lunes, octubre 18, 2021

Carlos I (3): Un proyecto acabado

El rey de crianza borgoñona
Borgoña, esa Historia que a menudo no se estudia
Un proyecto acabado
El rey de España
Un imperio por 850.000 florines
La coalición que paró el Espíritu Santo
El rey francés como problema
El éxtasis boloñés
El avispero milanés
El largo camino hacia Crépy-en-Lannois
La movida trentina
El avispero alemán
Las condiciones del obispo Stadion
En busca de un acuerdo
La oportunidad ratisbonense
Si esto no se apaña, caña, caña, caña
Mühlberg
Horas bajas
El turco
Turcos y franceses, franceses y turcos
Los franceses, como siempre, macroneando
Las vicisitudes de una alianza contra natura
La sucesión imperial
El divorcio del rey inglés
El rey quiere un heredero, el Papa es gilipollas y el emperador, a lo suyo
De cómo los ingleses demostraron, por primera vez, que con un grano de arena levantan una pirámide
El largo camino hacia el altar
Papá, yo no me quiero casar
Yuste


En lugar de quedarse quieto y esperar la llegada del inglés, Carlos el Temerario decidió hacer cositas por su cuenta en sus fronteras orientales, e invadió Renania. Con ese gesto, no hizo otra cosa que meter una garrota en un avispero. La Alsacia, que le había sido entregada como gaje a los borgoñones por Segismundo de Habsburgo, se levantó en rebelión. Una rebelión verdaderamente sorprendente, puesto que contó con la ayuda de los suizos, los cuales, durante dos siglos, habían estado enfrentados a los Habsburgo. 

Luis XI, con toda probabilidad el estadista más inteligente de su época, supo ver la oportunidad. El poder borgoñón sobre Alsacia tenía una base muy fina. El territorio había sido entregado por Segismundo como pago en especie por una deuda que no había podido satisfacer con el ducado; ahora, sin embargo, Luis le prestó a los suizos el dinero necesario para saldar la deuda, con lo que Borgoña perdió todo derecho sobre los alsacianos; en paralelo, París animaba al duque de Lorena a atacar Borgoña. La respuesta del duque temerario fue invadir la propia Lorena.

Corolario: cuando Eduardo de Inglaterra se presentó en tierras francesas, al frente del mayor ejército que había levantado nunca, Carlos el Temerario no estaba allí para recibirlo. Así las cosas, después de unas primeras batallas, Eduardo, viéndose solo, concluyó una tregua de siete años con Luis el francés, y se regresó a su queli.

La precipitación de Carlos el Temerario acabó con la última oportunidad histórica de haber, si no destruido, sí, cuando menos, matizado significativamente ese proyecto histórico llamado Francia; algo que, no lo dudéis, le habría ido muy, pero que muy bien a Europa, dado que Francia, básicamente, no ha hecho otra cosa más que joder; y cuando le ha llegado el momento de mostrar su grandeza frente a otros jodedores, la verdad es que se ha jiñado. Pero las cosas son como son. Borgoña perdió su oportunidad y, a partir de ese momento, su duque ya sólo se pudo plantear objetivos de menor jaez (imaginad esta idea dentro de la cabeza de nuestro Carlos, y tratad de imaginaros el volumen del chirrido). 

Carlos el Temerario, tras firmar una tregua con el rey francés arrastrando el escroto, se vuelve contra los suizos, para tratar de castigarlos por la rebelión alsaciana. Cruza el Jura en enero de 1476, toma el castillo de Grandson y se dirige contra Neuchâtel donde, sin embargo, los suizos de dan una mano de hostias con toda la mano abierta. Forma un nuevo ejército en Lausana y con él entra en la Saboya, esa región de rima tan interesante. En junio de 1476 ataca a los suizos en Morat, cantón de Friburgo. Sin embargo, las tropas napolitanas que lleva consigo lo abandonan al principio de la batalla, y el Temerario queda en Friburgo como Cagancho en Almagro. Los bellísimos tapices que Carlos había llevado a Grandson hoy se pueden encontrar en museos suizos; porque a los suizos, a porculeros y a introductores de dedo en llagas, no los gana nadie.

Encabronado, Carlos envía a su bastardo La Marche para que secuestre a la duquesa viuda de Saboya y toda su familia, aunque el primogénito, Filiberto, conocido como El Cazador (eran fan de Robert de Niro), logró escapar. Luego cae como la plaga de langosta sobre Lorena y toma Nancy, que tuvo que ser recuperada por su legítimo gobernante, el duque Renato II, gracias a un contingente de chavalotes suizos que pagó el rey francés. Carlos, a quien vemos ya bajar por esa cuesta de la desesperación en la que ya te encabronas hasta con tu confesor, tiene una antidiplomática discusión con el comandante de la tropa mercenaria italiana que es la base de su fuerza militar, provocando que los espagueti se abran. El 5 de enero de 1477, en contra del consejo hasta de los presentadores de La Sexta Borgoñona, Carlos el Temerario presenta una batalla que no podía ganar. En las cercanías del estanque helado de San Juan, cerca de Nancy, los borgoñones sufren una derrota sin paliativos en la que el propio Carlos perdió la vida. Todas estas campañas, sus dimes, sus diretes y, sobre todo, sus errores, fueron recogidas en las memorias de Olivier de La Marche. Un libro que, no lo olvides tú, lector, Carlos I de España y V de Alemania debió de leer como una decena de veces.

La caída de Carlos el Temerario supuso que al ducado de Borgoña se lo sometió a una seria dieta de la alcachofa. Su territorio meridional quedó limitado al Franco Condado, aunque en 1493 fueron capaces de recuperar el Charolais. Este cambio fue el que convirtió a la casa de Borgoña en una casa fundamentalmente flamenca; era, literalmente, lo que le quedaba, por mucho que el Franco Condado sea, veramente, uno de los lugares más bonitos de Europa por los que se puede hacer una tranquila excursión en coche.

Carlos el Temerario había tenido una hija con su segunda mujer, Isabel de Borbón. María de Borgoña era, ahora, la heredera del orgulloso ducado. El ávido rey francés Luis hizo todo lo pudo para que María se casara con el Delfín, futuro Carlos VIII, como forma de asegurar, de una vez por todas, los derechos de París sobre los terrenos que el ducado conservaba y que, no se olvide, no dejaban de ser sus vasallos. 

Luis primero lo intentó a la francesa falsa, esto es, mediante la dulzura, las ofertas edulcoradas y la pretensión de que amis pour toujours means you’ll always be my friend, lo lailo lailo lailo lailo lailo la…; cuando no pudo, lo intentó a la francesa verdadera, esto es: mediante la traición, la manipulación y la simple y pura agresión. Borgoña, de repente, se convirtió en un hervidero podemita en el que se protestaba por todo, y de todo la culpa era de la duquesita. Luis, además, jugaba con la ventaja de que Inglaterra no podía intervenir, ni para bien ni para mal, en la política borgoñona, enfangada como estaba en su guerra civil.

María, sin embargo, no se movió. Su padre, decía, le había dicho que se casaría con el hijo de Maximiliano; y ella iba a cumplir ese mandato. Una forma elegante de decir: antes me alío con un alemán que con un francés (que hay que reconocer que la cosa es como decidir entre ir a Guatemala o a Guatepeor…). Y como lo dijo, lo hizo. El casamiento se produjo, pero no tuvo gran resultado, puesto que María habría de morir a los 25 años de edad a causa de un accidente que tuvo cazando. Eso sí, dejaba dos hijos sobre la Tierra: Felipe, a la larga llamada El Hermoso y padre de Carlos; y Margarita, la futura regente.

Debéis entender que este juego pendular es el que marca la identidad de Carlos de Habsburgo más que cualquier otra cosa. Dejaros de mandangas de que si Cisneros le dijo o le dejó de decir, de que si se enamoró de España y esas mierdas. Los enemigos contemporáneos de Carlos, que fueron fundamentalmente los franceses, veían bajar por la colina a las tropas de Carlos, formadas fundamentalmente por españoles y alemanes, y las llamaban, y consideraban, tropas borgoñonas. Si leéis alguna novela histórica de la época o alguna serie de medio pelo y escucháis a un francés decir eso de “porque los españoles” o “porque los alemanes”, ya podéis provisionar a pérdidas el dinero que os hayáis gastado en el librito, porque es una ful. 

En el curso de las negociaciones de la paz de Cateau-Cambressis, en 1559, los delegados del rey español y del rey francés todavía se enfangarán en una discusión imposible sobre eventuales reparaciones por los asesinatos de Juan sin Miedo y de Luis de Orléans. Si tan españoles eran los españoles, ¿por qué les importaba tanto la muerte de un duque borgoñón? En Rey Lear, Shakespeare todavía habla de “la leche de Borgoña” porque en esa época todo Flandes era considerado borgoñón. La idea de que Borgoña era un territorio francés y que Flandes era otra cosa no llegará hasta un siglo después, y sólo merced a las indiscutibles artes de propaganda de los franceses, capaces de convencer al mundo de que sus vinos y sus quesos son los mejores del mundo y de aplicarle la Contabilidad Fernando Simón a su Revolución y predicar que en ella sólo murieron tres o cuatro aristócratas mal contados. Hoy es el día en el que, igual que en Vallecas hay gente que habla de “los que vienen de Madrid”, en la vieja Borgoña hay ciudadanos del Estado galo que hablan de alguien que reside en Burdeos, París o Lyon, como alguien que “vive en Francia”.

Carlos de Habsburgo siempre ambicionó reconstruir el gran ducado que sus antepasados habían intentado consolidar. De hecho, el matrimonio entre Felipe II y María La Pilas se explica, casi en un 50%, por este proyecto. Sin embargo, también es cierto que, siendo como fue un gobernante muy viajero a causa de la amplia extensión de sus posesiones, nunca visitó el condado, ni el Franco Condado tampoco.

El paso del jacobinismo revolucionario francés por el viejo condado de Borgoña y por el Franco Condado ha eliminado toda idea segregacionista, siquiera autonomista; esto es algo que deberían de tener en cuenta todos aquéllos que piensan, porque lo piensan, que le habría ido mejor a sus veleidades si en lugar de formar parte de España lo hubieran sido de Francia. De hecho, si uno quiere darse cuenta de la fuerza que tuvo la identidad borgoñona, no tiene más que salir de Francia y darse un garbeo por Bélgica, país en el que las leches entre flamencos, valores y bruselenses se escuchan a toda hora. Yo he conocido en Bélgica a profesionales flamencos que se hacían centenares de kilómetros en coche cada mes con tal de vivir en Flandes; como he conocido interlocutores valones y flamencos que, conociendo ambos los idiomas respectivos, se entendían en inglés por principio. Todo muy hermoso,

El fondo de esa cuestión es el hecho de que la existencia e, incluso, preeminencia en algunos momentos del condado de Borgoña supuso oro molido para la identidad nacional flamenca; pues la identidad nacional flamenca, durante un buen tiempo de la Historias moderna, se basa, fundamentalmente, en afirmar la no-identidad francesa. Con todas las cosas que los holandeses tienen en sus himnos y en sus actos nacionales contra los españoles, lo cierto es que para ellos Carlos de Habsburgo es poco menos que un héroe nacional; lo cual explica que los valones, por su parte, siempre se estén fijando tanto en las represiones que realizó.

El proyecto hubiera terminado en la creación de un Estado-tampón que hoy existiría entre la presente Francia y la presente Alemania. Sobre la pertinencia de algo así, cada uno de vosotros tendrá una opinión; al final, estamos hablando de ucronías. Yo sí tengo la mía, en todo caso.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario