lunes, mayo 16, 2022

La implosión de la URSS (6: El hombre de paz)

 No es oro todo lo que reluce

Izquierda, izquierda, derecha, derecha, adelante, detrás, ¡un, dos, tres!
La gran explosión
Gorvachev reinventa las leyes de Franco
Los estonios se ponen Puchimones
El hombre de paz
El problema armenio, versión soviética
Lo de Karabaj
Lo de Georgia
La masacre de Tibilisi
La dolorosa traición moldava
Ucrania y el Telón se ponen de canto
El sudoku checoslovaco
The Wall
El Congreso de Diputados del Pueblo
Sajarov vence a Gorvachev después de muerto
La supuesta apoteosis de Gorvachev
El hijo pródigo nos salió rana
La bipolaridad se define
El annus horribilis del presidente
Los últimos adarmes de carisma
El referendo
La apoteosis de Boris Yeltsin
El golpe
¿Borrón y cuenta nueva? Una leche
Beloveje
Réquiem por millones de almas
El reto de ser distinto
Los problemas centrífugos
El regreso del león de color rosa que se hace cargo de las cosas
Las horas en las que Boris Yeltsin pensó en hacerse autócrata
El factor oligarca
Boris Yeltsin muta a Adolfo Suárez
Putin, el inesperado
Ciudadanos, he fracasado; dadle una oportunidad a Vladimiro 

Gorvachev era él mismo un político muy interesado por los temas internacionales, y rodeado de un equipo bastante bueno en el tema. Alexander Yakolev, como ya os he contado, había currado en Canadá. Anatoli Sergueyevitch Chernaiev había sido rescatado del departamento Internacional del Comité Central, codo con codo con Boris Nikolaievitch Ponomarev. Y, sobre todos estos fichajes, el de Andrei Serafimovitch Gratchev, que había desarrollado buena parte de su carrera el Budapest. Asimismo, hay que citar a Guiorgui Arkadyevitch Arbatov, considerado un experto en los Estados Unidos; Valentin Milhailovitch Falin, especializado en Alemania; y Giourgui Chanazarov. Además, obviamente, de Shevardnazde.

El 15 de enero de 1985, Gorvachev había elegido para mostrar un primer gesto perestroiko de altura en el tema internacional y, dentro del tema internacional, el asunto de las armas nucleares. Como ya os he contado en este blog, a principios de los años ochenta, en los últimos golpes de riñón de Breznev sobre todo, la URSS había conseguido su sueño húmedo: la superioridad cuantitativa o sobre el papel, en materia de armamento nuclear, sobre la hidra estadounidense. Los soviéticos llegaron a ese momento mágico literalmente derrengados. Los dos grandes diseñadores de una carrera de superioridad nuclear: Iosif Stalin y Mao Zedong, nunca fueron, la verdad, muy conscientes de las plumas que había que dejarse en la gatera para conseguirla. Ahora, en la primera mitad de los ochenta, la URSS tenía más pepinos que los EEUU. Pero por el camino habían pasado tres cosas: la primera, que la URSS se había arruinado a base de guardarlo todo para su complejo militar-industrial. La segunda, que los EEUU habían aprovechado el tiempo abriendo grietas en el bloque soviético, de las cuales la principal era la enemistad entre Moscú y Pekín (lo cual hacía que parte de los pepinos ya no pudieran apuntar a Occidente). Y, tercera, que los EEUU desarrollasen, o dijesen desarrollar más bien, tecnologías que eran capaces de contrarrestar el peligro de los misiles balísticos trascontinentales; ahora, los rusos tenían más misiles, pero no podían acertar con ellos en objetivos occidentales.

En este entorno, el documento Gorvachev de 1985 tiene reminiscencias de los 13 puntos de Negrín del 38: ¿te habías tomado en serio lo de la guerra civil? ¡No, hombre, que iba de coña! Mira, vamos a firmar la paz, que si no, al final, alguien va a acabar herido. El líder soviético, ahora, abrazaba la idea del total desarme nuclear en el mundo para el año 2000 (automáticamente recibido por los turiferarios como prueba de una voluntad pacifista que, por supuesto, se remontaba a la cuna de Lenin). El desarme se haría en dos fases y, eso sí, reclamaría de los Estados Unidos el abandono de la SDI o Strategic Defence Initiative, que fue periodísticamente bautizada como Guerra de las Galaxias; es decir, el desarrollo de tecnologías capaces de neutralizar el envío de misiles trascontinentales.

La URSS se daba cuenta bien tarde de que había hecho el lelo. Con la SDI de por medio, los EEUU no tenían que apoyar desarme alguno. Sabían que los misiles emplazados en Alemania podían impactar en la URSS sin problema, mientras que los que disparase la URSS serían neutralizados. En puridad, la SDI era más un planteamiento teórico que un avance cierto; pero eso, claro, los soviéticos no lo sabían. Ahí, hay que reconocerlo, la CIA les vendió una mula ciega de cojones.

Los Estados Unidos, por lo tanto, rechazaron la oferta de la URSS, lo que les valió ser rápidamente etiquetados de belicistas (lo cual es cierto; lo que es incierto es el pacifismo de la otra parte de la mesa que, sin embargo, nunca se cuestionó). Los aliados occidentales, por lo general, guardaron un silencio que buscaba, claramente, que la propuesta cayera en el olvido de los justos.

Esta actitud dejó lógicamente abierto el paso a Gorvachev a convertirse en el adalid de la paz mundial, identificación que hizo mucho por su excelente buena imagen fuera de la URSS. En mayo de 1986, el secretario general del Partido convocó en Moscú una cumbre a la que acudió toda la cúpula de la diplomacia soviética y los embajadores clave de la URSS. Réplica casi inmediata de esa reunión fue la noticia del 11 de junio, día en el que los países del Pacto de Varsovia (la OTAN soviética) propusieron a la organización atlántica una reducción por etapas de las fuerzas convencionales desplegadas en Europa (léase: el licenciamiento de las tropas que ya apenas podían pagar) y la desnuclearización progresiva.

La parte fundamental del plan de Gorvachev era tener una reunión teta a teta con el mandamás americano, Ronald Reagan; algo que finalmente consiguió que ocurriese los días 11 y 12 de octubre de 1986, en la capital islandesa de Rejkiavik. Antes, americanos y soviéticos se habían encontrado en Ginebra, con escasos resultados; y los de la conferencia islandesa, a pesar de que cierta propaganda quiso convertir aquel embroque en histórico, fueron también, en términos generales, magros.

Gorvachev decidió empezar por lo fácil: la reducción bilateral de los euromisiles y de los misiles trascontinentales. En ambos casos, había cierta identidad de voluntades, pues Estados Unidos también estaba interesado, como desde luego lo estaba la URSS, de reducir el gasto derivado de los silos y todo eso. Sin embargo, tras avanzar en ese punto, el primer secretario del PCUS le sacó al comandante en jefe del Ejército estadounidense el temita de la SDI; Reagan le contestó que no estaba dispuesto ni siquiera a que ese tema fuese un punto de los órdenes del día. Los Estados Unidos no iban a detener sus estudios sobre la SDI y, esto lo dejo muy claro, eso era algo que Reagan le estaba comunicando a Gorvachev; en ningún caso lo estaba discutiendo con él.

El final de la cumbre de Rejkiavik es una de las cosas más esquizofrénicas que se recuerdan. Hombre, hay otros casos parecidos; en España ha habido, ciertamente, reuniones negociadoras sobre el sistema de financiación autonómica en las que el gobierno central ha salido diciendo que todo había ido de coña mientras los gobiernos autonómicos decían que había sido una ful. Aquí pasó lo mismo. Ronald Reagan se marchó de Islandia sin siquiera echarse a la cara a los periodistas. Su secretario de Estado, George Schultz, sí que se quedó, y dio una conferencia de prensa en la que informó de que la reunión había sido un fracaso casi total. Gorvachev salió, sonriente, para decir que de fracaso nada; que la reunión había sido “una primera aproximación” que, seguro, se vería seguida de nuevos avances.

A partir de ese momento, el líder soviético habría de ser consciente de eso que se dice que el hombre es dueño de sus silencios y esclavo de sus palabras. Con la opinión pública mundial, sobre todo la de jersey de cuello cisne, perilla y pipa de olor repugnante, la honorable tropa de intelectuales, siperos y sedicentes expertos, esperando que Milhail Gorvachev salvase al mundo de un Armagedón seguro al que le llevaba ese demonio llamado Ronald Reagan, para el nuevo hombre de la Libertad Mundial (que en su puta vida había convocado una elección libre, y que tenía todavía sus cárceles petadas de presos de ideología y conciencia) era necesario dar nuevos pasos hacia delante; convencernos a todos de que esa promesa de que habría nuevos avances no era una más de las muchas mentiras que llevaban sesenta años contando los soviéticos. Así, pocos meses después, ya en 1987, concretamente el 28 de febrero, le propone a Reagan un acuerdo de desmantelamiento de misiles de alcance medio (1.000 a 5.000 kilómetros) en cinco años. La propuesta, la URSS lo sabía, no podía caer mal en Washington (no se decía nada de la SDI); así ellos podían exhibir un avance.

El avance se produjo. De hecho, fue tanto avance que los negociadores técnicos de Ginebra propusieron a sus sendos gobiernos el denominado plan doble cero (el plan cero había sido propuesto por Reagan en 1981), que metía en el saco del desmantelamiento de misiles a los de corto alcance (de 500 a 1.000 kilómetros). Aquí, ciertamente, la URSS se estaba bajando los pantalones, puesto que los Estados Unidos como tales (sus aliados ya eran otra cosa) no se jugaba nada en los misiles de corto alcance, puesto que no se sabe que el Pentágono se haya planteado nunca repetir lo de Hiroshima en Tijuana. Para la URSS, sin embargo, el de los misiles cortos era un desarme con todas las de la ley.

Ésta y otras propuestas que fueron produciéndose alfombraron una nueva cumbre personal; en este caso, un viaje de Gorvachev, que se produjo del 7 al 10 de diciembre de aquel mismo año. En el curso de esta visita, el 8 de diciembre se firmó un acuerdo. Un acuerdo, éste sí, histórico, puesto que era el primer acuerdo real de desarme desde el desarrollo de los misiles nucleares. A decir verdad, este acuerdo, en partes de su esencia, era pura propaganda, tramoya fácil que era sencilla de desmontar; pero eso, claro, cuando de verdad se querían conocer las cosas, no hacer afirmaciones a la audiencia de la ceja.

El acuerdo, en buena parte, no era tal. El acuerdo era un acuerdo que se basaba en que la URSS se olvidase de las contraprestaciones que llevaba exigiendo desde Islandia. Para ser más concretos, Gorvachev, en Washington, se bajó de dos burras fundamentales. La primera, la continuidad del desarrollo de la SDI. La segunda, el hecho de que ni el arsenal británico, ni el francés, se tendrían en cuenta en el desarme de los misiles de alcance corto y medio.

La admisión por parte de la URSS de que aquélla no era una negociación entre dos partes con la misma fuerza, que no otra cosa fue la cumbre de Washington, permitió nuevos avances. El 9 de marzo, ya de 1989, se abrió una nueva conferencia sobre la materia en Viena. Semanas antes, en diciembre de 1988, Gorvachev había tenido su aparición estrella ante las Naciones Unidas, ante las que pronunció un discurso en el que venía a decir que su nación renunciaba a resolver sus problemas mediante la guerra. El mundo entero se lanzó a alabar esa declaración, tomándola como la voluntaria renuncia al belicismo por el mandatario de un país belicista; bueno, que ahora resultaba que era belicista, porque durante décadas, para los Cortázar, García Márquez, Sartre o Alberti de la vida, había sido lo más de lo más del pacifismo pacífico, empoderado, sostenible y resiliente. Evidente y casi lógicamente, cada vez que alguien alzaba la voz para sugerir que, tal vez, Gorvachev decía esas cosas porque había perdido la Guerra Fría, lo acusaban de facha.

El mundo, la verdad, apenas ha cambiado desde Asurbanipal.

Evidentemente, surgió, como un tornado, la propuesta de darle a Milhail Gorvachev el Nobel de la Paz. La verdad, el tema tenía lógica. El premio lo tenían ya, y lo tendrían después, muchas personas que han hecho mucho menos que él, por tramoyeras que fuesen sus propuestas. El mundo, por lo demás, como por lo general está formado por personas que o no han estudiado Filosofía o lo que estudiaron no les ha rentado, no suele plantearse cosas como que darle el mismo premio a Gorvachev y a Sajarov es una contradictio in terminis. Pero qué le vamos a hacer.

En todo caso, lo que había conseguido el secretario general del PCUS era algo al alcance de muy pocos. Había cogido a un país seriamente dañado en su imagen internacional por la cagada de Afganistán y lo había convertido en la finca particular de Rita Irasema en menos de diez años. Un colosal ejercicio de ventriloquía política, como digo, al alcance de unos pocos porque al resto enseguida se nos nota que estamos moviendo los labios.

Pero cito Afganistán porque, en realidad, una vez hechos los avances en el tema nuclear, para Milhail el tema fundamental era cerrar el dossier afgano. Un tema que no era fácil y que tuvo que plantearse poco a poco.

Gorvachev mantuvo un encuentro con Babrak Karmal en el que le comunicó, verbalmente, la intención soviética de abandonar el país. Se lo dijo con tiempo para que, le aclaró, el presidente afgano pudiera ponerse a pensar en una estrategia de ejército propio; en noviembre de 1986, de hecho, el Politburó aprobó el plan de desenganche respecto de Afganistán, por así decirlo. En mayo de 1986, el propio Karmal cayó del gobierno afgano, siendo sustituido por Mohamed Najibullah, un hábil político que, de hecho, lograría mantenerse en el poder hasta 1992, a pesar de la pérdida del apoyo de los soviéticos.

A decir verdad, las ideas de Gorvachev, que para él eran fundamentales a la hora de consolidar su imagen internacional como líder pacifista mundial, encontraron una fuerte oposición en el Ejército. Al Ejército Rojo no le importaba tener bajas; al fin y al cabo, tuvo millones de ellas en la guerra mundial; pero no soportaba perder. Marcharse de Afganistán como los americanos se marcharon de Vietnam era algo que no estaba en la agenda de muchos generales soviéticos. La verdad, no les culpo. Yo creo que aquí el problema no eran los Estados Unidos, país del que cabía temer un bombardeo nuclear, pero no una invasión o la excitación de problemas fronterizos. Yo creo que, aquí, el problema era China. Algunos o muchos hombres en el Alto Estado Mayor de Moscú temían que retirarse de Afganistán fuese un poco lanzarle a los chinos el mismo tipo de mensaje que lanza Vito Corleone cuando decide abrazar y perdonar a su hermano Fredo (y es por eso que luego se lo carga): soy débil, soy un nenaza, pégame.

El problema para Gorvachev es que la guerra de Afganistán, por lo menos la guerra convencional, estaba perdida; en este contexto, las propuestas de los militares soviéticos rozaban el genocidio. Hablaban del bombardeo violento, total y sistemático de las bases de los muyaidines, a cascoporro, yendo a por civiles, militares y mediopensionistas. Es obvio que, de haber dado su visto bueno a estos planes, a Gorvachev ni siquiera el más lerdo de los actores de la escena española sería capaz de seguir considerándole hombre de paz. El tema, pues, era más puteón de lo que el secretario general hubiese querido.

3 comentarios:

  1. "...los Estados Unidos como tales (sus aliados ya eran otra cosa) no se jugaba nada en los misiles de corto alcance..."

    Bueno, no es exactamente así. Los misiles de corto alcance de los que se discutía eran los llamados (por la URSS) "misiles de teatro", es decir, las bombas atómicas tácticas destinadas no a arrasar Hamburgo, sino a llevarse por delante la 7ª división panzer en cuanto la localizaran. La doctrina soviética contemplaba el uso de estas armas como la de cualquier otra de su arsenal, en el entendido de que estas armas eran como una barrera de artillería, pero a lo bestia.

    Los EE.UU. tenían una doctrina similar, pero (un importante pero) no eran capaces de ponerse de acuerdo acerca de cómo usar esas armas de teatro, porque eran conscientes de que vaporizar a la 4ª de Tanques de la Guardia puede ser buena idea en plena guerra, pero si para ello han de convertir una comarca alemana (o francesa, o belga...) en un desierto radioactivo, pues la cosa cambia. Demasiado guiso para tan poco pollo, quizá.

    Por tanto, para la URSS no usar esas armas era quitarles a sus militares un recurso importante de su arsenal, en tanto que para los EE.UU. era quitarles un problema. De cara a los gobiernos de los países de la OTAN era un gesto que se agradecía. Y siempre les quedaba el comodín de las armas tácticas francesas y británicas. En ese sentido, efectivamente la URSS perdía más que ganaba en el acuerdo. Y sus militares lo tuvieron muy claro.

    "...de haber dado su visto bueno a estos planes, a Gorvachev ni siquiera el más lerdo de los actores de la escena española sería capaz de seguir considerándole hombre de paz..."

    Sobreestimas la inteligencia de los actores, y subestimas sus tragaderas.

    Eborense, estrategos

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  2. Si me permites, comento esta entrada con el final de la anterior: por lo que veo en Twitter, muchos parecen creer que la URSS jamás tuvo problemas étnicos, lo que facilita la idea de que era un país tranquilo dentro de sus fronteras. Recuerdo que la miniserie de Chernóbil recibió la crítica de una guionista inglesa porque "no había diversidad étnica" y no es que se refiriera a que no se reflejaran los sentimientos de ucranianos, bielorrusos u otros, sino a que no aparecieran actores de piel negra o con facciones orientales. El comentario de la inglesa fue recibido con ironía por los rusos, pues decían que no había de eso en su país, a lo que un diario de corte izquierdista rebuscó y encontró que, mira tú por donde, uno de los ingenieros rusos era mestizo, hijo de un afroamericano, si no me falla la memoria.
    Como tú mismo has dicho tantas veces, la “intelestualidá”, siempre a la cabeza de las mentes preclaras y vacías, pero no deja de ser la pera que los rusos digan eso, cuando de hecho nos están llegando noticias de que en Ucrania se está viendo la denuncia que han hecho varios durante años: que en el ejército “ruso”, pues en verdad el país debería llamarse Federación Euroasiática, se están viendo enfrentamientos entre los diversos destacamentos, cada cual de una etnia distinta. ¡Y esta gente son los adalides de la paz!

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  3. Y ya para seguir con el presentismo de esta entrada, ha fallecido Leonid Kravchuk, último presidente del Soviet Supremo de la RSS de Ucrania, es decir, es el señor que estaba al timón cuando a Ucrania se le ofrecieron dos caminos: ser Ucrania o ser Bielorrusia.

    Eborense, estrategos

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