miércoles, octubre 13, 2021

Carlos I (1): el rey de crianza borgoñona

Éstas son todas las tomas de la serie. Los enlaces los iré poniendo conforme se publiquen.

El rey de crianza borgoñona
Borgoña, esa Historia que a menudo no se estudia
Un proyecto acabado
El rey de España
Un imperio por 850.000 florines
La coalición que paró el Espíritu Santo
El rey francés como problema
El éxtasis boloñés
El avispero milanés
El largo camino hacia Crépy-en-Lannois
La movida trentina
El avispero alemán
Las condiciones del obispo Stadion
En busca de un acuerdo
La oportunidad ratisbonense
Si esto no se apaña, caña, caña, caña
Mühlberg
Horas bajas
El turco
Turcos y franceses, franceses y turcos
Los franceses, como siempre, macroneando
Las vicisitudes de una alianza contra natura
La sucesión imperial
El divorcio del rey inglés
El rey quiere un heredero, el Papa es gilipollas y el emperador, a lo suyo
De cómo los ingleses demostraron, por primera vez, que con un grano de arena levantan una pirámide
El largo camino hacia el altar
Papá, yo no me quiero casar
Yuste

El rey Carlos I de España y V de Alemania, que es una denominación curiosa porque todos los conocemos como Carlos V cuando, en realidad, Alemania, propiamente hablando, no existió hasta siglos después, nació en Gante el 24 de febrero del año 1500, hijo de Felipe el Hermoso de Habsburgo y de Juana de Aragón y de Castilla. Cuando Carlitos era apenas un bebé, sus padres se marcharon a España, donde tendrían otro hijo, Fernando. Aquella fue, por lo tanto, una familia un tanto descentralizada, una familia federal, a la que los acontecimientos llevarían a centrarse en España mientras que su primogénito era educado por un entorno más ligado a la familia del padre, esto es, la dinastía reinante en el Sacro Imperio y, sobre todas las cosas, en Borgoña.

Carlos quedó bajo los cuidados de Margarita de York, que era la viuda del duque de Borgoña Carlos el Temerario y no tenía hijos propios. La guardería de York tenía una amplia experiencia, dado que Marga ya había criado a María, la hija y heredera del duque, y sus dos hijos, Felipe y Margarita. Margarita de York, conocida en la Corte borgoñona como María la Grande, era hermana de Eduardo IV, el carismático rey de la casa de York de quien tanto hemos hablado últimamente. Desde la muerte de su marido el Temerario en Nancy, 1477, era la influencer cortesana borgoñona por excelencia, una Rubius a lo puto bestia, y lo siguió siendo hasta 1503, cuando murió.

Los padres de Carlos, que estuvieron en Flandes en 1504 y por lo tanto pudieron comprobar in situ que su hijo se había quedado sin aya, no quisieron ponerle otra. Juana estaba ya empezando a mostrar algunos signos de esa locura que la historiografía revisionista quiere negar, y a Felipe, la verdad, su primogénito nunca le interesó mucho, como la mayoría de las cosas del mundo que no le procuraban placeres objetivos e inmediatos. Así pues, el niño Carlos fue dando tumbos por esos mundos, sin recibir educación de una persona de referencia, hasta 1507. Dicho año, Margarita de Austria se estableció en Malinas, y se convirtió en la madre putativa de aquel chaval. En cuanto a la imagen masculina, lo más parecido a un padre que tuvo Carlos fue Guillaume de Croy, señor de Chièvres.

Margarita de Austria, ella misma una huérfana muy temprana, había hecho de Margarita de York su referencia. Esto, lógicamente, le había hecho una persona creyente en la línea diplomática tradicional de Borgoña, basada en la alianza con Inglaterra y el enfrentamiento con Francia. Margarita de Austria creía en esa misión para Borgoña porque creía en la política exterior de siempre de su país, y por razones personales. Siendo una jovencita, había sido enviada a la Corte de París para casar con el rey Carlos VIII, pero los franceses acabaron por devolver el paquete porque prefirieron casar al rey con la heredera de Bretaña. Margarita, con éstas, se casó con Juan, el príncipe de Asturias, y tras seis meses en los que se dice que ambos se mataron a polvos, se quedó viuda. De nuevo se casó, y parece que con bastante buen rollo conyugal, con Filiberto II el Hermoso, duque de Saboya (quizá se llevaban tan bien por la excelente rima consonante que aportaba el marido); pero también quedó viuda de él, con apenas 24 años y sin descendencia. Cuando regresó a Flandes, ya no tenía ganas de volverse a casar (al parecer, pudo hacerlo con Enrique VII, el rey inglés) y se dedicó a la educación de su sobrino.

Margarita, como ya he dicho, tenía como principal contrario, por así decirlo, a De Croy, quien consideraba que los tiempos para Borgoña habían cambiado, y que lo suyo era que el ducado encontrase cuando más puntos de entendimiento con París, mejor. Aunque ambas personas trataron de obviar sus enfrentamientos muy a menudo, Carlos, que no se olvide fue educado como miembro de la dinastía borgoñona más que cualquier otra cosa, creció un poco en medio de esas dos visiones encontradas.

Chièvres y el canciller Jean Sauvage pretendían ser los dos principales referentes en la educación de Carlos como futuro gobernante. Ambos, además, como principales gobernantes del ducado, dirigían su política hacia el objetivo de recuperar para Borgoña los territorios ocupados por Luis XI de Francia tras la muerte de Carlos el Temerario. Estos intentos tenían dos flancos: el violento (las armas) y el pacífico (los matrimonios). De este segundo formaba una parte importante el matrimonio de Carlos, quien, lo repetiré una vez más, en su infancia era, más que fundamentalmente, únicamente, un príncipe borgoñón. Sin embargo, por unas cosas o por otras las negociaciones, que fueron varias, para casar al niño con alguna princesa francesa, no fructificaron.

En 1518, cuando Sauvage murió, Margarita de Austria y el señor de Chièvres estuvieron de acuerdo en quién debía de ser su substituto. Un substituto importantísimo para la historia que aquí vamos a contar, puesto que Mercurino Gattinara, además de italiano él mismo, era alguien convencido de que la gran política europea se jugaba en el tablero italiano; que quien dominase la península, dominaría el continente. Este punto de vista habría de condicionar la política exterior y bélica de Carlos durante casi toda, si no toda, su vida; para bien, y para mal.

Gattinara era, efectivamente, un piamontés. Había estado al servicio de Margarita en Saboya y que también había rendido misiones al emperador Maximiliano. Gattinara, como he dicho, se haría cada vez más influyente, sobre todo desde el momento en que Carlos fuese elegido deutscher König o rey de los romanos y después de la muerte de Chièvres, en 1521.

Mercurino consideraba que Italia era la clave de todo. Durante los nueve años en los que ostentó la máxima capacidad de influir sobre Carlos, antes de morir en 1530, convenció a su señor de que ningún esfuerzo estaba mal dirigido si se realizaba por dominar Italia. A la muerte del italiano, Carlos ya no volvió a tener una figura tan influyente a su lado, prefiriendo, de alguna manera, ser su propio canciller.

Todo esto tenía que ver no sólo con la mayoría de edad, sino también con el hecho de haber heredado Flandes y España. Lo segundo pasó antes de lo primero. En 1504, Isabel de Castilla había muerto sin haber dejado heredero varón. Juana, pues, heredó las posesiones de su madre, que no las de su padre (Aragón y Navarra), puesto que Fernando no estaba muerto (y de hecho se casó una segunda vez, con Germana de Foix). Isabel, quien ya había tenido varias oportunidades de apreciar en primera persona la enfermedad de su hija, había nombrado a su marido regente. Sin embargo, tanto Felipe el Hermoso como la mayoría de la clase noble castellana se oponían a esa provisión, celosos como estaban de conservar su soberanía. En ese momento, más o menos, fue cuando se produjo la muerte de Felipe el Hermoso, dejando toda España en manos de un solo rey y regente, Fernando de Aragón.

Fernando, casado con una sobrina del rey francés Luis XII como  he dicho, todavía tenía una oportunidad de darle a su mujer un hijo varón, que le habría sucedido como rey de Aragón. Para Fernando, la unión de reinos españoles producida con su matrimonio bien podía ser como la que se había producido, a finales del siglo XIV, en la persona de Juan I; sin embargo, si ese fue su proyecto, no salió bien, puesto que el único hijo de Germania murió poco después del parto.

Fernando, sin embargo, no perdió la esperanza de diseñar la herencia de España hasta un punto que tal vez Isabel le habría otorgado, pero no los nobles castellanos. Falto de un hijo propio, decidió jugar la baza de Fernando, el segundo hijo de Juana y Felipe, educado en España y, por lo tanto, mucho más popular en el país que un chavalote holandés de los cojones. Fernando senior, sin embargo, moriría en 1516 sin haber podido desplegar sus planes anticarlinos.

En 1519 murió el emperador Maximiliano. Carlos tenía poquísimas posibilidades de ser elegido su sucesor, entre otras cosas porque nunca había sido santo de la devoción de su abuelo alemán; de hecho, tuvo que gastar una fortuna para obtener la elección. Maximiliano, además, le había prometido la corona imperial a Luis II de Hungría y a Enrique VIII de Inglaterra, en diferentes circunstancias. En realidad, no podía garantizar tal cosa; pero sus promesas contribuyeron a poner las cosas muy oscuras.

Carlos, pues, tenía enemigos de importancia, tanto para heredar España, como para llegar a ceñir la corona imperial. Y después, también.

A pesar de lo que acabo de escribir, creo que para centrar bien la figura de Carlos I, y sobre todo del joven Carlos I, es muy importante regresar sobre conceptos que ya os he formulado: la personalidad de Carlos como lo que verdaderamente era, esto es: duque de Luxemburgo y heredero de la casa de Borgoña.

La Borgoña en la que creció Carlos, ya lo he dicho, era un ducado que había perdido parte de su territorio en manos francesas años antes, pero que en modo alguno consideraba que ése había sido el último gol del partido. Debéis de tener en cuenta datos como que Carlos, en el momento más alto de su vida que fue la victoria de Mühlberg, había ido a la batalla portando los colores de Borgoña. En el testamento político que le escribiría Carlos a su hijo Felipe, en 1548, le insta a no abandonar nunca sus derechos sobre la Casa de Borgoña, a la que llama nuestra patria. De hecho, es muy probable que a Carlos poco le hubiese importado pasarle la herencia de su abuelo Maximiliano a su hermano Fernando mucho antes de cuando este traspaso se produjo; pero, sin embargo, siempre mantuvo el sueño de volver hacer grande Borgoña, especialmente cuando, a la muerte de Eduardo VI de Inglaterra, Felipe, el hijo de Carlos que sería rey de España, se casó con María La Pilas, o sea, Tudor.

El proyecto borgoñón es el proyecto de un reino tampón, pegado a Francia, capaz de hacerle sombra, sostenido por la alianza permanente con Inglaterra. En el siglo V, a pesar de que alemanes y francos todavía no lo eran, los borgoñones ya eran cristianos y hablaban latín. La reina Clotilde, que convirtió al cristianismo a su marido Clovis, rey de los francos, era sobrina de Gundobaldo de Borgoña. Gundobaldo era rey de lo que luego se conoció como ducado de Borgoña, pero también del Franco Condado y la Borgoña Transjurana (para que nos entendamos: la Suiza de habla francesa), Saboya, el Delfinado, y la Borgoña Cisjurana, de casada Alta Provenza. Los francos se llevaron por delante este reino entre el 532 y el 534.

Después de que los francos dominaron aquel territorio, la parte que acabaría conociéndose como Ducado de Borgoña se convirtió en vasallo de la corona francesa, aunque sus gobernantes siempre pretendieron la independencia. A finales del siglo IX se formó un nuevo y segundo Reino de Borgoña, con su centro en Payerne, en el canton de Vaud (el cantón suizo cuya actual capital es Lausana). Este reino acopiaba las regiones transjuranas y las ubicadas entre el Saona, el curso inferior del Ródano y los Alpes hasta el Mediterráneo. Los señores feudales de los diferentes territorios reconocieron la soberanía del Sacro Imperio, probablemente porque para entonces ya se barruntaban el tipo de cosas que pasan cuando dejas que te administre un francés. El feudo saboyano adquirió fuerza y poco a poco adquirió la suiza de habla francesa, que de hecho fue suya hasta que llegaron Lutero y Zuinglio y, como el león de color rosa, se hicieron cargo de las cosas.

El Delfinado cayó en ese agujero negro que llamamos Francia ya en 1349, aunque la Provenza se haría esperar hasta apenas dos años antes de la expedición de la Armada. Por aquel entonces, las riberas del Ródano se llamaban, la oriental Coté d’Empire, y la occidental, Coté Royaume.

En  el momento en el que este segundo reino borgoñón tocaba a su fin, Roberto, hijo menor del rey francés Roberto I, recibió, como compensación por no ser el primogénito, lo que conocemos como Ducado de Borgoña. En 1031, cuando su hermano Enrique, que sería el primer rey Kike de Francia, accedió al trono, a él le fue entregado el DNI ducal. Roberto inició una línea dinástica ducal que duró tres siglos, y reinó sobre un territorio enormemente rico, sobre todo intelectualmente, donde habría de florecer la revolución cluniacense, el internet de la Alta Edad Media.

De esa época data la riquísima herencia artística borgoñona: Tournus, Cluny y, sobre todo, dos putas joyas de la belleza inmortal, las iglesias principales de Vézelay y Autun, se deben a esa época. Borgoña le exportó al mundo al Císter y su expansión; expansión que, entre otras cosas, movió a los españoles a abandonar su liturgia visigótica tradicional y abrazar las formas mal llamadas francesas (son borgoñonas), que preñaron nuestro románico de obras maestras. Decenas de intelectuales (de los de verdad, no Willies Toledos ni mierdas de ésas) borgoñones recalaron en España cuando su conde Raymond desposó a nuestra doña Urraca, heredera de Alfonso VI de Castilla León. Es muy probable que muchos de nosotros portemos en el ADN el recuerdo de aquellos tiempos.

En fin, otro día seguimos.

2 comentarios:

  1. Ya que está empezando en esto de los blogs, le recomiendo el libro de don Manuel Fernández Álvarez Carlos V, el César y el hombre.
    ;-DDDDDD

    ResponderBorrar