miércoles, octubre 23, 2024

Mao (36): El marxismo es así de duro

Papá, no quiero ser campesino
Un esclavo, un amigo, un servidor
“¡Es precioso, precioso!”
Jefe militar
La caída de Zhu De
Sólo las mujeres son capaces de amar en el odio
El ensayo pre maoísta de Jiangxi
Japón trae el Estado comunista chino
Ese cabronazo de Chou En Lai
Huida de Ruijin
Los verdaderos motivos de la Larga Marcha
Tucheng y Maotai (dos batallas de las que casi nadie te hablará)
Las mentiras del puente Dadu
La huida mentirosa
El Joven Mariscal
El peor enemigo del mundo
Entente comunista-nacionalista
El general Tres Zetas
Los peores momentos son, en el fondo, los mejores
Peng De Huai, ese cabrón
Xiang Ying, un problema menos
Que ataque tu puta madre, camarada
Tres muertos de mierda
Wang Ming
Poderoso y rico
Guerra civil
El amigo americano
La victoria de los topos
En el poder
Desperately seeking Stalin
De Viet Nam a Corea
El laberinto coreano
La guerra de la sopa de agujas de pino
Quiero La Bomba
A mamar marxismo, Gao Gang
El marxismo es así de duro
A mí la muerte me importa un cojón
La Campaña de los Cien Ñordos
El Gran Salto De Los Huevos
38 millones
La caída de Peng
¿Por qué no llevas la momia de Stalin, si tanto te gusta?
La argucia de Liu Shao Chi
Ni Khruschev, ni Mao
El fracaso internacional
El momento de Lin Biao
La revolución anticultural
El final de Liu Shao, y de Guang Mei
Consolidando un nuevo poder
Enemigos para siempre means you’ll always be my foe
La hora de la debilidad
El líder mundial olvidado
El año que negociamos peligrosamente
O lo paras, o lo paro
A modo de epílogo  

 

Tal y como ya sospechaban los más conspicuos miembros del PCC, el caso Gao Gang no se iba a quedar ahí. En el comunismo de corte estalinista, una vez que has hecho el gasto de abrir la esquina de la lata de las purgas, ya la abres entera porque dejarla así sería tontería. Así que Mao ordenó la acusación de Rao Shu Shi. Rao Pescado Crudo no era un cualquiera: era el jefe del Departamento de Organización del Partido; y si habéis estado atentos en pasadas lecciones sobre la estructura del comunismo soviético, ya deberíais saber a estar alturas que este puesto controlaba un montón de cosas relacionadas con nombramientos, destinos y otras gabelas que llevaban a sus beneficiarios, no a la tierra que mana leche y miel, sino a la tierra que mana alcohol y donde la leche la pones tú. Mao hizo que Rao fuese acusado de haber complotado con Gao (o sea, sí: Mao acusó a Gao y a Rao) para romper el Partido ( o sea: de lo que Gao acusaba a Liu; es lioso, lo sé, y sobre todo con nombres chinos de por medio). El gran pecado de Rao, que a todas luces debía de ser un comunista listo y eficiencia, fue haber sido el jefe de la inteligencia china en Estados Unidos. Mao estaba pensando en hacer una purga en su sistema de inteligencia; en ese momento, estaba bien atento al merdé que tenía montada la URSS posestalinista con la figura de Lavrentii Beria; y claramente no quería eso. Rao fue correspondientemente arrestado, pero no fusilado. Lo metieron en el maco, donde murió tras haber incluso sobrevivido a Mao, en 1975. Esto quiere decir que, efectivamente, ni siquiera Deng Xiao Ping se planteó nunca revisar su caso, mucho menos rehabilitarlo. Lo cual nos lleva, de nuevo, a la enigmática frase de Patxi Arkhipov: ¿Por qué quieren ustedes saber tantas cosas de Gao Gang? ¿Qué más da, chavales, qué mas da?

El 26 de diciembre de 1953, en medio de este ambiente de amenazas de nuevo cuño, Mao Tse Tung cumplió sesenta años. Se ha hablado y se ha escrito mucho sobre eso de que Adolf Hitler pensaba que moriría relativamente joven, y que esas prisas hicieron de él un fanático del imperialismo y de la guerra. Pero se habla muy poco de que Mao también quería ser dueño del mundo, especialmente tras la muerte de Stalin y de comprobar que sus sucesores en la URSS eran un tanto nenazas. Y del hecho de que, con sesenta años, tenía que tener la sensación de que los plazos razonables que defendían personas como Liu no le valían, porque la construcción de la gran China le iba a pillar fiambre (como de hecho ha terminado por ocurrir). Eso sí, había dado pasos fundamentales: Liu había reconocido sus errores, y el resto del Partido estaba literalmente acojonado, por lo que el riesgo de que algún alto dirigente escuchase cantos de sirena de Moscú para convertirse en alternativa era muy remoto.

Algunas semanas antes, Mao había dado el tercer y definitivo paso para la creación de la superpotencia china. El PCC había decretado un plan monstruo de requisas de comida en todo el país, con el objeto de conseguir materias exportables. El Estado definió una magnitud, llamada “comida básica”, consistente en unos 200 kilos anuales de grano equivalente; por encima de esa magnitud, comenzaba la magia (aunque, ya sabes, no es magia: son tus impuestos). Hay que decir, en todo caso, que una cosa es lo que el régimen definía en los decretos, y otra la realidad. En 1976, el año que Mao las espichó, el monto medio de comida básica que conseguían los chinos era de 190 kilos al año. En la realidad, pues, sobre ser esa ración anual una puta pobreza, en realidad los chinos comían todavía menos.

A esto hay que unir que, en un gesto muy, pero muy comunista (está en una de cada tres páginas de Lenin, sin ir más lejos), Mao odiaba a los campesinos (es decir: odiaba a la mayor parte de sus hermanos proletarios) y, consecuentemente, consideraba que debían esforzarse más que la media. Esto, ya os lo he dicho, no ocurría porque pensase que los campesinos fuesen superhombres; sino porque sabía que sus rebeliones eran mucho más putañeras. Por ello, hizo que el Partido decretase que, si bien un chino medio necesitaba 200 kilos de grano para vivir, uno del campo, con 140, o incluso 110, tenía de sobra. Es decir: como todo el mundo sabe, los agricultores y ganaderos, por lo general, se tocan los huevos y apenas sudan, especialmente en sectores primarios pobremente modernizados como el chino de hace 80 años. Al hambre de los campesinos, Mao contestaba cosas como que debían entregar al Estado sus patatas, aunque podían comerse las hojas de la planta de la patata, habitual alimento de los cerdos. El campesino chino, solía decir, debía ser educado para comer menos. Un visionario de la Agenda Veinte Mierdas, el amigo.

Mao y el gran organizador de las requisas masivas, Chen Yun, el Marlaska de esta historia, diseñaron a pachas todo el plan; y en octubre de 1953 se presentaron ante el Politburo para decir que, literalmente, el Partido estaba ahora en guerra con todo el resto de la población. “Esto”, dijo Mao, “es una guerra contra los productores de comida, para que nos la den; y contra los consumidores de comida, para que no la consuman”. Para justificar que el régimen fuese a tratar a los campesinos como la mierda, Mao sacó a pasear un tema en el que, ya os lo he dicho, no le faltaba razón: al marxismo, los hombres del agro nunca le han caído bien, dado su perfil habitualmente tan conservador y apegado al concepto de propiedad privada. Mao invitó a los dirigentes comunistas a estar preparados para disturbios y muertes en hasta 100.000 aldeas chinas.

Como era de esperar, aproximadamente un año después, ya en 1955, China estaba instalada allí donde el comunismo siempre quiere instalar a las sociedades sobre las que gobierna: en la puta miseria. A decir verdad, hubo casos de mandos comunistas que estaban en primera línea de las visitas a las granjas, las palizas a los granjeros, que se quejaron a Mao diciendo que lo que estaba haciendo el PCC estaba muy mal hecho. Pero Mao, obviamente, no les escuchó. Él, como Amador Rivas, quería su descapotable. A quien le hablaba en sentido crítico, le contestaba con una verdad totalmente cierta: “el marxismo es así de brutal”.

A mediados de 1955, presionado por la necesidad de conseguir unas cantidades que no estaba consiguiendo ni de lejos, Mao Tse Tung dio un paso que no por casualidad no había querido dar antes: decretar la total colectivización del campo. Lo hizo para poder tener plenamente controladas las requisas, aunque sin valorar adecuadamente las evidentes consecuencias que todo ello iba a tener en términos de eficiencia. La colectivización china, en mucho mayor medida que la soviética, se convirtió en una moderna esclavitud, en la que el Estado dictaba no sólo lo que el agricultor debía trabajar, sino con qué intensidad en cada momento. Mao fue especialmente duro con las mujeres rurales; todas las que hasta entonces no hacían labores en el campo tuvieron que realizarlas.

Todo esto, para funcionar, necesitaba de sus dosis de terror. Mao lo sabía, y actuó en consecuencia. En mayo de 1955, ordenó la ejecución de un Plan Quinquenal, pero no de producción, sino de arrestos. En esos cinco años, dijo, un millón y medio de contrarrevolucionarios debería ser localizado, arrestado y adecuadamente reprimido. Como último paso, el Estado nacionalizó toda la industria y todo el comercio en las áreas urbanas.

Asimismo, se lanzó una campaña específica de terror entre los más de 14 millones de chinos funcionarios. En la Administración Pública se lanzó una purga masiva en la que todos y todas los trabajadores públicos fueron arrojados a un turbión de confesiones públicas y delaciones. Edificios de oficinas, polideportivos y dormitorios universitarios fueron convertidos en centros de detención, de tanto chino que había que enjaretar. 715.000 personas fueron condenadas a penas diversas.

Otro elemento de la nueva política del Partido fue la eliminación en el campo cultural. El intelectual comunista, cuando vive en un Estado de libertades, no para de reclamarlas para sí; pero la cosa es que, cada vez que su ideología gobierna, se convierte siempre en un dedicado censor que no deja pasar ni media. En dos años (1950 a 1952) se pasó de filmar 39 películas a sólo 5. Los cines, de hecho, prácticamente desaparecieron, porque la vanguardia revolucionaria consideraba que eso de que la gente fuese a ver en la pantalla la historia que le apeteciese no era marxista (y es que no lo es). En 1954 comenzó una campaña permanente dirigida a eliminar del elenco de referencia de los dizque intelectuales orgánicos cualquier referencia a escritores, historiadores y catedráticos no comunistas. La peor parte, claro, se la llevaron aquellos intelectuales que no se habían querido exiliar a Taiwan, pero seguían, de alguna manera, aparcados en el arcén del sistema comunista. Como el escritor Hu Feng, que no es que fuese un anticomunista, pero sí, por lo menos, defendía la libertad del creador. En mayo de 1955, La Ceja Chinorri lo denunció públicamente, y Hu acabó en prisión, de donde no salió hasta veinte años después, cuando Mao hubo muerto; y, para entonces, estaba tolili. Una parte fundamental del caso contra Hu habían sido las cartas que se había escrito con sus amigos, que fueron todas publicadas en la Prensa (el mundo ideal para un fiscal general del Estado, pues). Esto generó una sicosis generalizada en el país; el personal dejó de poner en las cartas más información que la fecha y la firma, por un siaca.

En el momento que contamos, en todo caso, Mao era un jefe de Estado básicamente feliz. Y esto es así porque había conseguido su gran sueño: había logrado acceso a la tecnología nuclear básica. Al presidente chino le había fallado su primera jugada para conseguir la bomba, que había sido la prolongación de la guerra de Corea. La experiencia, sin embargo, le había enseñado que necesitaba una guerra para conseguir lo que quería. Así que se fue a por Taiwan. Envió a Chou a Moscú a decirle a los soviéticos que Mao había llegado a la conclusión de que era hora de liberar la isla. Todo era mentira. El Estado Mayor chino le había dicho a Mao que las posibilidades de una operación cruzando el mar eran mínimas, y de hecho el amado líder había decidido no llevarla a cabo. Pero buscaba que los soviéticos creyesen que iba a producirse el ataque, para que así asumiesen un enfrentamiento con Estados Unidos en el marco del cual valorasen la posibilidad de poner la bomba en manos de los chinos.

El 3 de septiembre, los chinos continentales bombardearon desde el mar la isla de Quemoy, es decir, el emplazamiento formosano más cercano al continente; esto provocó lo que normalmente se conoce como Primera Crisis del Estrecho de Taiwan. Poco después Nikita Khruschev, quien ya había conseguido establecerse sólidamente como el Uno del régimen soviético, voló a Pekín, a la cabeza de un nutrido séquito, para la celebración del quinto aniversario del régimen comunista (1 de octubre 1954).Khruschev llegó convencido de que necesitaba mejorar las relaciones con los chinos, y por eso le ofreció a Mao una especie de desestalinización de las relaciones bilaterales, es decir, la eliminación de todos los protocolos secretos del acuerdo de 1950 que eran lesivos para los limones. Le prometió, además, nueva ayuda industrial, y un importante préstamo. Mao contestó diciendo: “Y La Bomba”. Khruschev preguntó por qué la quería tanto, y Mao contestó que porque esperaba un ataque estadounidense en el marco del conflicto de Taiwan. A esto, el dirigente soviético le ofreció al chino colocarse bajo el paraguas de la defensa soviética. Mao reaccionó como si esa medida fuese un insulto para el orgullo nacional chino. Visto que no podía con él, arrastrando el escroto, Khruschev le prometió la construcción de un reactor nuclear en China.

En cuanto Nikita estuvo de vuelta hacia Moscú, Mao ordenó escalar el conflicto con Taiwan, mediante nuevos bombardeos. La respuesta de Eisenhower fue firmar un acuerdo de asistencia militar mutua con los chinos isleños. Mao amenazó a las islas de Quemoy y Matsu, buscando que Eisenhower repitiese la jugada de Corea y amenazase con un pepinaco. Le funcionó. El 16 de marzo, en una conferencia de Prensa, Eisenhower dijo que no veía razón para no usar la bomba “como quien usa una bala o cualquier otra cosa que tenga a su disposición”. Khruschev, cuya prioridad era que la URSS no se viese implicada en una guerra nuclear con EEUU, decidió darle a los chinos la asistencia técnica necesaria para que fabricasen ellos una bomba. Mao ya tenía importantes depósitos de uranio en Guangxi, y el 14 de enero de 1954 presidió una primera demostración.

En abril, los soviéticos le anunciaron a Mao que construirían en China un ciclotrón y un reactor nuclear, piezas ambas fundamentales para tener una bomba. Un ejército de científicos chinos fue enviado a Moscú, y se puso en marcha un plan de desarrollo de doce años.

El plan nuclear 1954-1966 selló el destino de millones de campesinos chinos. Paralelo al mismo, Mao diseñó, en enero de 1954, un plan agrícola, también a doce años, destinado a producir mucha más comida que hasta ahora. El objetivo era que la China rural produjese más del triple de o que habían producido en su mejor año (1936).

Esta vez, el plan era tan bestia que se encontró con la oposición casi total del Politburo, encabezada por Chou y Liu. Chou compartía los deseos estratégicos de su jefe, pero, como primer planificador del país, tenía una visión más pragmática, y era partidario de medidas como la que de hecho acabó tomando en febrero de 1956, consistentes en liberar recursos de otros programas industriales para favorecer el programa nuclear. Mao, sin embargo, era más de hacer todos los proyectos a la vez. En abril de 1956, Mao convocó una reunión de la cúpula del Partido para convencerlos de que se diese marcha atrás en los recortes decididos por Chou; pero se encontró una oposición tan cerril que, en medio de un cabreo de cojones, tuvo que disolver la reunión sin aprobar la medida. Aquel encuentro estuvo indirectamente influido por el hecho de que, algunas semanas antes, se había producido el famoso discurso de Khruschev en el congreso del PCUS poniendo a parir a Stalin.

Mao abandonó la reunión y abandonó Pekín, de forma inopinada. Hemos de suponer que estaba mosqueado, pensando si no sería él el siguiente en ser cuestionado pues, en aquel mundo comunista, si caía Stalin, podía caer cualquiera. De forma totalmente inesperada, contactó con un hombre que le era totalmente fiel, Liu Ya Lou, jefe de la Fuerza Aérea, y le conminó a tener aviones a su disposición. Esto era extraño de cojones. Mao le tenía alergia al Falcon. Nunca volaba, y si lo había hecho antes, había sido ante las presiones de Stalin. En uno de esos aviones, de forma súper secreta (la tripulación supo quién era su pasajero prácticamente cuando entró en el aparato), Mao voló a Wuhan, la patria chica del COVID, cuyo jefe comunista local le era tan perrunamente fiel que había instalado una estatua de Mao en la sala de espera del aeropuerto. Cuando el Presidente la vio, influido por las críticas al culto de la personalidad de Stalin, le dijo que la quitase inmediatamente. Pero el subordinado era tan nenaza y tan subordinado que decidió que, cuando el jefe decía que no, en realidad quería decir que sí, y la mantuvo.

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