Últimas esperanzas
La ofensiva de Cataluña
El mes de enero de las chinchetas azules
A la naja
Los tres puntos de Figueras
A Franco no le da una orden ni Dios
All the Caudillo's men
Primeros contactos
Casado, la Triple M, Besteiro y los espías de Franco
Negrín bracea, los anarquistas se mosquen, y Miaja hace el imbécil (como de costumbre)
Falange no se aclara
La entrevista de Negrín y Casado
El follón franquista en medio del cual llegó la carta del general Barrón
Negrín da la callada en Londres y se la juega en Los Llanos
Miaja el nenaza
Las condiciones de Franco
El silencio (nunca explicado) de Juan Negrín
Azaña se abre
El último zasca de Cipriano Mera
Negrín dijo “no” y Buiza dijo “a la mierda”
El decretazo
Casado pone la quinta
Buiza se queda solo
Las muchas sublevaciones de Cartagena
Si ves una bandera roja, dispara
El Día D
La oportunidad del militar retirado
Llega a Cartagena el mando que no manda
La salida de la Flota
Qué mala cosa es la procrastinación
Segis cogió su fusil
La sublevación
Una madrugada ardiente
El tigre rojo se despierta
La huida
La llegada del Segundo Cobarde de España
Últimas boqueadas en Cartagena I
Últimas boqueadas en Cartagena II
Diga lo que diga Miaja, no somos amigos ni hostias
Madrid es comunista, y en Cartagena pasa lo que no tenía que haber pasado
La tortilla se da la vuelta, y se produce el hecho más increíble del final de la guerra
Organizar la paz
Franco no negocia
Gamonal
Game over
En Madrid, en efecto, se diseñó una ofensiva, al mando del coronel Casado. Esta ofensiva, sin embargo, como digo se cita poco; en parte porque, empezar, empezar, lo que se dice empezar, casi ni siquiera empezó. Para ser exactos, duró nueve horas, nada más. El first strike de la artillería nacional ante los primeros avances republicanos fue tan fuerte y, sobre todo, preciso, que Casado se dio la vuelta. Es importante lo de preciso: el capitán encargado de redactar la orden de la ofensiva escribió una copia y se la pasó a los nacionales. A finales de 1938, había un huevo de gente buscando ya su mero beneficio.
Edmundo Domínguez Aragonés, entonces comisario político del GERC, da más detalles sobre esta operación, que titula la operación de Brunete. Según él, la intención era dicha villa y, si todo iba bien, llegarse hasta Navalcarnero, “amenazando la retaguardia enemiga por Las Rozas, Pozuelo y Villaverde”. A pesar de que en otros puntos de su libro, este militante de UGT y, entonces, comisario negrinista (algo diremos sobre su nombramiento muy pronto) sostiene que el Ejército del Centro estaba bien pertrechado, aquí nos dice que disponía de pocos efectivos para la ambición que exigía la operación. El libro de Domínguez, como tantos otros de la época, adolece de este defecto; da la impresión, muy a menudo, de estar adaptando los hechos a las tesis. Su autor lo escribió a base de recuerdos urgentes cuando estaba en Argelia, en los primeros escalones del exilio. Entre eso y que es un libro claramente dedicado a demostrar una tesis, le pasan a veces estas cosas de que tiende a decir una cosa y la contraria.
Dice Domínguez que de los tres jefes de Cuerpo de Ejército presentes en Madrid, dos con los que habló (Luis Barceló Jover y Antonio Ortega Gutiérrez) eran muy escépticos. Ortega, de hecho, le dijo que, si de él dependiese, habría organizado una operación más modesta para despejar la carretera de Valencia y quitar presión en Arganda. El coronel Barceló, quien debía llevar el peso de la operación, tenía una opinión parecida.
Domínguez habló también con Casado, quien le expresó, más que su escepticismo, su oposición. Según el coronel, se disponía de unos 25.000 efectivos para llevar a cabo la operación, y recordaba que en la anterior batalla de Brunete, en el 37, se habían empleado 87.000, y aun así no se había logrado.
Así pues, todo el mundo estaba en contra de la operación, aunque la mayoría entendían su función, que era tratar de divergir medios del ejército nacional para que no los pudiese usar en la línea de Peñarroya y, sobre todo, en Cataluña.
Domínguez da la fecha del 15 de enero, a las ocho de la mañana, para el comienzo de la ofensiva republicana. Y añade: “no pudimos contar con el factor sorpresa; el enemigo estaba muy preparado y apercibido”; lo cual abona la tesis de que los nacionales sabían exactamente por dónde iban a atacar los republicanos. Domínguez incluso hace recaer la culpa final por esto en Casado, no por acusarlo de haberle pasado la información a los nacionales, sobre lo que no dice nada (y es difícil que lo hiciera; como veremos en estas notas, el 15 de enero es una fecha muy prematura para pensar en contactos de Casado con los franquistas); sino por no haber modificado el plan de ataque a última hora; insinúa, pues, Domínguez que, en algún momento de las operaciones, los republicanos se dieron cuenta de que el ejército nacional sabía que iban a atacar y por dónde; y que, por lo tanto, lo racional hubiera sido cambiar los objetivos. Además, y siempre según el comisario, la mayoría de los jefes sobre el terreno consideraban que los republicanos debían meter presión en Navalagamella y no en los puntos inicialmente diseñados. Domínguez, sin embargo, le hace decir a Casado, el día 14: “¿Quién, yo, cambiar? Nada, no. Ya lo he dicho en su momento. Además, nuestras fuerzas están colocadas. Mañana se ataca, y nada más. En la guerra, Edmundo, pasan cosas extrañas. A lo mejor tenemos suerte y vencemos.” Ese "ya lo he dicho en su momento", de ser cierto, está marcando una actitud quietista por parte de Casado. Viene a decir el coronel que él ya previno de que aquella operación era una ful, pero que alguien obviamente superior (tal vez Miaja) le dijo es lo que hay, Segis, así que haz tu trabajo. Y eso es lo que estaba dispuesto a hacer: su trabajo. Ni un centímetro más, ni uno menos. El relato, cuando menos a mí, me parece en este punto consistente con lo que luego habría de pasar, y viene a decirnos que, a mediados de enero de 1939, Casado opinaba todavía que había un mando coordinado en el bando republicano y que había, por así decirlo, una estrategia.
No hubo suerte, sin embargo, y las cosas fueron como se esperaba que fueran. A las ocho y media, anota Domínguez Aragonés, los republicanos tenían 300 bajas, lo cual es, básicamente, una carnicería. El ejército nacional tenía emplazadas ametralladoras en los puntos adecuados, por lo que la avanzada sólo era posible reptando. Por lo demás, la artillería republicana no era capaz de dañar las defensas nacionales. Dos horas después de comenzado el ataque, todavía no se había llegado a las trincheras enemigas. Domínguez incluso afirma que el jefe de un batallón es sustituido por otro por orden de Casado y que, una vez delante del coronel, se pega un tiro.
El balance de la llamada acción de Brunete fueron 900 bajas y numerosos carros de combate inutilizados o capturados. A las cinco de la tarde, la operación fue suspendida por Casado.
En fin, regresemos a diciembre. La razón de que el gobierno republicano hubiese fiado todas sus esperanzas en la operación de Motril es que esperaban la ofensiva franquista sobre Cataluña para el día 10, razón por la cual la operación de Motril se había diseñado con tanta urgencia. Sin embargo, finalmente fue el Instituto Nacional de Meteorología quien vino en ayuda de ellos, pues en los primeros días de aquel mes de diciembre el tiempo en Cataluña y en el centro de España fue una auténtica puta mierda, lo que desanimó a los nacionales de tirar para delante. El día 17, un decreto gubernamental prorroga por treinta días más, y van no sé cuántas veces, el estado de alarma en la España republicana. Porque sí, uno de los datos que no muchas veces se conoce es que durante toda la guerra civil, la España republicana evitó siempre hacer uso del estado de guerra, y prefirió echar mano de esa prima flaca que es el estado de alarma, una figura con más agujeros que los bolsillos de Carpanta, como hemos podido comprobar 80 años después a cuenta de la crisis pandémica. La razón, obvia: el estado de guerra otorga un poder a los militares que los republicanos, entiéndase los políticos y sindicalistas republicanos, querían para sí. Hay un pasaje interesante en las memorias de Pasionaria en el que ésta misma cuenta que, estando en Extremadura, vio a unas unidades militares empantanadas en su avance y a una corte de campesinos sentados en las colinas observándolas. Pasionaria se fue a por el coronel de la tropa y le dijo que reclutase a los campesinos para que ayudasen, y el coronel le contestó que con la ley en la mano, no podía obligarles ni a que le diesen fuego para fumarse un piti.
El 21 de diciembre se celebra consejo de ministros. Pero el gobierno republicano ya no tiene ganas de contar lo que hace. La nota hecha pública y nada son lo mismo; El Consejo ha examinado ampliamente una serie de palpitantes problemas de actualidad, cuyo resultado se traducirá en decretos sucesivos que aparecerán en la Gaceta. ¿A que nunca habíais sabido de un gobierno que calificase una guerra como palpitante problema de actualidad? Eso sí, la Prensa barcelonesa repite y repite las noticias sobre una conspiración contra Franco que habría estallado en Burgos y que tiene a los mandos del ejército enemigo contra las cuerdas. La Prensa, en el fondo, siempre sirve para lo mismo.
El gran error que se comete en los últimos días de diciembre de 1938, en todo caso, es táctico. El general Vicente Rojo, apoyado en los precedentes, asumió que lo que haría Franco a partir del inicio de su ofensiva era algo así como una estrategia de fajador. Algo así como: doy un paso adelante, golpeo, luego me vuelvo hacia atrás, me recupero puesto que tengo logística sobrada, y vuelta a empezar. Por ello, considera que es fundamental utilizar tres cuerpos de ejército para realizar una ofensiva republicana en los flancos del avance nacional, para así obligarlo a fijarse en el teatro de los enfrentamientos.
A partir del día 20, cuando arreció la tormenta de nieve en el norte de Castilla-León que había provocado una desconexión de las unidades nacionales situadas en el Centro respecto del teatro catalán, los efectivos franquistas comenzaron a moverse hacia sus posiciones. Cercana la Navidad, la República ofrece una tregua para pasar las fiestas, que Burgos rechazó inmediatamente. Aquel rechazo fue aprovechado por la propaganda republicana para criticar a los franquistas de poco respetuosos con las fiestas religiosas. Los tipos que las habían prohibido completamente durante más de dos años. Sí, los políticos son así, en todo lugar y en toda era.
A eso de las doce de la mañana del día 23, en el Cuartel General del GERO se reciben las primeras noticias de la ofensiva de Cataluña. En Tremp y en Serós, los nacionales habían comenzado a apretar, mientras que las fuerzas republicanas se habían mostrado más bien de mantequilla. En Tremp, el XI Cuerpo se iba bandeando; pero en Serós, el XII había huido, prácticamente sin orden ni concierto. La respuesta de Rojo y Hernández Saravia fue presionar el flanco izquierdo de las tropas de Serós, formadas fundamentalmente por efectivos del CTV italiano, con los sufridos V y XV cuerpos, defendiendo una línea desde Borgues Blanques hasta Granadella. El emplazamiento de estas unidades, sin embargo, no contaba ya con el tiempo y las circunstancias adecuadas, motivo por el cual, aunque consiguieron hacer que el avance de los italianos fuese más problemático, no los detuvieron.
El 28 de diciembre hubo una nueva rotura de frente, el defendido por el conocido como Cuerpo Aragonés. El 27, las tropas nacionales llegaron a Granadella. El día 3 cayó Artesa de Segre y el 5 Borgues Blanques, Vinaixa al día siguiente. Con estos avances, el frente catalán, propiamente, había dejado de existir.
El día 24 de diciembre, al comienzo de la ofensiva que acabo de apuntaros, Negrín había realizado una alocución radiada dirigida a sus enemigos. Realizaba una llamada a quienes tenían el mando en la zona nacional, así como “a los que cerca de ellos puedan ejercer una acción y un influjo”, para afirmar que el gobierno republicano no se esforzaba para otra cosa que para “reafirmar las normas de tolerancia y civilidad” y para encontrar la reconciliación de todos, porque “para reconstruir España hay que preparar la reconciliación y la convivencia”. Discurso hermoso que merece dos comentarios. El primero, que Negrín había tenido un momento para “reafirmar las normas de tolerancia y civilidad” que no era, desde luego, diciembre del 38, con la guerra ya perdida, y no parece que se hubiera esforzado mucho. Durante muchos meses, al primer ministro poco le había importado la falta de seguridad jurídica en medio de una guerra en la que, en media España republicana, no se sabía en realidad quién mandaba, los ayuntamientos emitían moneda y los comandantes de tropa miliciana decidían quién vivía y quién moría. Por lo demás, sobre su sinceridad sobre la reconciliación entre españoles, la verdad es que la actitud de sus bisnietos, dedicados en su mayoría precisamente a denostar el espíritu de reconciliación del 78, lleva a sospechar que, tal vez, muy sincero no era.
Eso sí, el primer ministro estaba dispuesto (ahora) a dar pasos ciertos y comprobables en el sentido apuntado por sus palabras. El día de Navidad de 1938, la Gaceta publicó un decreto que, para reafirmar las “normas de tolerancia y civilidad” citadas por Negrín en su discurso y “preparar las bases de la convivencia civil” y la “reconstrucción nacional”, se sobreseían todos los procedimientos judiciales y expedientes gubernativos seguidos contra los funcionarios civiles o militares y particulares separados de sus cargos, previendo las normas para su rehabilitación y reingreso. La zorra, pues, se ofrecía a devolverle el gallinero a las gallinas.
El 29, el todavía fantasmagórico presidente de Cataluña, Lluis Companys, pronunció su propio discurso radiado, en otro tono. Le venía a decir al soldado que defender la tierra catalana estaba por encima de todo, y que luchase hasta su último aliento. Si el discurso de Negrín fue inútilmente pragmático, el de Companys, muy en su línea, fue una muestra más de la grave desconexión con la realidad con la que el president se desempeñaba ya de mucho tiempo atrás. Una parte nada desdeñable del GERO estaba formada por combatientes no catalanes a los que, la verdad, eso de morir a cambio de que la tierra catalana permaneciese incólume se les daba una higa; a algunos de ellos, los más motivados, les movía la ideología comunista; pero andar, a piques del Año Nuevo de 1939, pensando que la apelación a la integridad territorial catalana podía ser una arenga eficiente, lo dice todo de este señor presidente que, para entonces hacía muchos meses que vivía en los mundos de Yupi Jordi.
(Para un mayor desarrollo sobre la figura de Lluis Companys, podéis ir aquí).
¿En qué momento de la vida de Franco, él se da cuenta (o toma la decisión) de que no va ser un simple general más, sino que tratará de ser alguien con mucha mayor capacidad de decisión y poder?
ResponderBorrarEn mi opinión, algún momento antes de la República, cuando dirigía la academia de Zaragoza.
Borrarhttps://historiasdehispania.blogspot.com/2011/05/franco-y-el-poder-1-sin-pole-y-por-la.html
¿Quién (o quienes) crees que fue la persona (o personas) que mejor comprendió la personalidad real de Franco?
ResponderBorrarFranco.
BorrarJajajaja. Está claro que como él mismo, nadie. Vale, pues ¿quién crees que fue la segunda persona que mejor le comprendió?
ResponderBorrarEs muy difícil de saber, porque las trazas son muy difíciles de leer. Franco era muy religioso, pero tuvo relaciones tormentosas con casi todos los Papas de los que fue contemporáneo, y la foto que tuvo siempre encima de su mesa, hasta su muerte, fue la de Juan XXIII. Es obvio que tuvo una relación muy especial, de gran confianza, con Serrano Súñer; pero se lo llevó por delante. A lo largo de su vida, se apoyó en monárquicos, falangistas, tradicionalistas y tecnócratas, sin que ningunos de éstos puedan decir que los hiciese depositarios de su confianza extrema.
BorrarAl final, supongo que la respuesta es alguno de los personajes, que los hubo, a los que Franco respetó sinceramente y a los que seguro que pedía consejo. Yo te diría el marqués de Suanzes, por ejemplo.