martes, marzo 24, 2020

Fernando (9: comienza el proceso)

Ya hemos pasado por esto:

Un niño en el que nadie creyó
El ascenso de Godoy
La guerra en el mar
Trafalgar
A hostias con Godoy
El niño asustado y envidioso de Carlota
Escoiquiz el muñidor
La conspiración de El Escorial

El rey Carlos fue prontamente informado por Caballero, al regresar de la cacería, de las confesiones de su hijo, y de la fundamental de ellas, que era su sintonía con los franceses. Caballero, lógicamente, había esperado a la llegada del rey para informar por primera vez de aquellos extremos, por lo que fue el Borbón quien directamente informó a Godoy. Era una situación muy delicada. Francia y España eran aliados estrechos, hasta el punto de que las tropas de Napoleón estaban cruzando el país, camino de Portugal, país que ambicionaban invadir ambas armadas de forma combinada; y ahora se descubría que Napoleón, el hombre más poderoso del mundo, estaba combinando esa colaboración con una conspiración para cambiar a la persona sentada en el trono de España. Cabía incluso la posibilidad de que Napoleón, suponiendo o conociendo las dificultades de su parcial, llegase a decretar el desvío en la trayectoria de sus tropas, haciéndolas pasar por Madrid para hacer valer por la fuerza al príncipe de Asturias.
Godoy cuenta en sus memorias que, al subir a El Escorial, tuvo una entrevista personal con Fernando en la que ambos lloraron sobradamente, y en la que el príncipe no hacía sino decir que había descubierto a todos sus conspiradores, y que no entendía, entonces, por qué su padre se negaba a perdonarlo. Cierta o no esta versión, de la que nadie más da parte, lo que sí parece claro es que, en ese momento, el principal escollo para Fernando era la actitud de su padre, que no lo quería perdonar. De Godoy, la verdad, es de suponer una actitud siquiera ligeramente más blanda, probablemente dictada por el miedo que tenía de que Francia se metiera en medio de ser la causa excesivamente dura con Fernando; que eso es posible lo prueba, sin ir más lejos, la actitud chulesca que luego tendría Murat con el propio Fernando para que soltase, precisamente, a Godoy. Por supuesto, también tenemos a disposición la posibilidad de que el propio Godoy estuviese conduciendo una política profrancesa por su parte y, por lo tanto, estuviese obligado, por así decirlo, a matar aquel partido.

De hecho, el perdón real al príncipe no llegó hasta el 5 de noviembre, lo cual hace presuponer que debieron producirse largas horas de cabildeos y entrevistas en las que fundamentalmente Godoy trataría de ablandar el alma del padre justamente cabreado. El 6 de noviembre, una vez producido el perdón y limpiada la causa judicial de su principal acusado, comenzó ésta propiamente dicha.

Escoiquiz había pasado días oculto en Toledo, en casa del siempre útil marqués del Infantado. Allí, sin embargo, el día 1 de noviembre, a las siete de la mañana, Sebastián de Torres, ministro del Consejo Real, lo detuvo personalmente, “estando en cama”, como puntillosamente registra en el parte de su acción.

Escoiquiz juró in verbo sacerdocis decir la verdad frente al citado policía. Éste se limitó a preguntarle si había conocido alguna vez a algún criado del marqués de Ayerbe. Escoiquiz contestó que no, y ahí terminó el interrogatorio. Inicialmente, la partida se fue a Segovia, pues estaba decretado que el canónigo sería preso en el Alcázar. Sin embargo, en Segovia le esperaba a Torres la orden de Caballero de traerse al cura a El Escorial, adonde llegó el 10 de noviembre.

Ese mismo día fue interrogado en la villa monacal. Probablemente mucho más presionado de lo que lo había estado en el primer embroque, acabó con confesar que Antonio Moreno le había entregado alguna que otra vez “memorias que se dignaba enviarme Su Alteza”. Y que, cuando Moreno fuera detenido, recibió una carta anónima haciéndoselo saber.

Declaró también que, en el mes de mayo, había recibido recado de Fernando en el que le decía que el embajador francés había mostrado interés por entrevistarse con él, y que le preguntaba cuál era su consejo al respecto. Ante dicha carta, Escoiquiz se habría ofrecido a ir él a la embajada para explorar los deseos del francés, a lo que Fernando accedió. Presentado en la embajada, el titular le dijo que él no había enviado ese recado por medio de nadie; afirmación que, dejó claro Escoiquiz, no creyó. El taimado Beauhamais, sin embargo, tras haber dejado clara su “inocencia”, se habría mostrado muy contento de que alguien cercano al príncipe se hubiera acercado por la embajada para hablar con él. Se arrancó a comentar novedades de Fernando y, sobre todo, su previsible segunda boda; momento en el que no se recató en dejar claro lo positivo que sería para todos que el príncipe de Asturias se casara “con alguna señora de la parentela y la familia del Emperador”. Escoiquiz, siempre según Escoiquiz, contestó que el príncipe no tendría problema con un arreglo como ése, siempre y cuando lo aprobasen sus padres, los reyes. Y muy bien consciente de por qué estaba como estaba y cuáles eran las prioridades de su posición, declara textualmente: “en esta conducta ha pasado quizá mucho más allá de los términos que le permitiría la prudencia y se debía esperar de sus canas y de su experiencia. Toda la culpa de este yerro es suya, no de Su Alteza, que se ha fiado de su juicio y en su lealtad”.

Como las cosas no podían quedar así, al día siguiente los hombres de Caballero amurcaron con más fuerza en el interrogatorio, y Escoiquiz no tuvo otra que comenzar a dar datos concretos. Por ejemplo, que el corresponsal que le entregó a Fernando la esquela de la embajada francesa había sido un militar, Pedro Giraldo, por intermedio de Juan Manuel de Villena. De hecho, contó con pelos y señales que Beauhamais no se había fiado demasiado de Escoiquiz; por lo que se pactó un diálogo en clave entre él y Fernando: la primera vez que el embajador estuviese en la Corte, Fernando le preguntaría si había estado en Nápoles, al tiempo que sacaba el pañuelo y se sonaba. Como fuera que Fernando así lo hizo, el embajador tornó a confiar en el curita. Ya confiando en él, Beauhamais le habría propuesto que Fernando le escribiese una carta al emperador solicitándole esposa. Escoiquiz intentó escaquearse de esa celada, pero no pudo porque en una entrevista posterior el embajador francés le anunció, campanudo, que ya no era él quien demandaba la carta: era Napoleón personalmente.

Ahora, pues, los conspiradores, que por lo que se ve habían avanzado mucho a pesar de saber que les faltaba lo más importante (el nihil obstat del rey), fueron colocados ante un riesgo probablemente mayor: malquistarse con Napoleón. Esto fue, tal y como yo lo veo, y siempre si creemos todos los detalles de la declaración de Escoiquiz, lo que convirtió la conspiración de Fernando en un auténtico golpe de Estado para subvertir el orden de la Corona.

Fernando, siguiendo el consejo de Escoiquiz (y el hecho palmario de que no tenía otra salida) escribió la carta a Napoleón. La terminó, según el canónigo, “pocos días antes de mediados de octubre”; es decir, unos quince días antes de que fuese prendido. Ante el hecho de que la respuesta del emperador, como muy pronto, estaría en poder de Fernando el 6 de noviembre, Escoiquiz se volvió a Toledo.

La conspiración llegó más lejos. Tal y como declararían los imputados, Fernando le entregó a Escoiquiz el texto de un real decreto, con la fecha en blanco. La norma iba firmada por Fernando Yo, el Rey y con el sello negro, como correspondía a los que se firmaban inmediatamente tras el fallecimiento de un monarca; e investía de la máxima autoridad administrativa al duque del Infantado. En parte justificaron este hecho en la mala salud de Carlos IV pero, ciertamente, el principal motor de acción tal no podía ser otra que la voluntad de Fernando de erigirse en rey de España en sustitución de su padre. Escoiquiz, por lo demás, temía que el cambio en la corona no sería sencillo y que se producirían resistencias, por lo que deseaba que Infantado tuviese el control de todos los resortes del poder.

Pedro de Toledo, duque del Infantado, trató de hacerse el orejas en su declaración. Todo había ocurrido estando él de viaje. En lo de la embajada de Francia, contó una historia totalmente diferente: Escoiquiz habría estado interesado en que los franceses colaborasen con una obra de su iglesia y, por ello, le habría solicitado al duque que le presentase al embajador; cosa que éste hizo, tras lo cual, afirmó, su papel había terminado. Sobre las cartas (eran dos: una a Napoleón, otra al embajador) dijo saber que existían pero no los términos en que fueron escritas; aunque siempre sospechó que habían sido escritas y enviadas a Francia sin conocimiento del rey.

Pedro Giraldo, brigadier de los Reales Ejércitos y coronel de Infantería, confesó su participación en la entrega y recogida de correspondencia de Fernando, pero negó cuantas veces se le preguntó conocer sus extremos.

Como se ve, lo que nadie, ni Fernando, ni Escoiquiz, ni nadie, explicó nunca en los interrogatorios, fue el contenido de las cartas que Fernando escribió al embajador francés y a Napoleón; si bien conocemos los contenidos de ambas misivas, pues tiempo después las publicaría el propio Napoleón y diversos historiadores, como Thiers, las recogieron.

La carta a Napoleón es indigna en un príncipe español; y, la verdad, no hace falta ser muy nacionalista para escribir esto: dice Fernando cosas como: “lleno de esperanzas de hallar en la magnanimidad de VMI la protección más poderosa, me determino no solamente a testimoniar los sentimientos de mi corazón para con su augusta persona, sino a depositar los secretos más íntimos en el pecho de VM como en el de un tierno padre”.

Continúa: “si los hombres que le rodean aquí [se refiere a su padre, el rey] le dejasen conocer a fondo el carácter de VMI como yo lo conozco, ¿con qué ansias procuraría mi padre estrechar los nudos que deben estrechar nuestras dos naciones? Y, ¿habrá medio más proporcionado de rogar a VMI el honor de que me concediera por esposa una princesa de su augusta familia? Este es el deseo unánime de todos los vasallos de mi padre, y no dudo que el suyo propio (a pesar de los esfuerzos de un corto número de malévolos) así que sepa las intenciones de VMI.”

Y luego llega este párrafo, verdaderamente impagable, en el que no puedo evitar colocar mis itálicas: “Imploro, pues, con la mayor confianza de protección paternal de VM, a fin de que no solamente se digne concederme el honor de darme por esposa una princesa de su familia, sino allanar todas las dificultades y disipar todos los obstáculos que puedan oponerse en este único objeto de mis deseos”. En otras palabras: cásame con una pava de tu familia, tron; y si mi padre se niega, dale dos hostias.

El conde de Toreno, en sus obras sobre la Historia de España, nos cuenta que, conforme fueron avanzando los interrogatorios de Caballero, básicamente influidos por el hecho de que la mayoría de la gente, cuando comprendió que Fernando había cantado, cantaron ellos también, se asustó de que el proceso se pudiese convertir en un proceso contra Francia. O sea: imaginemos que el centro de todo el juicio en el Supremo contra los líderes del procés se basase en una carta de Puchi a Macron pactando la invasión de Cataluña por tropas francesas; obviamente, en estas circunstancias, además de lo que fue, se convertiría en un gravísimo conflicto diplomático.

España no estaba en condiciones de tener ese tipo de problemas con un poder como la Francia de Napoleón. El día del arresto de Fernando había sido contemporáneo (el mismo día, de hecho) con la firma del tratado de Fontainebleau por el que se autorizaba a las tropas francesas a entrar en España. El país estaba, si no formalmente, sí ocupado de facto por tropas francesas por la vía de los hechos.

Es por esto que Godoy, según todos los indicios, creó dos causas donde había una; y todo lo que tenía que ver con Francia lo metió en una, oscura como la noche; mientras, en la oficial, se aplicaba a convencer al rey de que cerrase la otra pronto, sin demasiado ruido y sin demasiado dolor, para así no cabrear al orco galo.

El rey Carlos, siguiendo la estrategia de Godoy, le envió a Napoleón una carta el día 3 de noviembre en la que protestaba vivamente por los movimientos orquestales en la oscuridad en que había participado su embajador; misiva que combinó con otra, ya el día 8, en la que informaba al emperador de que había perdonado a su hijo. Aunque los diplomáticos españoles trabajaron la primera carta para colocarla en la frontera de la indignación, pero sin sobrepasarla, no lo consiguieron: a Napoleón le sentó a cuerno quemado, y a punto estuvo de declararle formalmente la guerra a España. Se apaciguó, sin embargo, apenas unas horas después, cuando recibió una carta de Godoy, que se explayaba más sobre el proceso. Juzgó más prudente conservar los beneficios de Fontainebleau.

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