El hijo del césar de Occidente.
Augusto, o tal vez no
Con el mismo desparpajo con el que un político incrementa el impuesto de sociedades sin siquiera preguntarse en las consecuencias de ello sobre la inversión productiva, Constantino dio el paso de York, probablemente, sin plantearse que otros podrían hacer lo mismo. Que es, exactamente, lo que ocurrió. En Roma, mientras llegaban las noticias de la proclamación de Constantino, Majencio, hijo de uno de los miembros de la tetrarquía, el emperador Maximiano que, además, había abdicado arrastrando el escroto porque no quería, se proclamó emperador. Majencio tenía la ventaja de estar en la propia Roma y de contar con el apoyo de la famosérrima guardia pretoriana. Al parecer, el de Majencio fue un golpe de Estado militar, pero de base popular. Algunas fuentes aluden a un incremento de la presión fiscal sobre los romanos, que hizo que éstos se decantasen por un poder alternativo (la ciudadanía, siempre tan tocapelotas intentando no pagar impuestos).
Algo debería haber de esto, puesto que Majencio se las arregló para ser el poder obrante en el Imperio en la península itálica y en norte de África; y esto hubiera sido difícil de conseguir sin apoyo popular. A la fiesta se unió el papá de Majencio, Maximiano quien, cuando vio que todo se interpretaba como un cachondeo y cada quisqui proclamaba su legitimidad a gusto, decidió dar marcha atrás en su abdicación y permanecer como emperador.
Para estabilizar mínimamente este galimatías,
Galerio, desde Nicomedia, aceptó el órdago de Constantino, aunque
fue una aceptación parcial. Decretó que Severo llegaría a la
categoría de emperador y que Constantino sería su césar, esto es
su futuro sucesor ya designado.
Lo cual dejaba el Imperio romano tal que así:
- En el Imperio Oriental, era emperador Galerio, y césar Maximiano Gaya.
- En el Imperio Occidental, tenemos:
- A Severo, con Constantino de césar.
- A Maximiano regresado de su retiro.
- A Majencio, hijo de Maximiano, proclamado en Roma por los pretorianos.
Si alguno de vosotros está pensando que tal vez
Maximiano y Majencio operaban de forma más o menos coordinada por
ser padre e hijo, es que no conocéis suficientemente las dinámicas
por las que se movía el poder en Roma. En aquella Roma, que un
oponente político fuese pariente tuyo no es que te moviese a la
compasión, sino que era más bien un aliciente para cargártelo.
Maximiano, de hecho, se cogió un rebote de la hostia cuando vio en
la tele las noticias de la proclamación de Majencio. Él también
estaba en Italia, aunque no está del todo claro dónde, pero se puso
rápidamente en camino hacia Roma para darle dos hostias al puto
niño. Naturalmente, pues era lo que mejor le venía, desarrolló la
teoría de que lo que había que hacer para recuperar la estabilidad en
Roma era dar marcha atrás en el movimiento pollas de la abdicación.
De hecho, intentó convencer a Diocleciano para que volviese al
machito, pero éste le dijo que el huevo.
Galerio, quien hemos de recordar administraba una
parte del Imperio no sometida a las tensiones centrífugas de
candidatos más o menos legítimos, era quien tenía que tomar cartas
en el asunto. Su instrumento para ello, lógicamente, era Severo,
pues Severo era eso que podríamos denominar el emperador del
aparato del Partido en Occidente. Así pues, le mandó un e-mail
ordenándole que atacase a Majencio y acabase con la coña del
hijito. Severo, sin embargo, contaba, según todos los indicios, con
poco predicamento entre sus propias legiones; y esto era un problema
de la leche en un montaje político como el romano del siglo IV, en
el que era ya, fundamental, el apoyo de la única institución que
había quedado en pie desde the good old days, es decir, el
Ejército, que fue la institución de referencia hasta que llegaron
los obispos (y, ya, si eras obispo y encima militar, eso era como tener los quince puntos).
Severo sitió Roma, donde se encontraba Majencio,
para hacerlo capitular. Pero, una vez allí, se encontró con que sus
propias tropas lo abandonaban y vitoreaban al emperador usurpador, con el que se sentían mucho más identificado y al que de hecho consideraban más legítimo; pues, para entonces, las legiones romanas habían asumido ya el criterio general de que es más legítimo quien tiene más espadas en el armario; lo de la sangre son polladas. De hecho, tengo por mí que fue observando esa realidad, y preguntándose a sí mismo cómo se la maravillaría para cambiar eso, que Constantino maquinó la idea de hacer al rey un ungido por Dios. De esta manera, incluso los que tuvieran más espadas tendrían que doblar la cerviz ante una legitimidad superior.
El teórico emperador de Occidente se retiró a Rávena y allí la palmó (aunque pudo ser en otras circunstancias; el tema no está claro). Al parecer, a pesar de las órdenes de Galerio, Severo, que algo tenía que barruntarse de la insoportable levedad de sus tropas, se lo pensó mucho antes de avanzar sobre Roma, pero fue Maximiano quien lo convenció, tal vez buscando que el pobre maula se llevase las hostias, debilitase a Majencio y, así le dejase el toro en suerte a él para rematarlo. Muerto Severo, en todo caso, el lógico heredero de su posición era Constantino quien, como ya hemos visto, fue aceptado como césar occidental por Galerio. Éste, Galerio, intentó por su cuenta una expedición punitiva a Italia contra Majencio, to no avail.
El teórico emperador de Occidente se retiró a Rávena y allí la palmó (aunque pudo ser en otras circunstancias; el tema no está claro). Al parecer, a pesar de las órdenes de Galerio, Severo, que algo tenía que barruntarse de la insoportable levedad de sus tropas, se lo pensó mucho antes de avanzar sobre Roma, pero fue Maximiano quien lo convenció, tal vez buscando que el pobre maula se llevase las hostias, debilitase a Majencio y, así le dejase el toro en suerte a él para rematarlo. Muerto Severo, en todo caso, el lógico heredero de su posición era Constantino quien, como ya hemos visto, fue aceptado como césar occidental por Galerio. Éste, Galerio, intentó por su cuenta una expedición punitiva a Italia contra Majencio, to no avail.
En esas circunstancias, Constantino tenía una
obvia capacidad de resistir, dado que tenía un control más que
potable sobre las potentes legiones romanas establecidas en la
Galia, en Britania y probablemente también en Hispania. Fue
probablemente esta exhibición de poder la que aconsejó a Maximiano
acercarse a él, para intentar atraerlo a su proyecto de recuperar su
dignidad imperial deshaciéndose de su hijo Majencio, a todas luces
ofreciéndole a Constantino ser su césar. Probablemente, antes
Maximiano intentó resolver las cosas por su cuenta matando a su hijo
Majencio, pero no lo consiguió. Así pues, viajó al norte para
encontrarse con Constantino y firmar una alianza. La primera
consecuencia de esta alianza, como siempre, fue familiar: en el año
307, Constantino se casó con Fausta, hija de Maximiano.
Aunque pueda parecer que con estos movimientos
Constantino iba empedrando el camino hacia el poder absoluto, en
realidad su estrategia revela más bien lo contrario. Revela, en este
sentido, que Constantino percibía que sus movimientos, cuando menos
de momento, carecían de legitimidad. Él había intentado conseguir
esa legitimidad a través de la proclamación de York, esto es, la
afirmación ante el mundo de que Constantino era el hijo de
Constancio y como tal retenía los derechos de éste. Sin embargo, si
había sido proclamado césar había sido por un acto de Galerio y,
por lo tanto, igual que de él le venía su legitimidad, el emperador se la
podía quitar. Por eso decidió apoyarse en Maximiano; pero, en
realidad, éste, ofreciéndole a Fausta como esposa, no hacía otra
cosa que vincularlo a un proyecto ilegal de proclamación imperial,
pues Maximiano había abdicado.
Una vez aliado con Constantino, Maximiano procedió
a realizar un movimiento que, probablemente, le fue exigido por su
ahora socio: la eliminación de Majencio, bien política, bien
física. El padre lo intentó; primeramente se desplazó a Italia
dando la impresión de colaborar con su hijo, pero, al fin y a la
postre, y frente a una asamblea de soldados, pretendió impulsar a
esas tropas para proclamar la destitución de Majencio como emperador
ilegítimo. Majencio, sin embargo, había consolidado un mando muy
importante en la península italiana y, como consecuencia, quien
acabó abucheado por los soldados fue Maximiano. Éste, tras esta
derrota, salió de Italia (yo creo bastante probable que temiese por
su vida) hacia la Galia, buscando la protección de su asociado. La
situación presentaba tantas incertidumbres e ineficiencias que en
Oriente se produjo todo un movimiento para implicar a Diocleciano en
la solución al conflicto. La mediación del emperador provocó una
reunión, la conocida como conferencia de Carnuntum, ocurrida en
noviembre del año 308.
La conferencia de Carnuntum, sin embargo, fue un
fracaso desde el principio. Con la inspiración de Diocleciano, contó
con la implicación del emperador Galerio; pero, por parte de los
poderes en conflicto en Occidente, tan sólo concitó la colaboración
de Maximiano quien, además, probablemente no fue allí para aceptar
algún tipo de solución, sino para lograr el apoyo del poder
oriental para acabar con su hijo Majencio.
A todas luces, cuando menos para mí que ya se
sabe que las cosas de la Historia Antigua son bastantes complicadas
de interpretar, cuando comenzó la conferencia, o incluso antes, para
Galerio se hizo evidente que no podía confiar en ninguno de los
poderes obrantes en Occidente para solucionar el problema. Cuando
menos en mi interpretación, Galerio entendió que no podía fiarse
de Maximiano, pues éste, presente en Carnuntum, debió de dejar claro
que a él no le interesaba resucitar el sistema tetrárquico (que era
lo que tanto Diocleciano como Galerio querían), sino dominar la
mitad del Imperio. De Majencio tampoco se podía fiar, pues
claramente se había hecho fuerte en Italia y en norte de África y
no parecía respetar mucho la legalidad constitucional romana. Por
último, de Constantino no podía olvidar su elevada ambición y el
hecho de que le hubiera hecho una envolvente a la muerte de su padre,
Constancio.
Compelido a elegir entre tres, Galerio se decidió por un cuarto, y nombró emperador de Occidente a Licinio.
Era Licinio un viejo compañero de armas de
Galerio; claramente, éste lo colocó al frente de las posesiones
romanas de poniente porque confiaba en él. Un movimiento inesperado
en el que, cuando menos, Constantino era el que menos perdía. Para
él se reservaba la categoría de césar, que por lo tanto le
garantizaba el acceso al poder imperial cuando desapareciese Licinio.
Maximiano fue desposeído de la dignidad imperial y, en cuanto a
Majencio, fue declarado enemigo del Estado.
Los acuerdos de Carnuntum, en todo caso, no
solucionaron nada. En los mismos, Galerio intentó usar su autoridad
donde debió haber usado a sus legiones, puesto que ninguno de los
tres aspirantes a los que apartó en mayor o menor medida:
Constantino, Maximiano y Majencio, aceptó lo prescrito y obedeció.
Dos de ellos, Constantino y Majencio, tenían el mando real de los
territorios que controlaban, tenían a sus ejércitos detrás de
ellos, por lo que el mando imperial de Licinio era más teórico que
práctico. De hecho, durante su pretendido mando imperial Licinio
apenas controló el área de los Balcanes, esto es, el extremo
oriental de su imperio nocional.
Las cosas, de hecho, se pusieron todavía peor. En
el año 308, Alejandro, gobernador romano en el norte de África, se
pronunció y proclamó emperador. Como ya hemos comentado en el este
blog al abordar la caída del Imperio, las tierras libias, tunecinas
y argelinas de los romanos tenían una gran importancia por cuanto
garantizaban la estabilidad social en la propia Roma; la proveían de
buena parte de los alimentos que necesitaba. La rebelión de
Alejandro, como ocurriría un siglo y pico después cuando los
vándalos y alanos dominasen la misma zona, vaciaba de un plumazo los
silos de Roma; Majencio entró en pánico. Envió a su mejor general,
Rufio Volusiano, quien logró cerrar la espita.
Con la victoria sobre Alejandro, Majencio
consiguió consolidarse en los territorios romanos que controlaba.
Esto hacía que la alianza entre Constantino y Maximiano cada día
tuviera menos sentido (sobre todo para el primero de ellos), razón
por la cual no debe extrañarnos que entre los dos surgiese el
conflicto. Todo comenzó, como casi siempre que andaba Maximiano de
por medio, por el natural maniobrero de este tipo. Constantino, que
como sabemos era quien en realidad controlaba tropas, decidió
moverse hacia el Rhin para realizar una campaña contra algunos de
los pueblos residentes en la actual Alemania. Se llevó unas cuantas
legiones, pero dejó otras al mando de su suegro para que se pudiera
defender de Majencio o incluso hostigarlo. Pero Maximiano lo que hizo
con esas tropas fue usarlas para proclamarse emperador augusto. Para
captar voluntades, el ex emperador hizo circular la noticia de que
Constantino había muerto. Éste, sin embargo, estaba muy vivo, y
también muy cabreado. Así pues, bajó desde el norte de las
posiciones de Maximiano contra él con tanta presión y superioridad
que éste se tuvo que bajar hasta Marsella. Si hubo o no hubo asedio
de la ciudad no lo sabemos; pero lo que sí sabemos es que
Constantino acabó quitándole a su suegro la dignidad purpúrea,
pero le respetó la vida.
Al final pasó lo que tenía que pasar. Maximiano
habló con su hija Fausta y le pidió que una noche dejara la puerta
del dormitorio abierta para que pudiera entrar él y cargarse a su
yerno. Fausta, sin embargo, se lo contó todo a su churri, al que con
seguridad veía con mucho más futuro que su padre. Constantino,
enterado pues, puso a un eunuco en su cama, que fue a quien se cargó
Maximiano al entrar en el dormitorio. Enfrentado con su traición,
Maximiano fue compelido a acabar con su vida.
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