miércoles, enero 19, 2022

El fin (8: a Franco no le da una orden ni Dios)

El Ebro fue un error

Los tenues proyectos de paz
Últimas esperanzas
La ofensiva de Cataluña
El mes de enero de las chinchetas azules
A la naja
Los tres puntos de Figueras
A Franco no le da una orden ni Dios
All the Caudillo's men
Primeros contactos
Casado, la Triple M, Besteiro y los espías de Franco
Negrín bracea, los anarquistas se mosquen, y Miaja hace el imbécil (como de costumbre)
Falange no se aclara
La entrevista de Negrín y Casado
El follón franquista en medio del cual llegó la carta del general Barrón
Negrín da la callada en Londres y se la juega en Los Llanos
Miaja el nenaza
Las condiciones de Franco
El silencio (nunca explicado) de Juan Negrín
Azaña se abre
El último zasca de Cipriano Mera
Negrín dijo “no” y Buiza dijo “a la mierda”
El decretazo
Casado pone la quinta
Buiza se queda solo
Las muchas sublevaciones de Cartagena
Si ves una bandera roja, dispara
El Día D
La oportunidad del militar retirado
Llega a Cartagena el mando que no manda
La salida de la Flota
Qué mala cosa es la procrastinación
Segis cogió su fusil
La sublevación
Una madrugada ardiente
El tigre rojo se despierta
La huida
La llegada del Segundo Cobarde de España
Últimas boqueadas en Cartagena I
Últimas boqueadas en Cartagena II
Diga lo que diga Miaja, no somos amigos ni hostias
Madrid es comunista, y en Cartagena pasa lo que no tenía que haber pasado
La tortilla se da la vuelta, y se produce el hecho más increíble del final de la guerra
Organizar la paz
Franco no negocia
Gamonal
Game over 



La planimetría, aparentemente, se consiguió, por lo que se fijó una cita en la cual le sería entregada a un correo del ejército nacional que se desplazaría a Bustarviejo. El viaje lo hicieron Vicente Mayor Gimeno y un coronel de Intendencia, Jacobo Boza, quien sin embargo estaba sin destino ni actividad en el ejército republicano, más un conductor y el propio Taboada. Todos ellos iban documentados como miembros del Juzgado de Alta Traición y Espionaje, una identidad que les pareció propicia para poder llevar grandes legajos sin levantar sospechas, ya que la planimetría era voluminosa.

La relación entre Salamanca y el SIE fue fructífera, pero también tuvo sus problemas, alguno de los cuales lo veremos en estas notas. Una de las cosas que más llama la atención de los miembros del comité situado en Madrid, que pronto conoceremos, así como los de los jefes de grupo que ya hemos citado, no terminasen siendo personas de las máximas popularidad y reconocimiento en los años de la posguerra. Taboada Lago, sin ir más lejos, fue Consejero Nacional del Movimiento, lo cual no es decir mucho; pero, en todo caso, acabó apartado de los grandes centros del poder franquista. Esto pudo ser por las razones que se señalan habitualmente, ya que Taboada se convirtió en adalid de la solución monárquica para España, lo cual lógicamente hizo que Franco perdiese interés en él. Asimismo, está el hecho de que su significación ideológica y partidaria, la Acción Católica del cardenal Herrera Oria, no fue, ni mucho menos, el principal pilar del régimen franquista.

Sin embargo, yo creo que hubo otra razón. Acercándose a la figura de Franco y tratando de entender su sique y su forma de procesar las cosas, yo creo, como digo, que hubo otro factor que, incluso antes de terminar la guerra, hizo que Franco contemplase la figura del Taboada Team con mucha prevención.

El organizador y jefe del SIE, según confiesa él mismo, le envió una carta a Franco el 24 de septiembre de 1938. Lo hizo, por lo tanto, en un momento de la guerra en el que las ideas, concepciones y noticias de Radio Macuto se multiplicaban en España en torno a un final pactado de la contienda. La República había tomado, cuando menos formalmente, esa bandera y, de hecho, el primer ministro, Juan Negrín, se había presentado ante la Sociedad de Naciones para defender esta solución y ofrecer como caramelo el licenciamiento de las Brigadas Internacionales. El 24 de septiembre, de hecho, apenas hace unos días de la declaración ginebrina de Negrín, lo que permite más que sospechar que dicha declaración es, claramente, el detonante de la carta. Le dice Taboada a Franco que no le ha sorprendido dicha declaración, entre otras cosas, dice, porque la moral en la zona republicana está en fase de derribo. Le cuenta el espía a Franco que hasta el ejército republicano está infra alimentado y que ya no tiene ni para proveer mudas. Con una precisión probablemente innecesaria en una misiva a su teórico jefe del Estado, incluso añade: “Si hablaran las paredes de algunas de las habitaciones de los cuarteles urbanos, aquéllas en que se reúnen los oficiales, contarían de los innumerables casos de prostitución que se verifican, aprovechándose las “bestias” del estado de miseria en que se hallaban las jóvenes que hacían triste mercancía de su cuerpo y de su honra, sin parar mientes en el valor de lo que entregaban”.

Como digo, el contenido de la carta tal vez es demasiado preciso teniendo en cuenta que quien escribe sabe a quién se está dirigiendo; y el florilegio de temas que abarca quizás también es excesivo para lo que se supone que es un informe urgente destinado a aportarle al Generalísimo informaciones valiosas sobre el estado de la retaguardia (informaciones que, en su mayoría, yo reputo que Franco ya conocía sobradamente por otras fuentes). Sin embargo, la cosa tiene su función. Lo que pretende Taboada, claramente, es plantar los cimientos de una frase, a partir de la cual construirá su tesis: “Como se ve, esto no hay posibilidad de sostenerlo”.

Luego pasa la carta a referirse al propio autor de la misma y las personas que le rodean. Taboada, dice de sí mismo, está “en cautiverio, vivo de milagro, cuando todos me tienen por fusilado”. Es una persona que “ha pasado por todos los peligros y todos los trances”, pero, aun así, seguirá trabajando por sus ideales, “que son Dios y España, mi Fe y mi Patria” (nótese que no cita a la persona de Franco). Son ya más de dos años, dice, que vive “en tensión constante, alejado de seres queridos que sufren y pasan agonías de muerte”. Y añade: “Anhelo la paz, suspiro por la paz, tengo hambre y sed de paz, pero renuncio a toda paz, que no sea la paz de Cristo en el Reino de Cristo”. Pensamiento, dice, que comparten el resto de sus compañeros. La carta es, pues, el intento de hacer una elevada mezcolanza entre "estoy hasta los huevos" y "siempre a sus órdenes, mi general". Dice Taboada en su libro que Franco dijo varias veces en esos tiempos que los hombres de Madrid eran auténticos héroes. Claramente, una de las intenciones de la carta es excitar estas expresiones.

Pero aquí viene lo bueno: “Ni ellos ni yo queremos mediaciones. La sangre vertida impide todo arreglo. Sólo puede haber rendición, y rendición sin condiciones. La Verdad es incompatible con el Error; el Bien no puede vivir en plano de igualdad con el Mal”.

Insinúa Taboada, a partir de cosas que dice haber escuchado por radio, que Franco puede estar rodeado de gentes que lo tratan de mover a la transacción: “Los “estomacales” [sic] y egoístas aceptan cualquier cosa, con tal de volver a su tranquilidad regalona y a su quietismo. Por aquí también abundan aún entre los que se titulan de derechas, incapaces de sentir y comprender a la España que renace (…) Como único castigo a tales cobardes, escoria y hez de la raza, les impondría el de un traslado a esta zona, bien calificada de roja, por la mucha sangre de mártires y héroes que fue derramada”. Más adelante: “el pueblo sano le asiste, que el pueblo español es bueno; los malos son sus dirigentes”.

Termina insistiendo: “No mediación ni pactos; rendición sin condiciones. El reino de Dios, primero; después, las añadiduras”.

El hecho de que Taboada Lago estuviera expresando en la carta el que, con un 99% de probabilidad, era el sentir del propio Franco en el sentido de rechazar toda componenda, es irrelevante. Que Franco no quería transar absolutamente nada con la República, es evidente. Que sentía una repugnancia casi total por las formaciones políticas y los montajes ideológicos, también se hizo bastante más que evidente durante sus cuatro décadas al frente del Estado español. Pero ése, repito, no es el tema. 

Habréis de hacer algo que ya no se hace. Habréis de intentar entender a Franco.

En primer lugar, Franco no obedecía órdenes. Ni de Flick, ni de Flock. Le tocaba los cojones que alguien le pudiera decir que era tributario de un poder superior por encima de él, aunque ese poder fuesen Jesucristo y el Panteón de Santos Niceicos. Franco estaba dispuesto a compartir la ambición de una España católica y de derechas; pero eso no quiere decir que estuviera dispuesto a compartir el poder ni con los católicos ni con los de derechas. Es distinto.

Porque ahí está el segundo de los factores, factor al que ya le he dedicado una serie completa: todo aquello que persiguió y después trabajó para mantener Franco a lo largo de su vida fue el poder, su poder. A Franco, estas expresiones en las que se viene a decir que no era sino el instrumento de algo superior (sea la monarquía o el Reino de Dios) le ponían muy nervioso, porque llevaban fácilmente a la conclusión de que Franco, como de hecho le pidieron los militares monárquicos, llegase un momento en el que diese un paso a un lado y se quitase de en medio; algo que no estaba dispuesto a hacer ni por Dios, ni por España, ni por el rey, ni por nadie.

Así pues, que la carta de José Taboada fuese en la misma línea en la que iba el pensamiento de Franco es irrelevante, cuando menos en mi interpretación. Lo verdaderamente relevante es que alguien se había atrevido a decirle al Generalísimo que la decisión de rechazar las eventuales ofertas de mediación o paz por parte de las potencias internacionales, o de la República, no era suya. Que no podía tomarla. Que se le ordenaba no tomarla.

Y a Franco, ya lo he dicho, nadie le ordenaba nada, nunca, sobre nada. El Franco que recibió la carta del jefe del SIE en Madrid es el mismo Franco que, treinta y pico años después, a despecho de la mucha gente, española y no española, que con seguridad le estaba pidiendo que no procediese a fusilar a los terroristas condenados, aun así lo hizo. Porque a Franco no le paraba la mano ni el Papa ni, literalmente, Dios.

La desconfianza evidente que, con los años, se desarrollaría entre el franquismo militante y estos “héroes” (el apelativo, insisto, es de Franco) que trabajaban detrás de las líneas republicanas tuvo, para mí, su inicio en los últimos días de septiembre de 1938. La carta de Taboada, aunque estoy seguro que su autor intentó desbastarla de ello, está repleta de animadversión hacia la camarilla política de Franco y rezuma un tufo a “yo me estoy jugando la vida y tú estás en tu palacio de Salamanca engullendo las tres comidas diarias de Errejón”. Atufa, por lo tanto, a la misma línea de ataque que acabarán utilizando algunos camisas viejas de Falange, en plan yo me estaba dando de hostias con los rojos en la calle cuando tú eras capitán general de Canarias y estabas todo el día comiendo plátanos. La carta de Taboada, de hecho, tiene, en su último párrafo, una extraña e innecesaria referencia a la Falange del partido único (“Cara al sol siempre, en la política y en la guerra”), que yo interpreto como una tentativa, bastante burda, por parte de alguien que, al releer lo ya escrito, se da cuenta de que, tal vez, se ha pasado algún que otro pueblo. Lo cierto es que con Franco, cualquier cosa que no fuesen tres palabras: “sí, mi general”, era ya pasarse algún pueblo.

Todo esto pertenece al ámbito de la especulación, puesto que la marcha de los acontecimientos habría de renunciar a poner a prueba los sentimientos expresados en esta carta. El SIE habría que aprovechar, en las semanas por llegar, de la creciente debilidad del bando republicano y de la mejora permanente de las capacidades por parte franquista de aprovechar un frente cada vez más poroso, en el que cada vez más gente estaba deseando pasarse al bando nacional y dejarse de hostias. Pero aquí quedó esta china en el zapato del Generalísimo; y el Generalísimo, en cuanto pudo, en cuanto estalló la paz, se quitó el zapato, y se la sacudió. Quede aquí el dato de que el libro de Taboada en el que se incluye la carta (Por una España mejor, editado por G de Toro) fue editado en 1977. En otras palabras, el autor de la famosa carta a Franco, aparentemente, no se atrevió a darla a la luz pública hasta que estuvo muerto.

Algún tiempo antes de la carta de Taboada a Franco se había producido en la clandestinidad madrileña la unificación partidaria que en 1937 había decretado Franco en zona nacional. Los altos representantes de Falange en Madrid eran José María Alfaro y Manuel Valdés Larrañaga, pero ambos estaban estrechamente vigilados y su movilidad era muy reducida (a Valdés, de hecho, poco le faltó para terminar la guerra prisionero), por lo que fueron representados en ese proceso por Manuel Serrano y Salvador Lisarrague. Representante de la Comunión Tradicionalista era Miguel Goytia Machimbarrena, marqués de Los Álamos y directivo del Banco Guipuzcoano. La firma formal de los documentos pertinentes se verificó en la calle Luchana, en el domicilio de Carmen Martínez Moreno; así como, después, en la embajada británica.

Taboada Lago se refiere en su libro a “la acción molesta e insolvente” realizada por Lisarrague, “en su curiosidad de conocer los trabajos del SIE”; viene a insinuar, pues, que el representante falangista probablemente se consideraba con galones suficientes como para exigir a los espías quintacolumnistas que le informasen de sus acciones y proyectos. Como veremos a lo largo de estas notas, esto no es más que el comienzo. En las semanas por llegar Lisarrague y, sobre todo, Serrano se convertirán en un grano en el culo del SIE y, en el fondo, de la propia Falange, por su manía de explotar personalmente sus capacidades de contactar con jerifaltes republicanos y de, literalmente, hacer la guerra por su cuenta.

Aunque Taboada, buen gallego, insinúa más que afirma, de sus palabras se puede entender que la unificación tras las líneas enemigas no fue fácil, y que sólo fue posible después de que el SIPM envió unas instrucciones en las que afirmaba que, tras la entrada del ejército nacional en Madrid, “las organizaciones políticas resistentes serían tratadas como enemigas”; se venía a decir, pues, que quien no estuviese integrado en FET y de las JONS recibiría jarabe de palo. “Fue”, nos dice Taboada, “el argumento de fuerza que provocó la reunión de la Embajada británica y decidió la firma del documento de unificación”. De aquí nos cabe sospechar, algo que los hechos posteriores confirman cuando menos parcialmente, que entre los nacionales emboscados en Madrid había gente que, como los hedillistas y algunos otros, no estaba dispuesta a someterse al mando único de Valdés y Alfaro.

Aunque, desde luego, Taboada no lo admite en sus recuerdos, yo tengo por bastante probable que la combinación entre la problemática fusión de Falange Española y de las JONS y la Comunión Tradicionalista en Madrid, y la carta del propio Taboada en la que se sentía con derecho a decirle a Franco lo que debía y no debía hacer, convencieron al Caudillo de que sería mejor no dirigir las negociaciones con Casado y los republicanos antinegrinistas a través de estos canales. Por eso activa al catedrático Juan Palacios y realizará todas las gestiones a través del SIPM del coronel Ungría. El SIE, sin embargo, mantendrá diversas reuniones durante todo este proceso, que ya iremos repasando.

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