Últimas esperanzas
La ofensiva de Cataluña
El mes de enero de las chinchetas azules
A la naja
Los tres puntos de Figueras
A Franco no le da una orden ni Dios
All the Caudillo's men
Primeros contactos
Casado, la Triple M, Besteiro y los espías de Franco
Negrín bracea, los anarquistas se mosquean, y Miaja hace el imbécil (como de costumbre)
Falange no se aclara
La entrevista de Negrín y Casado
El follón franquista en medio del cual llegó la carta del general Barrón
Negrín da la callada en Londres y se la juega en Los Llanos
Miaja el nenaza
Las condiciones de Franco
El silencio (nunca explicado) de Juan Negrín
Azaña se abre
El último zasca de Cipriano Mera
Negrín dijo “no” y Buiza dijo “a la mierda”
El decretazo
Casado pone la quinta
Buiza se queda solo
Las muchas sublevaciones de Cartagena
Si ves una bandera roja, dispara
El Día D
La oportunidad del militar retirado
Llega a Cartagena el mando que no manda
La salida de la Flota
Qué mala cosa es la procrastinación
Segis cogió su fusil
La sublevación
Una madrugada ardiente
El tigre rojo se despierta
La huida
La llegada del Segundo Cobarde de España
Últimas boqueadas en Cartagena I
Últimas boqueadas en Cartagena II
Diga lo que diga Miaja, no somos amigos ni hostias
Madrid es comunista, y en Cartagena pasa lo que no tenía que haber pasado
La tortilla se da la vuelta, y se produce el hecho más increíble del final de la guerra
Organizar la paz
Franco no negocia
Gamonal
Game over
Con fecha 21 de febrero, Lord Halifax, secretario de Estado del Foreign Office y quien, como ya hemos contado en estas notas, lleva para entonces cinco días con una oferta de paz preparada para que Charles Hogson se vaya a ver a Franco o a Jordana y les sugiera que la acepten, pero que no ha recibido respuesta de Negrín sobre la misma, le comunica al embajador Pablo de Azcárate que si al día siguiente, 22, no se produce ninguna respuesta de la República, el gobierno británico dejará de sentirse vinculado a su propia propuesta. Esto viene a significar que, sin respuesta, Londres se muestra partidaria de reconocer diplomáticamente al gobierno de Burgos sin exigirle una estrategia de salida controlada de los republicanos del país. Azcárate comunica estos extremos tanto a su jefe directo, Álvarez del Vayo; como al superior, Juan Negrín, por cablegrama.
Este mismo día 21, Manuel Guitián, el agente del SIPM que asiste a Centaño en los contactos con Casado, viajó a Valencia. No sabemos a quién vio y qué le contaron; pero lo que sí sabemos es que la segunda entrevista Casado-Centaño que, como hemos visto, se había fijado para el día 24, se adelantó al 22; así pues, teniendo en cuenta que el mayor miedo del SIPM era que un movimiento de los comunistas en la cúpula del ejército diese al traste con todas las negociaciones con Casado, lo más probable es que Guitián viese a algún miembro de la Triple M, o relacionado con ella, que le metió prisa.
El 22 de febrero, por lo tanto, se reúnen de nuevo Casado, Centaño y Guitián. En esta segunda reunión, Casado vuelve a insistir en que, en su zona militar, el comunismo está erradicado. Guitián, al parecer, le habló de la escasísima moral que había encontrado en Valencia, ante lo que Casado reiteró que pensaba ir allí, y que él levantaría los ánimos. Los miembros del SIPM quieren que Casado les de una fecha para su golpe, pero el coronel se limita a decirles que empezará a mover hilos a finales de mes. Les solicita que la ofensiva nacional no se produzca, pues podría provocar reacciones violentas, además de obligarle a él, como jefe militar republicano, a defenderse.
Por su informe de la reunión, sabemos que Centaño y Guitián estaban convencidos de que Casado podía realizar los planes que describía.
Ese mismo 22 de febrero se reúne de nuevo el Consejo Asesor del SIE. La reunión comienza con una intervención de Mariano Tráver, quien da noticia de la reunión, el lunes anterior, día 20, de la Junta Política de FET y de las JONS. En dicha reunión se repasaron las fuerzas que se habían ido acopiando por parte falangista y tradicionalista, aunque se reconoció que “se trata más de masas más que fuerzas organizadas”.
Más importante, en dicha reunión el díscolo Serrano dio cuenta de las actuaciones que había llevado hasta el momento; esas que cabe más que sospechar de las actas que fueron conducidas por su cuenta y riesgo y sin coordinarse demasiado con nadie. Serrano contó que había negociado tanto con Casado como con Besteiro. Habló, asimismo, del pase a zona nacional de Taboada y Alfaro, que como sabemos se tenía que producir precisamente ese día; y al hecho de que Antonio Bouthelier, encargado de las negociaciones militares con Casado, se había negado a colaborar con él (sinceramente, no he encontrado en mis lecturas notaría precisa alguna sobre las funciones reales de Bouthelier en esta movida).
Serrano contó la exigencia de Casado de recibir una carta de su conocido el coronel Barrón, y de los contactos de Lisarrague con el doctor Medina, intermediario habitual de Casado. Serrano reconoció asimismo que él había ordenado la movilización general de las milicias falangistas y tradicionalistas, gesto que, muy probablemente, fue el que provocó la inquietud en otras filas nacionales, sobre todo en el SIE.
La Junta Política constató en la reunión, según se relata en el acta, que los políticos republicanos no se deciden a actuar contra el gobierno. En otras palabras: Valdés se ha dado cuenta ya, apenas unas horas después, de que todo lo que le contó su amigo el diputado republicano estaba muy lejos de ser planes ciertos y organizados.
El viaje de Taboada y Alfaro, a pesar de estar previsto para aquel 22, se debería realizar al día siguiente. El objeto era transmitir las gestiones realizadas a Franco y darle cuenta de los efectivos y servicios con que se contaba para el momento de la rendición.
Lo más importante del acta del 22 no es lo que dice, sino lo que no dice. Como habéis podido leer, si hay alguien en Génova 3 que sabe que Centaño y Guitián están, ese mismo día, entrevistándose con Casado, además con la intención de intimarle a sublevarse ya, se lo calla. Yo tiendo a pensar, más bien, que ni siquiera Taboada Lago, quien en diversos puntos de su libro se vanagloria de su contacto constante con el SIPM y su fidelidad sin tacha; ni siquiera él, digo, sabía nada de esa entrevista. El SIE y, sobre todo, las estructuras de FET y de las JONS en Madrid se han quedado, en la mente de Franco, para actuar en las primeras horas del colapso de la República; después, como en el 23-F, habrá de llegar una autoridad, militar por supuesto, que habrá de decir qué se hace y qué no se hace.
Este 22 de febrero, miércoles, fallece Antonio Machado en Colliure.
Situemos en este día, más o menos en medio de la semana, una iniciativa de cuya fecha concreta no tengo información cierta. Y que tiene su importancia. Recuérdese que hasta el día 16 ha estado vigente una oferta de paz inglesa y que algunos días después, tal vez el 20, Casado ha recibido el extraño anexo sin firma a la carta del coronel Barrón donde figuran las duras condiciones que Franco impone para una rebelión. Ambos hechos combinados hacen que, probablemente, en ese momento la mayor preocupación en Burgos sea que los ingleses retomen sus no tan viejas ideas y recuperen la oferta de una paz basada en la ausencia de represalias; algo que sabemos por el documento recibido por Casado que Franco está dispuesto a hacer tan sólo de boquilla.
Porque es importante apaciguar a los ingleses, el día 22 o similar Franco le envía a Neville Chamberlain un telegrama en el que le da seguridades de que no se ejercerán represalias en España. Franco, claramente, trata de lubricar el último perno que está atascado para el reconocimiento de la España franquista por parte de Inglaterra, en el momento mismo en que, como yo creo que todos están esperando ya, Azaña se abra.
El 23 de febrero, se reunió en Madrid el Buró Político del PCE. Estuvieron en el embroque Dolores Ibárruri, Pedro Checa, Vicente Uribe, Manuel Delicado, Isidoro Diéguez, Ángel Álvarez, José Palau, José Moix y Arturo Jiménez. El Comité se muestra totalmente solidario con las tres condiciones de Figueras (de donde cabe preguntarse si sabían que hacía días que el gobierno, en sí, ya se había bajado de dos de ellas). Asimismo, también se hace hincapié en la idea de que la resistencia es la única estrategia.
Con fecha 25 de febrero, por cierto, se recibe en la Embajada española en Londres un cablegrama de Juan Negrín en el que éste se muestra de acuerdo con la propuesta de paz británica que Azcárate había leído, por primera vez, el 16. El presidente del gobierno español tenía que saber que ese gesto era una mierda de gesto. Como ya habéis leído en estas notas, desde tres días antes, el 22, el Foreign Office se consideraba desvinculado de su propia propuesta, después de haber estado esperando casi una semana por la respuesta de Negrín. El primer ministro se disculpó ante Azcárate diciendo que sus comunicaciones no habían llegado a él hasta el último momento. Esto siempre ha dado pábulo al negrinismo de posguerra, así como a los hagiógrafos posteriores, a la hora de insinuar, cuando no afirmar, que Casado o, tal vez, Pedrero interceptaron los cablegramas. Yo, honradamente, no lo creo. Sostener que entre el 16 y el 22 Negrín y Álvarez del Vayo, ambos puntualmente informados por Azcárate, el segundo de ellos de formas que Casado no podía controlar, no encontraron la forma de comunicarse, ni directamente ni a través de corresponsales, se hace difícil de creer. A mi modo de ver, la responsabilidad por ese silencio le compete únicamente a Negrín, y es Negrín quien debió explicarla, y no lo hizo.
Ese mismo día, Francisco Méndez Aspe, ministro de Hacienda de la República, se presentó en la Embajada española en París para ver a Azaña El Valiente. Quería que el presidente firmase dos decretos: uno de ellos enajenaba todos los activos del Estado español en el extranjero y se los traspasaba a una sociedad anónima (para que luego hablen de las privatizaciones de los neoliberales). El segundo, cedía a la URSS la propiedad de los buques españoles surtos en puertos rusos. Para entonces, sin embargo, las aguas profundas fluían muy negras.
A ninguno de vosotros se os escapará el dato de que, si finalmente París tomó la decisión de reconocer a Franco el 27 de febrero, el día 25 era algo que lo tenía más que pensado. Es más: los franceses, siempre tan valientes y con tanto criterio propio, sólo estaban esperando el gesto de Londres para clonarlo inmediatamente. En este entorno, para ellos Azaña era un problema (aunque, claro, ¿cuándo exactamente no fue un problema Azaña?). Era el teórico jefe de un Estado también teórico, teóricamente de viaje en París. Desde su viaje parisino, sin embargo, Azaña había firmado decretos y actuado como un gobernante. A los franceses, como digo, esto les creaba un problema si, a partir del 27, el presidente de la República seguía haciendo lo mismo. A los de París, además, como siempre han sido igual de tocahuevos, les interesaba, y así se lo dijeron, que Azaña dimitiese antes de que ellos reconociesen a Franco; para los gabachos, todavía preocupados (no así los ingleses) acerca de la cuestión de quién pasaría a la Historia como el que le dio el rejón de muerte a la República; para los gabachos, digo, era muy importante que su gesto de reconocer a Franco se produjese cuando Azaña hubiese convertido a dicha República en un buque a la deriva sin capitán. Azaña, sin embargo, le dijo a los franchutes que era exactamente al revés. Que él, que estaba decidido a dimitir desde que cruzó el paso de La Bajol, no lo haría, sin embargo, hasta que las potencias occidentales hubiesen reconocido a Franco.
En fin, regresemos al encuentro con Méndez Aspe. Azaña, que tenía en el coleto todas estas conversaciones, le dijo a su ministro de Hacienda que él no firmaría una mierda. Al presidente le preocupaba no ser ya propiamente hablando un presidente y, consecuentemente, temía aparecer como un simple ladrón de lo que ya no era suyo. Consintió finalmente en el segundo decreto, por considerar que aquellos barcos ya eran, por así decirlo, de la URSS; y considerando que, al fin y al cabo, Stalin algo pagaría por ellos (nuevo ejemplo, y van 2.345, de la radical desconexión con la realidad del mundo en que vivía AzaMatrix).
Azaña sabía, por contacto extraoficial, que el reconocimiento sería el día 27. Sabiendo esto, se marchó de París y se fue a una villa que había alquilado en la Alta Saboya, en Collonges-sur-Sallève, cerquita de Suiza. Siempre fue un valiente.
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