Otras partes sobre los partos
Los súbditos de Seleuco
Tirídates y Artabano
Fraates y su hermano
Esto último que he dicho al finalizar el capítulo anterior: que Mitrídates fue un excelente lector de los partidos geopolíticos de su área, lo digo porque una parte importante de la actitud del rey parto y de las cosas que hizo tiene que ver con la situación de su entorno más cercano. Los monarcas bactrianos que sucedieron a la pareja exitosa formada por Eutidemo y Demetrio heredaron su ambición imperialista, pero no supieron medir bien sus recursos, pues en las guerras que abrieron acabaron provocando un excesivo agotamiento de los recursos con que contaba el país.
Los súbditos de Seleuco
Tirídates y Artabano
Fraates y su hermano
Esto último que he dicho al finalizar el capítulo anterior: que Mitrídates fue un excelente lector de los partidos geopolíticos de su área, lo digo porque una parte importante de la actitud del rey parto y de las cosas que hizo tiene que ver con la situación de su entorno más cercano. Los monarcas bactrianos que sucedieron a la pareja exitosa formada por Eutidemo y Demetrio heredaron su ambición imperialista, pero no supieron medir bien sus recursos, pues en las guerras que abrieron acabaron provocando un excesivo agotamiento de los recursos con que contaba el país.
La
debilidad del poder central bactriano dio alas a las tendencias
autonomistas. Ya Demetrio tuvo que enfrentarse a Eucrátidas, régulo
que de hecho se hizo con el control de buena parte del país,
obligando a Demetrio a limitarse a la franja sur del mismo. Muerto
Demetrio, Eucrátidas continuó las guerras invasivas de los
bactrianos y se fue contra los aracotianos, los dranguianos y los
punjabíes, un empuje en el que descuidó los asuntos de la mitad
norte de su propio país, donde las tendencias centrífugas que él
mismo había representado en el pasado se presentaron de nuevo. Los
escitas, viendo la presa fácil, comenzaron a hacer incursiones en la
estepa bactriana, llevándose por delante todo lo que encontraban.
Por
su parte, en el otro gran centro de poder la zona, es decir el viejo
imperio seléucida sirio, Antíoco Epífanes había sucedido a su
hermano Filopátor el asténico. Epífanes, que llegó al trono
apenas un año antes que Mitrídates, no era tan abúlico como su
hermano, pero no podía dedicarse a los asuntos orientales pues
bastante tenía con las guerras que tenía montadas en Egipto, en
Palestina y Armenia. Ptolomeo V defendía que, cuando se había
casado con Cleopatra I, hija de Antíoco el Grande (hermana, pues, de
Filopátor y Epífanes), la dote con que había venido la churri
incluía la Celesiria y Palestina. Los seléucidas no interpretaban
igual los votos matrimoniales, así pues acabó por liarse leoparda y se declaró una guerra que
duró tres años que, al parecer, también se mezcló con algún tipo
de rebelión por parte de los judíos, que siempre estaban al cabo de la calle para soltar su puñaladita.
La
guerra entre seléucidas y egipcios terminó en el 168, con la
mediación de los romanos, que impusieron la restitución de todas
las conquistas, lo cual dejó a los sirios sin las ventajas que
habían obtenido. En cuando a la guerra con los judíos, la cosa no
fue tan rápida. Antíoco había arrasado el Templo, lo cual no era
sino la acción más bestia de todo un programa que había lanzado
para erradicar la religión judía y helenizar a la población.
Tercos como son los hebreos, respondieron, como el vasco del chiste,
que no eran partidarios, y se abrió un enfrentamiento que habría de
sobrevivir en más de medio siglo al propio Epífanes y que, como
sabemos, lejos de terminar con la des-hebreización de los hebreos,
acabó por hacerlos más judíos que nunca; hecho éste que está en
el origen de que luego hayamos tenido una cosa llamada cristianismo.
A
Epífanes, en todo caso, le quedó el consuelo de que en su guerra
armenia las cosas no le fueron tan mal, pues llegó incluso a hacer
prisionero al rey rival, Artaxias.
Epifanes,
sin embargo, habría de colocar a sus posesiones al sudeste de su
imperio básicamente contra él a causa de su escasa capacidad de
empatizar con sus tradiciones y respetarlas. Hasta el momento en que
él reinó en el imperio seléucida, y desde los tiempos de Alejandro
pues, los griegos, a pesar de no profesar desde luego las religiones
y creencias de los pueblos que se fueron encontrando, habían
practicado, básicamente, el respeto de las mismas. Esto tuvo como
consecuencia que en las posesiones orientales del imperio seléucida
hubiese muchos templos que habían sido respetados por la rapacidad
de los invasores y los sátrapas, guardando por ello riquezas en
ocasiones muy importantes.
Epífanes,
sin embargo, estaba arruinado. Había mantenido guerras en tres
frentes y, muy particularmente, luchar contra el potente enemigo
egipcio le había dejado exhausto. Por lo demás, por su gesto de
pretender borrar a la religión mosaica de Judea así, en un pis pas,
ya vemos con claridad que era un tipo que lo de respetar las
religiones de otros no se le daba nada bien. Y está, por último, la pulsión natural de todo gobernante arruinado, que siempre ha sido, y siempre será, aumentar los ingresos en lugar de racionalizar los gastos. Así pues, ni corto ni
perezoso, Epi cogió sus tropas e inició una expedición para comenzar a
llevarse todo lo que pudiera. En la ciudad de Elimais, sin embargo,
los habitantes lo recibieron de uñas; y tan convencidos estaban de
lo que defendían, que se enfrentaron a las tropas seléucidas y las
vencieron. Con el rabo entre las piernas, Epífanes se retiró a
Tabae, donde se sintió enfermo y, al rato, la cascó. Era el año
164 antes de Cristo.
El
trono fue para Antíoco Eupátor, el hijo de Epífanes, que tenía
nueve putos años. Así pues hubo que nombrar a un regente, Lisias,
quien pronto comenzó una nueva guerra con los judíos. Los problemas
internos surgieron pronto, pues un tal Felipe, tutor del rey niño,
se opuso al poder de Lisias. Como quiera que buena parte del ejército
cerró filias detrás de Lisias, se declaró una guerra civil que
duró dos años, que no terminó hasta que Felipe fue ejecutado.
Las
cosas, sin embargo, no pararon ahí. En Roma se encontraba, mantenido
como un rehén, Demetrio, hijo de Seleuco IV y, consecuentemente,
primo de Eupátor. Había sido enviado allí durante el reinado de su
padre como garantía de la fidelidad del sirio hacia los romanos.
Demetrio consideraba que era él quien debía haber heredado el
trono, ya que, al fin y al cabo, era hijo del hermano mayor. Así
pues, se fue al Senado romano para pedirles permiso para salir de la
ciudad camino de Siria para reclamar lo que consideraba suyo. El
Senado le negó el salvoconducto, pero su reacción, lejos de
aceptarlo, fue salir de la ciudad subeptriciamente. En unos meses,
consiguió erigirse como monarca sirio.
Estos
datos nos sirven para darnos cuenta de que los dos grandes elementos
de referencia de Mitrídates cuando llegó al trono: la Siria
seléucida y Bactria, estaban embarcados en dificultades internas y
externas que el rey parto supo leer con claridad. Que Mitrídates
tenía criterio propio y se dejaba llevar únicamente por sus propios
análisis nos lo demuestra un detalle: si bien siempre se ha
considerado que su reacción más lógica habría sido atacar las
posesiones seléucidas, contando con la escasa capacidad que tenía
la metrópoli siria de defenderlas con grandes efectivos, lo que hizo
Mitrídates fue atacar Bactria. Probablemente, juzgó que Bactria,
embarcada en sus guerras en la India, ofrecía más posibilidades de
conseguir territorios en el muy corto plazo. Esto, de hecho, es lo
que ocurrió, pues, tras una corta guerra, los partos consiguieron
anexionarse las provincias conocidas como Turiua y Aspionus.
En
el caso de las posesiones occidentales, Mitrídates, tal vez muy bien
informado acerca de la marcha de los asuntos allí, esperó hasta la
subida al trono de Eupátor y el estallido de la guerra civil entre
los partidarios de Licias y los de Felipe para avanzar hacia Media.
La guerra no fue fácil, pues los medos eran luchadores incansables,
pero, finalmente, Partia logró imponerse, con lo que los arsácidas
lograron anexionarse Media Magna, una provincia que, la verdad, era
caza mayor.
Una
vez ocupada Media, y tras un paréntesis provocado por una revuelta
en Partia que Mitrídates tuvo que sofocar, el rey se fijó en
Hircania. Los hircanos, probablemente, pudieron esperar la ayuda de
algunos vecinos, como los medos que, al fin y al cabo, eran arios
como ellos; pero los hechos parecen confirmar que no la recibieron y
que, solos ante el peligro, fueron vencidos por dicho peligro.
Desde
la anexión de Media, Partia era ahora vecina de Susiana. Tras tomar
Hircania, Mitrídates se fue a por esta rica provincia, El rey parto
entró en la Susiana como un cuchillo caliente en la mantequilla; un
hecho que, aparentemente, generó en el área la convicción de que
los partos eran imparables, puesto que Mitrídates parece haber
recibido la sumisión de persas y babilonios sin haber disparado un
tiro.
Alrededor
del año 150, después de unos quince años de actividad
conquistadora, Mitrídates realizó una segunda expedición contra
Bactria, país que, a la muerte de Eucrátidas, estaba bajo el
reinado de su hijo, Heliocles. Bueno, en realidad Eucráticas había
designado a su hijo algo así como co-rey, pero como quiera que al
niño la coima le pareció poca cosa, se había cargado al padre para
quedarse solo en el trono. Las probabilidades son muy altas de que el
tema parto jugase un papel de primer orden en aquel magni-parricidio.
Aparentemente, Heliocles había sostenido públicamente su acción de
asesinar a su padre en el argumento de que éste había cometido alta
traición; y, en el estado de conocimientos que por lo menos tengo
yo, no encuentro otra razón para sostener dicha acusación que la
relativa colaboración que Eucrátidas había decidido impulsar con
los partos cuando éstos invadieron la Bactriana.
Esta
interpretación, además, se ve, en mi opinión, confirmada por el
hecho de que, aparentemente, morir asesinado Eucrátidas y volver
grupas Mitrídates hacia Bactria fue todo uno; un gesto que sugiere
que tenía un aliado, si no un tributario, en el país, y que con la
desaparición de éste se le presentaba la necesidad de invadir el
país.
Heliocles,
claramente, había medido mal sus pasos, pues todo parece indicar que
el ejército que consiguió levantar contra Mitrídates no fue
enemigo para los partos. Como consecuencia, fue entonces toda o casi toda
Bactria la que quedó bajo su dominación. Tanto es así
que Mitrídates se permitió el lujo de seguir hacia el este, hacia
la India, llegando hasta el río Hidaspes. Sin embargo, aunque estuvo
allí, no parece que ejerciese su poder sobre territorio alguno,
puesto que los reyes griegos de Bactria siguieron titulándose de sus
posesiones indias.
En
todo caso, tras la guerra con Heliocles, el imperio de Partia alcanzó
la que sería su mayor extensión. Incluía su originario territorio,
la Parthia Proper y, además, Bactria, Aria, Drangiana, Aracosia,
Margiana, Hircania, el país de los mardi, Media Magna, Susiana,
Persia y Babilonia.
Semejante
concentración de poder no podía pasar desapercibida para los
sirios, los cuales, cuando menos teóricamente, eran el poder más
poderoso de la zona. Sin embargo, el reino sirio estaba enfangado en
luchas internas sin solución de continuidad. En esos tiempos se
produjeron enfrentamientos cainitas entre Lisias y Felipe, entre
Lisias y Demetrio Sóter, entre Demetrio y Alejandro Balas, entre
Alejandro Balas y Demetrio II, entre Demetrio II y Trifón. Todas
estas luchas ocuparon, como poco, dos décadas que, qué casualidad,
son también las más fértiles para Mitrídates en materia de
conquistas.
Llegó
un momento, sin embargo, en el que Demetrio II pudo decir que había
conseguido retener buena parte del poder dentro del imperio sirio
seléucida. Para ser exactos, en realidad todavía no había
conseguido dominar del todo a su rival Trifón; pero digamos que veía
el tema ya bastante encarrilado, pues el rebelde cada vez se veía
más confinado a su estrecho círculo de confianza, formado por su
mujer, Cleopatra, y sus generales.
Mitrídates,
además, gobernaba sus posesiones con mano de hierro, buscando
cauterizar desde el inicio cualquier veleidad de rebelión; y esto
era algo que, lógicamente, no gustaba en los reinos conquistados,
sobre todo aquéllos que, como Bactria, estaban bastante
acostumbrados a su independencia y criterio. Demetrio, pues, sabía
que, si iniciaba una expedición contra el rey parto, sería visto en
muchos pueblo como un libertador.
Funcionó.
En su avance contra Partia, Demetrio se encontró con que persas,
susiánidas y bactrianos engrosaban sus filas. Con esta ayuda,
consiguió vencer a los partos en varias batallas.
Mitrídates,
pues, estaba perdiendo la guerra que hasta ese momento había estado
acostumbrado a ganar. Pero era un buen luchador; uno de ésos que
sabe que has de destrozar a tu rival con golpes legales, pero que si
la cosa va mal tienes que echar mano de una buena patada en los
huevos. Así pues, realizó ofertas de paz a Demetrio, le ofreció
una negociación cara a cara que éste aceptó y a la que se presentó
escasamente protegido. Mitrídates lo hizo prisionero.
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