lunes, octubre 07, 2024

Mao (24): Wang Ming

Papá, no quiero ser campesino
Un esclavo, un amigo, un servidor
“¡Es precioso, precioso!”
Jefe militar
La caída de Zhu De
Sólo las mujeres son capaces de amar en el odio
El ensayo pre maoísta de Jiangxi
Japón trae el Estado comunista chino
Ese cabronazo de Chou En Lai
Huida de Ruijin
Los verdaderos motivos de la Larga Marcha
Tucheng y Maotai (dos batallas de las que casi nadie te hablará)
Las mentiras del puente Dadu
La huida mentirosa
El Joven Mariscal
El peor enemigo del mundo
Entente comunista-nacionalista
El general Tres Zetas
Los peores momentos son, en el fondo, los mejores
Peng De Huai, ese cabrón
Xiang Ying, un problema menos
Que ataque tu puta madre, camarada
Tres muertos de mierda
Wang Ming
Poderoso y rico
Guerra civil
El amigo americano
La victoria de los topos
En el poder
Desperately seeking Stalin
De Viet Nam a Corea
El laberinto coreano
La guerra de la sopa de agujas de pino
Quiero La Bomba
A mamar marxismo, Gao Gang
El marxismo es así de duro
A mí la muerte me importa un cojón
La Campaña de los Cien Ñordos
El Gran Salto De Los Huevos
38 millones
La caída de Peng
¿Por qué no llevas la momia de Stalin, si tanto te gusta?
La argucia de Liu Shao Chi
Ni Khruschev, ni Mao
El fracaso internacional
El momento de Lin Biao
La revolución anticultural
El final de Liu Shao, y de Guang Mei
Consolidando un nuevo poder
Enemigos para siempre means you’ll always be my foe
La hora de la debilidad
El líder mundial olvidado
El año que negociamos peligrosamente
O lo paras, o lo paro
A modo de epílogo  


 

A principios de 1943, contrariamente a lo que esperaba, la salud de Wang Ming comenzó a deteriorarse. Los médicos, tanto chinos como soviéticos, recomendaron que se trasladase, o bien a la China nacionalista, o bien a la URSS. Pero Mao se negó.

Obsesionado con convencer a Stalin para que lo hiciese llamar, el 8 de enero Ming le escribió a los soviéticos una larga carta. En ella describía los muchos crímenes, “también contra el Partido”, cometidos por Mao; y sugería que le enviasen un avión para irse a Moscú a ser tratado.

El 1 de febrero, Dimitrov recibió una versión de aquel mensaje, que ya había pasado por las manos de Vladimirov, quien, probablemente, había censurado las partes más escabrosas, por así decirlo. Pocos días después, Dimitrov recibió un telegrama de Mao que respondía al de Wang casi punto por punto; lo cual demuestra que los terminales maoístas en la Komintern habían funcionado. Dimitrov, aún así, le prometió a Wang que lo llevarían a Moscú. En China, sin embargo, un tal doctor Jin Mao Yue, que estaba al cuidado de Wang, le recetó una combinación letal de medicinas (que parece que no era la primera vez que lo hacía).

El 20 de marzo, Mao hizo un movimiento desesperado. Convocó secretamente al Politburo, pero dejó a Wang fuera. Hizo que el máximo órgano del Partido lo votase como máximo dirigente, tanto del propio Politburo como del Secretariado. Era la primera vez que Mao podía considerarse número 1. Pero fue un nombramiento que permaneció en secreto, sin ser comunicado ni al Partido ni a Moscú; y, de hecho, es un nombramiento que permaneció fuera de las biografías del líder durante toda su vida, consciente como era Mao de que incluso en un régimen tan líquido y mudable como es un régimen comunista, aquello era una cacicada inconstitucional, por así decirlo.

Es evidente que Wang Ming algo supo de todo aquello, y de más cosas, porque el 22 de marzo le enseñó a los soviéticos las prescripciones del doctor Jin. Los soviéticos remitieron esa información a Moscú. Wang también le enseñó las recetas al jefe médico de Yenan, doctor Nelson Fu, quien inició una breve investigación cuya conclusión fue que Wang había sido envenenado. Existen indicios, en todo caso, de que el tema había sido denunciado semanas antes, y nadie había hecho nada. ¿De quién depende la Fiscalía? Pues eso.

La reacción de Mao fue la que siempre tenía cuando se sentía acorralado: buscar un pringao a quien echarle la culpa. Esta vez lo tenía claro. El 28 de marzo, Vladimirov relataba que la mujer de Mao vino a verlo y, como quien no quiere la cosa, le empezó a hablar de sospechas en torno al doctor Jin quien, dijo, podía ser un agente nacionalista.

El 20 de julio, la investigación se concluyó con la acusación directa al doctor Jin. Días después, el propio doctor Jin, en el curso de una reunión sobre su caso, se arrojó a los pies de Wang, pidiéndole perdón. En todo caso, vino a decir que el envenenamiento no había sido deliberado.

Parece claro que Jin, quien días antes había anunciado que haría algunas precisiones sobre el tema que ahora no hizo, había sido convencido de actuar así. Y recibió su recompensa: a pesar de la gravedad de su error, aún admitiendo que fuese solamente un error, los servicios de seguridad ni siquiera lo tocaron. De hecho, siguió siendo médico de Mao y de otros líderes. Los soviéticos, sin embargo, siempre estuvieron convencidos de que todo lo había montado Mao; pero eso, una vez más, no quiere decir que tuviesen ninguna gana de contárselo a Asuntos Internos.

El mejor amigo del doctor Jin fue, en todo caso, amiga; la misma que lo había denunciado. Le había practicado a la mujer de Mao un aborto en 1942, seguido de una operación de esterilización. Cuando el comunismo se impuso en China, fue nombrado director del Hospital de Pekín, que sólo servía a la elite del vodka y las putas y sus familias.

Los soviéticos querían llevarse a Wang a Moscú y Mao, obviamente, no era partidario. Sabía, por otra parte, que dicho viaje tenía que contar con el visto bueno de Chiang Kai Shek. Así que Mao usó a su hombre en Chongqing, Chou En Lai, para decirle a los moscovitas que el problema no eran los comunistas, sino Chiang, que se negaba en redondo a autorizar el viaje. Y la cosa es que, al mismo tiempo, Chou estaba negociando con Chiang un movimiento en el sentido contrario: la vuelta a China desde la URSS de An Ying, el único heredero de Mao, ya que su otro hijo, An Ching, no era una persona mentalmente capaz.

El 19 de agosto, un avión soviético voló hacia Yenan para recoger a Wang Ming, y se suponía que An Ying iba en él. Sin embargo, horas antes del despegue, Dimitrov convocó al hijo de Mao en su despacho, así pues nunca se subió al aparato. El mensaje de Moscú era claro: Wang Ming por An Ying. O Mao lo tomaba, o Mao lo dejaba.

Y Mao decidió: quedaros con el puto niño, no te jode. Dio órdenes a los doctores de que le informasen a los soviéticos de que Wang Ming no estaba en condiciones de hacer el viaje. Los soviéticos enviaron otro avión el 20 de octubre y lo tuvieron en el aeródromo de Yenan cuatro días. To no avail.

El 1 de noviembre, Mao convocó una reunión de la elite comunista de Yenan, de la que mantuvo desinformado a Wang. En la reunión llevaron a un jefe militar ya detenido que confesó que la mujer de Wang Ming le había dicho, tiempo atrás, que su marido estaba siendo envenenado. La señora de Wang, presente en la reunión, lo negó todo. El 15 de noviembre, le escribió una carta a Mao y al Politburo en la que juraba que ni ella ni su marido habían tenido jamás tamaña idea, y que no sentía más que gratitud hacia el camarada Mao. El caso del “presunto” envenenamiento fue cerrado.

El aspecto más jodido para Mao en el affaire de Wang Ming era, obviamente, su desafío de la voluntad de los soviéticos. Sin embargo, él sabía que la sangre no iba a llegar al río, o cuando menos lo esperaba; y lo esperó con acierto. A aquellas alturas de la película, con el nivel de control que había conseguido Mao sobre el Partido y su consolidación como figura competidora de Chiang Kai Shek, Stalin necesitaba a Mao más de lo que Mao necesitaba a Stalin. Dimitrov insistió de nuevo el 17 de noviembre con un telegrama en el que exigía la marcha de Wang Ming a Moscú; Mao se permitió el lujo de ni siquiera contestarlo.

Este detalle: el silencio más que la negativa, fue, probablemente, lo que exacerbó a Stalin. El máximo dirigente soviético estaba dispuesto a vivir con unos comunistas exteriores que más o menos hiciesen de su capa un sayo; pero que hiciesen ostentación de ello, delante además de algunos de sus subordinados de mayor nivel (los de la Komintern) ya era otra cosa. El 22 de diciembre, Dimitrov, con autorización de Stalin, le envió a Mao un nuevo telegrama. En el mensaje Dimitrov recordaba que la Komintern había sido oficialmente disuelta (fue un gesto de Stalin hacia sus aliados) en 20 de mayo de 1943. En consecuencia, ya no podía intervenir en los asuntos del PCC. Sin embargo, decía Dimitrov, la preocupación en Moscú sobre la situación del PCC era intensa. Expresaba Dimitrov dudas acerca del jefe de la inteligencia de Mao, Kang Sheng, y criticaba directamente las campañas de acusación contra Wang Ming y Chou En Lai. Finalmente, informaba del ingreso de An Ying en una academia militar, sin decir una palabra sobre su eventual regreso.

A la recepción del mensaje, 2 de enero, Mao redactó una respuesta punto por punto, numerándolos, exenta de formalismos de entrada o de salida, signo inequívoco del cabreo que se cogió. Trataba de rebatir todas las críticas de Dimitrov una a una, y defendía a Kang Sheng. Su tono era desafiante, en exceso, de hecho. Al día siguiente, le preguntó a Vladimirov si el mensaje había sido ya enviado, y le dijo que, en caso contrario, le gustaría cambiarlo.

Vladimirov, sin embargo, había hecho bien su trabajo y había remitido el telegrama a toda hostia, consciente de que Mao pronto se arrepentiría de él. La noticia de que lo hecho, hecho estaba, colocó a Mao en una situación de desesperación que le hizo escribir un nuevo telegrama días después. Nada que ver: muchas gracias, camarada, por tus consejos tan valiosos. Los tendré en cuenta todos. En materia de asuntos internos en el Partido, nuestro deseo es la unidad, y para la misma trabajaremos, también con Wang Ming, bla, bla, bla.

El 28 de marzo, Mao le pidió a Vladimirov que le enviase un telegrama a su hijo An Ying. Le quería decir que no pensase en el retorno a China. En realidad, el mensaje era para Stalin: Mao aceptaba que su hijo fuera el rehén de su actuación. A cambio, en aquel pacto tácito, obtuvo el poder total sobre Wang Ming, quien permaneció en Yenan; la única línea roja que Mao no podía traspasar era que no podía matarlo. La campaña de terror de 1942 tuvo entre uno de sus objetivos fundamentales encontrar personas que acusasen a Wang Ming de esto y de lo otro. El dirigente comunista se fue quedando cada vez más aislado, y los que lo acusaron en público comenzaron a ser legión. Su mujer se coló en una de esas reuniones y acabó abrazando las rodillas de Mao, implorándole piedad, mientras el dirigente comunista no movía ni un músculo.

Años más tarde, en 1948, cuando Mao iba a ir a Moscú, le dio por preocuparse por lo que Wang Ming podría hacer en su ausencia. Así que ordenó que le diesen lysol, buscando que le devastase los intestinos. Wang se salvó porque su mujer se coscó de la movida y dejó de darle la medicina. Se culpó a los farmacéuticos.

Wang Ming decayó en el poder comunista chino aunque, una vez que se estableció la República Popular, se le dieron algunos cargos con no demasiada importancia. En 1956, consiguió finalmente ir a Moscú para ser tratado allí, y ya no regresó nunca.

Wang, sin embargo, sólo es la punta del iceberg de una política mucho más amplia. Mao quería que todo el mundo en el Partido estuviese permanentemente acojonado con él. Y, por sobre todos los acojonados, a quien quería más acojonado que nadie, era a Chou En Lai, su mano derecha. Mao no tenía manos derechas; sólo tenía gente que le sujetaba el rabo. Durante la campaña de terror de 1942, no por casualidad fueron muchos de los que hicieron confesiones públicas “invitados” a confesar las prácticas de Chou como espía enemigo. La respuesta de Chou fue postrarse para pedir clemencia. En noviembre de 1942, fue el protagonista de una sesión de cinco días del Politburo, durante la cual confesó haber cometido “crímenes extremadamente graves”, de “haber sido un cómplice de Wang Ming” y de tener el carácter de un esclavo que había obedecido al amo equivocado. Luego se hizo un tour como los Rolling Stones, de reunión masiva en reunión masiva de militantes, donde no paró de decir “por mi culpa, por mi culpa, por mi gran culpa”. A partir de entonces, no sería sino el perrito faldero de Mao.

El último hombre que le quedaba a Mao antes de tener el PCC completamente purgado de personas que le pudieran hacer sombra fue Pend De Huai, el comandante del 8RA. Peng siempre había estado en desacuerdo con Mao; pero ahora, en los años cuarenta, lo había desafiado de una forma especialmente importante comandando la única operación a gran escala de los comunistas contra los japoneses. Otra cosa que hizo Peng, que siempre ha sido, y siempre será, delito de lesa traición entre comunistas, fue tratar de aplicar entre sus tropas los altos conceptos del comunismo. En esto, las cosas hay que reconocerlas, Mao nunca engañó a nadie. Él siempre dijo que la democracia, la igualdad, la libertad, la fraternidad, son todos conceptos que se manejan “por oportunidad política”; no para aplicarlos en realidad. Cuando Peng comenzó a hacerlo (más o menos, tampoco os sobréis) entre sus tropas, a Mao le entraron los siete males.

En el otoño de 1943, la principal labor de Peng, que era extender el ámbito de las tropas comunistas, estaba básicamente hecho. Así que lo llamó a Yenan. Lo dejó en paz unos meses, pero a principios de 1945, como por arte de magia, las denuncias contra el general comenzaron a brotar de aquí, y de allá. Se convocaron una serie de sesiones de autocrítica, en las cuales un disciplinado ejército de comunistas a las órdenes de Mao se presentaron para decir de Peng que si era un esto o había hecho aquello otro. Las sesiones se repitieron hasta las vísperas de la rendición japonesa; el final de la guerra mundial cambiaba las cosas; ahora Mao necesitaba luchar contra Chang Kai Shek; es decir, necesitaba a gente como Peng.

En su carrera por la toma de poder, Mao tuvo, como os he contado, que desplegar la campaña de terror de 1942. Sin esta revolución cultural en pequeñito, de hecho, la ascensión a las mayores alturas del poder comunista por parte de Mao Tse Tung no se entendería. Pero esas cosas, indefectiblemente, también crean enemigos. Muchos enemigos, imposibles de controlar. Hijos, nietos, sobrinos, amigos de personas purgadas, asesinadas a hostias delante de una multitud, que tienen la sensación de que ya no tienen nada que perder.

En 1942, Mao formó, por primera vez, su guardia personal. Mao, por lo demás, abandonó su residencia en Yenan y pasó a vivir en un emplazamiento controlado por su policía secreta, a kilómetros de distancia de la ciudad. E incluso se marchó de allí para mudarse más adentro de las colinas y el bosque, en un sitio llamado el Barranco Posterior. Muy pocas personas sabían que vivía allí. En su dormitorio se habilitó una segunda puerta que daba a un pasadizo que terminaba en el otro lado de la colina. El complejo del Barranco tenía un auditorio que, sin embargo, no se usó nunca por razones de seguridad.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario