Los súbditos de Seleuco
Tirídates y Artabano
Fraates y su hermano
Mitrídates
El ocaso de la Siria seléucida
Y los escitas dijeron: you will not give, I'll take
Roma entra en la ecuación
El vuelo indiferente de Sanatroeces
Craso
La altivez de Craso, la inteligencia de Orodes, la doblez de Abgaro y Publio el tonto'l'culo
... y Craso tuvo, por fin, su cabeza llena de oro
Pacoro el chavalote
Roma, expulsada de Asia durante un rato
Antonio se enfanga en Asia
Fraataces el chulito
Vonones el pijo
Artabano
Asinai, Anilai y su señora esposa
Los prusés de Seleucia y Armenia
Una vez más, Armenia
Lucio Cesenio Peto, el minusválido conceptual
Roma se baja los pantalones
De Volagases a Trajano
Fuck you, Trajan
Adriano el prudente, Antonino el terco, Marco Aurelio el pragmático y Lucio Vero el inútil
En efecto, Roma quería más. O, más bien, los excelentes generales
que Roma había enviado con Lucio Vero a Asia. En el siglo II ya
estaba bien claro en Roma que la vía más directa a la condición
imperial era haber mostrado poderío militar. Roma ya no era lo que
querían los patricios o los senados, mucho menos el pueblo; Roma,
cada vez más, era de quien era capaz de mostrar el apoyo
incondicional de más soldados. Por lo demás, la Historia reciente
del Imperio ofrecía ya ejemplos más que sobrados de personas o
familias que habían accedido al poder imperial desde el poder
militar; así pues, todo buen general sabía que, por el hecho de
serlo, ya tenía un bonus si algún día decidía tomar impulso hacia
el poder imperial.
De todos los generales que habían sido movilizados a la campaña
asiática, yo creo que es evidente que Avidio Casio era el más
ambicioso de todos; más que nada porque acabaría rebelándose
contra Marco Aurelio y, por cierto, perdiendo la vida en el intento.
Marco Aurelio, por otra parte, parece que siempre tuvo cuidado de ese
general, del que tal vez conocía sus ambiciones, porque lo cierto es
que, tras pacificar Siria, le otorgó plenos poderes en la región.
Con esos poderes en la mano, la resolución de Casio fue atacar a los
partos en su propia casa; yo, sinceramente, no creo que buscase
solucionar el sudoku asiático, sino acopiar victorias militares y la
fidelidad de sus tropas. Su objetivo, por lo tanto, era cumplir, o
incluso superar, los logros de Trajano medio siglo antes; algo en lo
que buscaba, claramente, ser el nuevo Trajano.
Así las cosas, Avidio Casio entró en territorio parto, y se dirigió
hacia Babilonia. Por el camino, en un lugar llamado Sura, los partos
se presentaron en campo abierto, y Casio les venció. Después, muy
consciente del enorme valor simbólico de la acción, se dirigió a
la ciudad de Seleucia, la asedió y, una vez debelada, la arrasó.
Luego fue a por Ctesiphon, la capital, donde arrasó el palacio de
Volagases hasta los cimientos. Casio arrambló con todos los templos
y edificios públicos que encontró, y de ellos extrajo un
sustanciosísimo botín de guerra.
Los
partos no fueron resistencia para aquel general; Casio, tal y como se
había planteado, recuperó todos y cada uno de los territorios en
los que alguna vez Trajano había plantado su estandarte. Pero no
contento con esto, desde la meseta mesopotámica avanzó hacia los
montes Zagros, ocupando una parte de Media. Así pues, los
emperadores romanos, quienes merced a su presencia en Asia se
intitulaban de Armeniacus
y Parthicus
añadieron, gracias a Casio, éste otro de Medicus.
La
Historia, sin embargo, es siempre esquiva, siempre esperando a la
vuelta de cualquier esquina con alguna novedad inesperada. Las
legiones romanas contrajeron una epidemia durante su estancia en
Babilonia; inmediatamente los soldados, teniendo en cuenta lo
supersticioso que era el romano medio, atribuyeron aquella morbilidad
extrema al concurso de los dioses. Los soldados habían roto los
sellos de las puertas que daban al sótano del templo de Apolo
Comseano en Seleucia buscando tesoros, y ahora atribuían a la ira
del dios lo que les estaba pasando. Los caldeos, ni qué decir tiene,
desempolvaron inmediatamente viejos conjuros apolonios y, si no los
conocían, se los inventaron. A ver si os vais a creer que habéis
inventado vosotros las fake
news,
madafácars.
Los romanos cascaron por centenares, por miles, durante su retirada a
sus cuarteles de origen; retirada durante la cual, al parecer,
comprobaron lo cabrones que podían llegar a ser los asiáticos que
no les habían presentado batalla, pues allí donde llegaban se
encontraban con sospechosas ausencias de provisiones; el que no moría
de la enfermedad, pues, moría de hambre, o de las dos cosas.
Los romanos entraron en sus provincias pensando, probablemente, que
allí dentro ya Apolo se ocuparía de otras cosas. Pero como quiera
que lo que venían era infectados, lo cierto es que bacterias, virus
o lo que fueran siguieron haciendo de las suyas: la población civil
quedó contagiada de la pestilencia. Llegados a Europa, siguió
haciendo su trabajo, extendiéndose por Italia y la Galia hasta
llegar al Atlántico. Algunas fuentes dicen que mató a la mitad de
la población, y a la práctica totalidad del ejército.
A pesar de esta epidemia, lo cierto que es que Avidio Casio se
convirtió en el primer general romano que había entrado en Partia y
había salido victorioso; esto es algo que los partos no habían
experimentado nunca hasta el momento. Esta guerra provocó la cesión
de la Mesopotamia occidental al Imperio, una cesión que habría de
permanecer en el tiempo.
Para cualquier observador desde la altura, se hacía evidente que el
otrora orgulloso e invencible imperio parto estaba entrando en
decadencia. Era ya mucho tiempo soportando rebeliones internas, que
debieron de ser muchas más de las que imaginamos porque, la verdad,
las fuentes que nos han llegado tienden a ocuparse de Partia tan sólo
en lo que se relaciona con Roma. La arqueología y, sobre todo, la
numismática, sugiere, sin embargo, que las rebeliones y las guerras
civiles debieron de ser relativamente frecuentes; por no mencionar el
papel agotador que jugaban en el país las invasiones que, de cuando
en cuando, practicaban escitas o alanos.
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La guerra contra Roma pudo darse por terminada en el año 165.
Volagases sobrevivió a aquel armisticio por un cuarto de siglo,
durante el cual, sin embargo, ya no se aventuró a realizar ninguna
incursión más. Únicamente en el año 174, estando Marco Aurelio
ocupado con los ataques de las tribus más allá del Danubio, y
cuando Avidio Casio asumió el mando de Siria, pareció que la
provincia estaba a punto de estallar en una rebelión comandada por
el ambicioso general. Podría ser, aunque no está del todo claro,
que Volagases podría haber hecho intentos de apuntarse al bombardeo;
sin embargo, Aurelio se marchó rápidamente del Danubio y se
presentó en Siria, con lo que el supuesto golpe de Estado nunca se
produjo en realidad, y la rebelión de Casio fue contrarrestada.
Cuatro años después de la muerte de Marco Aurelio y su sucesión
por su hijo Lucio Aurelio Cómodo, podría ser que Volagases
ambicionase de nuevo la guerra contra los romanos, tal vez espoleado
por la juventud de su oponente. Sin embargo, los pocos testimonios
históricos que tenemos de esa época no nos hacen pensar que esa
supuesta ambición llegase a nada serio. De hecho, Cómodo reinó en
Roma sin que el teatro oriental le presentase especiales problemas (esto es: haciendo un chiste fácil, podríamos decir que reinó cómodamente).
Volagases III falleció allá por el 190, y fue sucedido por
Volagases IV, probablemente su primogénito. Dado que el cambio en la
corona parta vino a coincidir básicamente con el asesinato de Cómodo
y las enormes confusiones y enfrentamientos que se produjeron en
Roma, el teatro mesopotámico no podía ser ajeno a todo ello, puesto
que formaba parte ya del mismo firmamento geopolítico. Pertinax
gobernó durante tres meses apenas, y cuando su sucesor había apenas
sido proclamado se produjeron tres, que se dice pronto, tres
rebeliones militares diferentes. Tres generales, por lo tanto, fueron
aclamados como emperadores por los suyos: Clodio Albino, que servía
en las Islas Británicas; Severo, comandante en jefe de las tropas en
Panonia; y, finalmente, Pescenio Níger, que comandaba al
destacamento sirio.
El que le caía más cerca a los asiáticos, lógicamente, era Níger.
A los partos el conocimiento de la capacidad militar de los otros dos
candidatos les era más difícil, y tal vez por eso se apresuraron a
enviarle embajadores al comandante sirio celebrando su ascenso a la
dignidad imperial e, incluso, ofrecerle tropas.
Níger, inicialmente, rechazó amablemente las propuestas de
refuerzos; en ese momento, sus impresiones y las de sus estrategas
eran de que iba a ser cómodamente admitido por los romanos como su
nuevo emperador. Sin embargo, eso era porque estaba pobremente
informado de los otros movimientos militares que se habían
producido. No tardaron en llegar a Antioquía mensajeros relatando
que Severo se había hecho con el poder en Roma y que, de hecho,
preparaba una expedición hacia Oriente para poner las cosas en
claro. Esas noticias le sugirieron a Níger que, tal vez, sí que iba
a necesitar esos jinetes partos que le habían sido ofrecidos. En el
193, por lo tanto, Níger envió mensajeros a los reyes de Partia,
Armenia y Hatra, solicitándoles las tropas que, probablemente, todos
ellos le habían ofrecido o semi-ofrecido. Volagases IV parece haber
reaccionado a esa petición con un clásico “bueno, ésas son cosas
que se dicen, pero luego no se cumplen”. Sin embargo, y a pesar de
haber permanecido oficialmente au dessus de la melée, parece
que Volagases, al menos, permitió que uno de sus reinos tributarios
sí que se implicase en la lucha: Hatra, un reino en Mesopotamia
central poblado, básicamente, por migrantes árabes. Era rey de
Hatra Barsemio, y le envió un grupo de arqueros a Níger en ayuda
para sus peleas.
La guerra civil entre romanos que tuvo lugar en el teatro asiático
tuvo la inmediata consecuencia de despertar los sentimientos
antirromanos en toda la zona. Los reinos asiáticos le tenían muchas
ganas a un poder que, la verdad, nunca los había respetado como
ellos creían merecer. Así pues, hubo levantamientos en diversos
lugares, levantamientos que tuvieron siempre como objetivo los
presidios romanos que, por lo general, fueron arrasados. Los rebeldes
asediaron Nisibis, la ciudad que se había convertido en el cuartel
general romano al este de Siria. Los árabes de Hatra y los asirios
de Adiabene, todos ellos vasallos de Partia, fueron aparentemente los
principales instigadores. Así pues Severo, tras llegarse a Siria,
vencer a Níger y ejecutarlo, no tuvo otra que realizar una nueva
incursión hacia el este para tratar de socorrer Nisibis.
Los asiáticos, cuando Severo comenzó su expedición, le enviaron
curiosas embajadas destinadas a intentar convencerlo, básicamente,
de que todo era un malentendido. Pretendían, más o menos, que el
romano se creyese que ellos no se habían levantado contra Roma, sino
contra Níger (casualmente, el que había perdido); pero, la verdad,
en los nuevos términos de amistad que proponían no decían nada de
devolverle a Roma los territorios que le habían ocupado; de hecho,
exigían la salida del ejército romano de Mesopotamia. Severo, desde
luego, no podía aceptar esas condiciones siendo como era un
emperador recién accedido tras una lucha fratricida que podía
volver a presentarse si en Roma el personal se rebotaba.
Los reinos de Osroene, Adiabene y Hatra, la verdad, no eran rivales
para los romanos; los partos, sin embargo, ya eran otra cosa. En la
primavera del 195, Severo cruzó el Éufrates con sus tropas, liberó
Nisibis y parece que tomó el control de Mesopotamia sin grandes
oposiciones. Entonces hizo que sus tropas cruzaran el Tigris en
dirección a Adiabene, nación que sometió no sin dificultades
porque los locales ofrecieron dura resistencia. Da la impresión de
que Volagases contempló cómo esa provincia parta era tomada por los
romanos sin hacer gran cosa para defenderla. El rey parto esperaba
dentro de las fronteras de su propio país, probablemente consciente
de que el tiempo jugaba en contra de Severo quien, al fin y al cabo,
seguía teniendo un enemigo en occidente, Clodio Albino, al que
tendría que atacar en algún momento. Así pues, a principios del
196, el general romano volvió grupas.
Yo creo que eso, y no otra cosa, era lo que Volagases estaba
esperando, pues en cuanto se fue el general candidato a emperador,
atacó con una violencia extrema en Adiabene, tras lo cual los partos
cruzaron el Tigris y retomaron la Mesopotamia entera. Así las cosas,
a Severo no le quedó otra que comandar una segunda expedición
asiática en el 197. Primero echó a los partos de Siria, pues hasta
allí mismo habían llegado; y después cruzó el Éufrantes, again.
Esta vez, Severo tenía claro que la clave para ganar a los partos
era ganarse a los reyes menores de la zona, notablemente los de
Armenia y Osroene. El rey de Armenia ya le había contestado al
difunto Níger en su día que no tenía el chirri para ruidos. Por
esta razón (lo cual, no es por nada, pero no deja de tener coña.
Que te ofendas porque alguien le dio la espalda a quien reputas tu
enemigo, digo), Severo le otorgó a los armenios el tratamiento de
nación enemiga a la que tenía la obligación de subyugar. Así
pues, en el verano del 197, Severo envió sus tropas contra el rey
armenio, quien se llamaba como el parto: Volagases.
Una vez más, y personalmente por segunda ocasión, un romano se
había propuesto resolver de una vez por todas el sudoku asiático.
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