lunes, noviembre 29, 2021

Carlos (19): El turco

 El rey de crianza borgoñona

Borgoña, esa Historia que a menudo no se estudia
Un proyecto acabado
El rey de España
Un imperio por 850.000 florines
La coalición que paró el Espíritu Santo
El rey francés como problema
El éxtasis boloñés
El avispero milanés
El largo camino hacia Crépy-en-Lannois
La movida trentina
El avispero alemán
Las condiciones del obispo Stadion En busca de un acuerdo La oportunidad ratisbonense Si esto no se apaña, caña, caña, caña Mühlberg Horas bajas El Turco Turcos y franceses, franceses y turcos Los franceses, como siempre, macroneando Las vicisitudes de una alianza contra natura La sucesión imperial El divorcio del rey inglés El rey quiere un heredero, el Papa es gilipollas y el emperador, a lo suyo De cómo los ingleses demostraron, por primera vez, que con un grano de arena levantan una pirámide El largo camino hacia el altar Papá, yo no me quiero casar Yuste 

La no victoria de Metz tuvo el efecto casi inmediato de que un rey y emperador Carlos crecientemente acosado por la enfermedad y por los sinsabores creados por los suyos, pues tanto los príncipes alemanes como el Papa lo eran, terminase por declamar un ominoso ¡a mama'la a Pa'la! De forma automática, Fernando de Habsburgo se convirtió en el único responsable de los asuntos imperiales; de repente, estos temas, al titular del momio le aburrían y ponían de muy mala hostia. En 1555, Carlos ni siquiera tuvo el gesto de presentarse en la Dieta de Ausburgo, hasta ese punto concebía los problemas de los putos alemanes como de otro. Para él, además, habría sido una terrible humillación personal tener que haber asistido personalmente a la reunión constitucional que dio carta de naturaleza a los acuerdos de Passau que, como sabemos, hasta habían sido cerrados entre dos interlocutores a los que él no concedía vitola de tales.

Carlos estaba de retirada, como sabemos bien. Si no abdicó de su dignidad imperial, fue porque su hermano así se lo pidió en todos los idiomas que ambos dominaban. Fernando, un tipo más pusilánime de lo que quiere creer la moderna historiografía, siempre proclive a desenterrar contrafiguras que le hagan sombra a las que han sido tradicionalmente admiradas y consideradas como prevalentes, no se sentía fuerte como para desarrollar las negociaciones que tenía pendientes si no disponía de una figura de fuerza en la que apoyarse; y consideraba que él mismo no sería capaz de representar esa figura de fuerza.

Sotto voce, sin embargo, Carlos, su hermano mayor, el emperador, le había prohibido que le consultase sobre los temas alemanes. El emperador y rey había llegado a la conclusión de que el debate entre católicos y protestantes en sus tierras imperiales era, contrariamente a lo que él había creído, un debate en el que ninguna de las partes quería llegar a un acuerdo; y lo amargaba especialmente la actitud cerril de los suyos, representados por el cura Ariel de Roma que, encarnado en los diferentes humanos designados por la Paloma Muda, había demostrado ser renuente a cualquier propuesta, por racional que ésta fuere. En estas circunstancias, Carlos preparó y signó un documento en el que, a efectos prácticos, le transmitía el negocio imperial a su hermano; pero no sería hasta febrero de 1558 que los electores alemanes aceptasen formalmente que dejase de ser el presidente de la comunidad de vecinos. Para entonces, de mucho antes a Carlos de Habsburgo los asuntos de los kartofen le importaban una mierda.

El levantamiento del asedio de Metz, si hubiera podido ser seguido por médicos contemporáneos, habría supuesto el diagnóstico inequívoco de una depresión grave en la persona del emperador. Hay quien dice que lo suyo es que, en ese momento, la hubiese palmado. Sin embargo, hubo un hecho que le ayudó a superar aquella dificultad, siguiera parcialmente: la ascensión al trono inglés de su prima María La Pilas. La llegada al trono londinense de una católica abría las puertas a que siempre fue el principal objetivo de Carlos: salvar la heredad borgoñona, discutida y discutible; y si ya, de paso, atraía a los herejes anglosajones a la verdadera fe, mejor que mejor.

Hasta ahora, al contar la vida de Carlos de Habsburgo nos hemos centrado en dos grandes temas: su ascensión y permanencia en el poder, y la forma que adoptó de gestionar el avispero alemán, cuya rabia se incrementó con la llegada de la Reforma. Sin embargo, hay un tercer elemento de gran importancia que apenas ha aparecido aquí y allá un poquito, pero que tiene una importancia elevada per se: la lucha contra el turco.

En 1521, la casa de Austria y la casa de Hungría habían llegado a un enlace estrecho entre ambas, mediante los casamientos de Fernando y Ana de Hungría, por un lado, y de Luis II de Hungría y María de Austria por otro. Por lo demás, la línea adoptada por Carlos, siguiendo los consejos de Mercurino Gattinara, en el sentido de implicarse seriamente en el tema italiano, hicieron que Carlos de Habsburgo se encontrase claramente en el centro de las estrategias europeas cristianas de defensa contra los infieles, quienes, cada vez, eran más temerarios a la hora de penetrar en territorio continental. En el siglo anterior, Mohamed II había ya atacado Belgrado y había realizado incursiones en la Transilvania. En 1480, sus barcos habían debelado las defensas de Otranto e, incluso, se había intentado tomar Rodas (la de no Jodas). El sucesor de este sultán, Bayaceto II, de nuevo atacó Belgrado y también Friul, lo cual quiere decir que situaba sus alfanjes a tiro de lapo de Venecia. Ya en el siglo de Carlos V, la cosa se tranquilizó puesto que Selim I tenía otros temas de los que ocuparse, notablemente las luchas en Persia, en Egipto y en Arabia. En 1518, aprovechando aquella relativa tranquilidad, Carlos envió a un embajador suyo, Garcijofre de Loaysa, a Constantinopla, para informar a los infieles de su ascensión a los tronos españoles. Sin embargo, al mismo tiempo que Carlos era coronado en Aix-la-Chapelle, en la Sublime Puerta lo era Solimán II, un sultán que venía con ideas mucho más occidentales, esto es, que tenía los ojos puestos en Europa.

Solimán tenía una posición muy sólida, después de haber sofocado una rebelión en Siria. Además, es un hecho que contaba con informaciones cada vez más precisas de lo que pasaba en la Europa cristiana. Y, por eso, en 1521, fue probablemente uno de los estadistas no implicados en la movida que supo antes que la guerra había estallado entre el Imperio y Francia. Aquella guerra significaba, desde el punto de vista musulmán, que si ellos lanzaban sus tropas a través de los Dardanelos y siguiendo el curso del Danubio, no habría posibilidad de que se organizase una cruzada contra ellos, puesto que los cruzados andaban a leches entre ellos.

Así las cosas, en agosto de 1521, el turco pudo tomar, por fin, la perla balcánica de Belgrado; y allí encontró las llaves de la planicie húngara; además, envía una fuerza potente contra la fortaleza de los caballeros de San Juan de Acre, en No Jodas. En Roma, además, Adrián IV, el Papa viejo amigo de Carlos, tenía muy poco interés por las movidas de la esquina sureste del continente (como buen holandés, sólo le interesaban aquellos temas que ocurrían a menos de kilómetro y medio de sus testículos). Cuando los caballeros de Acre, que con seguridad se consideraban acreedores (hay un chiste eufónico muy tonto aquí) de ayuda tras siglos de luchas en favor de la Cristiandad, le pidieron a Adriano que les echase una mano, el PasPas les dijo aquello del chiste del catalán y la Cruz Roja: ¡quite, quite, que yo ya he dado! A finales de 1522, ante la total indiferencia del Espíritu Santo, Rodas cayó en manos preferentemente suníes. Pero es que no era el tema de la ciudad de Rodas, que ya que tal. Es que, si Belgrado le abría a los turcos el camino hacia la meseta magiar, Rodas los hacía dueños de medio Mediterráneo.

Durante un cierto tiempo, el tema avanzó lentamente porque los persas se levantaron de nuevo contra Soli Two. Pero, en 1523, el viejo enemigo del sultán, Sha Ismail, la roscó; y Tahmasp, su sucesor, apenas tenía pelos en la entrepierna.

En marzo de 1524, Jean Hannert, representante de Carlos V en la Dieta de Nürnberg, le escribe a su boss que allí, en la reunión de jerifaltes teutones, todo el mundo se  hace lenguas de la inminente invasión turca. La situación la juzgaba Hannert muy delicada: en Hungría faltaba unidad, pues la nación estaba rota por querellas políticas, mientras que se habían recibido noticias de que plenipotenciarios persas habían sido cálidamente recibidos en Constantinopla. El juicio, pues, era que Solimán veía incrementarse las posibilidades de tomar cualquier acción precisamente en el momento en que a la Europa cristiana menos pandán le hacía la movida.

En Europa, inmediatamente, los curas levantan la idea de una cruzada en socorro de los húngaros (el típico “vete yendo tú, que a mí me da la risa” de los sacerdotes). Sin embargo, el tío y en su día tutor del rey Luis de Hungría, Segismundo I de Polonia, inmediatamente recordó las dos últimas cagadas cruzadas que se habían producido (1396, en Nicópolis, y 1444 en Varna) y dijo que por los huevos iba a poner en peligro su momio para intentar proteger a unos sucios hobbits de las iras de Mordor. En realidad, el principal problema del mandatario polaco era su control sobre Prusia, que ahora veía en peligro desde que Alberto de Brandenburgo, gran maestre de la Orden Teutónica, se había hecho luterano y se había proclamado a sí mismo soberano de aquella tierra (1525). Así pues, el polaco le recomendó al húngaro que no se sobrase y que tratase de llevarse bien con los turcos.

Así pues, en una muestra más de que la desunión estratégica era un problema importante entre la grey cristiana, un problema que llegó incluso antes que la desunión religiosa, el rey de Polonia decidió enviar a un embajador, Estanislao Sprowa, a Constantinopla, para explorar la posibilidad de llegar a algún tipo de acuerdo del que pudiera formar parte Hungría. Este acuerdo, sin embargo, se negociaba sin el consenso con los húngaros, fuertemente decantados hacia el lado imperial por las fuertes ligazones que tenían con la casa Habsburgo; y mucho menos el Papa, al cual, mientras las hostias se las diesen otros, ahora sí que le molaba montar una cruzadita.

Sprowa consiguió un pacto de tres años con los turcos. Con él, el rey Segismundo consiguió lo que iba a buscando, que no era otra cosa que tranquilidad y tiempo para ocuparse de sus asuntos internos sin temor de que llegasen los turcos a jodérselos; pero, por el camino, y sobre todo si lo contemplamos en combinación con la guerra, a veces larvada, a veces real, entre el Imperio y Francia, hizo saltar por los aires la posibilidad de coser alianzas continentales contra el turco; lo que lo dejó todo sobre los hombros de Carlos V e, indirectamente, sobre nuestros hombros.

A principios de 1526, Carlos envió una misión a Polonia y otra a Moscú. Para entonces, uno de los grandes problemas de política externa de Varsovia era la relación con los rusos (puesto que los rusos son los franceses del mundo eslavo, siempre convencidos de que son superiores, siempre dando por culo); Carlos buscaba encontrar alguna manera de apaciguar a ambos bandeos en algún interés común; pero, claro, lo que iba buscando era, sobre todo, que Segismundo no pudiera negar su ayuda a los húngaros.

Los polacos, sin embargo, nunca creyeron en la sinceridad de estos planteamientos imperiales. Juan Dantisco, el embajador polaco en Madrid, un personaje del que no se habla todo lo que se debería, le dijo a su rey que la intención real de Carlos era indisponer a rusos y polacos para que fuesen a la guerra. Un año antes de la intentona carlina, una embajada moscovita había estado en Madrid. Los resultados de esta embajada no están claros, aunque lo que sí sabemos es que aquellos enviados rusos fueron el cachondeo padre de todo Madrid. Los tíos, claro, se presentaron en Madrid, en el mes de mayo, forrados de pieles; con el resultado de que estaban todo el puto día sudando como pollos. En todo caso, Dantisco estaba convencido de que la intención secreta de los hermanos Calatrava (Carlos y Fernando) era hacer que la política en la Europa oriental fuese de una manera que, finalmente, la dependencia húngara respecto del Imperio alcanzase el modo experto; para ello, necesitaban una Polonia en guerra.

La victoria de Pavía y el apresamiento del altivo Paco I de Francia fue una cabronada para Solimán. Los movimientos de la partida de ajedrez que había imaginado el taimado turco pasaban por una consolidación gabacha de sus posiciones en el norte de Italia, lo que habría supuesto que París habría podido acabar de negociar una alianza con Venecia y el PasPas en contra del emperador. Así pues, pensó, el teatro europeo me ha dado todo lo que me podía dar, por lo que mejor será que me mueva. En el verano de 1526, pasó el Sava y el Drava, le arreó una mano de hostias a los húngaros en Mohacs y hasta se llevó por delante al rey magiar. Luego tiró para el norte, donde realizó el saco de Buda, que yo creo que los historiadores no lo llaman así para no confundirlo con la pelliza en que dormía Siddharta. El rey húngaro Luis II, por su parte, la había roscado sin descendencia, por lo que Juan Zapolyai, en ese momento voivoda de Transilvania, se colocó bajo la protección de Solimán, y consiguió del obispo de Nyitra, Esteban Podmaniczky, en ese momento el decano de los prelados húngaros (o sea, uno de los que había conseguido sobrevivir) que lo coronase. Sin embargo, Fernando, en competencia con los duques de Baviera, había conseguido ser proclamado rey de Bohemia (22 de octubre de 1526) y después de Hungría; Podmaniczky se hizo un Groucho Marx (estos son mis principios, pero si no le gustan, no se preocupe, que tengo otros), cambió de idea y, el 17 de diciembre, él mismo posaba la corona sobre las sienes de Nando. Así pues, Hungría tenía dos reyes, ambos avalados por la Iglesia (en realidad, avalados por el mismo obispo, que tiene huevos); uno de ellos con el aval imperial, y otro, del turco. La reacción de los húngaros a una situación con dos reyes fue… ¡intentar proclamar un tercero! No sería hasta 1538, tras una larga guerra civil sin bandos en la que los ejércitos simplemente obedecían a quien era capaz de pagar la nómina, Fernando y Zapolyai llegaron a un acuerdo, basado en que el segundo de ellos no tenía descendencia: Fernando sería rey tras la muerte de Zapolyai que, de hecho, ocurrió el 21 de junio de 1540.

2 comentarios:

  1. Me asalta una duda: ¿El embajador Garcijofre de Loaysa es el mismo que se fue a conquistar las Molucas con Elcano? (Y falleció por el camino igual que el?

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    1. Ya me contesto yo solo. Se me ha ocurrido la brillante idea de buscar en google y en la biografía de la RAH ya dicen que si, que era el mismo.

      https://dbe.rah.es/biografias/15864/garcia-jofre-de-loaysa

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