lunes, noviembre 21, 2022

La hoja roja bolchevique (13): El regreso de la guerra

El chavalote que construyó la Peineta de Novoselovo

Un fracaso detrás de otro
El periplo moldavo
Bajo el ala de Nikita Kruschev
El aguililla de la propaganda
Ascendiendo, pero poco
A la sombra del político en flor
Cómo cayó Kruschev (1)
Cómo cayó Kruschev (2)
Cómo cayó Kruschev (3)
Cómo cayó Kruschev (4)
En el poder, pero menos
El regreso de la guerra
La victoria sobre Kosigyn, Podgorny y Shelepin
Spud Webb, primer reboteador de la Liga
El Partido se hace científico
El simplificador
Diez negritos soviéticos
Konstantin comienza a salir solo en las fotos
La invención de un reformista
El culto a la personalidad
Orchestal manoeuvres in the dark
Cómo Andropov le birló su lugar en la Historia a Chernenko
La continuidad discontinua
El campeón de los jetas
Dos zorras y un solo gallinero
El sudoku sucesorio
El gobierno del cochero
Chuky, el muñeco comunista
Braceando para no ahogarse
¿Quién manda en la política exterior soviética?
El caso Bitov
Gorvachev versus Romanov 


 

Breznev sabía muy bien lo que tenía que hacer para mantenerse en el poder. La suya fue una estrategia tan exitosa que su mando fue muy largo y no terminó sino con su muerte. Básicamente, se basó en dos grandes elementos: por un lado, la construcción de una base de cuadros en puestos clave formado por personas que se lo debieran todo. Y, por otro, la homeopatización del Politburo. ¿Qué quiere decir esto? Pues, claramente, la mejor opción de supervivencia para un secretario general, y esto Breznev lo sabía bien porque había visto a su mentor Khruschev fallar en esto estrepitosamente, era conseguir que en el Politburo no hubiese miembros ni grupos de miembros en condiciones de acumular poder suficiente para hacerle sombra. Y esto suponía permitir el ascenso al máximo órgano político de la URSS a personas que tuviesen una, o mejor varias, de las siguientes características:

  • No tener vínculos claros con el Partido, es decir, no ostentar secretarías del Comité Central.
  • Ser demasiado viejos, o demasiado jóvenes.
  • Tener poco predicamento y escasos contactos en la capital.
  • Tener poco predicamento y escasos contactos en la burocracia del Partido.

En la práctica, pues, si Breznev era capaz de, con la disculpa de “renovar” el Politburo y meter gente nueva, petarlo de personas así, su poder sería incontestado. Sin embargo, se encontró con el problema de que él no era el único Arguiñano que se sabía la receta. El resto de los conspiradores que dieron con él el golpe antikhruschevita se sabían la teórica tan bien como él; y es por ello que colaron, en el texto de la resolución del Comité Central aprobada a pelo puta el día 14, el concepto de que el nuevo poder se debía comprometer con “la estabilidad de los cuadros”. Los conspiradores, pues, querían que el nuevo gobierno de la URSS fuese un gobierno ceteris paribus, que no moviese lo que había.

Breznev, pues, tenía las manos atadas. Pero en la URSS siempre había maneras de buscar una forma de desatarlas. Y, ¿quién se las desató? Pues tenía que ser alguien que fuese un gran conocedor de las dinámicas del Partido; y ese alguien era Konstantin Chernenko.

En 1965, apenas unas semanas después del golpe pues, Chernenko regresó al Comité Central, con el cargo de director del llamado Departamento General. Este Departamento General era como una especie de jefatura de gabinete del Politburo, encargado, pues, de preparar su agenda y de redactar los decretos que aprobaría. Tenéis que entender, para empezar, que estamos hablando, en la mayoría de las reuniones del órgano político, de decenas, si no cientos, de este tipo de documentos, variando desde las cuestiones más lerdas hasta los grandes asuntos de Estado. En la URSS, entre ministerios propiamente dichos y órganos de variada laya como el Gosplan, había más de un centenar de, por así decirlo, células administrativas. Todas ellas necesitaban, a cada paso que daban, contar con el aval del Politburo; aval que les servía de escudo contra la penetración de otras células de poder comunista, así como de aval si, por lo que fuera, luego las cosas no salían bien. Como consecuencia, cada órgano de la compleja estructura administrativa soviética que quería dar un paso buscaba, en un punto u otro, el correspondiente nihil obstat de un órgano formado apenas por una decena de personas.

Lo que entendió Chernenko, gracias a su fino olfato de burócrata, educado y perfeccionado con los años de práctica, es que, realmente, el Politburo carecía de la capacidad real de atender a todo el mundo. Que tenía que ser selectivo. Y que en esa selección, a ti te hago caso, a ti no, había una fuente de poder de la leche.

El camarada jefe del Departamento General era quien, en la práctica, decidía la agenda del Politburo. Era quien decidía lo que los hombres del gobierno de facto de la URSS decidirían, y lo que no. Y la cosa era tan sencilla como filtrar esos asuntos para dejar pasar aquéllos que se correspondían con la visión y las ambiciones del secretario general. De esta manera, Breznev gobernaba el país a su antojo, pero bajo un paraguas de cogobernanza. El Politburo celebraba sesiones los jueves, normalmente. En el caso de que algún asunto provocase una importante diferencia de opiniones, la votación se aplazaba al día siguiente, viernes. En esas 24 horas, sin embargo, Chernenko pulsaba la situación y las opiniones de los miembros y, dueño de la agenda como era, se las arreglaba para que el viernes se votasen únicamente aquellos asuntos en los que sabía que las posiciones de Breznev iban a ser votadas por la mayoría. Lo cual, claro, convirtió a Konstantin en un experto total sobre las visiones y opiniones de cada miembro del órgano.

Obviamente, el poder de Chernenko no era total. Él sólo preparaba el borrador de orden del día, que tenía que ser aprobado el miércoles por el sanhedrín del Politburó, formado por Breznev, Kosigyn, Suslov y Shelepin, aunque éste último se cayó de la lista cuando fue nombrado jefe de los sindicatos soviéticos. Estas personas, por lo tanto, eran susceptibles de formar mayorías en contra del criterio de Breznev; pero: primero, esto era complicado y, por lo tanto, poco frecuente. Y, segundo, pasara lo que pasara, el tema siempre volvía a Chernenko, que tenía que hacer el trabajo técnico; y es obvio que en el escalón técnico siempre hay acciones y técnicas que sólo dominas tú. Muy particularmente, y como ya he insinuado, en el caso de existir un desacuerdo en el Politburo que tuviese la pinta de ir contra los planteamientos de Breznev, Chenenko siempre tenía mecanismos para aplazar una votación que pensaba que su jefe perdería, por ejemplo, convocando a un ejército de expertos y peritos para que interviniesen para valorar el tema de que se tratase. Otras veces, Chernenko debía preparar, en conjunción con secretarios del Comité Central, el texto de una resolución que superase las diferencias de criterio, reteniendo él el poder sobre el borrador final y, por lo tanto, con la capacidad de retirar del mismo aquello que considerase especialmente lesivo para su jefe. Por otra parte, los secretarios del Comité tenían pocos deseos de oponerse a Chernenko, pues sabían que tenía el poder de introducir en el orden del día del Politburo cualquier asunto que les pudiera resultar lesivo.

Por último, como jefe del Departamento General, Chernenko era el responsable de explicarle al Comité Central el contenido y circunstancias de los decretos y decisiones del Politburo. Por lo tanto, en el caso de que se hubiera producido una decisión que no le gustase a Breznev, podía, como se dice, matar el partido, aplazando el momento de comunicársela a la maquinaria partidaria, lo que abría un tiempo importante para negociar y cabildear para ajustar el texto de la resolución a los deseos del secretario general.

En resumen, podemos decir que, dominando al completo los resortes de la burocracia soviética, el ticket Breznev-Chernenko fue capaz, durante quince años, de filtrar en el proceso legislativo comunista sólo aquellas resoluciones que eran coherentes con los intereses, ambiciones y visiones estratégicas del secretario general.

Con el tiempo, y a causa de la utilización hábil de estos resortes por parte de Chernenko, éste se fue convirtiendo en un hombre totalmente indispensable para Breznev; y el hecho, bastante palmario, de que no fuese consciente de que no tenía capacidad de jugar el juego del Poder en contra de su mentor hizo que Breznev todavía confiase más en él. Ambos jerifaltes comunistas se veían prácticamente a diario, y sus despachos comenzaron a ser cada vez más largos y más importantes. Chernenko, por otra parte, se las arregló para dejar claro, como he dicho, que él no estaba hecho de la misma madera que esos hombres del Partido que acababan traicionando a sus mentores. Él profesaba una total lealtad al hombre que le había dado la oportunidad de llegar tan alto en el poder soviético y, de hecho, lo único que esperaba de él es algún que otro peldaño más. Chernenko quería ser miembro candidato del Comité Central y del Soviet Supremo, primero por lo que lo querían todos los cuadros comunistas, esto es para vivir como cresos a costa del proletario; y, segundo, porque, le dijo a Breznev, necesitaba recorrer esos pasillos para poder hacer bien su trabajo.

La primera misión que adoptó Chernenko al llegar al Comité Central fue desvestir de autoridad al Politburo en sí mismo, para transferir ese poder a la oficina del secretario general. Para conseguir eso, comenzó por transferir información errónea o no actualizada a aquellos miembros del Politburo que tenían poca o ninguna capacidad de darse cuenta de ello, es decir, a los que no tenían ligaduras con el Partido o no vivían en Moscú. Lo segundo que hizo fue fortalecer la secretaría general con aportaciones interesantes: Georgiy Tsukanov, Andrei Alexandrov-Agentov y Anatoli Blatov. Este equipo debía de intentar acabar con la idea que había sido el mecanismo tractor del golpe de Estado: la dirección colegiada de la URSS.


Anatoli Blatov, ya en su etapa gorvacheviana.
Vía Wikipedia.


En estas circunstancias, con un Breznev que claramente quería complotar contra lo que había sido la base de su llegada al poder soviético, era inevitable que la cúpula soviética entrase en crisis y enfrentamientos; y lo hizo, la verdad, ya en el mismo año 1964, con una crisis que a muchos les recordó el enfrentamiento entre Khruschev y Malenkov de apenas siete años antes.

Tras la caída de Khruschev, Breznev decidió poner a funcionar la rueda de su poder en un terreno en el que se sabía fuerte: la agricultura. Por lo demás, sabía que las promesas de Khruschev en este terreno habían creado cierto nivel de demanda o de expectativa. Tirando del catón leninista, y porque todo en la URSS, antes que una discusión técnica, era una discusión ideológica, Breznev argumentó que la consolidación el sector agrícola era fundamental para la construcción del socialismo. Pero ahí se encontró con Kosigyn que, con un punto de vista más pragmático (o, dirán otros, entendiendo que Lenin había escrito sus páginas medio siglo antes y que, por el camino, las cosas habían cambiado), propugnaba que el esfuerzo planificador se dirigiese hacia la fabricación de bienes de consumo; la vieja idea de Khrusckev, pues, de competir con los Estados Unidos en la riqueza de los anaqueles de las tiendas. El de Kosigyn era un planteamiento estratégico mucho menos ideológico pero, precisamente por eso, más pragmático y eficiente: se basaba en defender la idea de que era mucho más eficiente el rublo invertido en la industria que el invertido en la agricultura.

Este enfrentamiento era un enfrentamiento por el poder en el Politburo, con inusitados niveles de propaganda social; ambos dirigentes, Breznev y Kosigyn, buscaban la complicidad de Iván Ruso.

El enfrentamiento se hizo evidente en octubre de 1964. Fue en una ceremonia en honor de unos astronautas soviéticos, acto en el que Breznev tomó la palabra para decir que era imperativo incrementar la responsabilidad del Partido “y su liderazgo frente a la sociedad soviética”. Parece una frase huera; pero, en realidad, fue el pistoletazo de salida para una campaña anti-Kosigyn (o sea, antigobierno) en la que participaron, sobre todo, periódicos y revistas controladas por el secretario general. Se acusaba al gobierno de falta de realismo, de apoyarse en datos obsoletos para su planificación. Las críticas, asimismo, tocaban el elemento ideológico, al afirmar que las reformas propugnadas por Kosigyn no servirían para construir el socialismo. Aunque no existen pruebas de ello, es fácil estimar que, teniendo en cuenta el papel que jugaba Chernenko en el equipo de Breznev, el futuro secretario general del Partido debió tener un papel importante.

Breznev tenía la corriente a su favor. Tal y como se había planteado la pelea, la suya era la esperanza de captar a su favor a la corriente conservadora del Partido, a los dirigentes renuentes al cambio. Y eso siempre era una manera de plantear las cosas con visos de ganar; de hecho, siempre lo había sido antes y lo siguió siendo después pues, en puridad, el PCUS únicamente decidió apoyar a quien asimismo se apoyaba en los reformistas del Partido cuando, en puridad, ya no quedaba Partido. Así las cosas, el año 1965 fue un año de intensísimos trabajos por debajo de la mesa, segando la hierba bajo los pies del reformismo de Kosigyn, un reformismo que no buscaba otra cosa que hacer eficiente la maquinaria socioeconómica soviética; hasta que la victoria quedó clara en el XXIII Congreso del Partido (1966), que aprobó un programa monstruo de inversiones en el sector agrícola, así como en el complejo militar. Kosigyn había perdido la partida y, de hecho, la había perdido para siempre.

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