miércoles, octubre 26, 2022

La hoja roja bolquevique (2): Un fracaso detrás de otro

 El chavalote que construyó la Peineta de Novoselovo

Un fracaso detrás de otro
El periplo moldavo
Bajo el ala de Nikita Kruschev
El aguililla de la propaganda
Ascendiendo, pero poco
A la sombra del político en flor
Cómo cayó Kruschev (1)
Cómo cayó Kruschev (2)
Cómo cayó Kruschev (3)
Cómo cayó Kruschev (4)
En el poder, pero menos
El regreso de la guerra
La victoria sobre Kosigyn, Podgorny y Shelepin
Spud Webb, primer reboteador de la Liga
El Partido se hace científico
El simplificador
Diez negritos soviéticos
Konstantin comienza a salir solo en las fotos
La invención de un reformista
El culto a la personalidad
Orchestal manoeuvres in the dark
Cómo Andropov le birló su lugar en la Historia a Chernenko
La continuidad discontinua
El campeón de los jetas
Dos zorras y un solo gallinero
El sudoku sucesorio
El gobierno del cochero
Chuky, el muñeco comunista
Braceando para no ahogarse
¿Quién manda en la política exterior soviética?
El caso Bitov
Gorvachev versus Romanov 

Y tanto que le salió bien. En los tres primeros meses tras comenzar la guerra, el 25% de los cuadros del Partido en Krasnoyarsk se alistó al ejército y fue enviado al frente. Para Chernenko, aquella era una noticia cojonuda, por dos razones. La primera, porque había conseguido un resultado notable creando esa lista de alistados. La segunda, porque él no estaba en la lista. Chenenko se había dado cuenta de que su futuro estaba en realizar la labor habitual del comunista y del sacerdote average: prescribirle a otros lo que deben hacer. Convenció a Moscú de que su política había sido exitosa, y de que debía permanecer en Krasnoyarsk a causa del fuerte contingente de refugiados que estaba recibiendo aquel territorio de retaguardia. De hecho, a finales de aquel año de 1941, los refugiados eran ya un millón. Y sólo era el principio: pronto, el krai comenzó a recibir factorías que habían sido evacuadas en territorios más sometidos a riesgo.

Chernenko fue uno de los principales encargados de obtener emplazamiento para todos esos establecimientos industriales, y de señalarle a los obreros los sitios donde debían vivir, y de donde no podían desplazarse. Asimismo, también les impuso un Estatuto de los Trabajadores muy a la soviética, en el que el empresario (o sea, el Estado) podía imponer a su gusto la jornada laboral.

El rápido resultado de todo aquello es que la calidad de la fuerza laboral decayó. Primero, los trabajadores se hicieron ineficientes; luego, inútiles. Es lo que tiene el hambre y el frío. Esta situación, además, se producía en medio de un esquema de especulación a lo bestia, realizada por las familias de los grandes cargos comunistas. Chernenko decidió presentar batalla al mercado negro; pero no por mejorar la vida de la gente, sino para conseguir mayores recursos para el esfuerzo bélico, que era lo único que le importaba y sabía que le debía importar. Así las cosas, en 1942 Chernenko lanzó una campaña para financiar una columna de tanques que llevase el nombre de Stalin. Como quiera que los especuladores le dieron más bien poco y, además, muchos de ellos estaban bien cubiertos frente a eventuales acciones policiales, puesto que eran el propio Partido en sí mismo, lo que hizo Chernenko fue enviar un ejército de cuadros partidarios al campo. Lo que en la ciudad habían sido contribuciones voluntarias se convirtieron en obligatorias en el campo. Y ahí, claro, sí que le salieron las cuentas.

Todo aquel esfuerzo, que dejó miles de hogares en el campo temblando de frío y de hambre, tuvo la recompensa esperada: un puto telegrama del camarada Stalin al kraikom de Krasnoyarsk diciéndoles que eran unos máquinas, y tal. Lo cual no fue sino la señal de partida para una campaña todavía más extractiva, en la que el Partido se llevó hasta el último mango que tenía la gente.

Viendo que sus ideas eran bien recibidas en Moscú, Chernenko prosiguió con esa habilidad suya que, como ya os he comentado, consistía, fundamentalmente, en hacer que los demás hicieran (lo que viene siendo un jefe de toda la vida, pues). Así, en los últimos meses de 1942 alumbró la idea de celebrar el 25 aniversario de la revolución haciendo una colecta “voluntaria” de regalos para la gente que estaba defendiendo Leningrado. Consiguió más de veinte camiones de comida y ropa.

El problema para la estrella rutilante del comunismo siberiano es que, claro, cuando a la gente la sangras, pierde fuerza. En Moscú pronto pasaron de estar encantados con sus logros a estar ligeramente mosqueados porque, claro, toda aquella gente que era obligada a ser “voluntariamente” más sufrida que el mantel de un restaurante chino no era lo que se dice muy productiva. Krasnoyarsk comenzó a quedarse corta en prácticamente todos los objetivos del Plan Quinquenal; los suministros de grano desde los koljozes al Estado estaban bajo mínimos; y, en lo tocante a las obras propias de la guerra, casi todas obras de defensa, no se había hecho prácticamente nada. Como consecuencia, desde Moscú, en la misma línea telegráfica en la que había llegado el telegrama de Stalin, comenzaron a llegar críticas muy duras hacia los mandatarios del Partido en el krai; y Chernenko, siendo el membrillo que era, habiéndose puesto al frente de todo, era el principal pato de aquella feria. El Comité Central aprobó una resolución en la que, directamente, lo responsabilizaba a él de que el territorio no hubiera sido capaz de proveer los suministros necesarios.

Este tipo de cosas, en el PCUS, no eran moco de pavo. Chernenko, de hecho, pudo dar gracias a que, entrada ya la segunda guerra mundial, el tema de las purgas se hubiese suavizado pues Moscú, que cinco años antes lo habría acusado de saboteador trotskista y lo habría fusilado en cualquier patio mugriento, esta vez se contentó con quitarle todos sus cargos de importancia en el Partido. Dejó de ser, por lo tanto, secretario de Comité Central territorial o kraikom, responsable de suministros bélicos y miembro del Buró del Partido en Krasnoyarsk.

Para Chernenko, el problema era doble. No sólo su carrera como cuadro comunista había sido frenada, quizás para siempre; sino que, frenada en medio de la guerra, ahora se abría la posibilidad de que fuese reclutado para el frente; algo que, a todas luces, había estado intentando evitar. Sin embargo, eso no pasó. Como con tantas otras cosas acerca de la URSS, nunca sabremos bien si el interesado maniobró o, simplemente, como han insinuado algunos historiadores, todo el problema fue que, en determinado momento de la guerra, a Stalin comenzó a preocuparlo que la remisión masiva de cuadros del Partido al frente pudiera dejar a dicho Partido demasiado desguarnecido. El caso es que Chernenko fue llamado a Moscú en la primavera de 1943, para entrar en la Alta Escuela de Organizadores del Partido, un sitio donde estudiabas para sacarte el MBA bolchevique.

Esta escuela, como os podréis imaginar, era una fábrica de cuadros comunistas de todos los niveles. Tenía un curso de tres años para comunistas de medio pelo; y una especie de curso de elite, un MBA leninista como he dicho, de sólo un año, dirigido a los mandos de mayor fuste. Chernenko hizo todo lo que pudo por ser admitido en el curso de los primos de Zumosol pero, ay, le pasó como a tanto adolescente despistado: demasiado tarde se dio cuenta de que no había estudiado una mierda, y que eso tenía consecuencias porque nadie paga 2.000 euros al mes por haber jugado mucho a la Play. Así pues, tuvo que apuntarse al curso de camarero marxista, aunque cierto es que consiguió que le convalidasen el primer año de los tres por haber sido casi el responsable de un krai y, tal vez, haber construido la Peineta aquélla. Aquellos dos años, probablemente, fueron los peores de la vida de Chernenko, obligado a estudiar y a conseguir cosas por sí mismo; él, que todo lo que sabía hacer en la vida era obligar a otros a currar.


Georgiu Maxilianovitch Malenkov, el probable
"salvador" de Chernenko. Vía Wikipedia.

Dos años después, aparentemente, porque todo esto son conjeturas, de todo el entourage de Stalin ya sólo quedaba un miembro importante que recordaba a Chernenko cuando, con grandísimos esfuerzos, consiguió graduarse como miembro de la Patrulla Marxina. Ese alguien era Georgiu Maximilianovitch Malenkov, un comunista extremadamente longevo al que le faltó un corbacabeza para ser testigo directo de la caída del Muro. Malenkov parece ser el fautor del hecho de que Chernenko, ahora que tenía un diploma, obtuviese una pequeña recompensa. Dado que en la URSS el tema territorial no era problema pues, de hecho, el PCUS prefería, siguiendo a Lenin, enviar cuadros no locales a los partidos territoriales, Chernenko fue nombrado secretario del Partido para temas ideológicos en el Comité Central de la provincia (obkom) de Penza, en la Rusia Central. O sea, un territorio que era la décima parte de Krasnoyarsk.

El nombramiento era todo un reto. La provincia de Penza se situaba entonces entre las más pobres de la URSS; y, podéis creerme, eso era decir mucho. Sin embargo, el Gosplan, es decir, el gran centro de reflexión económica soviético, había decidido hacer de ellos el gran centro soviético de industrias químicas. Inmediatamente después de terminada la guerra, se planificó allí el levantamiento de una planta de celulosa. Chernenko, siguiendo su costumbre, elaboró un plan para que otros trabajasen de la hostia para levantar la fábrica en un tiempo récord. Le dijo al Comité Central: “no tenemos para la labor un año de 365 días, sino un año de 365 días y 365 noches”. Así pues, su plan, con reminiscencias de canción de Sabina, establecía el trabajo en tres turnos, non stop. Ni domingos, ni puentes, ni fiestas, ni hostias. Los miembros del Comité, puesto que estaban en la misma situación de Chernenko, es decir, sabían que no eran ellos, sino los pringaos de proletarios de los cojones por los que se supone que lo hacían todo, los que se iban a eslomar como borregas, aplaudieron y aprobaron.

A pesar del tema de la fábrica, los comunistas locales tenían más problemas. Penza, como digo una provincia pobre casi de solemnidad, se mostró incapaz de cubrir los cupos de grano que tenía asignados (que, digámoslo en tibia defensa de Chernenko, tenían la misma conexión con la realidad que los análisis de jurisprudencia constitucional de Pipi Estrada). La cosa tenía su lógica. Durante la guerra, las cosechas habían sido embargadas antes de producirse (y algunas no se habían producido). Lo poco que sobraba de dichas cosechas tenía que invertirse en retribuir a las factorías de tractores. Los miembros de las cooperativas, de hecho, llevaban meses, en casos años, sin cobrar; sus salarios se anotaban en un libro, pero no se les pagaba. Es más: en realidad, aquellos hombres, como no habían cobrado, le debían al kolhoz todo el forraje que habían tomado para alimentar su ganado, así como el agua de irrigación para sus pequeñas parcelas privadas, que era de lo que se alimentaban: patatas en invierno, vegetales en otras épocas. En 1947, el Comité Central en Moscú aprobó una solución fuertemente crítica hacia los resultados agrarios en Penza, y Chernenko decidió impulsar la redacción de una carta a Stalin, firmada por los dirigentes de las granjas colectivizadas. Pero no os creáis que la carta decía eso de tú qué me criticas que no tienes ni puta idea; básicamente, le venían a decir que la resolución sería su faro y objetivo a partir de entonces.

Aquella carta era el último cartucho que gastó Chernenko para no ser castigado por el mal funcionamiento de las cosas en Penza. Y no funcionó. Stalin tenía las córneas peladas de leer esas cartas blandi-blub que prometían pero no daban; así pues, no tragó. Y ordenó que al capullo ése de Penza lo mandasen a otra esquina del imperio leninista.

Eligieron Moldavia. Más que probablemente, eligieron Moldavia para enviarlo, primero, porque era una república bastante más próspera que Penza; y, para entonces, los altos dignatarios comunistas ya se habían dado cuenta de que Chernenko era un cuadro partidario de escasos empuje e imaginación. Segundo, lo enviaron allí porque consideraban que lo principal que necesitaba Moldavia era trabajo ideológico. Era un territorio no ruso incorporado a la URSS con una legitimidad dudosa, así pues era el típico sitio donde un tipo que lo que supiera hacer era dar consignas, imprimir carteles y repartir hostias si se terciaba, estaría en su salsa. Así pues, en 1948 lo nombraron responsable de Agit-Prop del Comité Central del Partido Comunista Moldavo.

Era, pues, la segunda vez que Chernenko no saltaba un listón en Moscú; y, la verdad, el hecho de que un tipo así llegase a ser secretario general, aunque todo tiene sus motivos como ya veremos, es la mejor prueba del acromegálico espectáculo de mediocridad rampante en que se había convertido la URSS en la década de los ochenta del siglo pasado. Pero, bueno; ya cruzaremos ese puente cuando lleguemos a él.

Sin embargo, en el fondo, a Konstantin Chernenko el Comité Central del PCUS, el padrecito Stalin y toda la pesca, le hizo un favor enorme enviándolo a Moldavia. Siendo como era un hombre sin cultura ni habilidades, entrenado además en la perruna obediencia, en realidad a Chernenko lo que más le hubiera gustado en la vida es haber tenido la edad adecuada para haber vivido los primeros tiempos de la Revolución Rusa, el making off de la URSS y, sobre todo, la guerra civil. A un devoto y obediente represor como era, nada le habría gustado más que haber tenido manga ancha para sacar el cuchillo de capar gorrinos día sí, día también. Y resulta que en Moldavia eso fue, precisamente, lo que se encontró.

En Moldavia, como territorio incorporado a la URSS de forma tardía, eso era lo que estaba pasando. Eso era lo que hacía falta, comunistamente hablando. Allí se estaba desplegando, en el momento en que llegó Chernenko, la habitual ola de deportaciones, colectivizaciones, palizas, arrestos y demás que, en otras esquinas de la URSS, había ocurrido diez años antes. Para que os hagáis una idea, en los tres primeros años tras terminar la guerra, el 8% de la población de Moldavia, 80.000 hombres, mujeres y niñes, fueron declarados no miembros ni miembres de la clase proletaria y, por lo tanto, personas sin credibilidad alguna ni tampoco derechos (ni dereches); como consecuencia de todo ello, fueron enviados a prisión o deportados de por vida a Siberia. A decir verdad, cuando Chernenko llegó a Moldavia, en 1948, las deportaciones estaban comenzando a flojear; pero el proceso de colectivización agraria estaba en todo lo crema.

Como quiera que los campesinos moldavos se negaban a facilitar la colectivización, Chernenko se montó una Holodomor en pequeñito. Les quitó las cosechas y los puso a régimen, mientras se favorecía la instalación de rusos y ucranianos en el país (una política que está en el origen del difícil sudoku sociopolítico que es hoy Moldavia).

Las cosas, sin embargo, no estaban funcionando bien. Cuando Chernenko llegó al Comité Central moldavo, en torno al 40% de los establecimientos agrícolas en Moldavia seguía sin ser colectivizado.

Aquello era la situación perfecta para Konstantin Chernenko, porque podía, entonces, comenzar por hacer una de las cosas que mejor se le daban: criticar la labor de otros. Las estrategias de propaganda llevadas a cabo hasta el momento habían sido inadecuadas. Él (que había fracasado como propagandista en Krasnoyarsk y en Penza) sí que sabía.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario