miércoles, diciembre 07, 2022

La hoja roja bolchevique (21): El culto a la personalidad

El chavalote que construyó la Peineta de Novoselovo

Un fracaso detrás de otro
El periplo moldavo
Bajo el ala de Nikita Kruschev
El aguililla de la propaganda
Ascendiendo, pero poco
A la sombra del político en flor
Cómo cayó Kruschev (1)
Cómo cayó Kruschev (2)
Cómo cayó Kruschev (3)
Cómo cayó Kruschev (4)
En el poder, pero menos
El regreso de la guerra
La victoria sobre Kosigyn, Podgorny y Shelepin
Spud Webb, primer reboteador de la Liga
El Partido se hace científico
El simplificador
Diez negritos soviéticos

Konstantin comienza a salir solo en las fotos
La invención de un reformista
El culto a la personalidad
Orchestal manoeuvres in the dark
Cómo Andropov le birló su lugar en la Historia a Chernenko
La continuidad discontinua
El campeón de los jetas
Dos zorras y un solo gallinero
El sudoku sucesorio
El gobierno del cochero
Chuky, el muñeco comunista
Braceando para no ahogarse
¿Quién manda en la política exterior soviética?
El caso Bitov
Gorvachev versus Romanov


Si bien Chernenko era, todavía, en 1980, un dirigente soviético relativamente poco conocido, tenía algunas agarraderas. Por ejemplo, había escrito o editado una decena de libros, lo cual era más que todo el resto de los miembros del Politburo juntos, salvo Breznev. Siempre se había preocupado de ser ligeramente heterodoxo en dichas obras, como si siempre hubiera sabido que algún día tendría que especular con la trump card de su reformismo blando. En el mismo 1980, fue editor del plúmbeo Vladimir Illitch Lenin, el PCUS y sus cuadros; y fue autor directo, o por lo menos firmó, dos libros más: Cuestiones sobre el funcionamiento de los aparatos gubernamental y de Partido, y el tomo publicado en la serie Ases del Humor llamado El PCUS y los derechos humanos.

La publicación de estos libros no fue casual. El primero tuvo como función ungir a Chernenko como leninólogo y, consecuentemente, como teórico de primer nivel en materias ideológicas; lo cual es sorprendente, pues los análisis doctrinales de Chernenko son de una simpleza absoluta. Y los otros, sobre todo el segundo, buscaban empedrar el camino para la aprobación por el Comité Central de una resolución preparada por el propio Chernenko sobre las directrices a seguir en el nombramiento de cargos y cuadros del Partido y el gobierno. A principios de 1981 estaba agendado el 26 congreso del SupraMomio, y ése era el momento que el ticket Breznev-Chernenko había elegido para embridar la política de nombramientos y ascensos en su propio beneficio. Al final de este post, sin embargo, veremos que, como todo aquél que llega a una cumbre, se encontrarían, al otro lado, con una cuesta abajo.

A Chernenko le pasó un poco lo que nos pasa a todos cuando, a pesar de que algo no tiene que ver con nuestra formación de base, nos dedicamos a practicarlo durante años hasta convertirnos en unos conversos. Así, el no economista que se tira años actuando de economista acaba por comprender los planteamientos de la mal llamada ciencia económica. A base de escribir y defender ideas reformistas, a Chernenko le comenzó a pasar que, alguna que otra vez, se pasaba de frenada. A base de analizar y analizar por qué las estructuras del Partido no funcionaban como deberían, había llegado a la conclusión, absolutamente soviética (me refiero al comunismo soviético teórico, ése que nunca ha existido), de que el control de los responsables de llevar a cabo las políticas no sólo debería producirse desde arriba, sino desde abajo. Que, por lo tanto, aquéllos que eran el objeto de las políticas y las órdenes deberían tener algo que decir sobre si dichas instrucciones eran adecuadas, o no. Esta propuesta la sacó a pasear en el citado 26 congreso pero, la verdad, se encontró con que ni Breznev ni sus turiferarios le hicieron hilo.

Los tres libros publicados por Chernenko en el año 1980 recibieron el Premio Lenin. Es muy probable que hubieran sido escritos para ello y, en cualquier caso, el gesto hizo su labor: destacar a Chernenko, hasta entonces un oscuro miembro del aparato, por encima de sus compañeros de Politburo. En 1981, cuando cumplió setenta años, Chernenko recibió su segunda estrella de héroe del trabajo socialista. En la sesión conmemorativa del 111 aniversario del nacimiento de Lenin, fue designado para dar el discurso principal; de nuevo, señalándolo claramente como un gran teórico del leninismo.

Era el momento de comenzar a preocuparse por sus enemigos. Como ha hemos visto, Nikolai Podgorny y Alexei Kosigyn habían sido apartados de la lucha por el poder por Breznev en la primera mitad de la década de los setenta. Ambos, sin embargo, ocupaban puestos siquiera simbólicamente importantes, tanto en el Estado como en el gobierno, y seguían reteniendo cierta capacidad de presentarle batalla a Chernenko en su línea de convertirse en el sucesor de Breznev. El problema era que no se podía prescindir de ambos, a menos que se pudiera encontrar una dificilísima carambola que permitiese hacerlo a la vez. Kosigyn era el campeón de la modernización de la economía soviética, una idea que tenía más defensores que los confesados. Para Breznev, la prioridad era mantener la estrella de Kosigyn como un agujero negro; y para ello necesitaba a Podgorny. Ésta es la razón por la cual, cuando consiguió ganarle la batalla del poder, aun así no lo destituyó de todos sus cargos; lo necesitaba en la elite para poder contraprogramar a Kosigyn. Así pues, Podgorny, hasta 1977, siguió en el Presidium del Soviet Supremo y en el Politburo. Su destitución y los trabajos de la nueva Constitución no son casualidad. La gran novedad organizativa que presentó la nueva Constitución de la URSS fue precisamente la subordinación del Consejo de Ministros respecto del Soviet Supremo; Breznev no podía permitirse la permanencia de Podgorny en el Presidium, porque eso habría supuesto volver a situarlo en el juego de poder soviético.

A decir verdad, este cambio se propuso cuando Podgorny era todavía presidente del Soviet Supremo. La nueva Constitución no estaba todavía en marcha, y Chernenko, por orden de Breznev, se puso a buscar la manera de conseguir que el secretario general pudiera cortarle las alas al presidente del Presidium. Pero no las encontró, porque Podgorny retenía la presidencia del llamado subcomité de administración gubernamental, donde podía contrarrestar con eficiencia todos los esfuerzos desde el Partido (Breznev) para controlar su poder en el gobierno. Fruto de esto fue la reforma constitucional y su idea tractora, relativamente revolucionaria (so to speak) en el mundo soviético: el principio de que la primera autoridad del Partido debía serlo también del gobierno. Así fue como Breznev, finalmente, acumuló todo el poder real y formal de la URSS.

Como era de esperar, Podgorny, como el vasco del chiste, no era muy partidario. Se convocó una reunión de la Comisión Constitucional para el 24 de mayo de 1977. Allí, Breznev y Chernenko, en total control de dicha comisión, dieron el golpe de gracia: el cese de Podgorny como presidente del subcomité de administración gubernamental. Aquello no fue nada más que cortarle las manos para evitar que pudiera resistirse a la decisión final, que era su expulsión del Politburo. Al día siguiente, 25 de mayo, hubo un pleno del Comité Central que hizo dos cosas: aprobar el borrador de nueva Constitución, y mandar a Podgorny al basurero de la Historia.

Una vez confirmado como máximo mandatario por colleras del Partido y del Gobierno, y una vez que había acabado con Podgorny, a Breznev ya sólo le quedaba Kosigyn. En realidad, el hombre del gobierno soviético, el abogado de una modernización de la URSS que siempre nos quedaremos con las ganas de saber en qué consistía y qué efectividad hubiera tenido, llevaba perdiendo poder desde 1971, y muy particularmente en 1976, cuando el congreso del Partido había aprobado los planes económicos de Breznev, que se basaban, básicamente, en seguir con el toletole de la planificación centralizada, fiándolo todo a que el petróleo iba a estar disparado en su precio internacional hasta el año 3000. Luego, claro, llegó la reforma constitucional que formalizó el principio de que en los actos de gobierno también mandaba el secretario general.

Así las cosas, Moscú se llenó de rumores de que Kosigyn estaba enfermo. Hay muchos sovietólogos que consideran que, probablemente, el rumor sobre la mala salud de Kosigyn fue previo a dicha mala salud, y que incluso la provocó; pero, en la URSS, estos temas de calendario son temitas sin importancia. Breznev maniobró deprisa y logró que un Politburo que ya comía de su mano nombrase a Tijonov, un miembro de la Mafia del Dnieper, como viceprimer ministro. Entre eso y la nueva Constitución, Kosigyn acabó mandando en la Unión Soviética menos que la momia de Ramsés II.

Es bastante probable que Breznev, tras culminar todas estas movidas, considerase que el tema estaba hecho. Al parecer, Kosigyn estaba verdaderamente enfermo del corazón; así pues el secretario general, con notables dosis de optimismo pues él mismo estaba ya bastante cerca del gua, consideró que ya todo lo que había que hacer era esperar a que al primer ministro le petase la patata. Sin embargo, Chernenko no estaba tan convencido. Sabía que las entrañas de su jefe estaban embalsadas en vodka acumulado allí desde los años treinta, y que tenía un pene más fino que una fibra óptica a base de la cantidad de veces que se lo habían rayado. Para él, eso de que Breznev iba a sobrevivir a Kosigyn no estaba nada claro; y lo que era un hecho es que Alexei seguía empantanado en el gotha del poder soviético, cuando menos formalmente. Todavía en el pleno del Comité Central celebrado en 1980, Kosigyn tenía un papel relevante, preparatorio de un informe que debía presentar en el 26 congreso del Partido. El principal informe económico en dicho congreso, sin embargo, fue realizado por Tijonov.

Finalmente, tuvieron razón los dos. Kosigyn la roscó antes que Breznev, el 18 de diciembre de 1980. Pero, semanas antes, Chernenko había convencido a Breznev de que fuese apeado de la escalera del poder soviético. De todos los dirigentes que habían sido testigos de la caída de Khruschev, esto es, miembros del Politburo que no le debían dicha condición a Breznev, ya sólo quedaban Suslov y Kirilenko.

A pesar de que la situación era ya bizcochable para Breznev, Chernenko quería más. Konstantin sabía que él era el hombre destinado a suceder a su secretario general; pero también sabía que él no era Breznev ni de lejos. Por ello, necesitaba consolidar en la URSS un breznevismo del que él se pudiera beneficiar, por así decirlo. Desde su presidencia del poderosísimo Departamento General del Comité Central, donde dominaba la agenda de las reuniones de todos los órganos del Partido, Chernenko comenzó a fabricar una idea formalmente inusitada hasta entonces: el Politburo no era una reunión entre iguales, porque había uno que superaba a todos: el secretario general.

Ya en el congreso del Partido de 1971, cada uno de los secretarios del Comité Central y cada uno de los miembros candidatos del Politburo se había preocupado muy mucho, de trufar sus intervenciones de citas explícitas del camarada primer secretario general, Leónidas Illitch Breznev. Cinco años más tarde, en 1976, esta práctica alcanzó un ápex, con capítulos enteros dedicados en los discursos a contar lo bien que lo había hecho Breznev; pasadas por el lomo que fueron tremendas, y ninguna de ellas más mamandurrial que la de un joven comunista georgiano llamado Edvard Shevardnazde. En el congreso de 1981, todos los discursos contenían apologías de la figura de Breznev. En realidad, Breznev, con la política que desplegó durante los setenta, estaba llevando al país al desastre y a sus habitantes los estaba condenando a las colas del hambre. Pero todos aquellos tipos que lo idolatraban tenían su ración de vodka y putas. Tenían, pues, sus razones.

A lo largo de aquella década de los setenta, Breznev acumuló personalmente más cargos de los que nunca tuvieron Stalin o Khruschev. Era secretario general del Comité Central, era presidente del Presidium del Soviet Supremo, era presidente del Consejo de Defensa, era comandante en jefe de las Fuerzas Armadas. Sin embargo, no sabemos si Breznev, pero desde luego Chernenko, quería más. Así pues, en 1978 fue nombrado mariscal de la Unión Soviética, y recibió la Orden de la Victoria, que era la mayor condecoración soviética en tiempo de paz. Estos movimientos fueron realizados por Vasili Vasilievitch Kutnetsov, entonces miembro candidato del Politburo. Kuznetsov había tenido una larga experiencia en el Ministerio de Asuntos Exteriores, donde era adjunto de Gromyko; pero claramente fue seleccionado por Breznev para formar parte de su equipo, pues pronto lo haría vicepresidente del Soviet Supremo (cargo que había dejado de existir, y se revivió para él) a los efectos de liberar a Breznev del trabajo inherente a la presidencia. Breznev, asimismo, recibió el Premio de la Paz de Lenin por la publicación de una colección de sus discursos (seis tomos).

Vasili Kuznetsov. Vía Wikipedia.


Todas estas novedades formales tenían que quintaesenciarse, según el plan de Chernenko, en el acuñamiento de un nuevo término para Breznev, uno que no le había sido formulado a ninguno de sus predecesores: vozhd, o sea líder o, ejem, Führer (o Caudillo, si se prefiere). Este término no le había gustado nada a Stalin, quien siempre había tenido claro que el ejercicio del poder omnímodo debe realizarse siempre bajo la ilusión de que dicho poder omnímodo no existe. Chernenko, sin embargo, lo resucitó. Se las arregló para que Kirilenko fuese el primero en usar la palabrita en un discurso; pero, inmediatamente después, le sugirió a personajes como Kunaev, Shevardnazde o Shcherbitsky, para que hiciesen hilo. Se montó, pues, un Twitter sin Twitter.

Como ocurre cienes y cienes de veces en la vida y en la Historia, el momento en el que una persona parece estar en su situación más provechosa es, sin embargo, el momento en el que, de una manera tal vez inicialmente imperceptible, su declive comienza. En 1981, la URSS era una nación que profesaba un culto a la personalidad de Leónidas Breznev como jamás lo había realizado respecto de nadie, se llamase ese nadie Lenin, Stalin o Romualdo. De nadie habían sido jamás tan frecuentes los retratos en todas partes. De nadie se había, jamás, practicado la adulación diaria y constante. A nadie se le habían atribuido personalmente tantos aciertos, tantos avances. Nadie había dado, jamás, la sensación, tanto real como formal, de tener tanto poder.

El 26 congreso fue un florilegio de redacciones de colegio sobre “Por qué amo al camarada Breznev”, con Shevardnazde al frente de la apretada falange de puteros afirmando que los logros del secretario general “marcan una época” (y vaya si la marcaban). Pero al fino ojo de los que realmente saben, no de los tertulianos al uso, no se le escapó un detalle: ni un solo miembro del Politburo perdió su silla en aquel congreso.

Eso podían ser dos cosas: o Breznev tenía un pleno poder sobre la clase política soviética, o todo lo contrario.

Era lo segundo.


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