viernes, junio 13, 2025

Viet Nam antes de Viet Nam (33) Fontainebleau bien vale unos chinos




Las primeras relaciones
Reyes y revoluciones
Nunca te fíes de un francés
Nguyen Ai Doc
Tambores de guerra
El tsunami japonés
Grandeza y miseria de la Kempeitai
El Viet Minh
Los franceses hacen lo que mejor saben hacer (no definirse)
Dang vi qui, o sea, naniyori mo hitobito
El palo y la zanahoria comunistas
Puchimones contra podemitas
Aliados a pelo puta
Franceses y comunistas chapotean para no ahogarse
Vietnamitas listos + británicos estúpidos + periodistas gilipollas = muertos a decenas
Si tu ne voulais pas de bouillon, voici deux tasses
Francés busca indochino razonable
Los problemas del comunismo que se muestra demasiado comunista
Echa el freno, Madaleno
El factor chino
El factor USA
El problema de las tres mareas
Orchestal manoeuvres in the dark
O pacto, o guerra
El acuerdo de 6 de marzo
Buen rollito por cojones
El Plan Cédiletxe
No nos queremos entender
Dalat
Las inquietudes y las prisas del almirante D’Argenlieu
Calma tensa
La amenaza nacionalista
Fontainebleau bien vale unos chinos
Francia está a otras cosas
Memorial de desencuentros
Maniobras orquestales en la oscuridad (sí, otra vez)
El punto más bajo de la carrera de Ho Chi Minh
Marchemos todos, yo el primero, por la senda dictatorial
El doctor Trinh, ese pringao
Allez les bleus des boules!
D’Argenlieu recibe una patada en el culo de De Gaulle
París no se entera
Si los Charlies quieren pelea, la tendrán
Give the people what they want
Todas las manos todas, amigo vietnamita
No hay mus
El comunista le come la tostada al emperador
El momento del general Xuan
Conditio sine qua non con un francés: cobra siempre por adelantado
La ocasión perdida
El elefante chino entró en la cacharrería 

 

 


Los vietnamitas tenían, por supuesto, un serio problema presupuestario. Como ya os he dicho, esclavos de su palabra y de la demagogia, habían abolido el impuesto personal, lo que había terminado por obligarles a imponer un impuesto llamado de Defensa Nacional, de 5 piastras por cada adulto entre 18 y 60 años. Por lo demás, una vez abolidos los impuestos indirectos sobre el alcohol y el opio, es decir la priba y la farlopa, apenas les quedaba el a modo de Impuesto de Sociedades, y el de Aduanas. Pero, claro, eso apenas servía de algo, teniendo en cuenta que las empresas estaban casi todas en las últimas.

La situación económica era desastrosa, pues. Pero eso no quiere decir, desde luego, que las gentes del Viet Minh estuviesen preocupadas por ello. En realidad, los más radicales de entre ellos, lo que estaban, es encantados. En primer lugar, porque, al fin y al cabo, lo que busca un comunista siempre es socializar la miseria; así pues, cuanta más miseria, mejor para él, ella o elle. Y, en segundo lugar, porque los Viet Minh hacían una lectura muy propia de la gravísima crisis económica del Tonkin: la veían como incentivo para que los franceses se abriesen de allí, dejándoles el machito por consunción, por así decirlo. En julio, de hecho, se creó un intitulado Frente de Defensa Económica, al frente del cual se situó al saigonés doctor Pham Ngoc Thach, cuya función era asumir los activos económicos que los franceses deseasen ceder. La SEPI viet, pues (si es que, de verdad, el general Franco, de haber sido expulsado de España por los aliados, podría haber invadido Viet Nam).

El 20 de julio, por lo demás, el Viet Minh procedió a fusionar todas las organizaciones obreras en una Confederación General del Trabajo o Tong Lien Doan Viet Nam; pues sabido es que comunistas y franquistas comparten su amor por el concepto de sindicato único. El TLD, como se lo conoció por sus siglas en vietnamita, solicitó su ingreso en la Federación Sindical Mundial; y como quiera que todas estas organizaciones de orbe mundial, empezando por la más grande de ellas que es la ONU, suelen ser cubos de basura donde cabe todo, pues cupieron, claro.

En otra cosa los comunistas vietnamitas, a pesar de que muy probablemente ni siquiera sabían quién era el general Franco, parecieron inspirarse en él. En materia de política económica, decidieron que lo que tenía que hacer el Viet Nam casi independiente era prohibir las importaciones (salvo las de productos de primera necesidad, pues Dios aprieta pero no ahoga) para así poder construir un sistema económico basado en la autarquía. A Juan Vietnamita le vendieron aquel meconio como un ejercicio activo de nacionalismo, es decir, de volver a los usos austeros que siempre habían caracterizado al pueblo annamita. En fin, el pueblo annamita, de toda la vida, había sobrevivido con una patada en los cojones y un vaso de agua; pero eso no es porque ésa fuese su cultura, sin porque eran pobres como ratas. El Viet Minh, es actitud bastante común en los movimientos comunistas, simplemente le ocultó a sus ciudadanos que existían posibilidades de que viviesen mejor. Todo, en cualquier caso, respondía a la presión de los Viet Minh más extremistas, los de avanzar sin transar, para crear una economía y una sociedad tan putomiérdicas que los franceses decidiesen abandonarla.

Los vietnamitas, por lo demás, tenían otra razón para procurar la incautación más o menos legal de las riquezas creadas por los franceses. Los mercaderes internacionales de armas, que son unos tipos que siempre cobran por adelantado y que no le fían ni a su puta madre, les dejaron bien claro a los annamitas que estaban dispuestos a venderles de todo; pero que cobraban en bienes reales (joyas, activos tangibles) o monedas reconocidas; los papelitos vietnamitas no les servían ni para limpiarse el ojete. Consecuentemente, el Viet Minh necesitaba salir a los mercados internacionales con bienes tangibles y realizables para construir su ejército. A decir verdad, en Viet Nam había dinero respaldado y confiable: el que había emitido el Banco de Indochina. Por ello, los dirigentes se aplicaron a acopiarlo, lo cual quiere decir desposeer a sus ciudadanos (ese obrero por el que lo hacen todo) del dinero que tenían, cambiándolo por la piastra Ho Chi Minh, que se inventaron ellos y tenía el mismo respaldo que los billetes del Monopoly.

La piastra Ho Chi Minh comenzó a distribuirse en marzo en Annam, ante el escepticismo del personal, que podía ser tonto pero no gilipollas. Pero las autoridades les convencieron, ¿cómo lo diría?... Haciéndoles ofertas que no podían rechazar, no sé si me explico.

Con el dinero legal de los particulares, conseguido gracias a las graciosas y voluntarias cesiones de los ciudadanos felices que, si tenían la cara como la cordillera de los Andes era porque se habían tropezado con una puerta, el Viet Minh se fue, fundamentalmente, a Hong Kong, que en aquel entonces era un lugar donde se podía comprar prácticamente de todo, y donde al que se le ocurría decir en alto “blanqueo de dinero” lo colgaban de un pino. O sea, más o menos como Gibraltar ahora; que las colonias británicas, ya se sabe.

Los comunistas vietnamitas, sin embargo, fueron víctimas de su impostado y calculado desconocimiento económico. Aquellos eduardogarzones de ojos rasgados, aparentemente, nunca se percataron bien de que, si llenas Hong Kong de piastras vietnamitas, lo que vas a conseguir es que la oferta crezca mucho más que la demanda; situación en la que el precio de esa moneda baja. Esto fue exactamente lo que pasó y, como consecuencia, las importaciones cada vez eran más caras.

La respuesta del Viet Minh fue: tenemos que equilibrar la balanza de pagos. Aunque es una conclusión que hasta un niño de cuatro años entendería, no deja de tener su mérito que ellos la alcanzaran. También dieron con la clave de lo único que podían hacer para reequilibrar el balance entre las gallinas que salen y las que entran: incrementar las exportaciones. Pero, bueno, que tenían en qué inspirarse, pues eso fue, al fin y al cabo, lo que hizo Stalin cuando provocó las hambrunas en la Unión Soviética; y lo que haría, años después, Mao, cuando le dio por convertir a China en el mayor productor siderúrgico el mundo. Viet Nam comenzó a vender todo lo que le había incautado a los franceses, el opio, y algunos minerales que tenía, y tiene, en su subsuelo. Y, por supuesto, pues ya os he dicho que ahí tenían el libro de instrucciones de Stalin, el Viet Minh, es decir la luminaria de la clase obrera indochina, que todo lo hacía por el bienestar del humilde habitante de sus deltas y montañas, decidió, en un momento en el que en el país había una muy seria situación de hambre y falta de suministro alimentario, convertirse en exportador de arroz.

Este entorno, ¿qué reacción provocó en los franceses? La verdad es que hubo de todo. Haciendo una clasificación que, muy probablemente, es injusta con muchos casos particulares, se puede decir que los elementos de mayor edad, personas que habían vivido en un Viet Nam que ahora sabían que nunca volvería y que, además, comenzaban a verse asolados por esas dudas que asolan al hombre cuando la próstata le deja de funcionar como un reloj atómico, querían marcharse. Estaban, como digo, en ese momento de la vida en el que la situación del día a día les daba asco, y comenzaban a echar cuentas para ver si podían volver a su pueblecito de Normandía o del Delfinado y allí comprarse una casita. Sus hijos y nietos, sin embargo, eran de otro palo. Para muchos de ellos, Francia no dejaba de ser una referencia casi poética que apenas conocían de uno o dos viajes, quizás siendo niños; y allí no se habían sentido nada integrados. Estos franceses jóvenes, además, cuando escuchaban a sus padres o abuelos hablar de los monos amarillos, miraban para otra parte. Todos ellos tenían amigos vietnamitas (eso si no se habían casado con algune) y carecían de los prejuicios de su generación anterior. Es decir: básicamente, ya no eran franceses. Estaban dispuestos a quedarse y a trabajar por aquel país que consideraban el suyo.

En aquel entorno, para los vietnamitas se convirtió en fundamental el control aduanero; y no es ninguna exageración decir que el principal esfuerzo práctico durante la primavera y el verano de 1946, en el Tonkin, fue dotar de fuerza y capacidad a las autoridades fronterizas. Esta política de control aduanero tuvo un objetivo fundamental: los chinos.

Los mercaderes chinos eran la cola del dragón, y se movían con él. Habían llegado al Tonkin con las tropas nacionalistas, pero no se habían marchado con ellas. Ahora seguían en Viet Nam, pero no sólo habían perdido la protección del ejército chino, sino que sabían que los Viet Minh los consideraban lo que básicamente eran: unos contrabandistas. El Cobo Calleja de Hanoi vivía, básicamente, de introducir mercancías chinas sin pagar impuestos ni una leche; y eso las autoridades lo sabían.

Los chinos, por otra parte, tenían una reivindicación. Si recordáis, el 28 de febrero, franceses y chinos habían firmado un acuerdo en Chungking; en aquel acuerdo los franceses habían aceptado muchas cosas a cambio de que los chinos prometiesen sacar a su ejército del Tonkin, y una de esas promesas venía a considerar Hai Phong como un puerto franco. El Viet Minh, esta vez creo que totalmente con razón, nunca se consideró vinculado a cumplir con esa provisión; pero los chinos actuaban como si ya estuviese plenamente en vigor. Practicaban, pues, una suerte de contrabando que, para ellos, era legal. Y, además, hay que tener en cuenta que los franceses, que sin duda estaban vinculados por lo que habían firmado, actuaban siempre en beneficio de los chinos.

Así pues, conforme avanzaba el año 1946, en toda la costa de Viet Nam, la tensión se acrecía. Los vietnamitas tomaron en su poder todas las oficinas de aduanas, algo en lo que los franceses no pusieron ni medio problema. A partir de ahí, comenzaron a hostigar a los comerciantes chinos, algunas veces con más razón, otras con ninguna en lo absoluto.

El 29 de agosto, esta situación hizo crisis; y, lógicamente, tuvo que ser Hai Phong, la Barcelona de esta historia. Las autoridades vietnamitas hicieron una operación contra la difusión de papel moneda sin valor y, en dicha operación, detuvieron a un grupo bastante numeroso de comerciantes chinos. Tras dichas detenciones, el mentado día 29 los franceses intervinieron para liberar a los chinorris, honradamente no sé con qué base, porque una cosa es conceder a la gente derechos para comerciar y otra distinta permitir que lo hagan enchufando mortadelos en el sistema monetario.

Sea como sea, el coronel Pierre-Louis Dèbes, el machirulo francés en la zona, tomó a sus tropas y con ellas ocupó la Aduana Central de Hai Phong. La respuesta de los vietnamitas fue convocar una huelga general.

El asunto, obviamente, llegó a Hanoi. Allí la situación no era fácil, puesto que el nuevo comisario de la República provisional prácticamente acababa de llegar: el general Louis-Constant Morlière. Era uno de esos militares franceses de entonces que había estado en diversos puestos relacionados con las posesiones exteriores del país (Marruecos, Senegal, y también Indochina); y, la verdad, no era ningún parvenu (aunque, para mi gusto, en los retratos salga casi siempre un poco con cara de empanado). Pero era un líder militar, un hombre no exento de habilidades diplomáticas, y le tenía mucho aprecio a la tierra indochina. Era, pues, una buena elección por parte de la Administración de París, históricamente proclive a cagarla por su sempiterna manía de olvidar a Richelieu y preterir, tantas veces, a los expertos en favor de los amiguetes.

Morlière era, como digo, probablemente, la persona más indicada para arreglar adecuadamente el incidente de Hai Phong por parte francesa; y, las cosas como son, Vo Nguyen Giap era lo mismo por parte vietnamita.

El gobierno vietnamita, tras unas conversaciones que fueron duras pero leales, aceptó que los franceses participasen provisionalmente en los servicios aduaneros de Hai Phong; todo ello, a cambio de que quedase prístinamente claro que eso no suponía realizar una valoración de la situación definitiva de los servicios aduaneros vietnamitas.

Giap era un hábil negociador, un Rubalcaba de la vida que tenía una inteligencia especial para detectar los momentos en los que has de plantarte y los que has de ceder, o callarte. Por lo tanto, llevó la negociación por parte vietnamita, en este caso la más desabrida, de forma hábil, tensando la cuerda pero sin romperla. Pero también hay que decir que tenía una razón muy potente para portarse así, para no romper con los franceses: Fontainebleau.

Todo lo que estaba pasando en el Tonkin en la primavera y el verano de 1946 no era sino un preludio. Era como esa exposición de hechos que fiscal y abogado hacen al inicio de un juicio, antes de que comiencen las testificales y todo lo demás. La orden de Ho Chi Minh era clara: su llegada a París y sus jornadas allí no podían verse lastradas por despachos de las agencias de prensa informando de que, en Viet Nam, los locales estaban montando líos antifranceses. Para el Viet Minh, aceptar que los franceses mangoneasen en las Aduanas de Hai Phong significaba que protegerían las cuestionadísimas actividades de los chinos. Pero era eso, o sacar el canasto de las chufas y, con ello, convertir a Ho, que estaba en París repartiendo sonrisas a los hombres y cucamonas en las mujeres, en el peligroso hombre violento que en el fondo también era. El Viet Minh había conseguido llegar a Fontainebleau convertido en el portavoz del pueblo vietnamita. Si París bien vale una misa, Fontainebleau bien vale unos chinos.

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