lunes, enero 13, 2020

Partos (16: Vonones el pijo)

Otras partes sobre los partos

Los súbditos de Seleuco
Tirídates y Artabano
Fraates y su hermano
Mitrídates
El ocaso de la Siria seléucida
Y los escitas dijeron: you will not give, I'll take
Roma entra en la ecuación
El vuelo indiferente de Sanatroeces
Craso
La altivez de Craso, la inteligencia de Orodes, la doblez de Abgaro y Publio el tonto'l'culo
... y Craso tuvo, por fin, su cabeza llena de oro
Pacoro el chavalote
Roma, expulsada de Asia durante un rato
Antonio se enfanga en Asia
Fraataces el chulito


Las instrucciones fundamentales de Cayo en aquella expedición eran recuperar el pleno control romano sobre Armenia; sin embargo, el emperador fue muy claro al decirle a su nieto que si para conseguirlo tenía que ir a la guerra contra Partia, que no se lo pensase ni poco ni mucho. Cuando Cayo llegó a Siria y realizó una gran ostentación de poder, los partos se pusieron nerviosos; se dieron cuenta de que iban a por ellos. Decidieron negociar.

En el año en que el Cristo estaba probando ya potitos, Cayo y Fraataces celebraron una entrevista en una isla del Éufrates, en la que llegaron a un acuerdo entre Roma y Partia. Ambas partes desconfiaban de la otra, pues los dos ejércitos se situaron cada uno en una rivera del Éufrates; las delegaciones negociadoras tuvieron exactamente el mismo número de miembros; y el contacto se celebró a la vista de todos.

Básicamente, lo que consiguió Cayo en aquella entrevista fue la promesa de los partos de que no se inmiscuirían en los asuntos de Armenia; y, por lo que parece, promesa fue que los partos respetaron. Cayo habría de morir tras ser alcanzado durante el asedio de una torre armenia; pero los partos no estaban ahí guerreando contra él. De hecho, Roma adquirió un control total sobre la casa real Armenia y la sucesión en el trono, y los partos no parecen haber ni pestañeado.

Muy probablemente, esta honestidad parta tenga mucho que ver con la que tenía liada Fraataces en casa. Habiendo llegado al poder como lo había hecho, es normal que tuviese enormes problemas con las casas nobles, sobre todo aquéllas que no lo consideraban digno para la corona. Fraataces, al fin y al cabo, había matado a su padre, pero sobre todo era hijo de una concubina italiana, y, exactamente igual que en la Castilla del siglo XV mucha gente estaba convencida de que la hija del rey no era suya, en aquella Partia el rumor de moda era que el rey y su mamá italiana se querían mucho, pero mucho, mucho; tanto que hasta se frotaban para demostrárselo. Lo cierto es que Fraataces fue enormemente generoso con su madre, mucho más que ninguna otra mujer de la familia real arsácida, hasta tener un gesto totalmente desconocido en la Historia de Partia, como es colocar su esfigie en monedas.

Como no podía ser de otra manera en un entorno y ambiente como éste, fue por esa época que en Partia estalló una revuelta contra el rey y, nunca mejor dicho, su puta madre. La revolución duró poco, lo que sugiere que Fraataces, en realidad, era un tipo poco popular. Fue finalmente ejecutado, y los megistanes eligieron como rey a otro arsácida, de nombre Orodes, probablemente uno de los pocos que sobrevivieron a la furia del anterior rey mediante el exilio. Parece ser, de hecho, que ni siquiera participó en la rebelión, y fueron los nobles los que fueron a buscarle a su exilio para ofrecerle el curro.

Orodes, sin embargo, le salió rana a Partia. Aunque es de esperar que alguien que las ha pasado putas a causa de la violencia excesiva de su antecesor elija reinar con moderación y mano izquierda, lo que sabemos de Orodes, que es básicamente lo que nos cuenta Flavio Josefo, es que nada más llegar a la corona, empezó a portarse como un perfecto hijo de puta. No midió bien sus pasos este casi desconocido Orodes, pues putear a unos tíos que ya se han apiolado al que los puteaba antes no es ninguna buena idea. En efecto, el personal le hizo una revolución a Orodes, lo depuso, y resultó finalmente asesinado.

En esa situación, Partia, consciente de cuál era su posición geopolítica, decidió jugar el comodín de Roma. Así pues, le escribieron un email a Augusto solicitándole su aquiescencia al nombramiento de un tal Vonones como rey. Vonones, Voni para los amigos, era el hijo mayor de Fraates IV, y estaba en Roma. A Augusto la propuesta le hizo pandán: colocar al frente de una nación otrora enemiga nada menos que un tipo criado a los pechos de la loba capitolina...

Vonones, sin embargo, no cuajó. El problema fue, precisamente, aquello que Augusto veía como una ventaja. El chavalote se había educado en la mayor ciudad del mundo, la Nueva York de su tiempo. Se había acostumbrado a la wifi gratis, a ir a todas partes en patinete eléctrico y tal y tal; y cuando llegó a Partia se encontró con que sus súbditos esperaban de él que fuese a caballo y comiese mierdas. Aparentemente, en un gesto inusitado en un rey parto, Vonones se negó a cazar (lo mismo era animalista, o vegano) y se movía por las calles en litera, algo muy romano pero que a los partos les pareció una mariconada. Para colmo, se había traído de Roma a una pequeña Corte formada por sus amigos griegos en Roma, que se dedicaron a dar por culo (probablemente, siendo griegos, en varios sentidos).

En fin, los partos aguantaron a aquel pollo pera refinado, pijo de capital, unos cuantos años, hasta que se dijeron a sí mismos que querían un Donald Trump en condiciones, como siempre. En el año 16 se levantaron contra él e invitaron a un arsácida que entonces era rey de Media Atropatene, para que los reinase como es debido. Se llamaba Artabano.

Artabano se mostró de acuerdo, e invadió Partia con un ejército medo. Sin embargo, esta invasión extranjera parece haber causado en los partos el sentimiento nacionalista, más fuerte que el deseo de echar a un rey nenaza, razón por la cual se pusieron mayoritariamente de su parte y rechazaron a Artabano. Éste, entonces, regresó a su país y reclutó una armada más grande. Con ella lo intentó una segunda vez, que fue exitosa para él. Vonones acabó huyendo hacia Seleucia con un pequeño grupo de fieles que le quedó, mientras el ejército parto, a causa de grandes bajas, le cubría esa huída. Artabano, que había entrado en triunfo en Ctesiphon, fue allí proclamado rey de los partos. Vonones, por su parte, abandonó Seleucia, que no consideraba segura, y buscó refugio donde siempre: en Armenia. Los armenios, que entonces estaban sin rey, no sólo le dieron asilo, sino que lo convirtieron en su monarca.

En ese punto, entró a jugar Roma. Ya hemos dicho que los romanos habían adquirido el pleno control sobre la evolución sucesoria en Armenia y que, también, habían apoyado con pasión la instauración de Vonones en Partia. Artabano, pues, sabía muy bien que el ascenso de Vonones a la corona armenia no se podría hacer sin la autorización de Roma. Consciente como era de que si el antiguo rey parto conseguía su objetivo tendría una notable base de operaciones para atacarlo constantemente y hostigarlo en Media y en Partia, Artabano le envió una embajada a Tiberio instándole a ponerse en contra del nombramiento.

Tiberio, es claro, habría apoyado a Vonones si hubiera hecho lo que él quería y nada más. En política exterior era un seguidor casi literal de las ideas de Augusto, así pues entendía que Vonones le ofrecía a Roma el control total de Armenia. Sin embargo, los romanos fueron informados de que en el propio país había muchos contrarios al ascenso al trono del parto; y, entre eso y los términos muy categóricos en los que Artabano escribió sus cartas, resolvió hacer lo que el rey medo-parto le pedía.

Eso sí, es probable, yo por lo menos creo que bien pudo ser así, que los romanos no quisieran ver a Vonones ejecutado en Partia; siempre que te toca un comodín en la mano, debes guardarlo. El hecho es que Vonones, se lo contasen los romanos o no, recibió puntual información de lo que le iba a acabar pasando si permanecía en Armenia. Así pues, el parto procedió a huir de aquel país hacia Siria, con la intención de ponerse bajo la protección del gobernador romano de la provincia, Crético Silano. Silano, efectivamente, lo recibió calurosamente y le designó una guardia personal, además de darle el tratamiento de rey. Artabano, mientras tanto, maniobraba para que un hijo suyo, Orodes, fuese nombrado rey de Armenia.

Las cosas, desde el punto de vista de Tiberio, el nuevo emperador, estaban demasiado movidas e indecisas en el Este. Así pues, se hacía necesario enviar a ese teatro a un personaje de verdadero peso en la política romana, alguien que todo el mundo entendiese era un representante del poder de la gran potencia. El elegido por Tiberio fue Germánico, su sobrino, hijo de su hermano Druso. Muy preocupado por dejar prístinamente claro el carácter plenipotenciario del enviado, Tiberio le concedió a su sobrino el mando total sobre todos los territorios al este del Helesponto, lo que lo convertía en algo más que un gobernador de una provincia; era algo así como un virrey de toda la Asia romana. Tenía poderes totales a la hora de hacer la paz o la guerra, dictar levas, anexar territorios, nombrar reyes tributarios, etc. Además, Germánico fue dotado, bien a propósito, de un séquito impresionante, que portaba riquezas sin fin; Tiberio era consciente de que ése era el tipo de cosas que convencían a los asiáticos de la importancia de alguien.

Germánico llegó a Asia en el vuelo del año 18 de la era cristiana, y se puso rápidamente manos a la obra, como era lógico dado su estilo militar. Entró en Armenia al frente de sus tropas, camino de Artaxata, la capital. Una vez que escuchó a todo el mundo, Germánico llegó a la rápida conclusión de que la causa de Vonones en aquel país estaba perdida for good: aquellos armenios que se habían opuesto al nuevo rey nunca lo aceptarían, y su subida al trono, además, provocaría un gravísimo conflicto, con seguridad bélico, con los partos. Por otra parte, tampoco era lógico aceptar la propuesta de Artabano en favor de su hijo Orodes; eso había sido una excesiva demostración de debilidad por parte de Roma. Necesitaba un punto medio.

Y lo encontró. En Armenia vivía entonces un príncipe extranjero, educado desde niño en el país y convertido, por lo tanto, en un armenio de la cabeza a los pies. Se trataba de Zenón, hijo de Polemo, rey que lo había sido del Ponto, cuando el Ponto era un reino completo y relativamente poderoso, y después de la conocida como Baja Armenia. Zenón contaba con la simpatía de muchos armenios, incluidos los de casta noble. Los propios armenios fueron, de hecho, los que sugirieron que Zenón podía ser su rey; a Germánico no le restó más que comprobar que la mayoría de los nobles estaba de acuerdo con esa idea. Así pues, en una ceremonia multitudinaria celebrada en Artaxata, el propio Germánico puso en las sienes de Zenón la diadema de rey de Armenia, y lo saludó como rey con el nuevo nombre de Artaxias.

Tras resolver el tema armenio, Germánico se marchó a Siria, donde recibió prontamente la visita de embajadores partos. Artabano, en las cartas que llevaron, recordaba el acuerdo de paz de su nación con Roma en tiempos de Augusto, y hacía votos para su renovación. Claramente, los partos habían decidido no mosquearse por el temita armenio, donde claramente habían recibido un zascae, o sea un par de zascas romanos. Los embajadores sugirieron un encuentro entre rey y plenipotenciario en el Éufrates. En el capítulo de peticiones, Artabano, probablemente consciente de su posición, ya no exigía la entrega de Vonones, pero sí que lo moviesen más lejos de Partia de donde estaba y, sobre todo, que los romanos le garantizasen que cesaría la correspondencia que el rey depuesto había comenzado a intercambiarse con algunos nobles partos.

Germánico respondió con el habitual florilegio de buenas palabras que ha sido siempre la materia prima de la diplomacia; pero evitó mostrarse muy categórico a favor de la oferta de entrevista personal. En lo de Vonones, sin embargo, sí me mostró de acuerdo, y de hecho lo trasladó desde Siria hasta Cilicia, concretamente a la ciudad de Pompeiópolis que, como su propio nombre indica, fue construida por Julio César. Aparentemente, con esto Artabano decidió que tenía lo que quería.

Lógicamente, el que se quedó más jodido que una mona fue Vonones. Al año siguiente, estamos ya en el 19, intentó escapar. Su huida, sin embargo, fue descubierta. Algo debió pasar, lo más probable que los romanos llegasen a la conclusión de que aquel tipo iba a seguir intentando huir si lo seguían tratando medio bien y que, consiguientemente, su comodín podía acabar convirtiéndose en una mala jugada, ahora que Roma podía contar, con bastantes visos de estabilidad, con unas buenas relaciones, cuando menos unas relaciones exentas de guerras, con lo partos. Así pues, le dieron al tema Vonones la solución que solían darle cuando alguien dejaba de serles útil, y se lo llevaron por delante.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario