viernes, noviembre 04, 2022

La hoja roja bolchevique (6): Ascendiendo, pero poco

El chavalote que construyó la Peineta de Novoselovo

Un fracaso detrás de otro
El periplo moldavo
Bajo el ala de Nikita Kruschev
El aguililla de la propaganda
Ascendiendo, pero poco
A la sombra del político en flor
Cómo cayó Kruschev (1)
Cómo cayó Kruschev (2)
Cómo cayó Kruschev (3)
Cómo cayó Kruschev (4)
En el poder, pero menos
El regreso de la guerra
La victoria sobre Kosigyn, Podgorny y Shelepin
Spud Webb, primer reboteador de la Liga
El Partido se hace científico
El simplificador
Diez negritos soviéticos
Konstantin comienza a salir solo en las fotos
La invención de un reformista
El culto a la personalidad
Orchestal manoeuvres in the dark
Cómo Andropov le birló su lugar en la Historia a Chernenko
La continuidad discontinua
El campeón de los jetas
Dos zorras y un solo gallinero
El sudoku sucesorio
El gobierno del cochero
Chuky, el muñeco comunista
Braceando para no ahogarse
¿Quién manda en la política exterior soviética?
El caso Bitov
Gorvachev versus Romanov  



A pesar de que para los comunistas la propaganda lo es casi todo, Chernenko, quien debo de recordaros a finales de los cincuenta tenía una edad demasiado provecta como para dejar que el arroz se le pasase más tiempo, tenía un problema: los hombres que hacían esa propaganda no eran tan importantes como la propaganda en sí. Esto quiere decir que, en el sistema soviético, quienes tocaban pelo de poder eran los militares, los planificadores económicos, los policías; pero rara vez los especialistas en propaganda, que eran más bien vistos como eficientes funcionarios dedicados a hacer lo que otros les encargaban. Konstantin Chernenko había elegido un oficio dentro del comunismo; pero ese oficio no carburaba todo lo necesario.

Esto no había sido siempre así. En los tiempos en los que el PCUS percibía la necesidad de predicar la buena nueva de su sistema a todo lo largo y ancho de la URSS, los hombres de la propaganda habían sido realmente importantes. Lenin los había valorado mucho y Stalin había hecho de ellos uno de sus grandes pilares de poder. El deseo de Chernenko, por lo tanto, era que todo eso regresase de alguna manera.

En ese entorno de cosas, hubo cambios. Konstantinov, el hombre cuya sola presencia venía a significar la fosilización de las ambiciones de poder de Chernenko, fue sustituido al frente del Departamento de Propaganda y Agitación del Comité Central por L. F. Ilichev (me apostaría una mesa de comedor a que es Leonid Fedorovitch) ; mientras también se nombraba un nuevo secretario del Comité para estas materias, en la persona de Nuritdin Akramovitch Mujitdinov.


N. A. Mujitdinov Vía https://mytashkent.uz 

Éste último estaba solo sustituyendo temporalmente a Pospelov, y se tomó esta comisión de servicio como una oportunidad importante para ganar cacho. Ambos, Ilichev y Mujitdinov, entendieron que el trabajo siempre echado para delante de Chernenko les podía venir bien para brillar; como se ve, siempre la misma canción, o sea, hacer que otros trabajen para que tú te pongas la medallita. La verdad, Mujitdinov cayó pronto en cierta desgracia (aunque acabó siendo un político muy longevo, que sobrevivió a la propia URSS y falleció en el 2008); pero Ilichev lo sustituyó como secretario del Comité Central, además de entrar en la Academia Soviética de Ciencias. Estos ascensos afectaron a Chernenko, que acabó accediendo al círculo de confianza de Khruschev, tal vez impulsado por Breznev, que era, como sabemos, quien realmente lo conocía y confiaba en él. Chernenko, aparentemente, había logrado la simpatía y el apoyo del Departamento para la Organización del Trabajo del Partido, es decir, la célula del Comité Central que controlaba la labor y los nombramientos de los miembros de la nomenklatura.

A partir de ese momento, la labor de Chernenko ganó momento y se convirtió en una labor de proyección a toda la Unión. Su nombre se hizo bien conocido tras haber realizado un informe sobre los errores cometidos por la organización del partido en una región ucraniana, Stalino. Este informe cristalizó en una decisión del Comité Central por la cual el secretario general del Partido en dicha región fue cesado en su cargo. Una decisión que fue oro molido para Chernenko quien, por primera vez en su vida, se convirtió en una persona con capacidad para hacer que el Comité Central te cesase. Mucha gente, por su propia conveniencia, comenzó a apuntar el nombre de Konstantin Chernenko en sus agendas. Para Chernenko, esta nueva realidad planteaba sus retos. En ese estado de cosas en el que estaba, y sobre todo considerando el que pretendía alcanzar, tenía que dar un paso más: tenía que convertirse en un teórico. En la URSS no se llegaba a ningún lado sin ser un teórico; sin ser alguien que firmase artículos en la Prensa afecta (la Prensa toda) realizando finos análisis del marxismo-leninismo. Pero, claro, Chernenko ni había leído, ni tenía la costumbre de trabajar; lo suyo, ya lo he dicho, era hacer trabajar a otros. En este punto, tenía una grave laguna, que en mi opinión lo persiguió toda su vida, puesto que los artículos doctrinales de Chernenko son más planos que la delantera de Alba Recio. Así que tuvo que buscar la ayuda de adjuntos para que le instruyesen en la Historia del marxismo, así como sus muchos matices. Lo mismo, por otra parte, que hizo Stalin.

Con el prestigio (léase miedo) generado por la resolución de Stalino, Chernenko pudo ampliar su catálogo de propuestas. Comenzó a organizar reuniones durante los descansos nocturnos en las fábricas, así como nuevos trabajos de distribución para hacer que los trabajadores, allí donde estuvieran, tuviesen acceso a periódicos y revistas. En suma, Chernenko adquirió la habilidad de emitir instrucciones que, en teoría, estaban más allá de su nivel de autoridad. Incluso impulsó la creación de un Comité del Partido dedicado exclusivamente a la Radio y la Televisión, dedicado a preparar el contenido y la forma de una serie de contenidos sobre teoría marxista y los logros del Partido, que serían emitidos por los medios (en España, a esto lo llamamos RTVE). También redactó una directiva ordenándole al Ministerio de Cultura que incrementase la producción de películas populares, destinadas a la propaganda; así como la creación de editoriales, básicamente encomendadas a la publicación del mismo libro con distintas portadas.

Todo eso ya era, como digo, exceder los límites de poder teóricos de su departamento. Pero lo que realmente le dio poder a Chernenko tras la decisión de Stalino fue el hecho de que se le encomendase la formación de los funcionarios del Partido que fuesen a participar en actos de propaganda. Esa competencia sí que era garnacha pura, porque destilaba un nivel de control y conocimiento de la estructura partidaria que muy pocas personas en el PCUS podían tener. De hecho, suponía que personas situadas en el organigrama comunista muchos escalones por encima de Chernenko, en el momento en que se veían implicados en algún acto de propaganda (lo cual era muy común, pues el comunismo soviético era, básicamente, propaganda), dependían de alguna manera de él, que los tenía que formar. Este hecho hizo tan popular como temido a Chernenko, muy especialmente, entre los dirigentes comunistas territoriales, responsables de conducir la propaganda de los logros de la URSS en sus territorios, pero que ahora tenían una especie de jefe-auditor in pectore que, como demostraba la resolución de Stalino, podía llegar a tener el poder de mandarlos a su casa.

La resolución del Comité le encargaba al Departamento de Agitación y Propaganda la edición de una serie de folletos sencillos sobre teoría y logros del marxismo-leninismo. El primero de estos folletos se llamó “Directrices del propagandista”; era una compilación de escritos de Milhail Ivanovitch Kalinin, que había sido presidente del Soviet Supremo (muerto en 1946). Pero el segundo, “Hacia un nuevo resurgir del trabajo político entre las masas”, llevaba la firma de Konstantin Chernenko. Con aquel folleto, el futuro secretario general del PCUS hacía su primera introducción como Gran Teórico Marxista. El tema tiene su importancia en un sistema como el soviético, en el que las formas son tan importantes. Que Kalinin fuese el autor póstumo del primero de los folletos educativos, diseñados para generar una nueva época en la pedagogía marxista soviética, tiene su lógica por el respeto que generaba este viejo bolchevique en los cuadros comunistas post estalinistas; aunque bien es verdad que podrían haber sido otros los escogidos. Pero, sin duda, el segundo de los folletos cualquiera hubiera esperado que estuviese firmado por algún pez realmente gordo del gotha rojo: algún secretario del Comité Central o, incluso, más lógico, el propio Khruschev. El hecho de que fuese firmado por Chernenko indicaba un nivel de confianza y apoyo en su persona que, de seguro, no fue pasado por alto por los cuadros del Partido. Chernenko estaba opositando a marxistólogo oficial, y eso eran palabras mayores. En octubre de 1959, organizó y celebró una conferencia de cuadros comunistas para analizar la estrategia y posibilidades de nuevas acciones de educación popular marxista. Necesitó, claro, del nihil obstat y el apoyo del Comité Central para ello. Pero fue su reunión, y a ella acudieron cabezas del Partido en repúblicas y regiones. La principal conferencia de aquel encuentro fue leída por Ekaterina Furtseva, entonces secretaria del Comité Central, miembro del Presidium de dicho Comité y persona entonces muy cercana a Khruschev (aunque en 1960, por cierto, sería apeada del Presidium, aparentemente por criticarlo; tras lo cual ella intentó suicidarse, a pesar de que era, y siguió siendo, Ministra de Cultura).


Yekaterina Furtseva. Vía Wikimedia.

A pesar de lo bien que le iba al frente del Departamento de Agitación y Propaganda, Chernenko era consciente de que hacía tiempo, en realidad, que tenía que haber dado ya un salto cuántico en el poder partidario. Hubiera podido aprovechar su cercanía a Furtseva para colocarse bajo su ala (lo cual, lo acabamos de ver en el párrafo anterior, a la larga habría sido muy mala idea); o podía hacerse un Andropov, so to speak, y buscar la protección de Milhail Suslov. Suslov, sin embargo, era el ideólogo del Partido, una de las personas que más y mejor conocía las obras de Marx y de Lenin; y yo creo que Chernenko, que de esos libros había leído fundamentalmente los epílogos y los prólogos, era consciente de que, con él, no conseguiría brillar, porque nunca conseguiría que Suslov lo valorase. Por estas razones u otras, lo cierto es que Chernenko tomó la decisión adecuada, aunque en ese momento pareciese un tanto írrita: seguir bajo el ala de Leónidas Breznev.

Breznev odiaba el trabajo de preparación. Como buen cuadro comunista de máximas ambiciones, iba a cuantos actos podía y soltaba cuantos más plúmbeos discursos, mejor. Discursos repletos de referencias a unos y a otros, a libros, a citas, a artículos, a actos del secretario general o de otros jerifaltes presentes y pasados; todo en un delicado equilibrio que se medía hasta la micra para cumplir el objetivo marcado, fuese el que fuese (adular, criticar, atacar, apoyar...) Por eso, Breznev se enfrentaba cada día al reto de que todo lo que hacía estuviese bien medido pero, sin embargo, y como he dicho, odiaba ese trabajo de back office. A él lo que le iba era el oropel del discurso, no el barro del trabajo previo. En Chernenko encontró para ello, que diría López Vázquez, un amigo, un esclavo, un servidor. Cada tarde, con el ocaso, cuando Konstantin terminaba su jornada laboral como jefe de Agitación y Propaganda, caminaba con paso firme hacia el despacho de Leónidas, donde comenzaba una segunda jornada laboral, destinada a revisar, corregir, matizar y apuntalar los discursos de su patrón. Hacía, pues, todo el pesado trabajo sucio que a Breznev le tocaba los cojones. Su trabajo no terminaba ahí. Cuando Breznev dejaba Moscú para irse a su dacha, Chernenko lo visitaba para seguir trabajando allí con él, jugar con sus hijos, jugar a las cartas con el jefe y, también, preparar pelmeni, que son unas especie de empanadillas de carne en cuya preparación, aparentemente, el futuro secretario general del PCUS era un consumado maestro.

En verano y con ocasión del Año Nuevo, de hecho, Chernenko hacía coincidir sus vacaciones, temporal y territorialmente hablando, con las de Breznev. Ahí seguía haciendo todo lo que ya he descrito, más la otra actividad que era fundamental para todo adjunto a Leónidas: arrimarle tías. Chernenko se responsabilizó muchas veces de la delicada labor de comprobar, al mismo tiempo, si la perica en cuestión sería del gusto de su jefe, por tener apéndices y detalles organolépticos en su sitio; y si, además, era arrimable desde el punto de vista de la seguridad. Eso, claro, más toda la labor de convicción y acompañamiento de la pobre señorita en el momento, que acababa llegando tarde o temprano, en el que Breznev perdía el interés en ella.

En mayo de 1960, Breznev fue nombrado presidente del Presidium del Soviet Supremo. Para entonces, las relaciones de la estrella rutilante del Partido con su adjunto, que lo mismo servía para un roto que para un follado, eran lo suficientemente estrechas como para que Chernenko pudiera aspirar a seguir a rebufo de esa estela. Bingo. Chernenko abandonó la oficina de Agitación y Propaganda para convertirse en algo muy parecido a eso que nosotros llamamos un Jefe de Gabinete de Breznev.

No os sobréis. Ser presidente del Soviet Supremo tampoco era la pera limonera en términos de poder soviético. De hecho, para Chernenko era una gran noticia, pero no la mejor. Cuando le llegó esta pedrea, tenía 49 años; una edad en la que, si querías llegar a ser algo en el Partido, tenías que llegar a ser secretario del Comité Central encargado de alguna materia; un cargo mucho más importante, en términos de poder efectivo, que ser el Meritxoll Batet del montaje soviético. De hecho, las posiciones de segundo nivel del gotha comunista eran siempre como un estrecho sendero en la montaña nevada. A cada paso, existía el riesgo de resbalar y caer al vacío. Esa caída significaba que de esos puestos en realidad no tan importantes, lo fácil era terminar en un puesto en el gobierno, es decir los ministerios, soviéticos. Pero, creo que esto ya lo he escrito pero hay que destacarlo las veces que hagan falta, en la URSS, puesto que el Partido dominaba al gobierno, se tenía mucho más poder siendo dirigente del Comité Central que siendo ministro, no digamos ya viceministro u otro cargo.

A su edad, Chernenko tendría que haber llegado ya a secretario del CC, a director de un periódico importante, o a presidente de alguna institución o academia. Pero era el tipo que le enchufaba la Nespresso al camarada presidente del Soviet Supremo.

La verdad, si en ese tiempo alguien hubiese osado decir que aquel tipo sería algún día el primer mandatario soviético, lo habrían tirado al Baikal con una piedra atada al cuello por gilipollas.

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