lunes, abril 06, 2020

Fernando (18: Bayona)

Ya hemos pasado por esto:

Un niño en el que nadie creyó
El ascenso de Godoy
La guerra en el mar
Trafalgar
A hostias con Godoy
El niño asustado y envidioso de Carlota
Escoiquiz el muñidor
La conspiración de El Escorial
Comienza el proceso
El juicio se cierra en falso y el problema francés se agudiza
Napoleón aprieta
Aranjuez
Los porqués de una revolución
C'est moi le patron
Francia apremia
La celada
El día que un vasco lloró por España delante de un rey putomierda

El día 18 regresa Savary a Vitoria con la respuesta de Napoleón, destinada pues a resolver el “estado congojoso” de nuestro monarca. Apelándolo de “hermano mío”, Napoleón no tarda mucho en su misiva en empezar a atacar: “Yo esperaba, en llegando a Madrid, inclinar a mi augusto amigo a que hiciese en sus dominios algunas reformas necesarias, y que diese alguna satisfacción a la opinión pública”. Eso sí, se muestra partidario de la separación de Godoy del poder por ser “cosa precisa para su felicidad y la de sus vasallos”.


Sin embargo, continúa Napoleón, sucesos en el norte de Europa y la revolución de Aranjuez han retrasado su avenida a Madrid. Sin pretender, dice, enjuiciar los sucesos, no le ahorra la admonición a Fernando sobre los mismos, afirmando que “es muy peligroso para los reyes acostumbrar a sus pueblos a derramar la sangre haciéndose justicia por sí mismos”; afirmación que no deja de tener coña en un jefe Estado salido, al fin y al cabo, de la Revolución Francesa.

Le espeta el emperador al rey de España, sin ambages, que “ya no tiene amigos” y que menos los tendrá si algún día resulta desgraciado por el destino, puesto que “los pueblos se vengan gustosos de los respetos que nos tributan”. En otras palabras, Napoleón acusa al rey español, de forma taimada, de estar alimentando una grave división en España pues, continúa, “¿cómo se podría formar causa al príncipe de la paz sin hacerla también al Rey y a la Reina, vuestros padres? Esta causa fomentaría el odio y las pasiones sediciosas”. Y continúa: “VAR no tiene a ella [la corona de España] otros derechos sino los que su madre le ha transmitido; si la causa mancha su honor, VA destruye sus derechos”. En consecuencia, continúa el emperador, “no tiene VA derecho para juzgar al príncipe de la paz”. Y, por si hay alguna duda sobre la posible solución al tema Godoy, en la carta Napoleón le ofrece asilo en Francia.

En torno a la abdicación de Carlos IV, Napoleón comienza recordando que se produjo “en el momento en que mis ejércitos ocupaban la España”, por lo que, razona, a los ojos de Europa podría pensarse que tal destitución era la misión de dichas tropas. A este problema reputacional, Napoleón añade una reivindicación sin subterfugios: “como soberano vecino, debo enterarme de lo ocurrido antes de reconocer esta abdicación (…) Si la abdicación del Rey Carlos es espontánea, y no ha sido forzado a ella por la insubordinación y motín sucedido en Aranjuez, yo no tengo dificultad en admitirla y en reconocer a VAR como Rey de España”.

Apretando un poco más la tuerca, la carta de Napoleón viaja por la geografía de la Comunidad de Madrid, desde Aranjuez hasta El Escorial. Jactándose de haber tenido un papel moderador en las jornadas de la rebelión de la ciudad monástica, le mete un buen rejón a Fernando al escribir: “VA no está exento de faltas; basta para la prueba la carta que me escribió, y que siempre he querido olvidar” (léase: … y que, como me toques un poco los cojones, voy a publicar en Instagram).

Dando la puntilla con la frase “cualquier paso de un príncipe hereditario cerca de un soberano extranjero es criminal”, Napoleón, consciente de que está lidiando a un toro manso, muy, muy manso, totalmente falto de encaste y nobleza, le da la salida a tablas que sabe que el otro estará ya, a esas alturas de la lectura, implorando. Así pues, pasa a insinuar que el matrimonio de Fernando con una princesa francesa sería del agrado de españoles y franceses (de nuevo, olvidando la máxima histórica de que no puede existir una propuesta francesa que se pueda hacer en beneficio de ambas naciones). Añade Napoleón que debe tener claro Fernando que él se conducirá con él como lo hizo con su padre Carlos; pero, fiel a su estilo, salpimenta esa promesa con amenazas veladas por lo que ya sabe que está pasando, esto es, que la resistencia en España a las tropas francesas es cada día más densa: “VAR debe recelarse de las consecuencias de las emociones populares; se podrá cometer algún asesinato sobre mis soldados esparcidos, pero no conducirán sino a la ruina de España”.

Escoiquiz, en sus memorias, glosa esta misiva con estas palabras: “ a todas las razones para hacer el viaje, se agregaban las expresiones de seguridad de la carta dirigida a SM por el emperador y recibida en Vitoria”. ¿"Expresiones de seguridad" en una carta en la que Napoleón dejaba bien claro que esta dispuesto a hacer juego revuelto con todo lo que había pasado en España, y en la familia real, desde El Escorial? Queda bastante claro, que Fernando no era sino un puto mono rodeado de simios retarded. Cevallos nos da más datos: nos dice (siempre, ojo, a toro pasado) que los lectores de la misiva se mosquearon un poco por su tono, que consideraban impropio para alguien que le está escribiendo a un rey; y debieron de expresar algunas dudas (lógicas, teniendo en cuenta el claro escepticismo sobre la abdicación) pues, siempre según su testimonio, Savary les dijo que se dejaría cortar la cabeza si, al cuarto de hora de estar Fernando en Bayona, el emperador no lo había reconocido como rey de España. Como veremos y es fácil colegir de la marcha de los acontecimientos, tamaña afirmación categórica tuvo, a la postre, el valor que suele tener la palabra de un francés.

Cevallos, como digo en relato que yo cuando menos reputo de hondamente interesado, dice que el rey dudó, pero que resolvió continuar el viaje “por sacar a sus amados vasallos de la cruel inquietud en que se hallaban” (los amados vasallos estaban expresando esa inquietud por las calles de Vitoria intimándole para que hiciese exactamente lo contrario, o sea, no marcharse), por lo que “cerró su corazón a todo temor y sus oídos a mis consejos y a los de algunos otros sujetos de su comitiva, no menos que a los clamores de aquel leal pueblo”. Yo, como ya he dicho, no creo esta especie. Creo, más bien, que Cevallos, en ese párrafo, miente como una perra. Creo que la decisión de Fernando de ir a Bayona fue una mezcla de conciencia sobre su condición de preso, pues en Vitoria estaba ya impresionantemente rodeado de tropas francesas; y de convicción sobre la bondad del emperador, siempre y cuando el rey de España se convirtiese en una especie de virrey francés en España; en otras palabras, convencido ya de que lo de España, su soberanía, su independencia y soberanía, no había quien lo solucionase, todavía creía que lo suyo se podía arreglar, y eso era lo que, en verdad, le importaba. Tanto Fernando como sus consejeros estaban plenamente dispuestos a disponer del futuro del rey con tal de conservar sus privilegios y su modo de vida. España, en esta ecuación, no estaba presente.

En la noche del 18 de abril se decidió emprender el viaje a Bayona; y fue decisión, según nos cuenta Toreno, de Savary; de hecho, el escritor, en este punto, se muestra convencido de que, de haberse negado Fernando, el general francés se lo habría llevado arrestado. El día 20, cuando O'Farril le comunicó a Murat el inicio del viaje de Fernando, el general francés exigió, en forma de ultimátum, la entrega de Godoy. Aquella misma noche, el príncipe de la paz estaba ya con los franceses. El día 21, Murat le escribe a Napoleón que tiene las manos totalmente libres para hacer en España lo que quiera. Según el francés, pero ya sabemos que el señor duque no era Metroscopia precisamente, el gesto de partir de Vitoria ha deprimido seriamente la popularidad del rey Fernando en Madrid. Por su parte, los reyes Carlos y María Luisa están decididos a partir hacia Francia, con el convencimiento de abdicar allí la corona de España en quien les diga el francés. Otros que tal.

La salida de Fernando de Vitoria no fue fácil, sin embargo. Conocida la noticia de que el rey se abría, las gentes comenzaron a rodear su residencia para intimarle que se quedase. Fue tal la manifestación que se montó que el rey hubo de publicar un decreto, escrito por Escoiquiz, en el que afirma que no iniciaría ese viaje si no estuviese convencido de las excelentes intenciones del emperador para con él.

Aquella noche del día 19 se produjo todavía el intento crepuscular por evitar el viaje de Fernando. El duque de Mahon y de Crillon, comandante general de Guipúzcoa, propuso que, al llegar la comitiva a Vergara, doblase por Durango hacia Bilbao, donde el rey embarcaría a toda prisa. “Pero Escoiquiz”, nos cuenta Toreno, “dijo que no era necesario, habiendo recibido SM grandes pruebas de amistad por parte del emperador”.

La noche de aquel 19, el rey y su banda del Mirlitón llegan a Irún. Al día siguiente, el rey de España, por su propia voluntad y sin resistencia, cruzaba el Bidasoa. Y lo hacía como un viajero cualquiera, pues hasta llegar a San Juan de Luz no lo cumplimentó nadie; la recepción en dicha ciudad fue hecha tan sólo por el alcalde y la corporación. Fue allí donde Fernando se encontró con la diputación de grandes de España que había enviado para contactar con Napoleón. Al parecer, las noticias que le dieron estos nobles sobre las intenciones de Napoleón fueron bastante exactas; le dijeron que Napoleón quería destronar a los Borbones. Sin embargo, cuenta Cevallos, estaban ya tan cerca de Bayona que hasta ellos, que eran tontos del culo, se daban cuenta de que ahora no podían dar la vuelta.

En las afueras de Bayona, el príncipe de Neufchatel y el mariscal Duroc formaban la más bien magra delegación de bienvenida al rey español. Lo metieron en una casa que Cevallos juzgó inhábil para su rey y, una hora después, apareció por allí Napoleón. El rey lo recibió en la puerta de la calle, se abrazaron, se dijeron diversas cucamonas (nada de política) y el francés fuese, y no hubo nada.

A primera hora de la tarde, fue Fernando quien le devolvió la visita al emperador de Francia. Iba con su hermano Carlos, los duques del Infantado y San Carlos, Cevallos y Escoiquiz; el equipo médico habitual de tontospollas, pues. Ya en el castillo de Marras, Napoleón recibió a Fernando en el estribo de su carroza, le dedicó diversas muestras de afecto, y todos juntos pasaron al interior, donde al parecer también se habló, básicamente, del tiempo y del futuro de Neymar junior en el fútbol francés. Sin embargo, al terminar la entrevista, Napoleón se acercó a Escoiquiz y le sugirió una entrevista particular entre ambos. El emperador sabía, al tiempo, cuál era el eslabón más débil de aquella cadena y, al tiempo, el eslabón más respetado y escuchado. Sabía, además, que al curita, la perspectiva de convertirse en una especie de oficial de enlace entre los que consideraba los dos hombres más importantes del mundo le producía orgasmos absolutistas espontáneos. Escoiquiz, pues, no tardó en contestarle que haría todo lo posible por darle placer. Una vez que el canónigo obtuvo el permiso de su rey en este sentido, se quedó mientras los demás se iban.

Fue en esa entrevista en la que se jugó de verdad el póker de España. Napoleón le dijo al curita que no tenía intención de admitir la abdicación de Carlos IV, hasta que el rey no la ratificase formalmente y sin la presión de las turbas; a lo que añadió que el rey de España estaba dispuesto a resignar la corona en su persona “por conocer bien el carácter de su hijo y por prevenir los males de España”. Desde esta posición de fuerza, Napoleón (siempre el concepto: cuando veas que el morlaco que toreas es un manso, dale siempre salidas) pasó a extenderse sobre las enormes pruebas de confianza dadas por Fernando con aquel viaje a Bayona; por lo que le ofrecía, en plan chollo, que salvase la cara resignando el trono español a cambio del de Etruria, con el adelanto de un año de las rentas de ese reino (la pasta siempre por delante). Asegurado esto, continuó el emperador, “le ofreceré como esposa a una de mis sobrinas”. De negarse Fernando, continuó, “jamás ni él ni sus hermanos podrán contar conmigo para nada cuando alcance la corona que, estoy seguro, abdicará en mi favor Carlos IV”. Asimismo, respecto a España, Napoleón salió garante de su integridad territorial, de su religión, de sus leyes y de sus costumbres. Ja.

Como puede imaginarse, incluso leída esta escena en las memorias de Escoiquiz, quien seguro barre para casa más de una vez, se aprecia que Napoleón sabía muy bien lo que hacía al separar a la hiena matriarca del resto de la manada. Escoiquiz, quien al fin y al cabo no era sino un curita de lengua hábil que había tenido la habilidad de apoyar a Fernando cuando no era nadie en la lucha por el poder en España, no fue rival frente a uno de los estadistas más finos que conoce la Historia. Trató el canónigo de desplegar frente a Napoleón diversas razones que, en su opinión, justificaban que lo que tenía que hacer el francés era aliarse con el rey de España en lugar de echarlo; pero Napoleón las fue respondiendo todas a papirotazos.

Napoleón, además, juega en casa. Sabe que la única posibilidad de que Fernando vuelva a España, físicamente, es que él le deje volver; cosa que no piensa hacer. Por eso, en medio de una larga discusión con Escoiquiz sobre si la abdicación de Carlos fue o no fue un acto formal (y, la verdad, yo en esto estoy con Napoleón: tanto Carlos I como Felipe V resignaron su corona ante las instituciones de España, no firmando un decretillo mientras las turbas gritan Sí Se Puede bajo tu balcón), llega un momento en que el emperador acaba hasta los cojones de los razonamientos enrevesados de su interlocutor y espeta: “Dejando la renuncia [de Carlos IV] a un lado, ¿puedo yo olvidar que los intereses de mi Casa y de mi Imperio exigen que los Borbones no reinen más en España?” Escoiquiz, atrapado, tira por la comarcal y saca el tema del matrimonio de Fernando que, según él, lo puede resolver todo. Napoleón, más realista, le contesta: “no hace usted más que forjar cuentos, pues bien sabe que una mujer es lazo demasiado endeble para fijar la conducta de un príncipe”. Yo creo que fue entonces cuando Escoiquiz, vio la causa perdida.

Para cuando tal cosa hizo, la mayoría de los españoles hacía semanas que tenían la misma impresión.

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