Las primeras relaciones
Reyes y revoluciones
Nunca te fíes de un francés
Nguyen Ai Doc
Tambores de guerra
El tsunami japonés
Grandeza y miseria de la Kempeitai
El Viet Minh
Los franceses hacen lo que mejor saben hacer (no definirse)
Dang vi qui, o sea, naniyori mo hitobito
El palo y la zanahoria comunistas
Puchimones contra podemitas
Aliados a pelo puta
Franceses y comunistas chapotean para no ahogarse
Vietnamitas listos + británicos estúpidos + periodistas gilipollas = muertos a decenas
Si tu ne voulais pas de bouillon, voici deux tasses
Francés busca indochino razonable
Los problemas del comunismo que se muestra demasiado comunista
Echa el freno, Madaleno
El factor chino
El factor USA
El problema de las tres mareas
Orchestal manoeuvres in the dark
O pacto, o guerra
El acuerdo de 6 de marzo
Buen rollito por cojones
El Plan Cédiletxe
No nos queremos entender
Dalat
Las inquietudes y las prisas del almirante D’Argenlieu
Calma tensa
La amenaza nacionalista
Fontainebleau bien vale unos chinos
Francia está a otras cosas
Memorial de desencuentros
Maniobras orquestales en la oscuridad (sí, otra vez)
El punto más bajo de la carrera de Ho Chi Minh
Marchemos todos, yo el primero, por la senda dictatorial
El doctor Trinh, ese pringao
D’Argenlieu recibe una patada en el culo de De Gaulle
Allez les bleus des boules!
París no se entera
Si los Charlies quieren pelea, la tendrán
Give the people what they want
Todas las manos todas, amigo vietnamita
No hay mus
El comunista le come la tostada al emperador
El momento del general Xuan
Conditio sine qua non con un francés: cobra siempre por adelantado
La ocasión perdida
El elefante chino entró en la cacharrería
Ese mismo 18 de marzo de 1947, Ho Chi Minh dejó de ser formalmente ministro de Asuntos Exteriores, pues dejó la cartera en manos de su subsecretario, Hoang Minh Giam. Era un movimiento estratégico, puesto que Giam, que en realidad no dejaba de ser simplemente alguien que ni siquiera se ponía el Hemoal para bajar la hemorroide si Ho no lo sabía y lo había aprobado, tenía vitola de moderado; sobre todo porque durante su estancia francesa en Fontainebleau había hecho muchas catleyas (usemos la expresión proustiana) con personajes de la SFIO, que así pudieron adoptar su chinito y declamar en los salones de Maxim's eso de “yo tengo muchos amigos vietnamitas”.
Tres días después, Ho Chi Minh hizo una declaración que venía a reaccionar a la de Ramadier en la Asamblea parisina. Decía: “si el gobierno francés hiciera una declaración oficial y franca reconociendo la unidad y la independencia de Viet Nam y garantizando la aplicación de esta política, todas las demás cuestiones se arreglarían fácilmente”. Tres días después, el 21, Tran Ngoc Danh, el representante vietnamita en París, entregó una nota al gobierno francés ofreciéndose para comunicar con sus jefes en Hanoi y comenzar las negociaciones ya mismo. Ese mismo día, el Consejo Nacional de la SFIO aprobó lo que se conoció como moción Ramadier-Moutet-Gorse (lo de Gorse va por Georges Gorse) en favor de la negociación. Votaron como se suele votar en los partidos socialistas en particular y los partidos políticos en general: todos a una, y apretando bien las nalgas.
En la votación, sin embargo, también había un mensaje. Había ganado una, lo cual quiere decir que había perdido otra. Y la otra que había perdido era la moción Leon Boutbien. Boutbien era un resistente de los de verdad (había sido inquilino de Dachau) y pertenecía al socialismo más cercano al comunismo. Así que había presentado una moción muy del tono de los chicos de Thorez, exigiendo el inicio de una negociación inmediata con Ho Chi Minh; eso sí, orillaba el tema de la unidad del Viet Nam montándose una Transición política española, es decir, preconizando que el Tonkin, Annam y Conchinchina deberían tener otros tantos gobiernos autónomos.
En paralelo, aquéllos que estaban fuera de la negociación tampoco estaban quietos. Recordaréis que tanto los dirigentes del VNQDD como del Dong Minh habían ganado China cuando sus gañotes comenzaron a peligrar. Nguyen Tuong Tam se marchó a Nankin, donde se aplicó a tratar de recabar la ayuda del Koumintang. Vo Hong Khanh, por su parte, había labrado vínculos importantes con los señores de la guerra de Kwang Si y Kwang Tung. Por último, Nguyen Hai Than se había establecido en Cantón, protegido por su gobernador militar, Chiang Fa Kwei (el primo de Orzowei).
Cuando estalló la revolución del 19 de diciembre, para los nacionalistas se abrió inmediatamente el portillo de la actuación en paralelo al Viet Minh, especulando con su descrédito. El 25 de diciembre, Nguyen Tuong Tam anunció la formación de un Gobierno Nacional Vietnamita (es interesante con qué periodicidad los nacionalistas juegan con la confusión entre “nacional” y “nacionalista”), que pretendía hacer una llamada a los gobiernos chino y estadounidense para que arreglasen el conflicto indochino.
La cosa, sin embargo, no era tan fácil. En el asunto de Viet Nam y de la actitud china hacia el problema en los años cuarenta, hay que tener muy claro que no se pueden cometer errores. Muy especialmente, los mismos errores que se cometen cuando se piensa o se considera que, antes de la llegada al poder de los comunistas chinos, el poder en China lo tenía el Kuomintang. Yo creo que la afirmación más precisa sería decir que el Kuomintang era quien estaba más cerca de la definición de estar en el poder; pero ir más allá es mucho pedir. En el poder de los nacionalistas chinos tenían mucho que ver los señores de la guerra, sátrapas de sus regiones en un país tan grande y tan mal comunicado. Y eso hace que despejar las incógnitas de las ecuaciones sea especialmente complejo. Chiang Fa Kwei, por ejemplo, protegía a políticos nacionalistas vietnamitas huidos, sobre todo porque apreciaba una ventaja obvia en tenerlos en la faltriquera por si algún día le servían. Pero estaba muy lejos de ser un anticomunista; tenía muchos vínculos con el Viet Minh, pues los chinos siempre han sido unos consumados maestros en el arte de jugar a pelo y a pluma. La de Chiang Fa, como la de muchos otros espadones chinos, no era necesariamente la política vietnamita del Kuomintang; y, por eso, la estrategia de algunos de los exiliados de acercarse a Chiang Kai Chek, en realidad, era inútil.
A esto hay que unir que los propios nacionalistas estaban divididos. Nguyen Hai Than y Nguyen Tuong Tam eran bastante partidarios de acercarse al Viet Minh; política en la que tenían un decidido apoyo en China con Siao Wen, el viejo amigo de Viet Nam, que nunca había abandonado la ilusión de recuperar las posiciones interesantísimas que había logrado en el Tonkin meses atrás.
El Viet Minh se dejaba querer. Tenía un delegado de relaciones con la China, Nguyen Duc Thuy, que, en marzo, invitó a Than y Tam a volver a Viet Nam. A través de esta política de buen rollo acabó llegando a Fa Kwei y la estructura del Kuomintang.
El Kuomintang, por su parte, tenía sus propias divisiones. En el seno de la formación nacionalista había todo un ala que podríamos llamar conservadora, que preconizaba, sobre todo, la ruptura estratégica con los comunistas. Eran, pues, los cuatro fachas de siempre que luego, pasados los años, se descubre que eran los que decían las verdades y hacían un mejor y más acertado análisis del tablero de juego. Estos halcones de derechas, por otra parte, además de ser enemigos de Mao Tse Tung y sus amigos, eran también enemigos de la estrategia de Siao Wen. Las dos posturas estaban íntimamente conectadas. Los conservadores del Kuomintang se oponían a la confluencia de Chiang Kai Chek con los comunistas porque creían que éstos, lo que pretendían, era dar un golpe de mano en algún momento y crear su propia China comunista en el sur de país, es decir, en las áreas fronterizas con Viet Nam. En tal sentido, consideraban que la estrategia posibilista de Siao Wen, en tanto que incluía el acercamiento al Viet Minh, alimentaba esa hoguera.
Than y Tam fundaron, el 17 de febrero en Nankin, el Frente de Unión Nacional de Viet Nam. Lo habían hecho para poder realizar un acercamiento al Viet Minh, invitándolo a formar parte. Sin embargo, el Kuomintang los disuadió de hacerlo (en realidad, les ordenó no hacerlo), poniéndose del lado del otro gran líder del VNQDD, Vu Hong Khanh, que no quería ver a Ho Chi Minh ni en pintura. Así las cosas, el ala conservadora del nacionalismo chino le impuso a los vietnamitas su estrategia: afirmación anticomunista del nacionalismo vietnamita, y defensa de la solución Bao Dai.
Esta estrategia tenía un apoyo más: los Estados Unidos. El Washington post bélico había llegado a la conclusión, por otra parte cierta, de que Asia sería el principal tablero en el que se iba a jugar el Risk de la Guerra Fría. En el esquema de cosas que se habían hecho, les cuadraba un Viet Nam, más que no comunista, anticomunista. Y, por lo tanto, querían apoyar al nacionalismo siempre y cuando se posicionase de esa manera. La enunciación, el 12 de marzo, de la Doctrina Truman, no hizo sino alimentar esta hipótesis.
El Frente de Unión Nacional, por lo tanto, cambió de estrategia; dejó de interesarse en el Viet Minh, y pasó a hacerlo en los movimientos nacionalistas de interior: Cao Dai, Hoa Hao, Juventudes Nacionalistas y el Dan Chu Hoi Dang o Partido Socialdemócrata, una formación nueva que había creado Nguyen Van Sam. Van Sam estaba en contacto bastante frecuente con Leon Pignon y, por lo tanto, parecía ser avalista de la solución monárquica.
Entre el 15 y el 22 de marzo, en Cantón, delegados de todos estos grupos y grupúsculos se reunieron en una especie de Sumar anticomunista. Aprobaron una resolución en la que afirmaban, campanudos, que le retiraban su apoyo al gobierno de Ho Chi Minh, y que se colocaban bajo la dirección de Vinh Thuy, o sea, Bao Dai. Se afirmaba la voluntad de colaborar con los franceses si éstos reconocían la independencia de Viet Nam y aceptaban colaborar “sobre la base de la justicia y la igualdad” (no les pedían nada).
Esta ensalada de siglas, de líderes, de estrategias, mensajes y sensibilidades fue la que se encontró a partir del 1 de abril que llegó el pobre Bollaert; es muy probable que, apenas unas horas después de haber tomado posesión de su despacho en Saigón, ya se dijese a sí mismo aquello de: “esto no está pagado”.
El análisis sencillito de las cosas supongo que os puede llevar a considerar que todos estos problemas los resolvería un referendo. Sin embargo, el referendo era logísticamente imposible en aquellos momentos; sin mencionar el pequeño detalle de que primero habría que acordar cuántos referendos habría que celebrar. Había que ir más despacio. Partido a partido.
Bollaert comenzó por firmar el acta de defunción de la era D'Argenlieu. Esto pasaba por descabezar a los hombres que habían sido sus inspiradores. De esta manera, Leon Pignon, consejero político del alto comisario, fue nombrado comisario de la República en Camboya (León María Adolfo Pascal Pignon abandonó el teatro indochino en 1950, cuando la política francesa en la zona se fue a la mierda; luego tuvo diversos destinos diplomáticos en Asia, y murió en 1976). Por su parte Albert Torel, comisario de la república en Conchinchina, fue relevado de su puesto y “autorizado” a irse a tomar por culo a Francia. El 20 de abril, se suprimió la censura de Prensa en Conchinchina y se levantó el estado de sitio en Hai Phong y Hanoi.
Aquel estado de cosas no hizo sino exacerbar los fuertes enfrentamientos entre vietnamitas. En Conchinchina, Nguyen Binh había lanzado toda una cruzada contra los Cao Dai y los Hoa Hao. Por su parte, tanto en Annam como en el Tonkin, diversos intelectuales católicos finalmente parecían estar cayéndose del guindo (les costó bastante, las cosas como son) y empezaban a considerar que, tal vez, el Viet Minh no iba a hacer nada en favor de sus intereses. Por supuesto, los monárquicos y miembros supervivientes del mandarinato eran abiertamente anticomunistas, cosa que no se les puede reprochar puesto que habían sido masacrados por ellos. Con la paz, estos mandarines se centraron en la que siempre había sido su capital: He, donde crearon un Comité de Gestión Administrativa, bajo la presidencia de Tran Van Ly, un ya anciano mandarín católico.
El reto para Francia era juntar a aquella ensalada de ideologías, algunas de ellas enfrentadas a muerte, en una sola mesa y, así, cumplir la previsión del acuerdo del 6 de marzo de entregar la soberanía de Viet Nam al Viet Nam entero.
El 26 de abril de 1947, Bollaert recibió un mensaje del ministro de Asuntos Exteriores de Hanoi, Giam. El Viet Minh movía ficha proponiendo el cese total de las hostilidades y el inicio inmediato de negociaciones (con ellos, claro). El comunicado se agarraba a unas declaraciones hechas por Ramadier en París el 3 de abril, en el sentido de que Francia estudiaría cualquier oferta de armisticio que recibiere. Ho Chi Minh, pues, trataba de pillar al gobierno francés entre la pared y su opinión pública; pues el francés medio, que debo insistiros una vez más en que estaba muy pobremente informado sobre las technicalities del conflicto vietnamita porque quien tenía que informarle: los periodistas, eran básicamente lo que son, es decir, iletrados de voz engolada; el francés medio, digo, apenas manejaba tres o cuatro ideas sobre el conflicto vietnamita, tenía por prioridad la seguridad de “nuestros chicos” allí y, en consecuencia, veía en el armisticio una posibilidad clara de solucionarlo todo. Al francés medio, el VNQDD, el Cao Dai, el Viet Minh, el Liu Vet, los Hoa Hao, el gobierno de Hanoi, el de Saigón, Nguyen Binh, el Dong Minh o su puta madre, le daban igual, y ni siquiera los conocía, ni quería conocerlos.
Pero, claro, por debajo estaba la realidad. Los comunistas franceses eran partidarios claros de abrazar la oferta de Giam y abrir negociaciones con Ho Chi Minh y el Viet Minh en exclusiva. Socialistas y MRP decían que ni de coña; que o estaba Yolanda Díaz en la mesa, o no había acuerdo. Y repetían constantemente: el Viet Minh no es de fiar; tiene que dar garantías de sinceridad (que, no es por nada, pero manda huevos que un negociador francés pueda llegar a decir esas cosas).
El Estado Mayor francés de Saigón, por su parte, se fiaba todavía menos de los comunistas; y, por eso, transmitió a París sus condiciones para aceptar el armisticio de Giam. El Viet Minh debería, por supuesto, liberar a todos sus prisioneros, y cesar en todo acto de hostilidad y de propaganda. Debería entregar el 50% de su armamento al Ejército francés y otorgarle a éste total libertad de movimiento dentro de sus líneas (las vietnamitas, se entiende).
Estaba la cosa en ésas, que si nos fiamos de Ho Chi Minh o lo tiramos al río, cuando hubo una crisis gubernamental más en París. El 20 de marzo se habían votado en la Asamblea unos créditos extraordinarios, precisamente para Indochina, y los comunistas, miembros de la mayoría que presentó la moción, sorprendieron a todos absteniéndose. Aquello ya debilitó el gobierno bastante. A este problema vino a sumarse la sublevación de Madagascar, en la que los socios de gobierno tenían ideas muy distintas; y, sobre todo, en el plano interior, la presión ejercida por la inflación en un país en el que los salarios subían a paso de tortuga puesto que estaban bloqueados y, por lo tanto, el personal perdía poder adquisitivo con las horas. Es evidente que los comunistas se negaban a que el bloqueo salarial se renovase y, por ello, el 2 de mayo a Ramadier no le quedó otra que ir a la Asamblea y plantear una cuestión de confianza para que los socios de gobierno se retratasen. Aquella misma tarde, el gobierno se reunió, roto y enfrentado. El Journal Officiel del día 5 de mayo publicó el cese de los ministros comunistas. En términos indochinos, los partidarios del diálogo con Ho Chi Minh se habían ido a casa.
Para el gobierno, por lo demás, la Unión Francesa era el tema número uno en ese momento. Madagascar, ya os lo he dicho, era un puto 15-M con pistolas. En Argelia, Messali Hadj, la denominada Unión del Manifiesto, los ulemas y el Partido Comunista Argelino, cada uno de su padre y de su madre, se encontraban, sin embargo, en la reivindicación clara de que el país necesitaba un nuevo estatuto político; reivindicación que ya sabemos cómo acabaría con el tiempo. El sultán de Marruecos había pronunciado el 9 de abril, en Tánger, un discurso extremadamente cercano a la Liga Árabe que había disparado todas las alarmas. La Unión Francesa iba camino de Unión de Mierda.
El 15 de mayo, Bollaert pronunció un discurso en Hanoi en el que dijo que “el primer axioma de nuestra política es que Francia permanecerá en Indochina porque Indochina permanecerá en la Unión Francesa”. Lo que no sabemos es si, además de decirlo, se lo creyó. Lo más importante del discurso fue esto: “nosotros no le reconocemos a ningún grupo el monopolio de la representación del pueblo vietnamita. Nuestro deseo es que todos, en su grado y al abrigo de cualquier tentación totalitaria, cooperen en la reconstrucción de su país”. Francia, pues, trataba de adoptar un poco la figura de Papa indochino; yo soy el primer y más humilde pobre de esta tierra, estoy aquí para que os améis como Dios os ama...; ese tipo de zarandajas y conachadas varias.
Bollaert no quería el alto el fuego. No es que le apeteciese darse de hostias; es que sabía que una medida así, en mayo de 1947, no dejaba de ser una puñalada de pícaro de los comunistas que, de esa manera, querían que la normalización de relaciones comenzase antes de que el resto de grupos hubiese podido organizarse y recuperarse del enorme golpe organizativo que el propio Viet Minh les había asestado con su campaña de arrestos.
El comisario francés envió en mayo al norte a su consejero personal, Paul Mus; que era un intelectual y escritor que escribió mucho sobre budismo y que, además, lógicamente presentaba la ventaja de que lo mismo envidaba a grande, que a chica. El 9 de mayo, y no sin dificultades, Mus logró contactar con Giam en el denominado Puente de los Rápidos, a unos 60 kilómetros de Hanoi. Mus le dijo a Giam que quería ver a Ho. No le dijeron que no, pero tampoco le dijeron que sí. El caso es que el pobre Mus se embarcó en una excursión de tres días por zona Viet Minh, algo que siendo blanquito no era muy recomendable; pero se las arregló para llegar el día 12 al cuartel general de los comunistas. Allí, delante de Ho, explicó las cuatro condiciones francesas para un armisticio. Que eran: cesación de todo acto de hostilidad, terrorismo o propaganda; entrega de “una parte importante” del armamento; libre circulación de tropas francesas por donde les saliese del ciruelo; restitución de rehenes, prisioneros y desertores.
Ho Chi Minh contestó que se sentía deshonrado por dichas condiciones y que, por lo tanto, como el vasco del chiste, no era partidario. Así que Mus estaba de vuelta en Saigón el 20 de mayo, y sin amarracos.
A lo largo del mes de mayo, la política francesa avanzó muy deprisa. Tras la ruptura de Ramadier con los comunistas, entró en escena el porculero de siempre, o sea, el general De Gaulle. El hecho de que El Napias tomase el gobernalle de la nación no hizo otra cosa que alimentar, de nuevo, la fuerza en Saigón de los altos funcionarios franceses que, a pesar de haber perdido a sus dos delanteros centro, Pignon y Torel, retornaron a mandar en la política francesa en Indochina, convencidos de que a Bollaert la jugada de iniciar contactos con Ho Chi Minh le había salido mal. Didier Michel, el nuevo consejero político, que en su hostilidad hacia el Viet Minh no se distinguía de su antecesor Pignon, era el nuevo jefe en la oficina.
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