto, resuelven con rapidez no apoyar a Fernando, conscientes como son en ese momento, además, de que el nuevo rey ni siquiera contará con el apoyo de los antiguos.

Hay que contar, además, con que, en ese momento procesal, Murat tenía, probablemente, ambiciones personales muy precisas; efectivamente: la ventaja de conocer la marcha posterior de los hechos no nos debe ocultar el hecho de que, en ese momento, el candidato mejor situado para ocupar el trono vacante de España era el propio duque de Berg. Lo de José Bonaparte, en ese momento procesal, no lo habría sugerido ni Iker Jiménez.

Fernando algo se tenía que oler de todo eso pues, como hemos visto, apenas horas después de ser rey ya le está royendo el pene al embajador de Francia. Asimismo, nombra una embajada especial, formada por los duques de Medinaceli y Frías, y el conde de Fernán-Núñez. Su misión es anunciar al emperador su elevación al trono. Para esa misma misión envía al duque de Parque a parlamentar con el propio Murat. El general se encuentra ya en el cuartel de Chamartín y allí lo recibe. Lo trata con deferencia; pero, detalle importante, evita, siempre que se refiere a Fernando, usar la expresión Su Majestad.

Ese mismo día 22, y por primera vez, Murat introduce en la Gazeta de Madrid, esto es en el BOE, su primera orden. Es un decreto propagandístico destinado a poner a los españoles al lado de Francia (concretamente, asegura todas las pérdidas de cambio de moneda experimentadas por españoles, que serán abonadas por el Tesoro francés). Pero lo realmente importante es que el francés comienza a legislar en España.

Porque Fernandito podrá hacerse en Palacio todas las pajas que quiera. Pero, en ese momento, en España, mandar, mandar, lo que se dice mandar, manda el de la mano en el pecho.

El decreto, lo he dicho, es del 22. Cuatro días más tarde, como ya has podido leer, Fernando le envía a Beauharmais la cartita-mamada en la que se apea él mismo del tratamiento de rey de España; se apresta a decir que está deseando seguir los consejos del Emperador; y se pone, mientras tanto, en manos del dicho señor embajador. 

Este tío: bizarro, valiente, consciente de su Misión Histórica, era nuestro rey. El rey de España. 

5 comentarios:

  1. Anónimo11:23 a.m.

    ¿A finales de abril? Virgensantísima......¿Cuántos capítulos tiene esta serie fernandina?

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    1. Tantos como reproches le caben a este rey tan fantástico.

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  2. Y luego hay tanta y tanta gente que se sorprende al ver que los criollos americanos, al ver quién era realmente el Deseado, decidieran montar tienda aparte.

    Y tanto y tanto historiador revisionista que habla de los procesos de independencia como si jamás hubiera ocurrido Bayona...

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    1. Bueno, Pablo, no siendo ningún fan de Fernando VII, la verdad es que yo creo que quien creó las bases para la independencia de los territorios americanos fue su padre. Carlos IV nunca entendió las colonias como otra cosa que eso: colonias. Para cuando Fernando pudo ocuparse de este tema (más allá del ámbito de las notas que ahora publico), el tema estaba ya básicamente perdido.

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    2. Eso no lo voy a negar, aunque hay quienes retrotraen la culpa a Felipe V y sus reformas centralizadoras. Pero como bien dices, si Fernandito se hubiese ido con sus padres a América, al menos podría haber terminado como emperador de México o Perú, y la América española habría sido dividida en tres o cuatro reinos entre todos los hermanos del rey.

      Y en efecto, Bayona fue la oportunidad perfecta para que todos esos criollos resentidos con los Borbones pudieran dar un paso al frente.

      Mi punto va más por todos los historiadores, de ambos lados del charco, que prácticamente tildan a los criollos y sus partidarios (porque la independencia no fue un asunto exclusivamente de clases altas como se ha querido vender por parte de cierta historiografía) de sucios traidores por no querer asistir a las Cortes de Cádiz, las cuales tampoco es que les concedieron demasiado a las "colonias".

      Y para colmo, lo poco que había avanzado la Pepa en el tema americano, fue destruido por el Deseado al grito de "Vivan las caenas", entre aplausos del pueblo peninsular que tanto lo quería (y que sin duda veía a la América española como colonias).

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