El chavalote que construyó la Peineta de Novoselovo
Un fracaso detrás de otro
El periplo moldavo
Bajo el ala de Nikita Kruschev
El aguililla de la propaganda
Ascendiendo, pero poco
A la sombra del político en flor
Cómo cayó Kruschev (1)
Cómo cayó Kruschev (2)
Cómo cayó Kruschev (3)
Cómo cayó Kruschev (4)
En el poder, pero menos
El regreso de la guerra
La victoria sobre Kosigyn, Podgorny y Shelepin
Spud Webb, primer reboteador de la Liga
El Partido se hace científico
El simplificador
Diez negritos soviéticos
Konstantin comienza a salir solo en las fotos
La invención de un reformista
El culto a la personalidad
Orchestal manoeuvres in the dark
Cómo Andropov le birló su lugar en la Historia a Chernenko
La continuidad discontinua
El campeón de los jetas
Dos zorras y un solo gallinero
El sudoku sucesorio
El gobierno del cochero
Chuky, el muñeco comunista
Braceando para no ahogarse
¿Quién manda en la política exterior soviética?
El caso Bitov
Gorvachev versus Romanov
El siguiente escalón en el particular cursus honorum de Konstantin Chernenko era parangonarse en su poder y relevancia con algunos miembros de la alta dirección soviética, como Suslov o Kirilenko. La ocasión se planteó el 29 de mayo de 1976, con ocasión de la firma de un acuerdo americano-soviético. En el abundantísimo material gráfico de aquel acto que fue publicado por la Prensa soviética, la presencia de Chernenko fue un must. El 12 de junio, informando de la firma de otro acuerdo, esta vez con India, en la foto publicada por Pravda se podía ver, por su orden, a Suslov, Kirilenko, Demichev y Chernenko. El 28 de junio, en la foto correspondiente a la partida de una delegación soviética al Berlín comunista, Chernenko aparecía acompañando a una serie de personas que eran todas miembros del Politburo: Kirilenko, Pelshe y Kulakov. El verdadero bingo lo cantó el 6 de octubre, cuando Breznev regresó de un viaje a Alma Ata; en la foto del aeropuerto, Chernenko fue situado a su derecha.
En el mismo mes de octubre, pero de 1977, se informó de la inclusión de Chernenko en la comisión constitucional que habría de redactar una nueva carta magna para la URSS (aunque, en realidad, era una carta manga, esto es, un texto diseñado para poder seguir disfrutando del vodka y de las putas a costa del honrado proletario soviético). Para entonces, en cada aparición pública de Breznev, Chernenko estaba con él. Como una consecuencia lógica de todo lo que estaba pasando, aquel octubre de 1977, Chernenko fue elevado a la categoría de miembro candidato del Politburo; y, realmente, sólo tuvo que esperar un año, pues pasados unos meses Kulakov la espichó, dejando sitio para que fuese nombrado miembro pleno.
La vida, lógicamente, cambió para Chernenko. Abandonó la calle Kachalov, que era donde vivían los secretarios del Comité Central, para mudarse al exclusivísimo Kutuzov Prospekt, donde residían los politbureros. Allí, como le correspondía a uno de los héroes del proletariado, Chernenko accedió a un nivel de vida que ningún proletario podía soñar: tres dormitorios, un salón, una sala de música y un office, y un mobiliario de escándalo. También le fue concedido, como a todo miembro del Politburo, un bungalow con piscina. Hay putas que, de vez en cuando, quieren dar unos largos. También abandonó el coche Chayka que le correspondía como secretario del Comité Central por la madre todas las limusinas soviéticas: el impresionante ZIM-114. Eso, más el derecho a circular en su cochazo por el carril central de los bulevares soviéticos, reservado para los del vodka y las putas, rodeado de vehículos y motoristas.
Un elemento muy relevante de la ascensión de Chernenko a los cielos del Politburo es que se produjo conservando la secretaría del Comité Central. Este detalle, mucho más que la pura y dura entrada en el órgano de gobierno de facto en la URSS, fue el que hizo pensar a los más inteligentes y suspicaces de los sovietólogos, dentro y fuera de la URSS, en que aquel tipo de rasgos mongoles podía ser el elegido por Breznev para sucederlo. Además de Chernenko, en el Politburo únicamente Suslov y Kirilenko tenían esa doble responsabilidad; y uno, el primero, siempre se había alienado de las luchas por la cúpula del poder; mientras que el segundo, todo el mundo lo sabía, provocaba suspicacias en Breznev. Por lo demás, el secretario general logró, en el pleno del Comité Central de diciembre de 1978, una clara mayoría en el Politburo, puesto que el último hombre de Podgorny, Kiril Mazurov, fue entonces sustituido por Nikolai Tijonov, que entró como miembro candidato. Así pues, si Breznev había podido necesitar a Suslov, ya no era el caso. Por cierto, que en el aquel pleno el puesto de Kulakov en el secretariado del Comité Central fue votado para un prometedor miembro de la elite soviética llamado Milhail Gorvachev.
Nikolai Tijonov. Vía Wikipedia.
Aquel mismo año de 1978, Chernenko fue de nuevo elegido para el Soviet Supremo. En el intrincado mundo de la simbología política soviética, aquella elección presentó muchos detalles de gran interés. En primer lugar, Chernenko abandonó la circunscripción por la que había sido elegido antes, Moldavia, y lo fue por Penza. Aquello era un signo de gran importancia pues, si recordáis, el paso de Chernenko por Penza no había sido el mejor de su carrera; así pues, el mero hecho de presentarse por dicha circunscripción (porque presentación y elección, ejem, eran la misma cosa) era un signo de que los posibles errores de Penza se daban por perdonados. La segunda cosa que pasó es que la Prensa destacó su elección con palabras mucho más valiosas que aquéllas usadas con Kirilenko quien, teóricamente, y como segundo secretario general del Comité Central, estaba por encima de él.
La carrera de Chernenko estaba lanzada. Cinco años más joven que Breznev, no alcanzaría los setenta, la década de la madurez del líder soviético average, hasta 1981. Breznev estuvo durante todo su mandato embarcado en una especie de operación soviético-lampedusiana por la cual quería dar la impresión de que muchas cosas estaban cambiando cuando, en realidad, él estaba sentado sobre un sistema estalinista que, más que negar a Stalin, a quien negaba era a Khruschev (bueno; a Khruschev, y a la separación de poderes, la democracia, las elecciones libres, la prensa libre, los derechos civiles, etc.) En ese entorno, Breznev se vendía como un líder distinto, y esa distinción afectaba ahora a Chernenko, quien venía a ser como el continuador de esa línea de cambio-no cambio.
En 1980 se celebró en Moscú una conferencia sindical de los trabajadores soviéticos, que sirvió como apoteosis de Chernenko. En dicha conferencia, y de forma un tanto inusual, la mano derecha de Breznev se marcó un discurso sobre su tema preferido, que era la disciplina en el trabajo del Partido. Como digo, en el marco de este esquema breznevita de hacer como que se quería cambiar cosas que en realidad se querían mantener, Chernenko hizo eso típico de diagnosticar el problema, pero sin recetar ni una solución. Ante un bastante alucinado auditorio, que esperaba la típica homilía plúmbea sobre lo importante que es seguir, setenta años después, apreciando en el aire el suave olor de los pedos de Lenin, Chernenko se plantó y comenzó a decir que estaba en contra del estilo de liderazgo soviético, dijo, “de sillón y despacho”; como queriendo decir que lo que tienen que hacer los líderes soviéticos es estar en la calle viviendo con la gente. Si tenéis buena memoria, recordaréis que algo parecido le dijo el PasPas Francisco a su grey asotanada casi recién nombrado; todo eso de que las sotanas se tienen que impregnar del barro de los caminos, y chorradas al gusto. Los dirigentes únicos, sean de una dictadura comunista o de una teocracia (porque las diferencias son mínimas) tienen mucho gusto por estas admoniciones, en las que se escandalizan de que las cosas sean precisamente como ellos quieren que sean.
Criticó Chernenko los encuentros de Partido interminables, con discursos larguísimos (el suyo fue un buen ejemplo de esto) que, dijo, en el fondo servían para diluir la búsqueda de responsabilidades por los errores. En otras palabras: trataba el miembro del Politburo de convencerse y convencer de que la esencia del sistema soviético no era la fabricación de parcelas de poder que luchaban unas contra otras, sino trabajar por el bienestar del obrero.
Eso sí, en una cosa Chernenko fue un tanto innovador: sus propuestas de “reforma” fueron algo más precisas de lo habitual. En lugar de las acostumbradas llamadas a “reestructurar la vertebración entre los órganos de decisión y los grupos organizados y productivos”, Chernenko propuso que los altos responsables comunistas como ministros o directores de fábrica (observad que el Comité Central y el Politburo quedaban fuera del ámbito; un poco como la Ley de Prensa de Franco: puedes criticar en la Prensa, pero no al jefe del Estado) pudieran ser, por así decirlos, imputados, aunque yo creo que es más preciso escribir señalados, por sus errores. Habló Chernenko de corrupción, de dipsomanía, de amoralidad, de abuso de poder, y la gran gala habitual. Nunca he encontrado en mis lecturas pruebas de que fuera de la URSS este discurso fuese ampliamente conocido y que generase reacciones. Intramuros de la URSS, obviamente, fue muy ampliamente conocido, sobre todo por parte de los dirigentes comunistas. Y todos ellos interpretaron claramente que Chernenko no pretendía, en modo alguno, solucionar todos los problemas que había señalado en su discurso. Como digo, Chernenko, muy en la línea soviética, había hecho ese típico discurso en el que señalas la pieza, pero no das ni una sola pista de cómo piensas cazarla. No, el tema no iba por ahí. La URSS no iba a cambiar por un puto discurso en un congreso de sindicatos; la presión del vodka y de las putas es mucho mayor que todo eso. Lo que había pasado aquel día en Moscú, y así lo entendió todo el mundo, era que Konstantin Ustinovitch Chernenko había presentado su candidatura a suceder a Leónidas Illitch Breznev.
Estamos, ya lo he dicho, en 1980. Quienes estaban adecuadamente informados de las cosas, y Chernenko lo estaba puesto que pasaba horas y horas junto a su jefe el camarada secretario general, sabía bien que Breznev llegaría a la década de los ochenta por un cortacabeza, y eso si lo conseguía. Para entonces, Leónidas era un enfermo cuyo cuerpo estaba pagando con intereses los excesos de muchas décadas de poder y melopeas. Khruschev había tenido unos veinte años para construir su base de poder para suceder a Stalin; y Breznev había tenido unos diez para suceder a Khruschev. Pero la idea de que Breznev pudiese seguir vivo hasta 1990, no digamos ya en sideral año 2000, era, simplemente, implanteable. Chernenko tenía, como mucho, cinco años (que, como luego se supo, ni eso).
Para los miembros del poder soviético, la candidatura de Chernenko era un chiste. Para ellos, la manía que le había entrado a Breznev de estar acompañado siempre por él era fruto de su senilidad y de las naturales inseguridades de un hombre que ve que las fuerzas le fallan y que la cabeza ya no le carbura como antaño. Sin embargo, no pensaban que esa cercanía fuese a ser relevante, y todos pensaban que, a la muerte de Breznev, se produciría un juego revuelto del que podía salir cualquier cosa. En el Comité Central el sentir era muy parecido. En parte, tenían razón. Yo creo que Leónidas Breznev nunca quiso regular su sucesión, porque, como le suele ocurrir a todos los grandes mandatarios que acumulan mucho poder durante mucho tiempo (él mismo, Stalin, Franco...), llega un momento en el que ya todo lo que les importa es ellos mismos y conservar el poder, conscientes como son, cada día, de que la labor se les hace más difícil porque cada vez están más decrépitos. La convicción de Breznev respecto de Chernenko, quizás, era negativa: no es que lo valorase como sucesor suyo, sino que lo que valoraba en él era su incapacidad a la hora de intentar serlo. Lo tenía cerca porque no veía a Chernenko montando un golpe de Estado para echarlo, como había pasado con él y con Khruschev. Lo más probable es que ambos, en las muchas horas que pasaban juntos y solos, llegasen a un acuerdo: Breznev pondría toda su estructura de relaciones al servicio de Chernenko para que éste tuviese, a su muerte, pavimentado el camino al poder; y, a cambio, Chernenko se comprometió a no construir su propia base de poder y nunca poner en cuestión el poder de su jefe hasta que hubiese exhalado el último suspiro; además, obviamente, de proteger su imagen ante la Historia (o, cuando menos, la Historia soviética). A Breznev, tal vez, le picaba en la espalda la posibilidad de que un futuro Khruschev se presentase en un Comité Central haciendo la lista de todas las cosas que él había hecho mal.
Para lograr este objetivo, Breznev y Chernenko decidieron jugar una baza de opinión pública que está clarísima el discurso del congreso sindical. Para poder apartar a posibles candidatos a suceder a Breznev que pudiera haber en el Politburo, Chernenko tenía, primero que todo, que distinguirse de ellos, que aparecer como alguien distinto. El elemento fundamental que identificaba a las gentes del Politburo es que eran una vieja guardia, un Frente de Juventudes diríamos lo españoles en términos falangistas. Eran, en su mayoría, momias recalentadas que abogaban por un mantenimiento del estatus quo, a pesar de que muchos o algunos de ellos tenían que ser ya conscientes, en los albores de la década de los ochenta del siglo XX, de que ese quietismo llevaba a la URSS al desastre económico, social y político. Esto, sin embargo, no les importaba gran cosa porque, como no me cansaré de repetiros, la clase dirigente soviética era una elite extractiva de libro: mientras ellos tuvieran vodka y putas, todo lo demás era irrelevante.
Lo verdaderamente importante para lo que ahora os explico es que el perfil del Politburó era un perfil abiertamente conservador: todos sus miembros, o casi todos, vivían encadenados a la momia de Lenin. Si Chernenko quería distinguirse, tendría que inventar a un Chernenko que no existía. Él, que era más rancio bolchevique que los calcetines de Stalin, tenía que convertirse en un campeón de las reformas.
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