El chavalote que construyó la Peineta de Novoselovo
Un fracaso detrás de otro
El periplo moldavo
Bajo el ala de Nikita Kruschev
El aguililla de la propaganda
Ascendiendo, pero poco
A la sombra del político en flor
Cómo cayó Kruschev (1)
Cómo cayó Kruschev (2)
Cómo cayó Kruschev (3)
Cómo cayó Kruschev (4)
En el poder, pero menos
El regreso de la guerra
La victoria sobre Kosigyn, Podgorny y Shelepin
Spud Webb, primer reboteador de la Liga
El Partido se hace científico
El simplificador
Diez negritos soviéticos
Konstantin comienza a salir solo en las fotos
La invención de un reformista
El culto a la personalidad
Orchestal manoeuvres in the dark
Cómo Andropov le birló su lugar en la Historia a Chernenko
La continuidad discontinua
El campeón de los jetas
Dos zorras y un solo gallinero
El sudoku sucesorio
El gobierno del cochero
Chuky, el muñeco comunista
Braceando para no ahogarse
¿Quién manda en la política exterior soviética?
El caso Bitov
Gorvachev versus Romanov
La jugada de Chernenko en aquel plenario era clara: los miembros del Comité Central deberían votar la remoción de Kirilenko de todos sus cargos y, sobre todo, del de segundo secretario general. Este cargo recaería en la persona de Chernenko y, de esta manera, el Comité Central lo estaría nombrando sucesor in pectore. A partir de ahí, lo más probable es que Chernenko pensaba abrir un proceso de unas semanas o meses, no mucho más porque la pila Duracell de Breznev difícilmente lo aguantaría, durante los cuales comenzaría a acompañarlo a todas partes, figurando como su número dos formal; para, idealmente antes de la muerte de Breznev, proceder a la “abdicación” del secretario general en su nombre. En otras palabras: para Chernenko era crucial que Breznev se muriese siendo él ya, formalmente, el primer secretario general del Comité Central del Partido Comunista de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, muriéndose pues Breznev siendo formalmente presidente del Soviet Supremo. Pero eso, como sabemos, no es lo que pasó.
El nombramiento de Chernenko no podía ser en el plenario que estamos relatando. Por una mera cuestión de calendarios y formalidades, tenía que ser en el siguiente, agendado para diciembre de 1982, en las vísperas del sesenta aniversario de la URSS.
El plenario de primavera tenía, por lo demás, que plantearse la figura del tercer secretario general del Partido, que también estaba vacante por la muerte de Suslov. Esto era un problema para Chernenko, puesto que el hombre de Breznev prefería, lógicamente, dejar el puesto vacante hasta que fuese él, como primer secretario general, quien pudiese decidir sobre su provisión. Teóricamente, Chernenko tenía la opción de intentar cubrir ese puesto con alguno de sus parciales, como Zimyanin o Rusakov. Pero en la URSS, yo creo que ya deberíais tenerlo claro, uno nunca podía estar totalmente seguro de los apoyos de nadie; así pues, siempre era mejor receta ascender a la gente cuando tenías poder efectivo sobre ellos, y no cuando estabas luchando para tenerlo. Chernenko, pues, prefería mil veces dejar el puesto sin cubrir.
Las cosas, en todo caso, conspiraron para complicar el panorama. Durante una visita de Breznev a una fábrica de tractores en Tashkent, un puente peatonal muy cerca de donde estaba se derrumbó. Es éste un episodio que nunca ha quedado totalmente aclarado. Hay quien, como yo, piensa que el puente se cayó porque miles de trabajadores habían recibido la orden de estar presentes en la visita del camarada secretario general; estaba petado de gente, y no pudo más. Pero hay quien piensa que el derrumbe fue, simplemente, un atentado personal que salió mal. Una de las muchas cosas de la URSS que nunca sabremos.
Sea como sea, Breznev quedó hondamente afectado por el hecho de ser testigo directo de una gravísima tragedia personal. La patata se le dio la vuelta y acabó hospitalizado. Como consecuencia, el plenario del Comité Central se aplazó varios meses. Esto, literalmente, destrozó a tiras los planes de Chernenko y marcó, por omisión, el futuro de la URSS.
Quien salió ganando con el cambio fue Andropov. De hecho, salió ganando tanto, y tan claramente, que éste es uno de los argumentos más esgrimidos por los defensores de la idea de que el puente de Tashkent no se cayó por su propio peso. Yuri ganó justo lo que necesitaba: tiempo. El plenario fue situado en el calendario a finales de mayo. Pero un par de días antes, en la reunión preparatoria del Politburo, una pequeña minoría se presentó allí con la propuesta de que la secretaría dejada vacante por Suslov fuese ocupada por Andropov. Más que probablemente, esta propuesta pilló a Chernenko con el tanga por las rodillas.
Eso sí, es posible que reaccionara al poco diciéndose entre dientes; “menudo gilipollas”. La verdad es que el movimiento de Andropov, aisladamente, era una gilipollez. Nadie en sus cabales renunciaría a controlar a la policía política y los servicios secretos soviéticos para convertirse en el ideólogo oficial del comunismo soviético, máxime sin contar a las espaldas propias con el impresionante registro de artículos y libros doctrinales de Suslov. Pero, claro, hemos dicho aisladamente.
Una vez que el breznevismo se había tragado el primer sapo y había, pues, renunciado al puesto de Suslov en favor de Andropov, llegó la segunda parte de la historia, la que verdaderamente le metía a Chernenko una granada en los calzoncillos: los andropovistas se bajaban del apoyo que habían estado dando a la remoción de Kirilenko de sus puestos y, consiguientemente, apoyaban que siguiera siendo el segundo secretario general del Partido.
Zas, en toda la boca.
Kirilenko, segundo secretario. Andropov, tercer secretario. Primer secretario, El Novio Cadáver. El 24 de mayo, en el Comité Central, nadie se planteó poner pies en pared con un decisión que venía del Politburo. Además, nadie quería pelearse en una reunión semipública, a la que asistían cientos de personas, porque eso habría sido poner los secretos de la URSS, que hacia fuera era una balsa de aceite, en peligro de conocerse en Occidente.
Chernenko, que había esperado salir de aquel Comité Central como segundo secretario, en realidad primero in pectore, salió cuarto: Breznev, Kirilenko, Andropov, Chernenko. Y gracias. Y, ahora, Andropov era tercer secretario y miembro del Politburo; la tenía más larga (la influencia).
La única buena noticia para Breznev y Chernenko que salió del Comité de mayo de 1982 fue que Andropov había tenido que sacrificar el KGB para alcanzar sus logros. Vitali Vasilievitch Ferodchuk, un ucraniano con leves resemblanzas físicas a Luis Bárcenas, sustituyó a Andropov y, durante su brevísimo mandato, que vino a coincidir con la vida de Breznev, mostró un estilo totalmente distinto al de Andropov, porque el hecho es que las informaciones y escándalos en el entorno del secretario general cesaron (y tal vez fue finalmente cesado por ello). Fedorchuk, en todo caso, era un hombre de Andropov, así pues cabe también imaginar que, tal vez, simplemente recibió la orden de levantar el pie del acelerador. Como ucraniano, en todo caso, también tenía mucha relación con Shcherbitsky.
Vitali Fedorchuk. Vía Wikipedia.
Ahora mismo, pues, el único apoyo de importancia para Chernenko era Breznev. Yo, cuando menos, no creo que sea casualidad que en el verano de 1982, Leónidas Breznev pareció resurgir de sus cenizas y comenzó a redoblar sus presencias en público y sus entrevistas. El protagonismo recuperado de Breznev causó una retirada táctica de los andropovianos, que se dieron cuenta de que, contrariamente a lo que habían pensado tras el Comité de mayo, no tenían todavía la partida ganada. Chernenko, por su parte, comenzó a presionar de nuevo al Politburo, en octubre, para que cesase a Kirilenko; trataba de empatar el partido a toda costa en los minutos de descuento. Breznev, tal es mi convicción, vio claro que aquélla era una última bala que había que disparar sí o sí. Así pues, se las arregló para conseguir que en el Politburo no se construyese una mayoría contraria a Chernenko y, finalmente, su fiel lugarteniente fue nombrado segundo secretario general.
La partida estaba, pues, de nuevo en tablas. O no.
En realidad, en ese momento todo el poder de Chernenko se basaba en un solo hecho: que todo el mundo en el Partido considerase que Breznev, además de vivo, estaba en condiciones de mandar. Para conseguir eso, a Chernenko no le quedó otra que forzar a su jefe a una existencia muy parecida a la que tuvo Karol Wojtyla durante los últimos meses de su vida: obligado a hacer viajes y a decir misas siendo, como era, un anciano que hablaba poco menos que desde el más allá. Y la política de Chernenko no tuvo más consecuencia que mostrar a la URSS a un hombre deshecho. Estando en Bakú, alguien cometió un error estúpido y le dio a Breznev un discurso que no era el que tenía que pronunciar. En realidad, el tema no era para tanto, porque los discursos del secretario general de la URSS se parecían todos mucho. Todos hablaban de la construcción del socialismo, de la disciplina del obrero soviético, bla, bla, bla. Consiguientemente, el tema se podría haber resuelto, máxime en un país sin Prensa libre, si le hubiesen dejado leer el papelito hasta el final. Sin embargo, el burócrata de turno, quizás asustado con la que le iba a caer, se empeñó en acercarse a la tribuna y darle al secretario general, a mitad de discurso, el texto correcto. Breznev estaba hasta las trancas de medicinas; podía leer un texto más o menos, con su voz grave y arrastrada; pero eso de reaccionar a mitad de camino y tomar otra vía era demasiado para él. Como consecuencia, la URSS pudo contemplar a un anciano que, literalmente, no sabía cómo seguir su lectura. Delante de las cámaras de la televisión soviética, sólo alcanzó a murmurar: “Camaradas, esto no es mi culpa”.
Chernenko, sin embargo, no tenía otra alternativa que continuar el juego. Quizás el movimiento más desesperado se produjo el 27 de octubre, cuando Chernenko arrastró a Breznev a una reunión con los comandantes en jefe de las Fuerzas Armadas, destinada a contraprogramar el apoyo que había obtenido Andropov a través de Ustinov. Breznev no estaba para ir a esa reunión, en la que se presentó medio zombie; y, además, lo hizo, al fin y a la postre, sólo para comprobar en qué medida Ustinov había hecho los deberes, y se había garantizado la fidelidad uniformada. Y muchos de los que tal vez podían estar en la duda se decidieron cuando fueron expuestos al espectáculo de un secretario general incapaz de decir dos palabras seguidas.
Incapaz ya de hacer a Breznev viajar, Chernenko comenzó a viajar él para tener intervenciones en su nombre, trasladando la idea de que era su sucesor. Estuvo en Krasnoyarsk, estuvo en Transcaucasia. A Georgia fue aprovechando una ocasión formal (Tbilisi le había condecorado) pero, en realidad, fue para tratar de contrarrestar el creciente poder local de Shevardnazde, un antiguo jefe local del KGB, miembro candidato del Politburo, y cuya fidelidad todavía soñaba con captar. Chernenko aprovechó también su discurso georgiano para hacer otra jugada: distinguirse como un dirigente templado en materia internacional. Abogó en sus palabras por la renuncia al recurso de la fuerza en el ámbito internacional y la apertura de negociaciones americano-soviéticas para resolver las diferencias existentes.
El siguiente paso eran las festividades de noviembre para celebrar el aniversario de la revolución. Para la ceremonia de la segunda condecoración como Héroe del Trabajo Socialista en la persona de Tijonov, consiguió traer a Breznev desde su dacha de Kuntsevo. Ya en Moscú el secretario general, lo presionó para que estuviese en la Plaza Roja el 7 de noviembre; algo que suponía estar allí, de pie, mamando frío, durante horas. Todo ello seguido de una larga recepción internacional en el Kremlin.
A pesar de todo, a pesar de todas las circunstancias en contra, en noviembre parecía que Breznev había vivido lo suficiente como para realizar el último paso necesario: su resignación, en vida, del cargo de secretario general, en beneficio de Chernenko. La cosa tenía fecha: el 21 de diciembre, fecha de la celebración del segundo plenario del Comité Central, en aquel año, esta vez conjunta con el Soviet Supremo. Era el 60 aniversario de la URSS, y la celebración lo merecía. Una reunión en la que estarían prácticamente todos los miembros de la elite Vodka y Putas; Chernenko no podía pensar en una ocasión más propicia para ser elevado a los altares.
Breznev, sin embargo, murió el 10 de noviembre. Y los planes de Chernenko se fueron a tomar por culo.
¿Murió Breznev, o lo mataron? Pues, la verdad, el tema es un tema interesante para la especulación. Como acabo de explicaros ahora mismo, había un calendario. Si Breznev hubiese vivido dos meses más, las cosas habrían sido, con total seguridad, de otra manera. De haber muerto Breznev, un decir, el día de Reyes de 1983, Konstantin Chernenko habría presidido sus funerales, previamente encumbrado a la posición de secretario general del Partido, sucesor de su antecesor ahora muerto. Nadie en la URSS se habría atrevido a una pelea de poder que pudiese aflorar las vergüenzas de un país y un sistema político que tenía muchas para entonces; que gestionaba un área geopolitica arruinada y fuertemente endeudada con su enemigo; y que necesitaba como el comer llegar a acuerdos con los Estados Unidos que le permitiesen terminar su absurda carrera de armamentos. También es cierto que el general Franco murió presionado por un calendario (la pronta renovación de la presidencia de las Cortes), y no por eso pensamos que finalmente alguien se lo apioló. Breznev estaba muy enfermo, y que muriese en los primeros días de noviembre entra dentro de su lógica corporal, por así decirlo; lo habría sido que hubiera muerto siete, doce o incluso treinta meses antes.
Lo que ocurre es que uno de los argumentos en contra de la casualidad es la repetición de eventos. Breznev fue el muerto más lógico del breznevismo; pero hubo otros, ya se ha sugerido, cuya desaparición física no fue tan lógica. Y, además, está el caso de la rápida enfermedad y muerte del propio Yuri Andropov. ¿Acaso no puso responder a un simple cambio de actitud por parte de quien fuera que meciese la cuna de la salud de la nomenklatura soviética?
Algún día podría yo, no sé si debería, escribir un artículo sobre esto. Tengo hasta el título: ¿Y si Stalin tenía razón? ¿Y si no mentía? ¿Y si, verdaderamente, en la URSS hubo un complot médico destinado a controlar y a disponer de la salud de aquéllos miembros de la elite que molestaban? ¿Y si fueron víctimas de esa conspiración el propio Stalin, Breznev, Andropov o alguna combinación de ellos?
No nos dejes con las ganas de ese artículo sobre la salud de la nomenklatura, JdJ.
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