lunes, diciembre 16, 2019

Partos (14: Antonio se enfanga en Asia)

Otras partes sobre los partos

Los súbditos de Seleuco
Tirídates y Artabano
Fraates y su hermano
Mitrídates
El ocaso de la Siria seléucida
Y los escitas dijeron: you will not give, I'll take
Roma entra en la ecuación
El vuelo indiferente de Sanatroeces
Craso
La altivez de Craso, la inteligencia de Orodes, la doblez de Abgaro y Publio el tonto'l'culo
... y Craso tuvo, por fin, su cabeza llena de oro
Pacoro el chavalote
Roma, expulsada de Asia durante un rato

Los partos cargaron cuesta arriba, hacia la posición que habían tomado los romanos. Pero los asaltados estaban bien preparados, y ejercitaron con tranquilidad y sangre fría una serie de maniobras y movimientos en los que pronto consiguieron embolsar a la mayoría de las tropas partas. Los asiáticos fueron repelidos colina abajo, lo cual no les vino mal porque, de nuevo en la planicie, su caballería se desempeñó mejor, aunque para entonces estaba siendo severamente castigada por los lanceros romanos. De hecho, en medio de esa batalla el propio Pacoro fue herido y muerto.

Como solía ocurrir en los ejércitos orientales, los partos, una vez que supieron de la muerte de su comandante, ya sólo se preocuparon de huir. Lo hicieron desordenadamente y en dos direcciones. Una parte corrió hacia el río para coger los botes y cruzarlo; pero fue interceptada con los romanos, que se hicieron una buena barbacoa con ellos. Otra parte huyó hacia el norte, hacia Comagene, donde fueron asilados por el rey Antíoco, quien no sólo se negó a entregárselos a Ventidio sino que los ayudó a regresar a la patria parta.

Goteando en la espada de Ventidio quedaron, pues, las últimas gotas de sangre que los partos pudieron invertir en la conquista de Siria y, en general, su expansión hacia el oeste. A los partos les quedó claro, por así decirlo, que sus técnicas militares eran muy buenas para defender su territorio, pero poco útiles para la invasión. La muerte de Pacoro, además, fue inesperada para Orodes, quien se sumió en una depresión cuando conoció la noticia. El hecho, además, hizo que la cuestión sucesoria apareciese como un gran problema. En realidad, el tamaño del banquillo no era ningún problema: al productivo Orodes le quedan nada menos que 30 hijos entre los que elegir. Ninguno de ellos, sin embargo, se podía decir que se había convertido en un líder militar, por lo que sus candidaturas eran más que discutibles. En estas circunstancias, Orodes, que debo recordar no tenía en sí el derecho de designar sucesor pero todo parece que se lo arrogó, se decidió por el mayor de todos, Fraates.

La llegada de Fraates a la corona parta, sin embargo, fue problemática. El nuevo rey era el mayor de los hijos vivos de Orodes; pero no era, por así decirlo, el que más sangre real tenía, pues era hijo de una concubina. Otros de sus hermanastros, hijos de princesas, comenzaron a dar por saco con el tema, y Fraates resolvió fumigarlos. Cuando Orodes se enteró protestó vivamente, lo que provocó que Fraates añadiese el parricidio al fratricidio.

Fraates IV, por lo tanto, llegó al poder arreando unas hostias como panes y quitándose de en medio a todo cristo que le quiso hacer sombra. Esto le provocó que, claramente, se convenciese de que la única forma de gobernar es con el cuchillo de capar gorrinos entre los dientes pues, una vez que acabó con todos sus hermanos, la empezó a tomar con los nobles que le eran menos afectos. Esta actitud por parte del rey provocó que no pocos de los megistanes se autoexiliasen de Partia, cosa que hicieron en diversas direcciones y buscando el asilo de reyes y reyezuelos también distintos. Uno de ellos, llamado Monseses, lo hizo hacia las posesiones de los romanos, buscando la protección de Antonio. Monsy le contó a los romanos una cosa que muy probablemente era verdad, esto es, que Fraates se estaba portando con su pueblo como la mierda y que la gente estaba a piques de levantarse contra él. Si los romanos, dijo, apoyaban ese movimiento, él se ofrecía a invadir Partia. Una oferta que tenía sus garantías, pues al parecer Monseses se había desempeñado muy bien durante la invasión de Siria por los partos. Lo único que pedía, claro, es que los romanos lo elevasen a él a rey una vez ganada la guerra.

Dado que los romanos no le hicieron ascos al tema, Monseses comenzó a buscar partidarios por aquí y por allá. Habló con Artavasdes, el rey de Armenia, quien parece que estaba bastante más preocupado por Roma que por Partia y, por lo tanto, tampoco lo desengañó de sus planes.

Armenia, hoy, puede parecer poca cosa; pero en ese momento era algo muy parecido a un árbitro geopolítico en su área. Con quien se aliase Armenia, la verdad, tenía bastantes más boletos para sacar adelante sus planes. Cuando Fraates supo que Artavasdes y Monseses andaban haciéndose pajillas por palacio, se acojonó y envió mensajeros al noble parto ofreciéndole el oro y el zoroastriano, además de su perdón. A Monseses aquellos ofrecimientos le parecieron bien, si bien no había abandonado sus proyectos: le dijo a Antonio que, tal vez, si regresaba a Partia podía ser más útil a los romanos que si permanecía enfrentado; los romanos, aunque al parecer no estaban muy convencidos, le dijeron que hiciera lo que considerase. De hecho, Antonio dejó que Moneses partiese acompañado por unos embajadores romanos que le querían pedir al rey parto la reversión de los pendones de Craso, así como los prisioneros que todavía quedaban en poder de los asiáticos (muchos de los cuales, como ya he contado, en realidad se habían establecido ya por su cuenta y no regresarían).

Roma, sin embargo, había resuelto, probablemente ya en ese punto, que iría a la guerra contra los partos. Muy especialmente Antonio, quien probablemente tuvo que hacer esfuerzos para tragarse el sapo de que a Ventidio le hubiese sido concedido el honor de un triunfo en Roma. El general romano, además, es posible que considerase que la relativa facilidad de las victorias de Ventidio, puesto que no podía proceder de la sabiduría militar de este general (en la que no creía), tenía que justificarse porque los partos se hubiesen convertido en un enemigo fácil. Antonio tenía 16 legiones, y con seguridad consideraba que eso era más que suficiente para invadir Partia. Disponía de unos 60.000 soldados propios, 10.000 montados galos e hispanos, una infantería ligera de 30.000 soldados más de los reinos asiáticos aliados, más unos 15.000 efectivos puestos a su disposición por Artavasdes.

Probablemente, su primera intención fue cruzar el Éufrates y seguir los pasos de Craso. Sin embargo, cuando alcanzó la zona, en la primavera del 37, encontró a los pueblos de la zona preparados para hacerle la guerra, por lo que desistió de estos planes, si es que los tuvo. Así pues, viró hacia el norte, entró en Armenia, y resolvió un ataque combinado de ambas fuerzas sobre Partia.

Artavasdes, sin embargo, convenció al general romano de no atacar Partia, sino uno reino tributario de la misma, Media Atropatene, que hacía frontera con el sudeste de Armenia. El rey medo estaba e ese momento ausente de su propio reino, pues se había unido a las tropas que había levantado Fraates para defender la propia Partia.

Antonio aceptó el plan, y dividió sus tropas en dos. En una, la más numerosa, dio orden a su Opio Estatiano de seguirle a él; mientras Antonio, con la caballería y la infantería más veteranas, iniciaba una marcha rápida hacia Praaspa, la capital de los medos. Entre Armenia y Praaspa había campos bien dotados, por lo que la marcha de Antonio se produjo sin dificultades aparentes. De esta manera, Antonio no tardó mucho en encontrarse frente a las murallas de Praaspa. La ciudad, sin embargo, tenía buenas murallas y estaba bien defendida, por lo que los medos no se acojonaron gran cosa al verlo. De hecho, cuando regresó el rey medo, acompañado por los partos de los que era tributario, los asiáticos se sintieron tan seguros que incluso atacaron a Estatiano, quien todavía no había podido reunirse con su general. El lugarteniente romano fue tomado por sorpresa y derrotado; de hecho, perdió su vida en la batalla, junto con miles de romanos y, lo que es peor, toda la impedimenta de artefactos de guerra que llevaba consigo.

La derrota de Estatiano fue, por lo tanto, catastrófica para Antonio. De hecho, lo fue en mucha mayor medida de lo que hemos relatado hasta aquí, pues la peor de sus consecuencias fue que Artavasdes el armenio, viendo la causa de los romanos perdida, decidió desertar, dejando a Antonio a sus propias expensas.

Antonio estaba en una situación desesperada, fundamentalmente por el flanco logístico, que es el que gana o pierde las guerras. Igual que en Juego de Tronos, winter was coming, y eso ponía las cosas más difíciles para un ejército que apenas tenía de dónde sacar para comer. Los medos-partos, por su parte, no paraban de hostigar a los romanos, pero siempre guardando cuidado de no caer en ningún enfrentamiento abierto con ellos; ya se sabe que cuando en un partido de fútbol al equipo contrario le expulsan a uno o dos jugadores, lo primero que tienes que evitar es que tengan alguna jugada a balón parado en la que las fuerzas tiendan a equilibrarse.

Antonio hubiera querido, probablemente, provocar la rendición de Praaspa y, una vez controlando la ciudad, hibernar en ella. Sin embargo, como quiera que eso era imposible, la única alternativa seria que tenía era mover el culo hacia Armenia para pasar allí los meses malos. Sin embargo, no fue eso exactamente lo que hizo, y si no lo hizo fue por culpa del que siempre fue su gran problema: el orgullo. Antonio había ido a Asia para procurarse suficientes cotas de éxito, y no quería regresar con el rabo entre las piernas. En la situación en la que estaba, y consciente de que al fin y al cabo la presencia romana en Media era un problema para los locales, decidió negociar ofreciendo su marcha a cambio de la devolución de las águilas y prisioneros de Craso. En ese proyecto, el general romano invirtió un tiempo precioso que, en realidad, necesitaba para proteger a sus tropas de los rigores del invierno asiático. En consecuencia, partió demasiado tarde.

Tenía el romano dos rutas delante de sí hasta el Araxes. Una iba por el llano pero era más larga, mientras que la más corta era montañosa y difícil. Para colmo, le informaron de que los partos estaban apostados en la ruta montañosa, pero también habían reservado su famosa caballería para enfrentarse con él en el llano. Antonio escogió la ruta montañosa, en la que habría pues de encontrarse a unos partos que le disputaron cada metro que intentó avanzar. Para los romanos, aquel avance agónico fue uno de los momentos más difíciles en su Historia en militar; y esto no es algo que diga yo, sino que los propios historiadores latinos así lo reconocieron. En medio del frío intenso y la falta absoluta de provisiones, hubieron de avanzar constantemente hostigados por un enemigo que conocía el terreno mucho mejor que ellos y que por ello, estaba en condiciones de comprometer con relativa facilidad casi cualquier cosa que hiciesen. Las cosas nunca son como parece que son cuando se juzgan sobre el mapa de una mesa en la sala de Estado Mayor; sin embargo, son legión los militares que han olvidado este sabio consejo a lo largo de la Historia, y lo siguen olvidando. El pato, claro, siempre lo pagan los mismos.

Cuando la retirada llegó más o menos a su destino, por cada tres soldados romanos que la habían iniciado ya sólo quedaban dos. Una vez cruzado el Araxes y en Armenia, los romanos pactaron con Artavastes la estancia en el invierno; pero eso no les libró de perder unos 8.000 efectivos que, al fin y a la postre, perecieron por las consecuencias de la durísima retirada. A Antonio, pues, le quedaban unos 70.000 efectivos de los 100.000 que había puesto en juego en Media Atropatene.

No todo eran malas noticias para los romanos, sin embargo. Durante la retirada hacia Armenia de Antonio, entre los medos y los partos había surgido la querella. El rey medo, al parecer, se consideraba mal pagado por sus esfuerzos y reclamaba un parte más elevada de los espolios obtenidos de los romanos. Todo parece indicar que las cosas entre los medos y Fraates llegaron a estar tan jodidas que el rey medo comenzó a pensar que el parto le iba a deponer, por lo que trató de buscar alguna alianza que le fuera parcial. La jugada de los medos era clara: puesto que Artavasdes había traicionado al romano en el momento decisivo de la batalla, era más que posible que Antonio se plantease algún tipo de venganza contra el armenio. Media ofrecía la gran ventaja de tener frontera con Armenia, por lo que podía aparecer, a ojos del romano, como un aliado interesante. Así las cosas, los medos enviaron un embajador a Alejandría, donde Antonio estaba pasando el invierno, y le ofrecieron una alianza. El romano aceptó casi sin pensárselo.

En la primavera del año 34, Antonio apareció en Armenia, donde como sabemos estaba lo que quedaba de sus tropas asiáticas. Cortejó a Artavasdes con cucamonas y ofertas de alianzas familiares hasta que consiguió que el armenio se presentase, tranquilo, ante su presencia. Pero, una vez que lo hizo, lo apresó. Después de eso, invadió el país. Los armenios elevaron a Artaxias, hijo de Artavasdes, como rey de Armenia; pero pronto fue derrotado por los romanos y obligado a huir a Partia. Antonio, después, arregló un matrimonio entre el rey de los medos y su propio hijo, tenido con Cleopatra.

Los partos, mientras tanto, le dejaban hacer.

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