miércoles, junio 08, 2022

La implosión de la URSS (16: Sajarov vence a Gorvachev después de muerto)

 No es oro todo lo que reluce

Izquierda, izquierda, derecha, derecha, adelante, detrás, ¡un, dos, tres!
La gran explosión
Gorvachev reinventa las leyes de Franco
Los estonios se ponen Puchimones
El hombre de paz
El problema armenio, versión soviética
Lo de Karabaj
Lo de Georgia
La masacre de Tibilisi
La dolorosa traición moldava
Ucrania y el Telón se ponen de canto
El sudoku checoslovaco
The Wall
El Congreso de Diputados del Pueblo
Sajarov vence a Gorvachev después de muerto
La supuesta apoteosis de Gorvachev
El hijo pródigo nos salió rana
La bipolaridad se define
El annus horribilis del presidente
Los últimos adarmes de carisma
El referendo
La apoteosis de Boris Yeltsin
El golpe
¿Borrón y cuenta nueva? Una leche
Beloveje
Réquiem por millones de almas
El reto de ser distinto
Los problemas centrífugos
El regreso del león de color rosa que se hace cargo de las cosas
Las horas en las que Boris Yeltsin pensó en hacerse autócrata
El factor oligarca
Boris Yeltsin muta a Adolfo Suárez
Putin, el inesperado 

Ciudadanos, he fracasado; dadle una oportunidad a Vladimiro


Aunque, como acabo de decir, el poder ligado a Gorvachev logró cómodamente rechazar las propuestas de Sajarov, que no pretendían otra cosa que instilar la democracia literal en los usos soviéticos, no todos los partidos eran tan sencillos de ganar. 

Una de las funciones del Congreso era elegir 542 miembros del las dos cámaras del régimen: el Soviet de la Unión y el Soviet de las Nacionalidades. El objetivo fundamental de los oficialistas era vedar el paso de Yeltsin al Soviet Supremo. Como objetivo secundario, se hacía necesario contrarrestar el poder de los diputados reformistas, que se habían unido bajo una denominación probablemente diseñada para no levantar demasiada inquietud: Grupo Interregional.

Los líderes de este Grupo Interregional, además de Yeltsin, eran Yuri Nikolayevitch Afanasiev, Gavril Kharitonovitch Popov y Anatoli Alexandrovitch Sobtchak, entre otros. Todos estaban agrupados alrededor de un programa que se llamaba de las cinco D: desmonopolización, descentralización, departización (o sea, eliminación del monopolio del Partido), desideologización y democratización.

Todos los diputados reformistas estaban unidos, además, por su oposición a la figura de Gorvachev, especialmente Afanasiev, originalmente un historiador, convertido en portavoz del grupo interregional y que decía cosas como que se estaba tratando de elegir un Soviet Supremo “estalini-breznevita”. El tema de Yeltsin se puso muy jodido, y los reformistas amenazaron con llevarlo a la calle. Finalmente, un oscuro diputado de Omsk, Alexei Ivanovitch Kazannik, renunció a su puesto en el Soviet para permitir la entrada de Yeltsin.

Resulta acojonante recordar cómo se vio el tema del Soviet Supremo en la URSS y fuera de la URSS. En Occidente, toneladas de expertos y caguedráticos, padres putativos de ésos que hoy salen en la Sexta explicando el mundo con los parámetros mentales de una mofeta afásica, dieron a Gorvachev por ganador por goleada porque le habían nombrado presidente del Soviet Supremo “sin oposición”. Muy en particular, en España se establecieron ciertos paralelismos entre las Cortes franquistas que aprobaron la Ley de Reforma Política y éstas que ahora habían encumbrado la perestroika. Mientras esto se decía, se escribía y se creía, en realidad Gorvachev, dentro de la URSS, había perdido la partida. Yeltsin había conseguido entrar en el Soviet Supremo unas 48 horas después de la elección del secretario general para la presidencia del Soviet; y la combinación de ambos temas venía a aparecer como esas temporadas que un equipo gana la liga y, semanas después, su gran rival vencido va y gana la Liga de Campeones. Gorvachev, de hecho, cuando vio que lo de su gran rival político no se podía parar, se lo montó de “yo siempre he sido un demócrata y me alegro mogollón de la elección de mi amigo”; pero ese discurso, la verdad, sólo caló entre los imbéciles residenciados en cualquier lugar a muchos kilómetros de donde todo estaba pasando. De lo que se sabe de la opinión pública de la URSS en aquellos tiempos se concluye fácilmente que durante aquellas jornadas en las que Gorvachev estaba siendo encumbrado en los informativos televisivos occidentales como el Gran Líder Soviético, su popularidad estaba cayendo en picado.

Uno de los elementos fundamentales de aquel I Congreso de los Diputados del Pueblo fue la discusión que albergó sobre el pasado del Partido Comunista de la URSS y su papel en la sociedad. Un diputado estonio, Endel Lippmaa, sacó a pasear, por primera vez desde la existencia de la URSS, el temita del pacto firmado entre Stalin y Hitler y, convencido de que había comportado consecuencias ilegales para los países bálticos, exigió que se aireasen los protocolos secretos de aquel pacto. Gorvachev y Schevardnazde le contestaron que, por mucho que quisieran, esos protocolos no se podían hacer públicos (por la Ley de Protección de Datos Soviéticos, supongo). El Congreso respondió avalando la petición del estonio y en la calle (en la calle báltica, ya ni os cuento) a Gorvachev no le creyeron ni los borrachos.

Sajarov, además, no se estuvo quieto. Tras el primer intento, que como hemos visto no pudo llegar a nada, probablemente como él mismo sabía, el científico inició una cruzada contra el artículo 6 de la Constitución del país, es decir, el artículo en el que se afirmaba el papel director del Partido Comunista.

Esta reivindicación del científico era, posiblemente, otra idea que resultaba imposible de sacar adelante tal y como estaban las relaciones de poder en la cúpula política soviética. Pero, sin embargo, pasada por la turmix del Grupo Interregional, adoptó otra identidad diferente, más factible, e igual de destructora para los comunistas: la idea del reconocimiento de otras formaciones políticas. Esto, la verdad, no venía a ser sino la derogación del famoso artículo 6 de la Constitución por la vía de los hechos.

Pocos días después de la clausura del Congreso de los Diputados del Pueblo, tanto gobierno como oposición iban a recibir una prueba bien clara de que las tendencias que se habían apuntado en aquella reunión, como se dice ahora, habían llegado para quedarse. El 10 de julio, y durante diez días, se produjo una gran huelga de mineros, que comenzó en Kuzbass pero se extendió rápidamente a otras localidades y explotaciones.

La misión básica del Partido Bolchevique, que formalmente era el bienestar del obrero, había tenido sus errores. La verdad es que había sido un error en sí mismo salvo para los políticos y aparachiks; o sea, los del vodka y las putas. Pero, bueno, buscando, buscando, en aquella Unión Soviética era posible encontrar obreros que habían mejorado decentemente sus condiciones de vida gracias al comunismo. Sin embargo, ése no era el caso de los mineros. El minero soviético, por lo general, trabajaba en unas condiciones deplorables, vivía en condiciones deplorables, y recibía un salario deplorable que básicamente se gastaba en un vodka de calidad asimismo deplorable. Los mineros soviéticos, la verdad, habían comenzado a movilizarse y protestar ya desde Khruschev; pero, claro, era necesario vivir a menos de cien metros de las minas para enterarse de algo, puesto que la comunista ha sido siempre una democracia bien entendida. Por eso, precisamente, los mineros abrazaron la glasnost con gran alegría: ahora ya podían dar por culo y que todo el mundo se enterase. Así que allá que fueron, a la puritita huelga, con lo que, automáticamente, griparon la economía soviética.

El Soviet Supremo, arrastrado por las circunstancias, aprobó una ley el 9 de octubre de 1989 en la que se permitía el derecho de huelga a los trabajadores; o sea, más o menos el gesto del coronel Saito en la construcción del puente sobre el río Kwai, cuando le regalaba a los prisioneros sus propios paquetes de la Cruz Roja. En todo caso, sin embargo, aquella ley, que como os estoy contando se produjo en el contexto de un país que ya sabía bien que había huelgas, incluso que eran muchas las que había, supuso, probablemente, la mayor pérdida de poder del Partido Comunista durante todas aquellas jornadas tan convulsas. Porque el comunismo, como quedó bien claro en el Chile de Allende, si permite derechos laborales a sus hermanos proletarios, por lo general se mete en un jardín del que no sabe salir, y mucho menos mandando como le gusta.

El 7 de noviembre llegó el momento de celebrar el 72 aniversario de la Revolución. El ambiente social en la URSS era de cabreo sordo, o nada sordo. En el país había huelgas, la economía estaba en una situación deplorable, en el exterior el país se había bajado los pantalones delante de los EEUU, el Muro había caído... no había ni una razón para ser un comunista orgulloso y, por lo demás, si uno no era comunista, se veía acorralado por la inflación, los salarios de hambre y un país que se caía a pedazos, porque todo lo había sacrificado para poder tener docenas de pepinos nucleares enterrados en el suelo. Las ceremonias oficiales fueron grises, tristonas y muy austeras; por no mencionar que fueron salpimentadas por manifestaciones que pugnaban por entrar en la Plaza Roja, y no precisamente para besar los pies de Lenin.

El Politburo, es decir, el órgano de poder efectivo del sistema soviético, había debatido ya el 6 de junio de aquel año el tema del artículo 6 de la Constitución. Gorvachev ha dejado escrito, afirmación que a mí me mueve al escepticismo, que todos los miembros de aquel órgano eran conscientes de que algún tipo de reforma se tendría que abordar. Que sólo discutían el cómo.

Sea como sea, lo cierto es que en el Politburo había un partido conservador, liderado por Ligachov, apoyado por Viktor Petrovitch Nikonov o Vladimir Scherbitski, que, según Gorvachev, únicamente admitía reformas cosméticas (yo creo que algunos de estos tipos, ni cosméticas, la verdad). Schevardnazde, Yakolev, Medvedev, es decir los más reformistas, no es tanto que defendiesen por convicción una reforma profunda del artículo (tirarlo a la basura, básicamente), sino que argumentaban que, tal y como estaba la cosa en la calle y en la clase política, cualquier reforma “sí es no es” no llegaría absolutamente a nada y sólo provocaría más problemas. Por ello, decían, hacía falta tomar una decisión muy clara: si el artículo seguiría ahí, o no.

Entre media estaban los miembros más templados, como Nikolai Ivanovitch Ryjkov, Vitali Ivanovitch Vorotnikov o Viktor Milhailovitch Chevrikov proponían alguna fórmula que mantuviese el reconocimiento constitucional del Partido Comunista como vanguardia proletaria.

El 26 de noviembre, Gorvachev quiso entrar en el tema a través de un artículo publicado por Pravda. En sustancia, lo que venía a decir el secretario general del Partido era que el concepto de que el sistema político debía evolucionar; pero negaba que dicha evolución tuviese que afectar al papel dirigente del PCUS.

El artículo de Gorvachev era un intento de decirle a quienes querían discutir el tema del artículo 6 de la Constitución aquello que dijo Jordi Pujol: “hoy no toca”. Sin embargo, su poder a la hora de imponer eso era nimio. El II Congreso de Diputados del Pueblo, sin mover una ceja, volvió a colocar el tema en su orden del día.

Esta segunda sesión comenzó el 12 de diciembre y duró diez días. Allí, los estonios, que en ese momento eran los bálticos más activos; el muy admirado poeta Yevgueni Alexandrovitch Yevtushenko; y el propio Sajarov, los que presidían el movimiento.

Sajarov intervino varias veces durante el congreso para hablar contra el artículo 6 de la Constitución. El 14 de diciembre fue la última, y fue una especie de careo con Gorvachev. Milhail Gorvachev nos cuenta en sus memorias que sus relaciones con Sajarov siempre fueron muy cordiales, afirmación que el opositor no está en condiciones ni de desmentir ni de confirmar; pero lo cierto es que en aquel debate congresual, Gorvachev acabó tan acorralado y cabreado que terminó por quitarle el micrófono a su amigo para que no pudiese seguir hablando. Formalmente, el Congreso rechazó la proposición de borrar el artículo 6 de la Constitución. Pero aquel gesto de censurar las palabras de un congresista no hizo mucho por alimentar la figura de un Gorvachev perestroiko y democrático (salvo en Occidente, claro; porque en Occidente, el debate sobre este tema tenía menos nivel que un congreso epistemológico de mapaches).

Para ponerle peor las cosas a Gorvachev, el día 15 de diciembre, apenas unas horas después de la violenta discusión con Sajarov, éste último tuvo una grave crisis cardiaca, y la roscó. ¿Cómo evitaría ahora el camarada secretario general del Comité Central del Partido Comunista de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas la sensación de que lo había matado él? ¿Un nuevo Stalin que ahora purgaba a base de infartos? En la manifestación que se montó en el parque Lujniki para recordar la figura del científico, la gente gritó consignas contra el artículo 6. O sea: Gorvachev había ganado pero, en realidad, había perdido.

Poco antes de comenzar el II Congreso de los Diputados del Pueblo, Sajarov le había presentado a sus colegas del Grupo Interregional un proyecto de Constitución de la Unión de las Repúblicas Soviéticas de Europa y Asia. La principal novedad del proyecto de Sajarov no era sólo olvidarse del artículo 6, sino que abogaba por un sistema realmente federal, con igualdad de poderes entre centro y periferia y una libertad total de entrar y salir de la Unión. Los derechos ciudadanos se definían de acuerdo con los estándares de Naciones Unidas. Este proyecto fue finalmente publicado en 1990 pero, la verdad, teniendo en cuenta el tono que adoptó la pelea política en la URSS muy pronto, permaneció, y permanece, como algo básicamente desconocido por el ciudadano medio.

Gorvachev iba a aprender pronto que su victoria en el II Congreso de los Diputados del Pueblo, en realidad, servía de poco. En diciembre, el Parlamento lituano aprobó una moción por su cuenta en la .que eliminaba el artículo 6 de la Constitución soviética. Los lituanos lo tenían tan claro que el propio Partido Comunista de Lituania, liderado por Algirdas Mikolas Brazauskas, proclamó el día de Navidad de 1989 su total independencia respecto del PCUS. El 28 de diciembre, el Partido Comunista de Letonia hizo lo mismo. Ambos partidos, por supuesto, se abrogaron el derecho total para decidir, en el ámbito de sus repúblicas, sobre el futuro del artículo 6 y del propio comunismo.

El sentir general era, pues, de que el Partido Comunista de la URSS se estaba desmoronando. En el momento en que pasan cosas como las que os acabo de describir y el Politburó no tiene medios, ni políticos, ni policiales, ni militares, de imponer un frenazo en esas decisiones, lo que pasa es que todo el mundo despierta a la realidad de que el rey, en realidad, está desnudo. Por mucho que Gorvachev fuese consciente de que era precisamente así, que lo era, tampoco podía hacer nada. Haberse decidido por una solución de fuerza le habría abierto una profunda herida opositora en el mismo Moscú y, por supuesto, habría malbaratado el único activo que tenía y que por ello quería conservar, que era el prestigio internacional. El secretario general del PCUS sabía que no podía hacer nada que provocase que hasta los lerdos conceptuales de Occidente tuviesen que dejar de admirarlo. Pero si no lo hacía, le dejaba claro a sus ciudadanos internos que era un nenaza.

Lo que siguió fue, básicamente, la consecuencia de esta situación.

1 comentario:

  1. El post anterior, el de El Congreso de Diputados del Pueblo, lo tienes vacío...

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