viernes, mayo 31, 2024

La primera Inglaterra (6): Un rey contestado

El nacimiento de una identidad
Mi señor Bretwalda, por ahí vienen los paganos
El tema vikingo se pone serio
Alfred, el rey inglés
Vikingos a la defensiva
Un rey contestado
El rey de la superación
Una sociedad más estructurada de lo que parece
Con la Iglesia hemos topado
La apoteosis de Edward y Aethelflaed
El fin de los vascos de Northumbria
Tres cuartos de siglo sistémicos
Aethelshit
Las tristes consecuencias de que un gobernante gobierne “sea como sea”
El regreso de la línea dinástica 

  



Como ya he escrito muchas veces, y es por otra parte bastante evidente, el origen de la monarquía, del poder de uno, es la necesidad que encuentran, primero las tribus, luego los pueblos, y finalmente las naciones, de colocarse bajo el mando del más cachoburro de todos. Sin embargo, la Alta Edad Media europea es un periodo en el que se puede decir que el Imperio romano no ha pasado en balde y mucho menos ha sido olvidado. Los pueblos, sobre todo; los pueblos, en tanto que superación del concepto de tribu, son cada vez más conscientes de que un buen rey debe de dominar más cosas que la espada.

A las dos demandas tradicionales del rey: la fuerza y la riqueza, vienen a unirse otras. La creciente identidad ética y política entre el poder monárquico y la religión cristiana hace que cada vez se valore más la piedad en el rey. Esto tiene mucha importancia, porque piedad quiere decir virtud; y el rey necesita ser virtuoso como consecuencia de lo amplio e incondicionado de su poder. En la aceptación del principio de que ha de haber en la nación un hombre que esté por encima de los demás hombres está también la demanda de que lo merezca. Y la forma más común de exigirle al rey que sea válido para el mando es comprobar que, más que un buen cristiano, es un cristiano sobresaliente.

En el caso de Inglaterra, todavía hoy esa estrecha alianza (o dependencia) entre el rey y Dios sigue haciéndose completamente explícita con la ceremonia de ungido del nuevo rey, en las manos, el pecho y la cabeza. Como buena demostración de que los británicos están muy apegados a sus tradiciones, hay historiadores que consideran que, probablemente, los reyes ingleses han sido ungidos desde antes de ser ingleses incluso. Lo que se sabe es que lo fueron, desde luego, desde el siglo X; lo anterior es una hipótesis. Tampoco se sabe si antes de dicho siglo los reyes fueron coronados. Lo más probable es que el rey apareciese en las situaciones especiales con un yelmo o casco militar, como expresando su condición de comandante en jefe; en realidad, exactamente igual que los actuales reyes constitucionales suelen aparecer en los actos con sus uniformes de capitán general.

Otro elemento importante es que, por lo general, las reinas no eran reinas. Eran la mujer del rey, y así eran apeladas. Su situación quedaba clara cada día por el hecho de que no se les permitía aparecer al lado del rey, como ya nos hemos acostumbrado con el tiempo a ver. El estatus de lo que llamamos reinas era muy modesto; pero, en realidad, esto era así en general. Téngase en cuenta, por ejemplo, que el servicio real de los reyes de Wessex o Mercia estaba habitualmente dividido en tres grupos; cada uno de ellos servía al monarca un tercio del año, y durante los otros dos se iba a su casa. Servir al rey, pues, no era tanto un oficio como un servicio en términos estrictos. El rey, por lo demás, era un rey, como lo veremos también en Castilla y Aragón, muy viajero, sin sede central fija. En diversas villas existía el llamado vill, que era un espacio definido, normalmente alrededor de un patio de relativas dimensiones, destinado a albergar al rey cuando iba a esa ciudad o pueblo. Los habitantes de la zona estaban obligados a pagar lo que en Castilla se conoció como el yantar (en español coloquial de hoy, el papeo), una figura fiscal que específicamente financiaba el sostenimiento del rey mientras estuviese en la ciudad. El yantar era conocido entre los sajones como feorm. El proceso de recaudación y distribución del feorm era responsabilidad de unos funcionarios reales llamados reeves, palabra que ha sobrevivido en los apellidos ingleses.

La realidad de las invasiones vikingas supuso un cambio radical para muchas cosas en la sociedad protoinglesa. Pero nada cambió más que el ejército.

Hasta la llegada de los vikingos, las fyrd, palabra de inglés antiguo que define la leva, eran muy modestas: apenas de centenares de hombres. Un pueblo como los britanos, aislado del continente por un canal que cada vez era más estrecho pero aún resultaba relevante, no parecían necesitar más. Sabemos que todavía en tiempos del rey Ine de Wessex la palabra “ejército” venía a designar cualquier tropa que superase los 35 hombres; esto nos da la medida de lo modestas que podían llegar a ser entonces las expediciones militares. En aquel entonces, los reyes cabalgaban apenas con los hombres que solían cazar con él. El ejército como tal podía estar formado por de 50 a 100 combatientes, aunque alguna vez los thegns, es decir los señores locales, complementaban esa cifra con algunas pequeñas fyrd.

Por supuesto, el paradigma del rey en la época que relatamos es Alfred The Great, Fredo el Grande. Alfred es, sin duda, el primer rey de las islas británicas que fue adoptado por el nacionalismo inglés como precisamente eso: un rey inglés. Teniendo como tienen los ingleses los mismos, o más, motivos que los que tenemos nosotros con los musulmanes como para considerar que la aportación escandinava es una parte de su acervo social e histórico, Alfred siempre ha generado una elevada atracción para los ingleses por mor de su vida de aventuras, de pasos atrás y pasos adelante, coronada por la victoria, contra los invasores, los otros. Porque, efectivamente, una parte muy importante de los ingleses concibe a los vikingos con una sensación de otredad, como pueblo extraño que llega para invadir a los habitantes originales. Y Alfred se hace grande, precisamente, porque les presenta batalla, y les vence. Aunque obviamente no estoy muy informado (pues si el proceso en España me la pela, en Inglaterra ya ni os digo), supongo que hoy en día, en Oxford, en Cambridge, en Norfolk, en Surrey, en todas partes, se estará produciendo el fenómeno del licenciado en Historia que niega todo esto; que niega la pequeña o grande Reconquista inglesa. Pero, bueno, qué le vamos a hacer. Estamos en tiempos de spin intelectual negativo.

La cosa es que la reputación del rey Alfred fue algo que no sólo se ha producido durante los años dorados del Rule Britannia, sino que comenzó incluso cuando todavía estaba vivo. Alfred siempre quiso ser visto como el principal de los reyes anglosajones; y esto es algo que es trazable en gestos como el de convertirse en el protector de la ciudad merciana de Londres. Y lo consiguió. En el siglo XVI comenzó a ser conocido como El Grande, y de ahí no se ha bajado, cuando menos de momento, dado que Carlos Bardem todavía no ha escrito un libro sobre él.

Lo cierto es que la creación de un solo reino inglés es un proceso que no se entiende sin Alfred. Ya supongo que, desde un punto de vista marxista, Inglaterra es el resultado de un proceso centrípeto impulsado por las burguesías locales para dominar las nacientes estructuras de poder independiente creadas por el campesinado o algo así; pero las pruebas son muchas de que la persona de Alfred tuvo bastante que ver en el proceso.

Cuando Alfred llegó a ser rey en el año 875, momento en el que todas las tensiones estructurales habidas y por haber ya existían, una proporción nada despreciable de los reinos de Northumbria y East Anglia estaba en poder de los invasores vikingos. Wessex y Mercia habían conseguido, de alguna manera, mantenerse; pero habían sido también atacadas. En el año 874 cayó Mercia, que fue dividida por los vikingos y totalmente controlada por ellos; por lo que todas las boletas en William Hill se compraban a que Wessex acabaría cayendo más pronto que tarde.

A mediados de la octava década del siglo IX, todo el mundo en la isla esperaba una invasión vikinga definitiva, que convertiría a la isla en una provincia danesa, o algo parecido. Pero en los siguientes veinte años, los del reinado de Alfred, todo cambió de forma sistémica. Wessex nunca fue controlada por los vikingos; éstos fueron claramente vencidos por los sajones; y el poder de la monarquía de los sajones occidentales se expandió por toda la Inglaterra central y occidental. Esto puede ser visto, como digo, como una futesa tribal impulsada por unos tipos sin identidad alguna, o como un proceso social-telúrico consecuencia de la evolución dramática de las relaciones ecosociales; aunque también se puede ver como lo que es: el nacimiento de la identidad inglesa.

La historia adquiere tintes épicos, siempre muy queridos por un pueblo tan amigo del pathos como es el inglés, por el hecho de que Alfred no nació para ser rey. Fue el quinto hijo del rey Aethelwulf de Wessex; y el hecho de que no había nacido para ser rey nos lo deja claro el dato de que, como hemos ido viendo en estas notas, tres de sus hermanos mayores fueron reyes antes que él.

A esto hay que añadir que las probabilidades son muchas de que aquella familia se pareciese más a Falcon Crest que a Médico de Familia. Es muy probable, tanto que yo personalmente lo tengo por seguro, que el rey Aethelwulf, cuando redactó su testamento dividiendo el reino entre sus hijos mayores, Aethelbald y Aethelberht, estaba pensando en una división permanente. Había llegado a la conclusión, tal es mi idea, de que los dos hermanos serían irreconciliables cuando él no estuviera; y entre eso y que las continuas rebeliones en Kent daban como para pensar que ese reino quería su prusés, Aethelwulf acabó por concluir que lo mejor era partir una herencia que sus hijos no sabrían compartir como buenos hermanos. Además, está el hecho de que muchos historiadores interpretan los datos que tenemos en el sentido de que el hijo mayor, Aethelbald, ya le había usurpado al padre una parte de su reino durante la estancia de Aethelwulf en Italia y Francia, y no se la había devuelto. Si esto es cierto, a su regreso Aethelwulf decidió no lanzar una guerra civil contra su hijo; y, muy probablemente, decidió, también, evitar una futura guerra civil entre sus hijos.

Como ya sabemos, Aethelbald probó las mieles de su triunfo apenas dos años, que son los que tardó en roscarla. En ese punto, Aethelberht sucedió a su hermano, mientras que retuvo la corona de Kent sin nombrar virrey, probablemente consciente de que ese gesto no haría sino minar su poder personal, como le había ocurrido a su padre (con él mismo). En el 865 moriría Aethelberht, siendo heredado por su hermano Aethelred, quien reinó seis años; finalmente, en el 871, ante el agotamiento de la familia real, y de forma muy inesperada cuando menos al principio del proceso, Alfred ciñó la corona, por así decirlo.

Aethelred, el tercer hijo de Aethelwulf que había llegado a ser rey, se encontró con un marrón que te cagas nada más coger el cetro: la gran invasión vikinga. Esta invasión fue la que hizo rey a Alfred, en mucha mayor medida que el simple “tú la llevas” entre brothers. Los witan de Wessex, presionados por una situación que apenas conocían pero de cuya gravedad no podían dudar, un auténtico ser o no ser para su sistema político y sus posesiones, entendieron que lo mejor era aprovechar la experiencia de un chaval que llevaba mamando Casa Real desde niño, y que ya con cuatro años había sido una especie de embajador sajón en el Vaticano. Alfred, para entonces, cabalgaba con su hermano el rey; era como la Sofi, siempre detrás de la Leonor, sólo que en lugar de sonrisas, repartía hostias.

Cuando Alfred tomó la corona, la situación era desesperada. El ejército de los paganos, como lo llaman las crónicas, había hecho suyas grandes porciones de Northumbria y East Anglia, y en el año de la coronación alfrédica se había atrevido con la misma Wessex. Algunos testimonios insinúan, en todo caso, que a Alfred le costó bastante trabajo convencer a los witan de que él era el candidato ideal para tomar la corona; no hay que reprochar a algunos nobles que diesen en pensar que el árbol de Aethelwulf había dejado de dar frutos. Uno de los problemas de su dinastía, que se aprecia en el calendario, es que dio reyes relativamente breves. Yo, cuando menos, no estoy en condiciones de deciros si esa brevedad fue algo estructural, es decir que fuesen una dinastía de mala salud; o todo proviniese de que no eran tan buenos espadones como creían y, en consecuencia, fueron acumulando las heridas de las batallas que los acabaron matando; y, quizás, el simple y puro asesinato político. Pero es lógico que los nobles de Wessex pensaran que necesitaban un rey suficientemente permanente; que fue lo que tuvieron con Alfred, pero eso, lógicamente, no podían saberlo. Dentro de mi cabeza, además, yo especulo con la posibilidad de que una parte de los excelentes éxitos obtenidos por los vikingos en la media década anterior a la muerte de Aethelred se debiera a la acometividad escandinava; pero otra a la, por así decirlo, falta de pericia por parte del rey. Es lógico, como digo, que la camarilla de gardingos sajones se sintiese poco proclive a probar con un hermano más. Pero también es posible que Alfred se beneficiase del hecho de que, rechazada la dinastía, los witan tendrían que embarcarse en un proceso complejo de headhunting para el que no tenían tiempo.

Alfred, además, tenía un reto jodido con la camarilla: convencer a los witan de que la opción adoptada por su padre en su testamento era irracional, y debía ser revertida. Podemos discutir todo lo que queráis sobre si Alfred se sentía inglés o de Navalcarnero, que es el típico terreno estúpido y rocapollas en el que siempre se quiere situar un licenciado en Historia (Julio puso las bases del sistema imperial; que estuviese pensando en crear una cosa llamada Imperio romano, ya es otra historia). Podemos, como digo, discutir sobre el sexo de los ángeles. Pero lo que, en mi opinión, no podemos discutir es que Alfred había llegado a la conclusión de que lo que tenían que hacer los habitantes cristianos de la isla de Inglaterra no era dividirse para resolver querellas dinásticas, sino unirse para ser fuertes. Alfred, como he dicho, tenía que competir con la idea de otro rey; pero se benefició del hecho de que los hijos de Aethelred, sus sobrinos, eran todavía demasiado jóvenes para gobernar con la que estaba cayendo.

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