martes, octubre 08, 2024

Mao (25): Poderoso y rico

Papá, no quiero ser campesino
Un esclavo, un amigo, un servidor
“¡Es precioso, precioso!”
Jefe militar
La caída de Zhu De
Sólo las mujeres son capaces de amar en el odio
El ensayo pre maoísta de Jiangxi
Japón trae el Estado comunista chino
Ese cabronazo de Chou En Lai
Huida de Ruijin
Los verdaderos motivos de la Larga Marcha
Tucheng y Maotai (dos batallas de las que casi nadie te hablará)
Las mentiras del puente Dadu
La huida mentirosa
El Joven Mariscal
El peor enemigo del mundo
Entente comunista-nacionalista
El general Tres Zetas
Los peores momentos son, en el fondo, los mejores
Peng De Huai, ese cabrón
Xiang Ying, un problema menos
Que ataque tu puta madre, camarada
Tres muertos de mierda
Wang Ming
Poderoso y rico
Guerra civil
El amigo americano
La victoria de los topos
En el poder
Desperately seeking Stalin
De Viet Nam a Corea
El laberinto coreano
La guerra de la sopa de agujas de pino
Quiero La Bomba
A mamar marxismo, Gao Gang
El marxismo es así de duro
A mí la muerte me importa un cojón
La Campaña de los Cien Ñordos
El Gran Salto De Los Huevos
38 millones
La caída de Peng
¿Por qué no llevas la momia de Stalin, si tanto te gusta?
La argucia de Liu Shao Chi
Ni Khruschev, ni Mao
El fracaso internacional
El momento de Lin Biao
La revolución anticultural
El final de Liu Shao, y de Guang Mei
Consolidando un nuevo poder
Enemigos para siempre means you’ll always be my foe
La hora de la debilidad
El líder mundial olvidado
El año que negociamos peligrosamente
O lo paras, o lo paro
A modo de epílogo  


 

Al terror de Mao le pasó algo parecido a lo que le pasó al de Stalin: llegó un momento en el que ya sólo Mao podía estar seguro de que Mao no iba a acabar con Mao. Exactamente igual que Lavrentii Beria acabó delante de un paredón, y de que son muchos los indicios de que el propio Stalin estaba pensando en colocarlo ahí cuando murió, existen indicios de que Kang Sheng también vivió buena parte de su vida esperando escuchar los nudillos de sus subordinados llamando a su puerta en cualquier madrugada. Sheng sabía que su posición, en el fondo, era débil (no podía documentar adecuadamente su adhesión al comunismo); y es probablemente por eso por lo que siempre fue tan violento. Cuando los soviéticos expresaron dudas sobre él, a Kang se le cayeron los cojoncillos y le salieron rebotando por el suelo hacia la calle. Kang Sheng estuvo acojonado de Mao hasta la muerte del líder.

Todo esto no empece el hecho de que Kang Sheng era, él mismo, una persona profundamente sádica. Si a Beria le mesmerizaba la parte sexual de la tortura, la dominación de sus víctimas por la vía de la esclavización sexual, a Kang Sheng lo que más le molaba era llevar a sus interrogados a un punto en el que acunaban racionalmente la esperanza de salvarse, para poder ver sus miradas cuando, finalmente, se daban cuenta de que iban para dentro. Cabe suponer, yo cuando menos lo supongo, que era lo suficientemente listo como para darse cuenta de que, cuando llegase ese momento en que el que a su jefe le conviniese, por esto o por lo otro, denunciar el terror de Yenan de 1942, él sería su cabeza de turco.

Junto con Wang Ming, Chou En Lai y, en el fondo, el propio Kang Sheng, otro aliado de Mao para quien se diseñó la campaña de 1942 fue Liu Shao Chi. Muchas de las organizaciones de espías nacionalistas “descubiertas” durante la campaña estaban emplazadas en organismos y unidades que controlaba Liu. Él mismo, además, había sido una vez detenido por los nacionalistas, lo que servía para levantar sospechas. Cuando Liu llegó a Yenan, en 1942, se posicionó contra la campaña del terror. Sin embargo, Vladimirov nos refiere que se hizo un Pedro Sánchez y cambió de idea con mucha rapidez. Mao supo apreciar su perruna fidelidad y sus habilidades organizativas haciéndolo su número 2 durante muchos años hasta que, como veremos, cayó en desgracia en 1966, durante la revolución anticultural.

En el campo femenino, sin duda las dos mujeres más importantes del comunismo chino, ya entonces, eran la mujer de Mao y la de Lin Biao. Ambas habían pertenecido a sendas organizaciones del Partido que, durante el terror, fueron denunciadas por espionaje nacionalista; esto demuestra que Mao también quería tener acojonadas a las tías, incluso a su propia mujer (bueno; lo más probable es que fuese especialmente a su mujer). La mujer de Lin, sin embargo, fue liberada por el propio Lin, quien llegó del frente, se plantó delante de sus denunciantes, les tiró el dosier de su mujer a la cara, y les vino a decir que la liberasen ipso facto o se atuviesen a las consecuencias. Ye Qun, sin embargo, nunca se recuperó de aquella experiencia en la que había estado en la antesala del cadalso; y yo, personalmente, creo que fue ya en tan temprano momento de su vida, y de la vida de la China comunista, que asumió que algún día tendría que hacer lo que finalmente hizo.

En cuanto a Jian Qing, era la mujer de Mao, sí; pero la indiferencia de Mao hacia sus esposas era bien conocida. Además, había sido en su día detenida por los nacionalistas, como Liu Shao. Se hablaba mucho, además de que había salido de la cárcel gracias a una confesión completa, por no mencionar los masajes de glande que habría aplicado a sus carceleros; acusación, ésta última, que sería, con los años, avalada por Kang Sheng.

Jian Qing fue una dedicada organizadora de confesiones públicas de otros; pero sabía bien que esos méritos no la convertían, en absoluto, en alguien liberado de dicho peligro. Trató de librarse del ciclo de confesiones de las personas integradas en su unidad ahora denunciada pretextando estar enferma (la típica baja oportuna de toda la vida); pero el propio Mao le ordenó que participase en las ordalías. Aunque, en realidad, las humillaciones que sufrió durante ese proceso fueron mucho menores que las de otros compañeros en su misma situación, a Madame Mao ya no se le quitó el miedo del cuerpo durante el resto de su vida. Cuando consiguió acumular todo el poder que acumuló en la última década de vida de su marido, muchas personas que la habían conocido en el pasado lo pagaron caro, pues en su inmensa mayoría acabaron en la cárcel o asesinadas, dado que, en su mente, eran gente que podía referir su pasado.

Como hemos dicho, en todo caso, Jian Qing se estrenó en el terror de 1942 como perseguidora de otros. Una actividad que llegó a gustarle tanto como a Kang Sheng. Su primera víctima fue la nanny de su hija (Li Na, hija de los Mao, nacida el 3 de agosto de 1940), una mujer de 19 años, que acabó en prisión. Un día, la niñera fue convocada frente a Madame Mao y dos personas más; tras un breve interrogatorio, fue encarcelada sin más explicaciones. Se la acusó de haber envenenado la leche de la familia Mao, que provenía de una vaca particular de la familia (eso es el comunismo: ni un solo proletario sin su vaca particular). El origen del grave delito fue una diarrea de Madame Mao. La liberaron nueve meses después, hemos de suponer que cuando el Partido comprobó que Jian Qing seguía cagando duro.

El otro gran objetivo de la campaña de terror de 1942 fue enlosar el camino hacia el culto a la personalidad de Mao. Mao conocía bien cómo, durante los años treinta, Iosif Stalin había basado una buena parte de su estrategia de asalto al poder único soviético en construir un culto a su persona bajo la admonición general de que era el continuador de Lenin, si no su reencarnación. Mao no tenía figura previa a la que referirse; esto, combinado con las especiales características de las culturas asiáticas y el pasado imperial chino, hicieron que la deriva de su culto personal fuese, en realidad, mucho más radical y exagerada que en el caso de su modelo.

Mao utilizaba como herramienta fundamental su periódico más distribuido, El diario de la Liberación. A veces, cuando en los países democráticos las formaciones comunistas o seudo comunistas arrecian ante la opinión pública con demandas de una Prensa libre y veraz, cuando menos yo no puedo por menos que partirme la caja. Los abuelos de muchos de esos activistas (en no pocos casos, la afirmación no es simbólica, sino literal) pasaron su juventud revolucionaria hablando maravillas de Mao Tse Tung; que era un señor que, en Yenan y aún después, supervisaba personalmente el contenido de la edición el periódico el día siguiente; periódico que, además, llevaba titulares tan poco informativos como ¡Mao Tse Tung es el salvador del pueblo chino! Son las cosas que hay que oír y leer sabiendo algo de Historia y que, la verdad, salpimentan la vida.

En 1943, Mao consiguió, por primera vez en su vida (pero en modo alguno última) ver colocado en un punto neurálgico un retrato suyo de grandes proporciones. Fue en la fachada del teatro más grande de Yenan. Ese año, los retratos de Mao se comenzaron a imprimir en pequeñas tarjetas, por centenares de miles, para que fuesen como los pulmones: todo el mundo debía tener una y, la mayoría de la gente, dos. El himno propugnado por el líder, El Este es rojo, se convirtió, de forma entre espontánea y obligatoria, en la canción preferida de los chinos bajo su administración.

Otra cosa que aprendió Mao de Stalin fue a convertirse en un teórico. Como ya os he contado, una de las obsesiones de Stalin, que era un lector impenitente pero un analista bastante basto, fue convertirse en un intérprete del marxismo de primer nivel. Mao también decidió ir por ese camino. Por eso, hizo que el Profesor Rojo, Wang Jia Xiang, acuñase aquel año de 1943 una expresión que tendría muchísimo recorrido en las décadas por venir: el Pensamiento de Mao. Los siguientes años, multitud de personas en el país habrían de hacer del conocimiento, interpretación y, por supuesto, alabanza de las ideas de Mao, todas ellas motejadas de absolutamente originales, el oficio de su vida entera.

Dos años después de comenzar esta estrategia y tres después de haber practicado el autogenocidio en el terror del 42, Mao estaba por fin en condiciones de convocar el congreso del PCC que llevaba años sin convocar por miedo a perderlo, y perderse en él. Así pues, el 23 de abril, en Yenan, se abrió el VII Congreso del Partido Comunista Chino, 17 años después del anterior.

Se habla mucho, y con razón, del efecto que habían hecho las purgas de Stalin en el PCUS; pero Mao tampoco se quedó corto, y eso que en 1945 todavía no había ni empezado, pues no controlaba el Estado. De los cerca de 500 comunistas de alta alcurnia elegidos en el VI Congreso, la mitad había sido apartada bajo acusaciones de espionaje y había sido sometida a torturas y humillaciones sin cuento; muchos de ellos, de hecho, o se habían suicidado, o habían perdido la razón. Todos ellos fueron sustituidos por delegados más jóvenes y absolutamente fieles a Mao.

Para que nadie se llevase a engaño, sobre la tribuna presidencial del congreso se colocó una pancarta que decía: Marchemos hacia delante, bajo el liderazgo de Mao Tse Tung. En ese ambiente tan democrático, y para sorpresa de todos, Mao fue nombrado presidente del Comité Central, del Politburo, del Secretariado y de la cofradía del Descenso del Santo Cristo en el Gólgota. Era la primera vez que Mao resultaba ser el número 1 del Partido de forma oficial y, digamos, legal.

Hay tres razones para que Mao fuese elegido de esa forma. La primera, y más importante, era que todos los que podían tener la tentación de votar a otro estaban acojonados. La segunda, y menos importante, era que muchos comunistas sentían la necesidad de un Mao al frente del Partido si querían ganarle la partida al Kuomintang (Mao, en ese sentido, fue el general Franco de los chinos). Y la tercera, que se cuenta poco, es que Mao ofrecía la confianza para muchos comunistas de ser un tipo que estaba demostrando su sabiduría en un campo en el que es fundamental que un comunista brille: esquilmar los recursos de los demás.

Yenan, la provincia comunista, no tenía problemas de dinero. Era una especie de Cataluña ultra subvencionada. El gobierno chino del Kuomintang, durante buena parte de la guerra, regó la región con generosos subsidios. Y los soviéticos hicieron lo mismo. Mao, por lo tanto, podía haber tirado por la vía de dejar en paz a su pueblo, y así ganarse su simpatía. Pero, como buen comunista que era, consideraba que lo que los particulares tenían en sus carteras, en realidad, era suyo.

El principal mecanismo usado por Mao para hacer magia con tus impuestos fue el llamado impuesto sobre el grano, que se cobraba en especie (el dato es importante). Este impuesto recaudaba en la Yenan pre comunista de 1937 unos 14.000 shi; es decir, para hacer la cuenta en kilos, debéis multiplicar por 150. En 1941, tras unos pocos años de poder comunista, recaudaba 200.000.

Digo que es importante que se cobrara en especie, porque era un cobro de impuestos que al campesino, literalmente, lo dejaba sin recursos. En este punto fue donde los chinos comenzaron a aprender a estar delgaditos. Xie Jue Zai, que era algo así como el presidente de la Diputación de Yenan, dejó escrito que los impuestos arrojaban a los campesinos al hambre. La respuesta de Mao a esta situación comprometida fue crear un nuevo impuesto (al forraje de los caballos). Y lo que hizo fue, también, cocinar las cifras. Así las cosas, los datos sobre recaudación de impuestos en la provincia comunista pasó a publicarlos el CIS, y problema resuelto. Los propios comunistas llegaron a dar por buena la cifra de 1.000 familias que habían huido de Yenan en el año 1943; siendo una asunción oficial, habría que pensar que lo mismo hay que multiplicar la cifra por diez.

Por lo demás, cuando Alemania invadió la URSS, Mao asumió rápidamente que las probabilidades eran altas de que la pasta de Moscú dejase de fluir. Necesitaba una fuente adicional de ingresos. Y, fijándose en el opio, inauguró la larga saga de narcodictaduras marxistas.

Mao compró toneladas de semillas de opio, y en 1942 ordenó la plantación a gran escala en Yenan. Consciente de que lo que estaba haciendo no era marxistamente muy bueno (si la religión es el opio del pueblo, ¿qué cojones es el opio?) inauguró un eufemismo para referirse a él: Te Huo, es decir, El producto especial. Y, de hecho, ordenó que las plantaciones de opio estuviesen rodeadas de otras de cultivos inocentes y altos, para ocultar todo aquello. Eso sí, hay que reconocer que no estaba solo. Mucho más importante en la explotación del opio era un señor de la guerra, formalmente nacionalista, situado justo al norte de Yenan. Era Teng Pao Shan, pero el dato de que fuese conocido en todas partes como El Rey del Opio, os debería dar pistas. Mao y Teng se entendían hasta sin hablar, y el segundo ayudó mucho al primero en su, digamos, plan de negocio. De hecho, cuando el comunismo se enseñoreó de China, Teng no fue represaliado ni se exilió. Siguió en su sitio sin problema, ocupando puestos nominales de ésos que no dan mucho trabajo pero tienen su cuota de vodka y de putas. Y allí se quedó, vegetando en la Diputación de Badajoz por el resto de sus días. El único choque que tuvo con el régimen es que, cuando pidió permiso para viajar al extranjero, se lo denegaron.

El opio cambió totalmente los presupuestos de Mao. En apenas un par de años, generaba ingresos muy superiores al presupuesto oficial de gasto de la provincia. Los propios comunistas reconocieron que, a finales de 1943, el PCC era inmensamente rico.

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