lunes, abril 13, 2020

Fernando (23: la última etapa de la hoja de ruta de Napoleón)

Aquí están todos los capítulos presentes y futuros de esta serie. Los enlaces irán apareciendo conforme se publiquen.

Un niño en el que nadie creyó
El ascenso de Godoy
La guerra en el mar
Trafalgar
A hostias con Godoy
El niño asustado y envidioso de Carlota
Escoiquiz el muñidor
La conspiración de El Escorial
Comienza el proceso
El juicio se cierra en falso y el problema francés se agudiza
Napoleón aprieta
Aranjuez
Los porqués de una revolución
C'est moi le patron
Francia apremia
La celada
El día que un vasco lloró por España delante de un rey putomierda
Bayona
Napoleón ya no se esconde
Padre e hijo, frente a frente
La carta del rey padre
La (presunta) carta de Fernando
La última etapa en la hoja de ruta de Napoleón
El 2 de mayo se cocina
Los madrileños no necesitamos que nos guarden las espaldas
De héroes, y de rocapollas
Murat se hace con todo, todo y todo
La chispa prende
Sevilla y Zaragoza
Violentos y guerrilleros
La Corte de Bayona
Las residencias del rey padre
Bailén
La "prisión" de Valençay
Dos cartas que dan bastante asco
Un ciruelo tras otro
El Tratado de Valençay
¡Vente p'a España, tío!
El rey, en España
El golpe de Estado
Recap: por qué este tío nos ha jodido

Los días 3 y 4 de mayo, efectivamente, Napoleón inicia una presión hacia los reyes padres a base de referirles noticias, no todas ellas ciertas, sobre la situación en España. La armonía existente en su inicio entre las tropas francesas y los españoles se estaba resquebrajando, y de ello responsabilizaba el emperador a Fernando de Borbón. Asimismo, le enseñó cartas de Fernando (presuntas, claro) a la Junta de Madrid que venían a demostrar que estaba confabulado contra los franceses. Como digo, yo la veracidad de estas cartas la pongo en salmuera, más que nada porque Fernando no tenía huevos de hacer algo así desde Bayona; y los asesores que lo rodeaban, menos aún.
Sea verdad o no, lo cierto es que Carlos creyó lo que su gran amigo francés le contaba; creyó que España esta en una situación límite y para resolverlo, siempre según las sugerencias del emperador, firmó un decreto en el que nombraba a Murat Teniente General del Reino.

Este decreto lleva fecha del 4 de mayo. Pero hay que entender que se redactó y firmó sin conocimiento alguno de los sucesos del día 2 en Madrid. Eran otros tiempos, y las noticias tardaban en llegar. Las noticias del 2 de mayo llegaron a Bayona en la tarde del día 5, mediante un oficial francés, llamado Daneucourt, que venía de Madrid a uña de caballo para informar a Napoleón, a quien encontró dando uno de sus frecuentes paseos ecuestres por la ciudad. Savary, que estaba con él durante la promenade, relata en sus memorias que, conforme Napoleón fue leyendo los despachos, se fue poniendo de una creciente mala hostia y que, cuando terminó, sin una palabra, picó espuelas hacia la residencia del rey padre. Allí le dio a leer los despachos a Carlos de Borbón, indicándole que estaba hondamente consternado; el rey padre, por toda respuesta, en cuanto terminó la lectura ordenó que llamaran a sus hijos Fernando y Carlos.

Godoy cuenta es sus memorias que él estaba con el rey padre en el momento que Napoleón entró, en la media tarde del 5. Estaban, dice, precisamente discutiendo la inquietud de Carlos por el hecho de que Fernando no hubiese contestado a su carta (un indicio más de que la misiva no fue enviada). Godoy confirma las impresiones de Savary al decirnos que Napoleón estaba transportado, mezclando en su rostro la palidez con el rubor del encabrone. Sus recuerdos de cómo venía, sin embargo, son diferentes de la impresión de un Napoleón sorprendido por las noticias que ha recibido. Según él, le dijo al rey: “lo había previsto; aguardaba esto; la Inglaterra triunfa sobre nosotros, la anarquía ha levantado su cabeza en España, se ha degollado a mis soldados alevosamente; la sangre de franceses y españoles, tan largo tiempo amigos y aliados, ha corrido por las calles de Madrid. Todo ello se ha votado desde aquí, desde Bayona, tengo las cartas y las pruebas en la mano.” Acto seguido le hizo leer a Carlos la proclama de Murat, la de los fusilamientos y todo eso; y , después, animó a Daneucourt a que contase, como testigo directo, lo que había visto.

Como vemos, pues, Napoleón no estaba en condiciones de admitir, ni le convenía, que el levantamiento del 2 de mayo de 1808 fuese un levantamiento popular. Primero, el era hijo de la Revolución Francesa, pero estaba muy lejos de haber digerido todas las consecuencias de ésta; y, segundo, él, como con posterioridad el 99% de todos los hijos culturales de la Ilustración (99,7% en el caso de los españoles, 100% en el caso del subgrupo de los mismos licenciados en Geografía e Historia) nunca logró entender que algo tan ajado y jerarquizado como el Antiguo Régimen podía, perfectamente, albergar e, incluso, justificar una reacción popular soberana. Porque el Antiguo Régimen se basaba en un pacto de hierro entre los soberanos y su pueblo y, por lo tanto, igual que el incumplimiento de dicho pacto siempre justificó el incumplimiento de dicho pacto por la parte agredida, también exigía su defensa a ultranza en el caso de que alguien lo intentase quebrar. Por eso, en realidad, todas esas mandangas que se dicen y se escriben de que si en 1808 el pueblo español tomó conciencia de su papel y de su fuerza son, eso, mandangas.

Al punto, siempre según Godoy, el emperador de Francia preguntó por la respuesta de Fernando a la carta de su padre. Cuando supo que aquel día, a aquellas horas, todavía no había contestado, dijo: “Es necesario poner fin a tantos crímenes hoy mismo. Haced llamar a vuestro hijo. ¡No más treguas!”

Cevallos, desde la otra orilla del río por así decirlo, nos relata la referencia de la llegada de Napoleón y la conferencia con Carlos, seguida de llamada a Fernando. Cuando el Borbón llegó a casa del otro Borbón, allí lo estaba esperando su padre con Napoleón, quien le dedicó, nos dice Cevallos, unos epítetos tan denigrantes que se negó a reproducirlos en sus escritos. Carlos, el rey padre, ni se planteó, igual que Napoleón, que aquella rebelión pudiera ser una rebelión española espontánea, y compró inmediatamente la idea de que había sido instigada por su hijo; hay que entender, en este sentido, que, como sabemos, para entonces tanto el rey como la reina padres estaban convencidos de que todo lo que había pasado en Aranjuez lo había montado Fernando, así pues no es nada extraño que le atribuyesen estas habilidades propias de la CIA. Así las cosas, Carlos de Borbón le ordenó a su hijo Carrie Mathison que allí mismo firmase su renuncia absoluta a sus derechos dinásticos, so pena de ser tratado, él y todo su equipo médico habitual, como usurpador de la Corona y conspirador contra la vida de sus padres (el cadalso, pues). Fernando, nos dice Cevallos con obsequiosidad extrema, “no queriendo envolver en sus desgracias a muchos comprendidos en la amenaza de Carlos IV, hubo de hacer la renuncia”. Como se puede ver, antes se atrapa a un mentiroso que a un cojo: en los escritos de Cevallos, como en los de Escoiquiz, tan pronto Fernando actúa por el bien del pueblo español, como del suyo propio o, como ahora, para salvar la integridad de sus parciales. Ante la multitud de respuestas, suele ocurrir que sólo haya una cierta; en este caso, la segunda.

Fernando firmó porque era un puto cobarde y no quería morir. Estoy seguro de que en esa entrevista, padre y emperador le enseñaron, o le insinuaron, la capucha del verdugo. Ocurre, sin embargo, que en este mundo nuestro, todo el mundo tiene derecho a dar un paso atrás ante la amenaza de la Parca; todo el mundo, menos un rey absoluto. Un rey absoluto, como ya he dicho, lo es por efecto de un pacto de hierro entre su familia y un pueblo que decide ser gobernado por ella. Entre las cláusulas del pacto está, por parte del pueblo, hacer cosas como la que hicieron los madrileños el 2 de mayo de 1808, enfrentándose a pedradas con los panzer franceses que entraron por esa plaza de Tiananmen que, aquella mañana, fue la Puerta del Sol. Pero cláusulas como la que los madrileños cumplieron tienen otras paralelas de la misma calidad; y especialmente está ahí ésa que dice que un rey debe dar la vida por defender su Corona, pues defender su Corona es defender a su pueblo. Si, verdaderamente, Napoleón estaba dispuesto a terminar con la vida de Fernando de Borbón, él debería haberla entregado, consciente de que ése era el destino que le había reservado su alta misión.

En primer lugar, es muy, muy cuestionable que Napoleón hubiese llevado a cabo las amenazas que probablemente sustantivó en aquella conversación. No era ningún gilipollas. A poco que reposase un poco los hechos que acababa de conocer, se habría dado cuenta de algo fundamental: si el pueblo español había montado la que había montado porque creía que se llevaban a la familia real de Madrid, ¿cómo se habría quedado tras conocer la noticia de que su rey había sido ejecutado? Fernando era inasesinable, y tanto el propio Fernando como Napoleón, que diría Julio Iglesias, lo sabían.

En segundo lugar, aun llevándose a cabo la amenaza, ¿acaso no era más importante la dinastía española que su propia persona? ¿No supondría su muerte la entrega heroica de una vida a cambio de estrechar los lazos entre un pueblo y su familia real? Pero, claro, está el factor verdaderamente fundamental en esta historia, y es éste: Fernando miraba únicamente por sí mismo. A ratos decía que lo que hacía, lo hacía por el pueblo español; a ratos que en favor de las gentes de su camarilla. Pero todo era mentira. Fernando prefería ser depuesto por Napoleón a ser asesinado por él, porque barruntaba que el emperador, una vez consumado su plan, le daría un chalet para que viviese la vida loca. A España, de lejos, le habría venido mucho mejor que lo matase, y no lo digo por lo mal que se portaría después, sino porque ello habría contribuido a una eclosión armónica de la autoconciencia del pueblo español. Pero, claro, eso no es lo que pasó.

El 2 de mayo, España estuvo a la altura de la Historia. El 5, su rey no lo estuvo.

Según Savary, quien probablemente lo cuenta porque se lo contó Napoleón ya que nadie, salvo Fernando, los reyes padres y el emperador estuvo presente en la entrevista, el emperador acusó al Borbón de estar detrás de la conspiración que había terminado en el levantamiento del 2 de mayo; para añadir, acto seguido, que hasta entonces había transigido, pero que enough is enough. “Yo no reconoceré por Rey de España a quien, primeramente, ha roto la alianza que, desde hace tantos años, le unía a Francia; he aquí hasta donde lo han arrastrado los malos consejos”, le dijo. Acto seguido, se mostró dispuesto a llevar a Carlos IV a Madrid inmediatamente, a lo que el rey padre se negó, pues, se preguntó, “¿qué puedo hacer yo en un país en el que todas las pasiones se han desatado contra mí?”. Siempre según el militar francés, el rey padre no es que intimase la renuncia de su hijo, sino que lo dejó en manos del emperador: “mira los males que has acarreado a España. Seguiste malos consejos y yo ya no puedo hacer nada; sálvate como puedas”.

[Obsérvese que, en la conversación entre Borbones padre e hijo, todo lo que se barrunta entre ellos es la salvación personal. De España ya, si eso, hablarían si quedaba tiempo...]

Fue, por lo tanto, Napo quien le dijo a Nando: “si de aquí a medianoche no habéis reconocido a vuestro padre como rey legítimo, seréis tratado como un rebelde”. Fernando, al parecer, asintió levemente (lo cual quiere decir que ni de palabra protestó), y se retiró.

Ya solos el emperador y los reyes padres, Napoleón completó la última etapa de su hoja de ruta: “Si VM no quiere que yo cumpla el deber de colocarle nuevamente en el Trono, yo me haré dueño de la España, pues no puedo permitir que reine el Príncipe de Asturias ni su hermano; vuestro otro hijo exigiría una Regencia, y no están los tiempos para regencias. Hay que impedir que Inglaterra infecte la península. Si VM no quiere, o no se atreve, a tomar parte de este empeño, yo le daré un asilo en mis Estados y VM me hará una renuncia de los suyos”.

Y bien, ya estaba ahí: la última, en realidad, primera, jugada de Napoleón Bonaparte. El embargo de España en favor de Francia. El viejo sueño de los penúltimos luises, el que ya habían intentado enviando a un miembro de la familia a gestionar el colmao; lo que siempre habían ambicionado los Capetos desde que se convencieron de que en Europa no cabían dos grandes monarquías católicas.

Los testimonios dicen, y yo les creo, que Carlos IV se quedó de piedra cuando escuchó las palabras de labios de su amigo. Nada dijo mientras Napoleón le hablaba, primero, de lo que era mejor para los españoles (¿cuándo ha sido lo mejor para los españoles que les comande un francés?) y, después, de la peripecia personal del anciano rey padre; el cual, lo convenció, lo mejor que podía hacer, viejo y ajado como estaba, era retirarse. Como Diocleciano. Como Carlos I.

La magnitud de la traición cometida por Carlos IV debe ser valorada en el entorno real en el que se encontraba aquella entrevista. Nosotros, desde el balcón del futuro, sabemos cómo termina esta película. Sabemos que el pueblo español (y el ejército inglés) acabó ganando aquella guerra. Pero Carlos, en ese momento, ni pensaba que se fuera a producir una guerra; ni que fuese a durar más de unos días; ni, mucho menos, que Francia fuese a perderla. En consecuencia, el rey de España (en ese momento no sé si lo era, pero así se consideraba a sí mismo) tenía que ser consciente que permanecer en su silloncito en silencio, escuchando mientras el torvo francés le contaba sus milongas, equivalía a hacer desaparecer a España (sí, hacer desaparecer a España; porque, el 5 de mayo de 1808, España existía para cualquiera que tenga dos dedos de frente; esto es, neto de personas de bajo cociente intelectual e historiadores en general) en el turbión de realidades que era en ese momento el Imperio francés. Y le dio igual. Como nos cuenta Savary, Napoleón se apresuró a ofrecerle un asilo en Francia, una casita con vistas y un coto para cazar. Porque Carlos no quería más.

Se dice, muy a menudo, que en los primeros años del siglo XIX cayó el Antiguo Régimen en España. Personalmente, considero que lo que cayó fue el egoísmo borbónico. Parece lo mismo, pero son cosas distintas.

1 comentario:

  1. Anónimo7:09 p.m.

    ¡Hola! Solo una corrección. En esta frase, la coma entre Napoleón y entró debe ser borrada...

    Godoy cuenta es sus memorias que él estaba con el rey padre en el momento que Napoleón, entró, en la media tarde del 5.

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