Mi señor Bretwalda, por ahí vienen los paganos
El tema vikingo se pone serio
Alfred, el rey inglés
Vikingos a la defensiva
Un rey contestado
El rey de la superación
Una sociedad más estructurada de lo que parece
Con la Iglesia hemos topado
La apoteosis de Edward y Aethelflaed
El fin de los vascos de Northumbria
Tres cuartos de siglo sistémicos
Aethelshit
Las tristes consecuencias de que un gobernante gobierne “sea como sea”
El regreso de la línea dinástica
Una vez que Aethelstan pudo concebirse a sí mismo como una figura real consolidada, se aplicó al que sabía era su principal reto: continuar la política de dureza de Alfred y Aethelflaed en la frontera septentrional de los sajones. En Northumbria-Herria, ese territorio que se obstinaba por ser gobernado por vikingos, y no por sajones.
En enero del 926, en el marco de esta estrategia, tuvo una entrevista con el rey vikingo de York, Sihtric, en Tamworth. Ambas partes, según los indicios, buscaban básicamente lo mismo: un acuerdo de buena vecindad o, si lo preferís, un pacto de no agresión. Esto fue lo que acordaron las partes, junto con promesas de no apoyar a los enemigos de cada uno; y sellaron aquella alianza mediante la boda de Sihtric con la hermana de Aethelstan.
Todos los indicios son, sin embargo, de que aquel acuerdo estaba lejos de ser un pacto de Estado; era, más bien, un acuerdo personal entre dos monarcas que parecían llevarse bien en lo personal. Porque el caso es que Sihfric murió en el año 927, apenas unos meses después por lo tanto, y Aethelstan reaccionó a la noticia avanzando hacia el norte con sus tropas. Su entrada en Northumbria tuvo como excusa el argumento de que iba en ayuda de su hermana. Allí se encontró con la oposición de Olaf, el hijo de Sihfric, y de Guthfrith, otro de los muchos nietos de Ivarr el Deshuesado. Guthfrith estaba en Irlanda, pero formó una flota con la que navegó hacia la otra isla.
Aethelstan, sin embargo, supo prevalecer en Northumbria; y en el verano del 927, el resto de soberanos de la isla parecían tener bastante clara su prevalencia. El 12 de julio, en un lugar llamado Eamont, cerca de Penrith, el rey de los escoceses, el gobernador de Strathclyde, dos príncipes galeses y el señor de Bamburgh se reunieron para proclamar la paz con Aethelstan, aceptando ser vasallos del mismo.
Estamos, por lo tanto, ante una evolución supersónica. En el año 920, cuando reinaba Edward, a éste en Northumbria le cantaban eso de you're not matador, señor, you're a stranger in Spain, porque no lo reconocían como nada de nada. Siete años más tarde, su sucesor en el trono de los sajones occidentales era dueño y señor de aquellas tierras. Era la primera vez que un rey al sur del Humber mandaba sobre tierras al norte del río. Claramente, además, Aethelstan había hecho esfuerzos para dejar bien definidas sus fronteras con los galeses y las gentes de Cornualles, para así tener un reino bien clarificado, por así decirlo. Inglaterra comenzaba a definirse como ese ancho espacio que hay entre los galeses y los escoceses.
Esta exhibición de poder hizo de Aethelstan un miembro de la casta geopolítica europea. Una medio hermana suya, Eadhild, se casó en el 926 con el duque de los francos (Hugo el Grande, conde de París). Conforme Aethelstan se fue haciendo más y más poderoso, en las cancillerías continentales se hablaba más de él. En el 929, Eadgyth, otra de sus medio hermanas, se casó con Otto, que sería con el tiempo Otto I el Grande, emperador, hijo de Enrique el Cetrero, rey de los francos orientales. Otra de sus medio hermanas, llamada probablemente Aelgifu, se casó con Luis, hermano de Rodolfo II de Borgoña. Las medio hermanas de Aethelstan, pues, fueron uno de los primeros grupos de ingleses de la Historia que pudieron aprender cómo se come decentemente.
Estas alianzas matrimoniales, de hecho, lanzaron un proceso muy rico de intercambio de conocimiento, en el que intelectuales, por así decirlo, de ambas partes: isla y continente, comenzaron a cruzar el Canal.
Existen signos, sin embargo, de que en la segunda mitad de la tercera década del siglo X, las cosas comenzaron a deteriorarse muy rápidamente en la isla. Sabemos que en el 934 había ya una guerra con los escoceses que por fuerza tuvo que tener un caldo de cultivo del que se sabe poco. Según crónicas bastante posteriores, unos doscientos años, Aethelstan llegó tan al norte como Dunnottar, al sur de Aberdeen; y las fuerzas en barcos llegaron incluso más al norte, hasta Calthness. La campaña tuvo que ser un éxito, puesto que el rey Constantino decidió pedir la paz, o sea más bien rendirse, darle nuevas seguridades al sajón, y entregarle a un hijo como rehén y garantía.
Tres años después, 937, Aethelstan vuelve a tener problemas; y esta vez, sus enemigos ya habían aprendido que solos no podían con él, por lo que habían decidido intentar la coalición. El rey Constantino, liderando tropas propias y de su yerno Olaf Guthfrithson, que era el gobernador noruego de Dublin, además de Owain, el gobernador de Strathclyde, se enfrentaron a Aethelstan en un sitio que las crónicas identifican como Brunanburh.
La batalla de Brunanburh acabaría por convertirse en El Alcázar de Aethelstan; el momento militarmente cúspide de su reinado. Fue, al parecer, una batalla larga y, contrariamente a lo que ocurría entonces, muy cruenta; y se saldó con una victoria inglesa, con el rey Aethelstan y su medio hermano Edmund al frente de las tropas. Olaf y Constantino hubieron de huir a la naja; el rey escocés dejó sobre los campos de Brunanburh el cadáver de su propio hijo.
Todo hace indicar que los contemporáneos de la batalla de Brunanburh consideraron que aquel hecho partía el tiempo en un antes y un después. No somos, pues, nosotros los únicos que la consideramos un hecho fundamental para la Historia de Inglaterra; ya sus contemporáneos la pensaron así. Las personas normales, en la calle, y durante muchas décadas, habrían de referirse a Brunanburh como “la gran batalla”, de la misma forma que hablamos de la gran guerra cuando nos referimos a la primera mundial.
Aethelstan sobrevivió dos años a su hubris. En el año 939, envió una flota a Flandes para ayudar a su sobrino Luis IV, rey de los francos occidentales, que se enfrentaba a una revuelta. Luis era hijo del rey Carlos el Simple y de Eadgifu, medio hermana del rey sajón Edward; se habían casado en la segunda década del siglo. Cuando Carlos fue depuesto y apresado, Luis había sido enviado a la Corte de Aethelstan. Catorce años después de ese exilio, en el 936, heraldos cruzaron el Canal para reclamar el viaje de vuelta del chaval para coronarlo rey, y Aethelstan se empeñó en designar una escolta inglesa para dicho desplazamiento.
El 27 de octubre del 939, Aethelstan falleció en Gloucester, y fue enterrado en la abadía de Malmesbury.
La muerte de Aethelstan parece dejar claro que buena parte de la unidad de sus reinos era todavía más fruto del empuje personal que de la identificación. Más en concreto, existen síntomas de que las tendencias centrífugas, esto es, los partisanos de otros candidatos para el trono de Wessex, de Mercia, de Northumbria o de otros de los reinos controlados por el rey, no habían dejado de soñar durante aquellos años de clara prevalencia de Aethelstan. Los historiadores, en este sentido, conceden mucha importancia al hecho de que el rey fuese enterrado el Malmesbury, en lugar de en Winchester. Es cierto que, para entonces, parece estarse consolidando cierta regla, quizás no escrita, de concebir Winchester como el lugar de reposo con los reyes sajones. Aethelstan era muy devoto el monasterio de Malmesbury, pero eso, tal vez, no lo explica todo. También puede ser, como se ha sugerido, que el gesto por parte del rey de señalarle a El Ocaso el lugar de enterramiento fuese una especie de “ahí os quedáis”.
En ese sentido, cabe preguntarse qué visión tenía Aethelstan del nivel de fusión y cohesión que tenían sus reinos a su muerte. Mi idea personal es que no podía ser muy optimista. Que es muy probable que supiese, o sospechase, que las tensiones regresarían con su ausencia. Y, si es así, no se equivocó.
El rey murió sin descendencia. Por ello, fue sucedido por su medio hermano, Edmund, que era el primogénito de Edward el Mayor y su tercera esposa, Eadgifu (no confundir con Eadgifu de Wessex, que era medio hermana de Edward y se casó con Carlos el Simple; ésta es Eadgifu de Kent, hija del ealdorman de Kent, Sigelhelm). En el 939, cuando fue coronado, tenía 18 años; pero no vivió mucho, pues su reinado terminaría siete años después. Aunque no sabemos mucho de esos años, todo parece indicar que Edmundo se los pasó tratando de que nadie le robase partes de la merienda que le había dejado su half bro. En particular, los vikingos de Dublín, que nunca habían sido sojuzgados porque, en aquellos años, para un sajón dominar Irlanda era caza mayor, disputaron con fiereza las Midlands septentrionales y, por supuesto, Northumbria, que consideraban suya.
En 939 seguía siendo gobernador de Dublín Olaf Guthfrithson, uno de los derrotados de Brunanburh. Ese año, de nuevo navegó hacia Inglaterra. La cosa es que los vikingos de York lo habían aclamado como su rey, y lo habían invitado a pasarse por allí. Así que el vikingo-Puchimón regresó a la ciudad, y luego comenzó a avanzar hacia el sur. En el 940 estaba cerca de Northhampton, desde donde desvió su paso para atacar la metrópoli merciana de Tamworth, que saqueó tras sufrir él mismo graves pérdidas. Las tropas de Olaf y de Edmund se encontraron en Leicester; sin embargo, el vikingo aprovechó la negociación de un alto el fuego para huir del campo de batalla (aunque en su honor hemos de decir que no lo hizo en el maletero de un coche).
A pesar de lo que pueda parecer de estas noticias, se tiene por muy probable que Edmundo, enfrentado ante el hecho de que la armada vikinga era de importancia, decidiese pactar con ellos y darles el control de alguna parte de las Midlands. Sin embargo, aprovechó la muerte de Olaf (941) para recuperar lo entregado.
York, sin embargo, seguía siendo vikinga. Olaf había sido sucedido por un primo suyo, Olaf Sithtricson. Este Sithtricson, probablemente, había heredado de su padre la vena negociadora con los sajones, porque el hecho es que en el año 943 fue bautizado en presencia del propio rey Edmund. Al bautizo de Olaf Sithtricson se siguió, en el 943, el de otro caudillo vikingo, Ragnall Guthfrithson, hermano del otro Olaf.
Todo parece indicar, por lo tanto, que sajones y vikingos de York estuvieron preparando algún tipo de entente duradera que incluía la conversión de los reyes vikingos. Este acuerdo, sin embargo, no funcionó; la paz entre sajones y vikingos, efectivamente, viene a ser como la renovación del Consejo General del Poder Judicial.
Las crónicas, en este sentido, nos informan de que, en el año 944, el rey Edmundo entró en Northumbria, la hizo suya, y expulsó a Olaf y a Ragnall. Los sajones estaban de nuevo a la ofensiva. En el año 945, Edmund arrasó el reino de Strathclyde, le arrancó los ojos a los dos hijos del gobernador, y le dio el territorio al rey de los escoceses, Malcolm I, primo de Constantino, que había heredado la corona cuando el rey se hizo un Carlos V y se retiró a un monasterio. Malcolm estableció una alianza estrecha con Edmund, provocada, con seguridad, por la amenaza vikinga.
La impresión que da la sucesión de hechos que conocemos es que, con la muerte de Olaf Guthfrithson, Edmundo abrió una lata. En efecto, a las primeras victorias que se sucedieron a su muerte le siguieron años de sucesos todavía más favorables a sus intereses.
Sin embargo, como ya os he anunciado, aquello no duró mucho, porque Edmund fue asesinado el 26 de mayo del año 946. Las crónicas nos informan de que un tal Leofa lo apuñaló en Pucklechurch, Gloucestershire. Las crónicas más o menos contemporáneas del suceso se limitan a decir que fue un asesinato sobradamente conocido en Inglaterra, pero sin datos. Ya en el siglo XII, John de Worcester añadió datos al relato, estableciendo la versión que desde entonces se da por buena: Leofa era un simple ladrón que no estaba atacando al rey, sino a uno de sus heraldos. Edmund trató de defender a su parcial y fue entonces muerto por Leofa; un personaje que pasó, por o tanto, a engrosar la nómina de personajes de la Historia de Inglaterra permanente y totalmente teñido de los peores apelativos.
Edmundo fue enterrado en Glastonbury. Dejó sobre tierra dos hijos: Eadwig y Edgar; pero el mayor de ellos no pasaba de los seis años. Como consecuencia, el rey de los sajones fue sucedido por su hermano, Eadred, consagrado el 16 de agosto del 946, de nuevo en Kingston-upon-Thames.
Algunos meses después de la consagración, ya en el 947, Eadred recibió en Tanshelf, Pontefract, la sumisión por parte del arzobispo de York, Wulfstan, quien estaba acompañado por todos los los gobernadores de territorios de Northumbria. Aquello, sin embargo, fue sólo un postureo. No mucho tiempo después, todos aquellos firmantes del pacto de sumisión aceptaron un nuevo rey vikingo para sus tierras norteñas, llamado Eric Bloodaxe. Eric era hijo de Harald, el rey de Noruega. Entonces no tenía su sangriento apodo que, en realidad, le fue apañado en unas sagas islandesas posteriores.
Para el rey Eadred, la proclamación de los gobernadores de Northumbria era una secesión en toda regla y, por esa razón, en el año 948 subió con sus tropas y arrasó el reino; lo hizo con una clara voluntad debeladora pues, por ejemplo, la celebrada iglesia de San Wilfrid, en Ripon, fue quemada hasta los cimientos. Aparentemente, Eadred decidió volver al sur en plan sobrado; pero a la altura de Castleford se encontró con un ejército de soldados del norte, que lo atacó y le provocó muy serias pérdidas. Encabronado, el rey retornó al norte, esta vez con la intención, nos dicen las crónicas, de destroy it utterly, es decir, acabar con el reino. Antes de que lo hiciera, sin embargo, los partidarios de Eric cambiaron de bando, lo mandaron a tomar por culo y se presentaron ante Eadred con un montón de pasta para que se le pasara el enfado. Las crónicas, sin embargo, nos hablan de que unos tres años después de estos hechos, Eadred cesó a Wulfstan como arzobispo de York, lo que hace pensar que, una vez más, el compromiso lo mismo no fue muy sincero.
En esa época, además, retornó a Northumbria Olaf Sithricson. Aparentemente, Olaf fue proclamado rey en el 952 (el año que Wulfstan fue cesado; así pues, todo cuadra), pero luego fue sustituido por Eric, quien fue pues rey de Northumbria por segunda vez. Eadred volvió a mostrar su poder y, esta vez, acabó con el reino de Northumbria como tal. Pasó a ser una provincia gobernada por condes.
Eric fue expulsado de Northumbria y, según cuenta unos doscientos años después Roger de Wendover, también conocido como el monje cronista de St. Albans, tanto el rey noruego como su hijo y su hermano fueron asesinados de forma no muy clara en Stainmore por un tipo llamado Maccus. Según dicha crónica, Olswulf, señor de Bamburgh, traicionó a Eric ante Maccus, que era un viejo enemigo suyo. Y debe de ser cierto, porque lo que sabemos es que el primer conde de la provincia de Northumbria fue, precisamente, este Olswulf cuya familia, inglesa y no vikinga, llevaba ya un siglo gobernando en el territorio del antiguo reino de Bernicia, más o menos entre el Tees y el Tweed (que, además de un tejido, es un río).
Eadred había ganado. Pero ganó poco rato. Aparentemente, era un enfermo crónico desde niño (lupus, según el doctor House); y es muy probable que esa enfermedad fuese la que lo mató en Frome, Somerset, el 23 de noviembre del 955. Fue enterrado en Old Minster, Winchester; no teniendo ningún sucesor de sangre, fue heredado por su sobrino, el primogénito de Edmund, Eadwig.
Y así fue como terminó, para siempre, la aventura soberanista de los vascos de Northumbria.
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