jueves, marzo 19, 2020

Partos (26: De Marco Aurelio a Severo, de Volagases a Volagases)

Otras partes sobre los partos

Los súbditos de Seleuco
Tirídates y Artabano
Fraates y su hermano
Mitrídates
El ocaso de la Siria seléucida
Y los escitas dijeron: you will not give, I'll take
Roma entra en la ecuación
El vuelo indiferente de Sanatroeces
Craso
La altivez de Craso, la inteligencia de Orodes, la doblez de Abgaro y Publio el tonto'l'culo
... y Craso tuvo, por fin, su cabeza llena de oro
Pacoro el chavalote
Roma, expulsada de Asia durante un rato
Antonio se enfanga en Asia
Fraataces el chulito
Vonones el pijo
Artabano
Asinai, Anilai y su señora esposa
Los prusés de Seleucia y Armenia
Una vez más, Armenia
Lucio Cesenio Peto, el minusválido conceptual
Roma se baja los pantalones
De Volagases a Trajano
Fuck you, Trajan
Adriano el prudente, Antonino el terco, Marco Aurelio el pragmático y Lucio Vero el inútil

En efecto, Roma quería más. O, más bien, los excelentes generales que Roma había enviado con Lucio Vero a Asia. En el siglo II ya estaba bien claro en Roma que la vía más directa a la condición imperial era haber mostrado poderío militar. Roma ya no era lo que querían los patricios o los senados, mucho menos el pueblo; Roma, cada vez más, era de quien era capaz de mostrar el apoyo incondicional de más soldados. Por lo demás, la Historia reciente del Imperio ofrecía ya ejemplos más que sobrados de personas o familias que habían accedido al poder imperial desde el poder militar; así pues, todo buen general sabía que, por el hecho de serlo, ya tenía un bonus si algún día decidía tomar impulso hacia el poder imperial.

De todos los generales que habían sido movilizados a la campaña asiática, yo creo que es evidente que Avidio Casio era el más ambicioso de todos; más que nada porque acabaría rebelándose contra Marco Aurelio y, por cierto, perdiendo la vida en el intento. Marco Aurelio, por otra parte, parece que siempre tuvo cuidado de ese general, del que tal vez conocía sus ambiciones, porque lo cierto es que, tras pacificar Siria, le otorgó plenos poderes en la región. Con esos poderes en la mano, la resolución de Casio fue atacar a los partos en su propia casa; yo, sinceramente, no creo que buscase solucionar el sudoku asiático, sino acopiar victorias militares y la fidelidad de sus tropas. Su objetivo, por lo tanto, era cumplir, o incluso superar, los logros de Trajano medio siglo antes; algo en lo que buscaba, claramente, ser el nuevo Trajano.

Así las cosas, Avidio Casio entró en territorio parto, y se dirigió hacia Babilonia. Por el camino, en un lugar llamado Sura, los partos se presentaron en campo abierto, y Casio les venció. Después, muy consciente del enorme valor simbólico de la acción, se dirigió a la ciudad de Seleucia, la asedió y, una vez debelada, la arrasó. Luego fue a por Ctesiphon, la capital, donde arrasó el palacio de Volagases hasta los cimientos. Casio arrambló con todos los templos y edificios públicos que encontró, y de ellos extrajo un sustanciosísimo botín de guerra.

Los partos no fueron resistencia para aquel general; Casio, tal y como se había planteado, recuperó todos y cada uno de los territorios en los que alguna vez Trajano había plantado su estandarte. Pero no contento con esto, desde la meseta mesopotámica avanzó hacia los montes Zagros, ocupando una parte de Media. Así pues, los emperadores romanos, quienes merced a su presencia en Asia se intitulaban de Armeniacus y Parthicus añadieron, gracias a Casio, éste otro de Medicus.

La Historia, sin embargo, es siempre esquiva, siempre esperando a la vuelta de cualquier esquina con alguna novedad inesperada. Las legiones romanas contrajeron una epidemia durante su estancia en Babilonia; inmediatamente los soldados, teniendo en cuenta lo supersticioso que era el romano medio, atribuyeron aquella morbilidad extrema al concurso de los dioses. Los soldados habían roto los sellos de las puertas que daban al sótano del templo de Apolo Comseano en Seleucia buscando tesoros, y ahora atribuían a la ira del dios lo que les estaba pasando. Los caldeos, ni qué decir tiene, desempolvaron inmediatamente viejos conjuros apolonios y, si no los conocían, se los inventaron. A ver si os vais a creer que habéis inventado vosotros las fake news, madafácars.

Los romanos cascaron por centenares, por miles, durante su retirada a sus cuarteles de origen; retirada durante la cual, al parecer, comprobaron lo cabrones que podían llegar a ser los asiáticos que no les habían presentado batalla, pues allí donde llegaban se encontraban con sospechosas ausencias de provisiones; el que no moría de la enfermedad, pues, moría de hambre, o de las dos cosas.

Los romanos entraron en sus provincias pensando, probablemente, que allí dentro ya Apolo se ocuparía de otras cosas. Pero como quiera que lo que venían era infectados, lo cierto es que bacterias, virus o lo que fueran siguieron haciendo de las suyas: la población civil quedó contagiada de la pestilencia. Llegados a Europa, siguió haciendo su trabajo, extendiéndose por Italia y la Galia hasta llegar al Atlántico. Algunas fuentes dicen que mató a la mitad de la población, y a la práctica totalidad del ejército.

A pesar de esta epidemia, lo cierto que es que Avidio Casio se convirtió en el primer general romano que había entrado en Partia y había salido victorioso; esto es algo que los partos no habían experimentado nunca hasta el momento. Esta guerra provocó la cesión de la Mesopotamia occidental al Imperio, una cesión que habría de permanecer en el tiempo.

Para cualquier observador desde la altura, se hacía evidente que el otrora orgulloso e invencible imperio parto estaba entrando en decadencia. Era ya mucho tiempo soportando rebeliones internas, que debieron de ser muchas más de las que imaginamos porque, la verdad, las fuentes que nos han llegado tienden a ocuparse de Partia tan sólo en lo que se relaciona con Roma. La arqueología y, sobre todo, la numismática, sugiere, sin embargo, que las rebeliones y las guerras civiles debieron de ser relativamente frecuentes; por no mencionar el papel agotador que jugaban en el país las invasiones que, de cuando en cuando, practicaban escitas o alanos.
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La guerra contra Roma pudo darse por terminada en el año 165. Volagases sobrevivió a aquel armisticio por un cuarto de siglo, durante el cual, sin embargo, ya no se aventuró a realizar ninguna incursión más. Únicamente en el año 174, estando Marco Aurelio ocupado con los ataques de las tribus más allá del Danubio, y cuando Avidio Casio asumió el mando de Siria, pareció que la provincia estaba a punto de estallar en una rebelión comandada por el ambicioso general. Podría ser, aunque no está del todo claro, que Volagases podría haber hecho intentos de apuntarse al bombardeo; sin embargo, Aurelio se marchó rápidamente del Danubio y se presentó en Siria, con lo que el supuesto golpe de Estado nunca se produjo en realidad, y la rebelión de Casio fue contrarrestada.

Cuatro años después de la muerte de Marco Aurelio y su sucesión por su hijo Lucio Aurelio Cómodo, podría ser que Volagases ambicionase de nuevo la guerra contra los romanos, tal vez espoleado por la juventud de su oponente. Sin embargo, los pocos testimonios históricos que tenemos de esa época no nos hacen pensar que esa supuesta ambición llegase a nada serio. De hecho, Cómodo reinó en Roma sin que el teatro oriental le presentase especiales problemas (esto es: haciendo un chiste fácil, podríamos decir que reinó cómodamente).

Volagases III falleció allá por el 190, y fue sucedido por Volagases IV, probablemente su primogénito. Dado que el cambio en la corona parta vino a coincidir básicamente con el asesinato de Cómodo y las enormes confusiones y enfrentamientos que se produjeron en Roma, el teatro mesopotámico no podía ser ajeno a todo ello, puesto que formaba parte ya del mismo firmamento geopolítico. Pertinax gobernó durante tres meses apenas, y cuando su sucesor había apenas sido proclamado se produjeron tres, que se dice pronto, tres rebeliones militares diferentes. Tres generales, por lo tanto, fueron aclamados como emperadores por los suyos: Clodio Albino, que servía en las Islas Británicas; Severo, comandante en jefe de las tropas en Panonia; y, finalmente, Pescenio Níger, que comandaba al destacamento sirio.

El que le caía más cerca a los asiáticos, lógicamente, era Níger. A los partos el conocimiento de la capacidad militar de los otros dos candidatos les era más difícil, y tal vez por eso se apresuraron a enviarle embajadores al comandante sirio celebrando su ascenso a la dignidad imperial e, incluso, ofrecerle tropas.

Níger, inicialmente, rechazó amablemente las propuestas de refuerzos; en ese momento, sus impresiones y las de sus estrategas eran de que iba a ser cómodamente admitido por los romanos como su nuevo emperador. Sin embargo, eso era porque estaba pobremente informado de los otros movimientos militares que se habían producido. No tardaron en llegar a Antioquía mensajeros relatando que Severo se había hecho con el poder en Roma y que, de hecho, preparaba una expedición hacia Oriente para poner las cosas en claro. Esas noticias le sugirieron a Níger que, tal vez, sí que iba a necesitar esos jinetes partos que le habían sido ofrecidos. En el 193, por lo tanto, Níger envió mensajeros a los reyes de Partia, Armenia y Hatra, solicitándoles las tropas que, probablemente, todos ellos le habían ofrecido o semi-ofrecido. Volagases IV parece haber reaccionado a esa petición con un clásico “bueno, ésas son cosas que se dicen, pero luego no se cumplen”. Sin embargo, y a pesar de haber permanecido oficialmente au dessus de la melée, parece que Volagases, al menos, permitió que uno de sus reinos tributarios sí que se implicase en la lucha: Hatra, un reino en Mesopotamia central poblado, básicamente, por migrantes árabes. Era rey de Hatra Barsemio, y le envió un grupo de arqueros a Níger en ayuda para sus peleas.

La guerra civil entre romanos que tuvo lugar en el teatro asiático tuvo la inmediata consecuencia de despertar los sentimientos antirromanos en toda la zona. Los reinos asiáticos le tenían muchas ganas a un poder que, la verdad, nunca los había respetado como ellos creían merecer. Así pues, hubo levantamientos en diversos lugares, levantamientos que tuvieron siempre como objetivo los presidios romanos que, por lo general, fueron arrasados. Los rebeldes asediaron Nisibis, la ciudad que se había convertido en el cuartel general romano al este de Siria. Los árabes de Hatra y los asirios de Adiabene, todos ellos vasallos de Partia, fueron aparentemente los principales instigadores. Así pues Severo, tras llegarse a Siria, vencer a Níger y ejecutarlo, no tuvo otra que realizar una nueva incursión hacia el este para tratar de socorrer Nisibis.

Los asiáticos, cuando Severo comenzó su expedición, le enviaron curiosas embajadas destinadas a intentar convencerlo, básicamente, de que todo era un malentendido. Pretendían, más o menos, que el romano se creyese que ellos no se habían levantado contra Roma, sino contra Níger (casualmente, el que había perdido); pero, la verdad, en los nuevos términos de amistad que proponían no decían nada de devolverle a Roma los territorios que le habían ocupado; de hecho, exigían la salida del ejército romano de Mesopotamia. Severo, desde luego, no podía aceptar esas condiciones siendo como era un emperador recién accedido tras una lucha fratricida que podía volver a presentarse si en Roma el personal se rebotaba.

Los reinos de Osroene, Adiabene y Hatra, la verdad, no eran rivales para los romanos; los partos, sin embargo, ya eran otra cosa. En la primavera del 195, Severo cruzó el Éufrates con sus tropas, liberó Nisibis y parece que tomó el control de Mesopotamia sin grandes oposiciones. Entonces hizo que sus tropas cruzaran el Tigris en dirección a Adiabene, nación que sometió no sin dificultades porque los locales ofrecieron dura resistencia. Da la impresión de que Volagases contempló cómo esa provincia parta era tomada por los romanos sin hacer gran cosa para defenderla. El rey parto esperaba dentro de las fronteras de su propio país, probablemente consciente de que el tiempo jugaba en contra de Severo quien, al fin y al cabo, seguía teniendo un enemigo en occidente, Clodio Albino, al que tendría que atacar en algún momento. Así pues, a principios del 196, el general romano volvió grupas.

Yo creo que eso, y no otra cosa, era lo que Volagases estaba esperando, pues en cuanto se fue el general candidato a emperador, atacó con una violencia extrema en Adiabene, tras lo cual los partos cruzaron el Tigris y retomaron la Mesopotamia entera. Así las cosas, a Severo no le quedó otra que comandar una segunda expedición asiática en el 197. Primero echó a los partos de Siria, pues hasta allí mismo habían llegado; y después cruzó el Éufrantes, again.

Esta vez, Severo tenía claro que la clave para ganar a los partos era ganarse a los reyes menores de la zona, notablemente los de Armenia y Osroene. El rey de Armenia ya le había contestado al difunto Níger en su día que no tenía el chirri para ruidos. Por esta razón (lo cual, no es por nada, pero no deja de tener coña. Que te ofendas porque alguien le dio la espalda a quien reputas tu enemigo, digo), Severo le otorgó a los armenios el tratamiento de nación enemiga a la que tenía la obligación de subyugar. Así pues, en el verano del 197, Severo envió sus tropas contra el rey armenio, quien se llamaba como el parto: Volagases.

Una vez más, y personalmente por segunda ocasión, un romano se había propuesto resolver de una vez por todas el sudoku asiático.

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