Un niño en el que nadie creyó
El ascenso de Godoy
La guerra en el mar
Trafalgar
A hostias con Godoy
El niño asustado y envidioso de Carlota
Los
reyes de España, sin embargo, estaban menos interesados en la
educación de su hijo que en su salud. No hemos de reprochárselo
pues, vista la evolución que había tenido su descendencia, era como
para mosquearse. Así pues Godoy, apoyándose en esto en el programa
diario del príncipe Baltasar Carlos, presionó para reducir las
horas de estudio de Fernando a cambio de la práctica de la
equitación. La obsesión del valido hizo del rey un más que aceptable jinete y construyó una gran afición del monarca por los caballos; hasta el punto de que, preso en Valençay y sin apenas un duro, todavía se dedicó a comprar caballos que le gustaban. La otra pasión del rey Fernando, sobre todo con los años, sería el billar. No era malo, aunque siempre se dijo que, en sus años de rey, sus adláteres colocaban hábilmente las bolas en la mesa de forma que sabían que acertaría haciendo la carambola. De ahí la expresión "ponérselas como a Fernando VII"; que mucha gente cita, erróneamente, cambiando a Fernando VII por Felipe II.
Juan
de Escoiquiz y Mezeta era canónigo de Zaragoza, sumiller de cortina
en la Corte y, después de ser maestro de Fernando, sería arcediano
en Talavera, consejero de Estado, bibliotecario mayor, caballero de
la Gran Orden de la Cruz de Carlos III y condecorado con la Orden de
la Lealtad de Valençay. Y era, esto es lo más importante para su
carrera, algo así como contertulio de Godoy, que es quien lo
introdujo en el servicio del príncipe. Además de todo esto, era persona de natural maniobrero y mentiroso; condiciones ambas que lo convirtieron en el Iván Redondo del rey, so to speak.
A
pesar de tener tantos datos, por así decirlo, administrativos, no
tenemos mucha información de cómo se produjo la educación de
Fernando de Borbón en el sentido de cómo le forjó como persona.
Según Godoy, pero ahora mismo veremos que ésa es una fuente que no
hay que creerla a la primera, Fernando tuvo desde niño, y acentuó
durante la adolescencia, una personalidad basada en el miedo que le
hizo no confiar en nadie. Esta posibilidad tiene su parte de lógica,
teniendo en cuenta que es difícil que Fernando no percibiese el
aroma de tragedia posible que seguro que lo rodeó desde que nació
pues, ¿quién no iba a esperar su desgracia si ya se había
producido la de sus hermanos? Sin embargo, como ya he insinuado,
Godoy, como fuente en esto, es discutible; porque lo que es un hecho
es que Fernando desarrolló pronto una inquina especial hacia el
valido, al que consideraba capaz de arrebatarle la corona
de España a la casa Borbón; y, para Godoy, atribuir estos
sentimientos a pretendidos traumas de infancia sería una forma muy
cómoda de escamotear el papel de sus actos, que fueron bastantes, si
no en esa dirección, si en alguna bastante parecida. Lo que sí
parece bastante seguro es que Escoiquiz, apercibido de estos temores
en su pupilo, no hizo sino acrecerlos. Algunos testimonios nos hablan incluso de profesores tuvo Fernando que le dijeron que sus padres deseaban que se muriese; sentimiento éste que tendría lógica con el proyecto de hacer de Godoy el heredero final de la corona; pero que parecen un tanto exagerados.
El 22
de enero de 1799 fallece
el obispo de Ávila, que era el preceptor del príncipe. Puesto que
nadie se aplica a sustituirlo en la función palaciega, Escoiquiz
queda, por así decirlo, dueño y señor de la voluntad del príncipe.
Pocas semanas después, el taimado maestro convence a Fernando de que
debe solicitar un puesto en el Consejo del rey, para irse
acostumbrando a las labores de gobierno. Escoiquiz le vende la idea
al rey como propia de su hijo y prueba de su voluntad por agradarlo;
pero Carlos no se traga la bola y, de hecho, el 20 de enero del 1800,
cesa a Escoiquiz como maestro del príncipe. Godoy nos cuenta que en
Toledo, adonde fue enviado de canónigo, Escoiquiz “se oscureció,
más quedó en relaciones con su alumno”. Tanto contacto tuvo con
Fernando que acabó siendo uno de los imputados en el proceso de El
Escorial, al que ya llegaremos; proceso del que salió medio
absuelto, y digo medio absuelto porque el rey lo desterró al
monasterio de Tardón, donde todavía se encontraba cuando se
produjeron los sucesos de Aranjuez de 1808. Fernando se apresuró a
llamarlo a su lado. A partir de entonces, se convirtió en un
personaje fundamental para la Historia de España.
Una
vez que hemos abierto un portillo para que os encontréis con
Escoiquiz, dada su importancia, lo mejor es que nos dejemos de
descripciones y vayamos a la harina. Cuando los reyes nombraron a
Godoy Príncipe de la Paz Fernando era todavía demasiado niño como
para ser consciente de las consecuencias de este movimiento. Sin
embargo, la convivencia en la Corte con hombre tan poderoso, cuyo
séquito se comparaba perfectamente con el de los propios reyes,
comenzó a labrar, de una forma o de otra, la inquina contra el
favorito. Con seguridad, las prevenciones de Fernando se hubieron de
intensificar cuando Godoy, en fecha 2 de octubre de 1797, contrae
matrimonio con María Teresa de Borbón y Ballabriga, Teresa, hija
del infante Luis, era pues hija del único descendiente de Felipe V
que había nacido en España; lo cual hacía que ciertas ramas híper
legitimistas viesen en ella a la miembra de los Borbones con más
derechos a ceñir la corona de España.
En el
verano del 1800, algunos meses después de que Carlos se haya coscado
de la celada de su hijo y Escoiquiz y haya sacado a éste de la
Corte, el príncipe y sus dos hermanos se trasladan de La Granja a El
Escorial. El 7 de octubre, pocas semanas después, Teresa de Borbón
da a luz, una niña: la futura marquesa de Bobadilla y condesa de
Chinchón. En Madrid se celebra el bautizo, apadrinado con los reyes;
una ceremonia que, según los testimonios, no tuvo nada que envidiar
a la recepción en la religión católica de cualquiera de los
miembros de la familia real. Fernando, al parecer, estuvo en la
ceremonia entre ausente e incómodo.
El 4
de abril de 1801 es nombrado casiller del Príncipe, un cargo humilde
dentro de la escala de Palacio, Pedro Collado Varela. Hasta entonces
ha sido eso, un barrendero en Palacio; pero con el tiempo acabará
siendo un consejero importante para Fernando.
En
mayo de 1801, España le declara la guerra a Portugal, ésa que fue
conocida por sus contemporáneos en nuestro país, de forma
despectiva, como Guerra de las Naranjas. La guerra, sin embargo,
marca el máximo de prestigio del Príncipe de la Paz, quien parece
consolidarse como el hombre de Napoleón en España.
Tras
pasar el verano separados, Fernando y Carlos en El Escorial, los
reyes en San Ildefonso, reuniéndose sólo el 25 de agosto para el
cumpleaños de la reina, en la noche del 8 al 9 de septiembre, y de
forma inesperada para todo el mundo, el rey enferma. Se temió por su
vida y, por eso, tanto Fernando como sus hermanos Carlos y Francisco
de Paula Antonio, que habían vuelto a El Escorial, fueron llamados;
e igual Godoy, que estaba en Madrid. Sin embargo, ya antes de que
llegara el príncipe con los infantes, su padre había mejorado;
mejoró tan deprisa que dejó la cama el día 12.
En
enero de 1802, el marqués de Santa Cruz, que era ayo del príncipe
desde que a éste se le había puesto casa civil, enferma de gravedad
y fallece el día 2 de febrero. En principio, el tema no presenta
problema, pues Santa Cruz compartía el cargo con el duque de San
Carlos; sin embargo, Godoy y también la reina, conscientes de que el
hijo de los reyes está teniendo influencias que no les gustan,
deciden actuar. El 12 de febrero, con el pretexto de que se desea
nombrar a San Carlos Mayordomo de la Reina, se nombra como jefe de la
casa del príncipe al duque de la Roca. Testimonios directos nos
dicen que la reina y Godoy estaban convencidos de “haber cortado
una madeja”; de haber impedido que el príncipe formase una trama
conspiratoria; el papel que San Carlos seguirá jugando en esta historia demuestra a las claras que no. El optimismo de Godoy y su probable amante nos dice que, con toda probabilidad, estaban
ajenos al hecho de que Escoiquiz y Fernando seguían en contacto y,
por lo tanto, los miembros del estrecho grupo de fieles del príncipe
de Asturias seguían formando una red compacta, si bien invisible.
Fernando,
en todo caso, ya estaba en edad de casarse. La primera candidata en
la que se pensó fue Augusta, hija del elector de Sajonia; princesa
tenida por muy guapa, muy inteligente y asquerosamente rica.
Napoleón,, al parecer, había aceptado este matrimonio para retirar
a Augusta del circuito de matrimonios con archiduques centroeuropeos;
pero al parecer cambió de idea cuando el proyecto de su boda con la
infanta María Isabel se perdió.
En
efecto, yo creo que es muy difícil desmentir la posibilidad de que
hubiese algún tipo de trato para que el entonces general Bonaparte,
estrella rutilante en Europa pero no de sangre real, accediese al
gotha de los gobernantes por derecho propio mediante su
matrimonio con María Isabel. En la primavera del 1801 habrían
comenzado estas gestiones. A la reina Luisa el tema le encantó y con
fecha 26 de marzo, se envía a Azara, el embajador en París, un
retrato de la joven infanta. Las gestiones del embajador no llegaron
a nada, y es obvio que a la reina esto le provocó un cabreo brutal,
pues, ya decaídos los contactos, le escribió una virulenta carta a
su embajador en la que lo apela de lerdo.
Los
impedimentos para ese matrimonio eran muchos. Aparte de que Napoleón
todavía amaba a Josefina, que es obstáculo menor, es claro que el
general francés no quiso malquistarse con los republicanos
franceses. Por lo que respecta a España, a Carlos de Borbón le
horrorizaba emparentar con quien, si bien estaba matizando los logros
de la Revolución, desde muchos puntos de vista la seguía
encarnando. De hecho el rey se apresuró a comprometer a su hija con
el príncipe heredero del reino napolitano, Francisco Genaro, hijo de
su hermano Fernando I; estaba el pretendiente casado en ese momento,
pero todo el mundo sabía que no tardaría mucho en enviudar de la
archiduquesa María Clementina (la cual, efectivamente, moriría en
noviembre de aquel 1801).
El
enlace de María Isabel en Nápoles tenía la gran ventaja de que
conseguía el que era el gran objetivo de la reina Luisa: que todas
sus hijas fuesen reinas. Sin embargo, la esposa del rey Fernando
tenía la misma ambición; y por ello mismo desde Nápoles se
comunicó a Madrid que la boda sólo sería posible si María
Antonia, hija de los reyes napolitanos, casaba con el heredero de la
corona de España.
Así
se pactaron las cosas, y el 24 de marzo del 1802 el Papa Pío VII
concedía las dispensas para que primos tan cercanos se pudieran
casar. El 14 de abril se firmaron los acuerdos matrimoniales
definitivos. En ese momento, probablemente nadie sería capaz de
avizorar que el matrimonio de Fernando tendría nula trascendencia
histórica, dada la cortedad de su duración. Mientras que el de
María Isabel tendría mucha más importancia, pues de sus condumios
nacería María Cristina de Borbón, a la postre última mujer de
Fernando.
María
Antonia tenia 17 años, y Fernando cumplió los 18 en el mismo mes de
la boda. Era una chavala con una excelente educación que,
intelectualmente, le daba mil vueltas a su marido. Al mes de casada
le contaba a su madre que Fernando era “enteramente memo y, por
añadidura, un latoso”. En esas fechas, su madre, la reina
Carolina, habría de escribir que era consciente de la profunda
infelicidad de su hija junto a un marido “tonto, ocioso, mentiroso,
envilecido, solapado y ni siquiera hombre físicamente... y es fuerte
cosa que a los dieciocho años no se sienta nada”. En otras
palabras, las trazas son muchas de que a Fernando, quien según
relatos fidedignos tenía un troncho del grosor del ataúd de Franco
y lo empalmaba con dos de pipas, aquella niña, sin embargo, no le
ponía nada.
A
pesar de estas dificultades sistémicas, a mediados de septiembre el
duque de San Teodoro anunciaba a la reina napolitana la consumación
del matrimonio.
Existen
varios testimonios contemporáneos de que los reyes de Nápoles, por
diversas razones, consideraban a la rama Borbona reinante en España
como una familia de indolentes con poco o nulo sentido político y
que, por lo tanto, educaban a sus hijos y, sobre todo, a sus hijas,
para que, conscientes de que lo más probable es que acabasen
matrimoniados con ellos, fuesen conscientes de que tendrían que
educarlos en las cosas de gobierno. Así pues, es más que probable
que la joven María Antonia llegase a Madrid consciente de que tenía
que ser algo más que la madre de los hijos del príncipe; y es un
hecho que pronto comenzó a dar pasos en ese sentido, pues comenzó a
profesar un rechazo frontal hacia la figura de Manuel Godoy. Esta
oposición otorgó mucha consistencia al partido fernandino. Nos
cuenta Godoy, en este sentido, que el canónigo Escoiquiz aprovechó
la boda para abandonar su exilio toledano y acercarse por Madrid para
otorgar sus parabienes a los esposos. Tiendo a creer a Godoy en este
punto en el sentido de que fue en esta visita cuando se espesaron los
planes fernandinos y la creación de una facción, por lo tanto,
contraria al valido y, si fuere necesario, a los propios reyes. El
partido fernandino, de hecho, pronto tuvo miembros bien
conspicuos: el duque del Infantado, el de San Carlos, los condes de
Teba y de Villariezo, los infantes Antonio y Carlos María Isidro, el
duque de Montemar, los marqueses de Valmediano y de Ayerbe, el conde
de Orgaz...
El
odio une las conciencias, veramente.
Joder con la monarquía Borbónica.
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