miércoles, octubre 20, 2021

Carlos I (4): El rey de España


El rey de crianza borgoñona
Borgoña, esa Historia que a menudo no se estudia
Un proyecto acabado
El rey de España
Un imperio por 850.000 florines
La coalición que paró el Espíritu Santo
El rey francés como problema
El éxtasis boloñés
El avispero milanés
El largo camino hacia Crépy-en-Lannois
La movida trentina
El avispero alemán
Las condiciones del obispo Stadion
En busca de un acuerdo
La oportunidad ratisbonense
Si esto no se apaña, caña, caña, caña
Mühlberg
Horas bajas
El turco
Turcos y franceses, franceses y turcos
Los franceses, como siempre, macroneando
Las vicisitudes de una alianza contra natura
La sucesión imperial
El divorcio del rey inglés
El rey quiere un heredero, el Papa es gilipollas y el emperador, a lo suyo
De cómo los ingleses demostraron, por primera vez, que con un grano de arena levantan una pirámide
El largo camino hacia el altar
Papá, yo no me quiero casar
Yuste


Como ya he apuntado, Guillaume de Croy, señor de Chièvres, era un decidido partidario de que el Ducado de Borgoña se llevase estupendamente con Francia. En realidad, Croy, originalmente, era de familia húngara. Procedía de la dinastía magiar de los Arpad, la casa real local. Su rama, es decir sus antepasados, se habían establecido en Francia en el siglo XII. Los Croy eran y se sentían tan franceses que el bisabuelo del asesor de Carlos de Habsburgo, había muerto en Azincourt, obviamente luchando en el bando francés.

A pesar de esta identificación, sin embargo, el abuelo de Guillermo, Antoine, había encontrado curro en la corte de Felipe el Bueno después de que, en 1435, París y Bruselas hiciesen las paces. Carlos el Temerario receló del poder familiar, puesto que el clan había amasado una fortuna más que respetable, por lo que vivieron tiempos algo peores. Aun así Felipe, el hijo de Antoine, se casó con una hija de Luis de Luxemburgo, conde de Saint-Pol y condestable de Francia.

Cuando Felipe el Hermoso y la Juani se marcharon a España, en 1506, Guillaume de Croy fue nombrado el tutor del niño que quedaba atrás. En ese momento, la verdad, nadie podía imaginar que, finalmente, ninguno de los dos miembros del matrimonio regresaría ya a Borgoña; así pues, según fueron desarrollándose los acontecimientos, el papel de De Croy frente a su pupilo se hizo cada vez más importante, estable y permanente. Como ya sabemos, Margarita de Austria, duquesa viuda de Saboya, fue nombrada regente del ducado. Pero eso apenas melló su influencia, como demuestra su nombramiento como gran chambelán, en 1509. Guillermo de Croy no tenía hijos, así pues pudo perfectamente dedicar todos sus esfuerzos a su tutelado.


Aquellos eran los años durante los cuales muchos borgoñones todavía estaban vivos y podían recordar los tiempos de Carlos el Temerario, lo cual quiere decir que seguían albergando el deseo que su gobernante había malbaratado, en el sentido de ser un reino independiente y con su propio poder. Sin embargo, esto no era lo que estaba pasando. Borgoña se había unido a la Santa Liga patrocinada por el Papa contra Francia y de la que también formaban parte el emperador y Enrique VIII de Inglaterra. La Santa Liga tuvo rápidos éxitos, como la victoria de Maximiliano contra los galos en Guinegatte (1513); mientras que Fernando el Católico, aprovechando el conflicto en su propio beneficio, desalojaba a los Albret, abiertamente profranceses, de Navarra.


Margarita hubiera querido colocar a Borgoña al frente de esas tropas en las batallas. Pero, como he dicho, los tiempos no estaban para eso ya. Borgoña había perdido su oportunidad y, probablemente, Guillermo de Croy era la única persona que lo entendía en la Corte, o por lo menos la que mejor lo comprendía. Chièvres se inspiró, yo creo, en los tiempos pretéritos en los que Borgoña había sabido tascar el freno y lanzar mensajes de paz a París, tiempos en los que el ducado había experimentado una gran prosperidad, y siguió el canon. Como resultado, la política borgoñona le donó, sobre todo, a Flandes, un periodo de paz muy parecido al que disfrutó España con su neutralidad durante la Gran Guerra, con el resultado de que el PIB se le disparó.


Cuando Carlos tenía todavía apenas dos años, sus padres estuvieron de visita por París. Allí Felipe el Hermoso presidió una sesión del Parlamento en su condición de vasallo de la corona francesa, en tanto que gobernante de Flandes y del Artois, ambos, como hemos visto, territorios vasallos de Francia. Durante aquella visita Felipe, que compartía la filosofía del ayo de su hijo en el sentido de tender puentes con Francia, acordó el compromiso de su hijo con Claudia, la hija de Luis XII, nacida en 1599. Este acuerdo, sin embargo, se rompería apenas cuatro años después pues, de hecho, la niña acabó casando con la bestia negra de su primer comprometido, Francisco I de Francia. El siguiente compromiso de Carlos fue con María, la hija de Enrique VII, nacida en 1497; el matrimonio, según las capitulaciones firmadas, debía verificarse cuando Carlos cumpliese los catorce. Sin embargo, al llegar dicho año, los consejeros borgoñones pidieron un nuevo aplazamiento; los franceses, coscándose de que el deseo de Borgoña de llevar a buen puerto ese matrimonio había descendido, acabaron casando a María con Luis XII, que acababa de quedarse viudo. Al año siguiente, hubo negociaciones para casar a Carlos con Renata, otra hija de Luis XII, pero la actitud internacional del Ducado acabó por terminar con el proyecto. Ya en 1516, una vez que el Tratado de Noyon puso fin a la guerra entre Francia y la coalición formada por Inglaterra, el Imperio y los cantones suizos, se lo comprometió con Luisa, hija de Francisco I, que entonces tenía un año y que era la heredera del Reino de Nápoles. Sin embargo, a la niña debió de parecerle tan poco atractivo el plan que la cascó un año después. 


Desengañados de las soluciones occidentales, los borgoñones se comenzaron a fijar en las orientales. En Dijon comenzó a coger fuerza la idea de buscar a la mujer de Carlos de Habsburgo entre los Jagellon, una poderosa dinastía real que, por una rama, reinaba en Lituania y Polonia, y por otra, Bohemia y Hungría. Tras el Congreso de Viena de 1515 que terminó con la enemiga entre los Habsburgo y los Jagellon a base de explotar un interés común antirruso, el emperador Maximiliano sorprendió a propios y extraños al proponer su matrimonio con Ana de Hungría, que tenía como 40 años menos que él.  Cuando Maximiliano la cascó, surgió rápidamente la idea, más lógica desde el punto de vista generacional, de que Ana se casara con Carlos. Sin embargo, no se hizo. La alianza entre los Habsburgo y los Jagellon se consolidó, finalmente, mediante una estrategia más fácil de armar, que fue el matrimonio de Ana con el archiduque Fernando; mientras que el hermano de Ana, Luis de Hungría, se casaba con la archiduquesa María. En 1521, Carlos se compromete con María Tudor, prima suya y que, paradójicamente, acabaría por ser su nuera. Como eso tampoco salió, en 1525 decide casarse con Isabel de Portugal.


Carlos había sido aclamado duque de Borgoña en Bruselas en el año 1507. Hubo de esperar a tener quince años para ser declarado como apto para el gobierno, momento en el que adquirió el control directo de Flandes. A principios de 1516, tras la muerte de Fernando el Católico, tanto su madre como él mismo fueron proclamados, de nuevo en Bruselas, soberanos de Castilla y de Aragón. Sin embargo, su proclamación en España ya era otra cuestión, puesto que el cardenal Cisneros, en su papel de regente, puso palos en las ruedas. En España, Carlos tenía un importante adversario, al menos desde el punto de vistas de la popularidad y del apoyo de las grandes casas nobles, en su hermano Fernando, nacido en 1503 en España y criado allí.


A las dificultades surgidas por la popularidad de Fernando se unió la bajísima popularidad de los enviados borgoñones. Adriano de Utrecht, tutor de Carlos y, desde 1516, obispo de Tortosa, tenía enfrentamientos frontales y violentos con Cisneros. En términos generales, los borgoñones se dieron cuenta de que, en el momento en que hubiese algún tipo de pronunciamiento o levantamiento profernandino en Castilla, las tierras peninsulares se podrían perder muy fácilmente. Éste fue el gran motivo del viaje de Carlos a España, en el otoño de 1517, acompañado por Chièvres, el canciller Sauvage y la archiduquesa Eleanora.


El viaje de Carlos fue tremendo. Más concretamente, sus jornadas a través de Asturias hubieron de hacerse en medio de una lluvia cabrona como sólo llueve en el noroeste de España. Las consecuencias climáticas, además, se vieron ampliadas por el hecho de que Chièvres le impuso a la expedición un deliberado paso de tortuga, puesto que, noticioso del gravísimo estado de Cisneros, apostaba porque el cardenal muriese antes de que pudiese hablar con Carlos. Lo consiguió, por un cortacabeza, pues el regente moriría cuando la expedición estaba apenas a un día de marcha.


Guillermo de Croy, sin embargo, estaba muy mal asesorado sobre la situación y los problemas de Castilla. Todo lo que sabía, lo sabía por las referencias de Adriano de Utrecht; y Adriano, la verdad, fallaba detectando los problemas reales más que Antonio Maestre. De hecho, era el gran teórico de la idea de cortocircuitar a Carlos de Habsburgo y a Francisco Ximénez de Cisneros; una idea que fue una muy, muy mala idea. Cisneros no albergaba malos pensamientos respecto de Carlos; sólo los albergaba en tanto en cuanto Carlos llegase a considerar que España era una especie de posesión colateral en la que podía hacer lo que le diese la gana. Si alguien hubiera estado en situación de explicarle a Carlos de Habsburgo las sutilezas de España, que para entonces ya eran muchas, ése era Cisneros. Yo tengo por mí que Adriano de Utrecht era bastante consciente de sus limitaciones y de su falta de sentido político, y que decidió tirar para delante y ocultarlo todo. Y, en esa ocultación, permitió que Carlos llegase a pensar que los castellanos aceptarían, así como así, ser gobernados por extranjeros.


El día 4 de noviembre, Carlos y su hermana Eleanora visitaron a la tolili en Tordesillas; no fue la única, puesto que Carlos pasó el invierno cerca de Valladolid, por lo que se dejó caer varias veces por la queli de su madre. Trató, desde luego, de trabajarse la querencia de los nobles locales, pero tampoco fue su estrategia muy exitosa que digamos. A los españoles incluso el nombre de su rey les parecía extraño; nunca habían tenido un rey llamado Carlos. Pero, con todo, sus principales problemas con el monarca eran mucho más tangibles. Hay que tener en cuenta que, por ejemplo, Le Sauvage, nada más pisar España, se dedicó a tomar el control sobre diversos empleos que luego vendía, lo cual le supuso una fuente de ingresos de medio millón de ducados en apenas unos meses.


El colmo de los colmos llegó cuando se quedó vacante una de las sedes episcopales más crema del país, la de Toledo. Chièvres, avistando la pieza, comenzó a maniobrar para que fuese nombrado su sobrino Guillermo, que apenas tenía veinte años. Este hecho provocó que Carlos se encontrase frente a unas Cortes de Castilla que lo recibieron de forma desabrida y, además, le obligaron a firmar que respetaría los privilegios de cada territorio. A cambio de este compromiso, Carlos obtuvo un servicio muy superior a los que habían conseguido sus abuelos, de 600.000 ducados. Con el tema económico razonablemente apañado, el rey se dedicó a visitar el resto de sus posesiones peninsulares, no sin antes enviar a Flandes a su hermano Fernando para matar la bicha.


Carlos permaneció en Zaragoza hasta el final de enero de 1519 y, después, entró en Cataluña. Allí permaneció casi un año, y en marzo de 1520 estaba de nuevo en Valladolid y, tras una visita breve a la Juani, se marchó a Galicia, donde reunió a las Cortes de Castilla, antes de embarcar para volver a Flandes, el 20 de mayo de 1520.


A los efectos de cosas que a veces se dicen y se escriben, conviene tener en cuenta este dato: durante ese primer viaje, Carlos de Habsburgo pasó seis meses en Castilla, nueve en Aragón y doce en Cataluña. En suma: no había tenido un gran interés por conocer Castilla, que era la incógnita fundamental de la ecuación, y tratar de resolverlo, de hacerlo suyo. Prefirió gastar más tiempo en territorios que, luego se vería, eran potencialmente mucho menos preocupantes para él, pero que sus consejeros concebían más importantes de cara al enfrentamiento con Francia en el que muchos creían ya.

Es lo que pasa cuando te fías de un Iván Redondo de la vida, de algún Arriola de vía estrecha, que se cree que lo sabe todo.


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