lunes, mayo 04, 2020

Fernando (38:¡vente p'a España, tío!

Aquí están todos los capítulos presentes y futuros de esta serie. Los enlaces irán apareciendo conforme se publiquen.

Un niño en el que nadie creyó
El ascenso de Godoy
La guerra en el mar
Trafalgar
A hostias con Godoy
El niño asustado y envidioso de Carlota
Escoiquiz el muñidor
La conspiración de El Escorial
Comienza el proceso
El juicio se cierra en falso y el problema francés se agudiza
Napoleón aprieta
Aranjuez
Los porqués de una revolución
C'est moi le patron
Francia apremia
La celada
El día que un vasco lloró por España delante de un rey putomierda
Bayona
Napoleón ya no se esconde
Padre e hijo, frente a frente
La carta del rey padre
La (presunta) carta de Fernando
La última etapa en la hoja de ruta de Napoleón
El 2 de mayo se cocina
Los madrileños no necesitamos que nos guarden las espaldas
De héroes, y de rocapollas
Murat se hace con todo, todo y todo
La chispa prende
Sevilla y Zaragoza
Violentos y guerrilleros
La Corte de Bayona
Las residencias del rey padre
Bailén
La "prisión" de Valençay
Dos cartas que dan bastante asco
Un ciruelo tras otro
El Tratado de Valençay
¡Vente p'a España, tío!
El rey, en España
El golpe de Estado
Recap: por qué este tío nos ha jodido

El día 15 de diciembre, el general Palafox llegó a Valençay e, inmediatamente, comenzó a realizar repetidos conciliábulos con los Borbones, con Escoiquiz y con Macanaz; muchas veces los españoles estaban solos, en otras La Forest les acompañaba. La figura de Palafox se hizo cada vez más importante, por ser un escaso ejemplo de personaje admitido como adecuado por ambas partes. Los españoles confiaban en él, y los franceses, en palabras de La Forest, eran conscientes de que, si bien el militar tenía cosas que reprocharles, sabía sacrificarlas.
Así las cosas, los Borbones decidieron, con la aquiescencia de los franceses, que Palafox marchase hacia España, cosa que hizo el día 24, con la intención de contactar lo antes posible con la Regencia. Los franceses dieron órdenes de que, nada más acordado el convenio, se suspendiesen las hostilidades y comenzase la retirada francesa de las poblaciones que tenía ocupadas. Palafox llevaba copias autenticadas de todos los documentos que se había llevado San Carlos, previendo que, tal vez, el aristócrata no hubiera sido capaz de cumplir su misión. Incluso se habló de dos militares más de reserva, los generales O'Donell y Blake, para sustituir o suplementar a Palafox en caso necesario.

En esos tiempos ya, el Iván Redondo confesional del rey, o sea Escoiquiz, a pesar de la distancia que ha labrado Fernando respecto de él, demuestra, de alguna manera, ser el asesor de los Borbones que tiene una idea más clara de la situación. En sus conciliábulos con La Forest, es totalmente preciso al diagnosticarle una situación en la cual, sin duda, la Regencia aceptará a Fernando con pasión; pero, sin embargo, asume que no va a mover ni un ápice su posición en torno a la Constitución de Cádiz. Escoiquiz, por lo demás, aprovecha hábilmente la ausencia de San Carlos, en España; y de Macanaz, enviado a París a arreglar un préstamo de los franceses para pagar el viaje a España del rey, para recuperar la cercanía a Fernando, quien ahora lo ve diariamente varias veces.

El día de Navidad llega a Valençay la primera carta de San Carlos. Lleva fecha del 16 desde Perpiñán. Por esos días, La Forest informa a París que, sin duda, Fernando se va a apoyar en su hermano Carlos, mucho menos en su tío Antonio, el tonto del culo, puesto que, explica el francés con lenguaje correcto, “es del todo inhábil para los negocios”. Asimismo, le confirma a Napoleón lo que ya es, desde luego, totalmente claro, y es que San Carlos y Escoiquiz, y no necesariamente por este orden, son, y seguirán siendo, sin duda, los Ivanes Redondos del rey absoluto.

Los días pasan y Escoiquiz, muy especialmente, se muestra cada vez más preocupado por la falta de noticias de San Carlos. Asume, en ese punto, que la Regencia no ha aceptado las condiciones de Valençay; o, peor, que quien no las ha aceptado es Inglaterra; porque eso, recuerda, significaría la pérdida de las colonias. Siempre según La Forest, continúa, además, la continuada propaganda anticonstitucional del canónigo, propaganda que mueve a los Borbones a convencerse de que los gaditanos pretenden “reducir a la nada la autoridad real”, lo que les lleva a pensar que “su propio interés está más de acuerdo con el de Francia que con el de Inglaterra”.

Terminado el mes de enero, toda la noticia que tienen en Valençay de San Carlos, leída en un periódico, es que el 23 de diciembre pasó por Manresa. Los Borbones, un tanto desesperados, piden pasaporte para otro de sus hombres, Zayas; aunque, en realidad, lo que quiere hacer Fernando, como dijo desde el principio, es ir personalmente. Los franceses ya no se cortan al darle acceso a la prensa que le deja claro que los españoles lo adoran.

La zozobra durará hasta el 12 de febrero, día en el que San Carlos se deja ver de nuevo por Valençay.

La primera gran novedad del viaje de San Carlos, según refirió él mismo, se produjo antes de llegar a Madrid, cuando entró en España por Cataluña. Ése fue el momento en que fue informado del decreto de 1 de enero de 1811, aquél por el que las Cortes declaraban ilegal cualquier acto de Fernando mientras fuese un prisionero. Este decreto se cargaba, de hecho, la misión del buen duque, pues sus previsiones, claramente, también abarcaban al propio Tratado de Valençay. Con estas dudas en la cabeza, San Carlos había llegado a Madrid el 4 de enero, aunque se puso en movimiento enseguida a Aranjuez para salir al encuentro de Cortes y Regencia. Con la Regencia ya se pudo ver el día 5 en el Palacio Real; y las Cortes no abrieron sesiones hasta el día 15 en el teatro de los Caños del Peral.

La Regencia contestó a la carta del rey, que San Carlos traía junto con el Tratado, con gran rapidez; signo inequívoco de que en su seno, si hubo discrepancias, hubieron de ser menores. En dicha respuesta, la Regencia insistía en hacer notaría del decreto de 1811 y, apoyado en dicha norma, añadía que se excusaba “de hacer la más mínima observación acerca del tratado de paz”. Tras entregar dicha respuesta, el día 8 la Regencia le aconsejó a San Carlos que se marchase lo antes posible a Valençay, cosa que hizo al día siguiente, la verdad, encantado de la vida de pirarse. Sabemos por diversos testimonios que se marchó de Madrid lógicamente desilusionado con el resultado de su gestión, algo que le había llevado a confiar totalmente en la capacidad de Napoleón de imponer la vuelta del rey.

Palafox, por su parte, había tenido más dificultades en su viaje, por lo que el 5 de enero, cuando San Carlos ya estaba hablando con los regentes, estaba todavía en Gerona. Llegó a Madrid el día 13; la Regencia contestó a la carta que el general llevaba del rey remitiéndose a lo ya expresado en la respuesta que llevaba San Carlos.

A la llegada de San Carlos, en Valençay todo el mundo se aplicó a tratar de desarrollar alguna teoría viable que permitiese circunnavegar el famoso decreto de 1811. La Forest fue de la opinión de que dicho decreto no le era aplicable al tratado de paz, pues el decreto era hijo de las pretendidas intenciones de Napoleón de anexionarse para Francia todo el territorio español más allá del Ebro; pero, como quiera que ahora Francia no tenía aspiraciones territoriales sobre España, la situación era otra. Esta matización, sin embargo, poco resolvía, pues la Regencia difícilmente iba a aceptarla.

Así las cosas, los Borbones no tuvieron otra que pedir el comodín de la llamada, razón por la cual el mismo día 13 San Carlos salió hacia París, con la misión de contarle la movida al emperador, que era quien tendría que maquinar una solución. Sin embargo, el que estaba mal informado era San Carlos. Los Borbones pronto le enviaron instrucciones de que no le contase la negativa de la Regencia al emperador. ¿Qué había pasado? Pues, en primer lugar, que Napoleón estaba perfectamente informado de todo antes incluso de que San Carlos dejase el palacio.

Y, en segundo lugar, que la solución de Napoleón fue sacar adelante el tema de cualquier manera.

El día 8, el emperador había ordenado ya a su gente que se permitiese salir a los Borbones de Valençay, si bien de riguroso incógnito. Asimismo, activó la salida de las tropas de Vietnam. La Forest fue informado el 10 de esta intención y se la debió de comunicar a los Borbones, tal vez, al mismo tiempo que San Carlos llegaba con sus noticias. Por eso Fernando quiso cambiar las instrucciones de su asesor, cosa que no pudo hacer por la dificultar que presentaba encontrarlo; consideraba que, si le iban a dejar que se fuera, él mismo ratificaría el tratado.

San Carlos, en todo caso, no llegó a entrevistarse con Napoleón, sino con Henri Jacques Guillaume Clarke, duque de Feltre, ministro de la Guerra. Feltre se limitó a confirmarle que había luz verde para arreglar el viaje, por lo que San Carlos estaba el 16 otra vez en Valençay para organizarlo. A causa de la lógicamente enorme cantidad de trabajo que tenía sobre sí Feltre, el asunto español fue delegado a Alexandre Maurice Blanc de la Nautte, conde de Hauterive. Hauterive envió a Valençay a un propio de su confianza, Jean Baptiste Petry, que llegaría a ser cónsul general de Francia en Madrid en 1823, con órdenes tajantes de Napoleón de terminar aquel asunto lo antes posible.

Las cosas, sin embargo, no terminaban de apañarse. Tan estancada está la cosa que La Forest termina por aconsejar a San Carlos que vuelva a ir a París e intente entrevistarse con Napoleón, cosa que éste hace el 28 de febrero. Según La Forest, que así lo dice en sus cartas, el problema procede de la camarilla de los Borbones, donde hay gente (que, que yo sepa, nunca identifica) que quiere prolongar la estancia de Valençay; pero lo cierto es que el mayor problema proviene de la propia policía francesa, la cual tenía una orden tajante de Napoleón de no extender pasaporte alguno a los inquilinos de Valençay que llevase la firma del propio Napoleón; orden que, aparentemente, nadie había modificado.

No es hasta el día 8 de marzo que empiezan a llegar algunos pasaportes. El día 9, San Carlos está de nuevo en Valençay, ya con todo a punto para el viaje. Y al día siguiente el coronel Zayas, que es uno de los beneficiados por la llegada de los primeros salvoconductos, emprende camino a España, para preparar las cosas. En las últimas jornadas, el principal problema es el dinero. Fernando viajó acompañado de un numeroso séquito y de un equipaje muy abultado; necesitaba pasta y, contra lo que había calculado, la renta del mes de marzo los franceses no la pagaron. Así pues, Macanaz hubo de ir a París y de conseguir de ellos, cuando menos, una cantidad para lo fundamental (o lo que ellos consideraban lo fundamental, más bien).

El domingo, 13 de marzo de 1814, los Borbones oyen su última misa en la capilla del palacio de Valençay. A las diez, montan en sendos carruajes. Antes de subir al suyo, Fernando saluda al sacerdote local, y le dice: “Pedid a Dios, señor cura, para que no echemos nunca de menos Valençay”.

No las tiene todas consigo.

Algo más de un mes antes de la salida de Fernando de Borbón de su dorada prisión francesa, las Cortes españoles, a pesar de no haber querido firmar el tratado que les había propuesto San Carlos, decretan, ya casi seguras del regreso del rey, instrucciones para el recibimiento del monarca. En dicho decreto se establece que: “no se reconocerá por libre al Rey, ni por lo tanto se le prestará obediencia, hasta que en el seno del Congreso nacional preste el juramento prescrito en el artículo 173 de la Constitución”.

Complementariamente a éstas y otras normas, la Regencia desarrolló unas instrucciones para el ejército, concretamente al conde de Abisbal, Manuel Freire, y Francisco de Copons, éste último muy implicado en todos los movimientos orquestales anteriores vinculados a los movimientos de San Carlos. Buscaba la Regencia que Fernando no entrase en España por donde él quisiera o le conviniese, sino por un itinerario prescrito por la propia Regencia. Como se ve, ambas partes sabían muy bien que no podían fiarse la una de la otra.

Por cierto, que las Cortes, en esos días, tomaron una decisión que hoy se nos antoja difícil de creer: según la misma, el día que fuese oficial el viaje de regreso de Fernando, todos los diputados cederían su dieta de ese día para acopiar con ese dinero un dote matrimonial. Esa dote sería para la mujer que aceptase casarse con el granadero soltero más antiguo del ejército.

En todo caso, conocedores de los intensos problemas de liquidez con que Fernando estaba verificando el viaje, también se acopió un sobre con mil doblones, preparado para ser entregado en mano al propio rey.

El día 24 de marzo, Zayas llegó a Madrid, de avanzada de Fernando, quien como sabemos ya estaba en camino. Portaba una carta del propio rey, que terminaba con este breve párrafo: “En cuando al restablecimiento de las Cortes de que me habla la Regencia, como a todo lo que puede haberse hecho durante mi ausencia, que sea útil al Reyno, merecerá mi aprobación como conforme a mis reales intenciones”.

La ratita escondía la colita.

1 comentario:

  1. Anónimo8:26 p.m.

    "...el coronel Zayas..."

    ¿Otra degradación? Don José Pascual de Zayas y Chacón era mariscal de campo (general de división) en aquella época.

    Eborense

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