miércoles, septiembre 25, 2024

Mao (16): El peor enemigo del mundo

Papá, no quiero ser campesino
Un esclavo, un amigo, un servidor
“¡Es precioso, precioso!”
Jefe militar
La caída de Zhu De
Sólo las mujeres son capaces de amar en el odio
El ensayo pre maoísta de Jiangxi
Japón trae el Estado comunista chino
Ese cabronazo de Chou En Lai
Huida de Ruijin
Los verdaderos motivos de la Larga Marcha
Tucheng y Maotai (dos batallas de las que casi nadie te hablará)
Las mentiras del puente Dadu
La huida mentirosa
El Joven Mariscal
El peor enemigo del mundo
Entente comunista-nacionalista
El general Tres Zetas
Los peores momentos son, en el fondo, los mejores
Peng De Huai, ese cabrón
Xiang Ying, un problema menos
Que ataque tu puta madre, camarada
Tres muertos de mierda
Wang Ming
Poderoso y rico
Guerra civil
El amigo americano
La victoria de los topos
En el poder
Desperately seeking Stalin
De Viet Nam a Corea
El laberinto coreano
La guerra de la sopa de agujas de pino
Quiero La Bomba
A mamar marxismo, Gao Gang
El marxismo es así de duro
A mí la muerte me importa un cojón
La Campaña de los Cien Ñordos
El Gran Salto De Los Huevos
38 millones
La caída de Peng
¿Por qué no llevas la momia de Stalin, si tanto te gusta?
La argucia de Liu Shao Chi
Ni Khruschev, ni Mao
El fracaso internacional
El momento de Lin Biao
La revolución anticultural
El final de Liu Shao, y de Guang Mei
Consolidando un nuevo poder
Enemigos para siempre means you’ll always be my foe
La hora de la debilidad
El líder mundial olvidado
El año que negociamos peligrosamente
O lo paras, o lo paro
A modo de epílogo  



La magnitud del apoyo que Stalin quería dar a los comunistas chinos puede apreciarse en este dato: el número de rifles y balas que remitió a través de Mongolia era más o menos el mismo que estaba enviando a la Guerra Civil Española. Aunque, quizás, nos debería hacer reflexionar (o sea: debería hacer reflexionar a la historiografía de izquierdas, y a los licenciados de Historia dotados para la reflexión) el dato de que, en el caso de los chinos, Stalin no les cobró, mucho menos les cobró en oro.

Así las cosas, en octubre el Ejército Rojo comenzó a moverse hacia el norte, buscando el punto en el desierto de Mongolia en el que estaría el cargamento. En ese momento, Mao controlaba ya 20.000 efectivos, y sabía que otros estaban casi a punto de llegar. Todo eran buenas noticias. Su gran rival militar comunista, Chang Kuo Tao, tenía a sus tropas seriamente diezmadas, después de haber pasado meses en la frontera tibetana, bajo las bombas nacionalistas. Por esta razón, aunque todavía tenía como el doble de tropas que Mao, Kuo se sentía ya un subordinado del jefe.

La otra columna que estaba convergiendo hacia Mao estaba al mando de Ho Lung, un antiguo delincuente reciclado a jefe militar. Todos ellos convergieron el 9 de octubre de 1936, lo que puso bajo el mando de Mao un total estimado de 80.000 hombres.

Chiang Kai Shek estaba decidido a parar a los comunistas, y el 22 de octubre voló a Xian para comandar las operaciones. Pero quien realmente tenía que parar a los comunistas era El Joven Mariscal, que estaba en contacto con ellos. Esto parecía saberlo bien Chiang, y por eso fue personalmente a presionar a su teórico aliado-subordinado. Liang no tuvo más remedio que tirar para delante; pocos días después, el avance de Mao había sido detenido. Mao envió un telegrama urgente a Moscú con la grabación de Coque Malla (consíguenos un poco de dinero más); Moscú envió urgentemente 550.000 dólares (con lo que se podría decir, muy probablemente, que la II República española, financió al comunismo chino).

[OK, vale. El oro de Moscú salió de España el 25 de octubre de 1936. Fechas en la mano, no se le pudo enviar a los chinos ese oro, pues el envío fue unos días antes. Pero digo yo que algo sabría Stalin de que en unos diitas le iban a pagar una cosita que le debían, ¿o no?]

A pesar de esa inyección de recursos que, sólo es una teoría, tal vez provino de las remesas frescas de oro que Stalin estaba a punto de recibir por su “ayuda” a los republicanos españoles, a finales de aquel octubre de 1936 los comunistas chinos estaban en peor situación que Cayetana Álvarez de Toledo en un concierto de Ana Belén y Víctor Manuel. Sin embargo, las situaciones extremas no son sino el teatro en el que se empalman los ambiciosos. El Joven Mariscal lo era, y mucho; y, para él, la situación comprometidísima de los comunistas era una oportunidad de aparecer como gran salvador de la situación. Y lo que se le ocurrió no fue poca cosa: se le ocurrió secuestrar a Chiang Kai Shek.

Liang se lo contó todo al enlace de Mao con su comandancia; un tipo llamado Yeh Jian Ying. Le dijo que estaba pensando en dar un golpe de Estado en toda regla y llevarse al chino, bueno, al otro chino, por delante.

Un tal Alexander Titov, que era un oficial de inteligencia soviético destacado a pie de campo chino, confirmó que, efectivamente, el plan de secuestrar a Chiang fue discutido por Yeh Jian Ying y Chang Hsueh Liang en noviembre de 1936; y su forma de plantear las cosas insinúa que Mao, más que escuchante de la propuesta, fue más bien su admirado promotor. Sea como sea, lo que sí es cierto es que Mao, como tal, ocultó todo el plan a Moscú, consciente de que Stalin no sólo no lo aprobaría, sino que castigaría severamente a quien quisiera llevarlo a cabo. Su plan, pues, era un fait accompli; contaba con poder enfrentar el cabreo de Stalin cuando pudiese exhibir un éxito en la operación.

Lo que no podemos tener del todo claro es si Mao era consciente de hasta qué punto estaba haciendo las cosas en contra de los intereses de Stalin. Chiang Kai Shek, en ese momento, le era más necesario al líder soviético que nunca. El 25 de noviembre, Alemania y Japón habían firmado el conocido como Pacto anti-Komintern; momento en el cual, como ya relaté en su momento, comenzó la peor pesadilla de Stalin, que era la idea de una guerra en dos frentes: los japoneses atacando Vladivostok, y los alemanes avanzando hacia Moscú. Por esta razón, en el momento en que Mao estaba coqueteando con la idea de secuestrar, y quién sabe si matar, a Chiang Kai Shek, Stalin estaba comiéndole la oreja a Georgi Dimitrov, jefe de la Komintern, para que consiguiese de los comunistas chinos un acercamiento total a los nacionalistas.

Las cosas como son, algo debía de saber Mao de todo aquello cuando trató de quitarse de la primera línea de los planes. Pero al tiempo, sin duda, apostó fuerte por El Joven Mariscal, dándole la impresión de que nunca pactaría con Chiang.

Así las cosas, al amanecer del 12 de diciembre, Chiang Kai Shek fue secuestrado. Acababa de terminar su gimnasia matutina, ésa que hacen los chinos en slow motion, y se preparaba para desayunar, cuando oyó disparos. Una tropa de 400 soldados de El Joven Mariscal atacó su residencia. Los hombres de Chiang repelieron el ataque, y varios resultaron muertos. Chiang escapó a unas colinas detrás de la casa, donde fue localizado horas después.

Existen muchos testigos de que, a la mañana siguiente, cuando la noticia del secuestro llegó a la base comunista, Mao estaba exultante. A fuer de ser precisos, él sabía desde la noche anterior que la operación iba a ser al amanecer del día siguiente; pero cuando recibió la confirmación, entró en un estado de histérica euforia.

Sólo quedaba un paso más. Aquella mañana, Mao envió un telegrama a Moscú informando de lo que había pasado. Invitaba al mando soviético a reflexionar seriamente sobre la situación de ventaja que todo aquello suponía para el PCC; y, lo que es más importante, solicitaba permiso para matar a Chiang Kai Shek. Mao vendió toda la historia del secuestro como una sorpresa de la que él nunca había sabido nada (el típico me pinchas y no sangro de toda la vida).

Mao no las tenía todas consigo. Sabía que el elemento fundamental de su estrategia: la muerte de Chiang, era un sapo muy difícil de tragar por los soviéticos. Por eso mismo, el mismo 12 de diciembre le envió un telegrama al Joven Mariscal en el que le decía: “la mejor opción ahora es matarlo”. Mientras despachaba a Chou En Lai hacia Xian, trataba de convencer al Joven Mariscal de que tomase una decisión que, probablemente, él contaba con poder hacer pasar por decisión personal del señor de la guerra, para él poder argumentar eso de pío, pío, que yo no he sido. El día 13, volvió a telegrafiar a Liang urgiéndole a enviar un avión para recoger a Chou, quien de otra manera debería hacer un lento viaje a caballo; y anunciándole que tenía un fantasmagórico acuerdo con la Komintern (que no tenía) que Chou le contaría en cuanto le viese. Todo para animar a su medio aliado a recibir a Chou lo antes posible. Quería a Chiang muerto antes de que Moscú lo pudiese impedir.

Hsueh, sin embargo, no era tonto. En ésta como en otras ocasiones, dejó claro que lo que se dice sobre terceros en un telegrama no tiene ningún valor; él quería la confirmación directa de Moscú de que Moscú estaba en el ajo y consideraba adecuado el sajado de gañote del líder nacionalista. Lamentablemente para Mao, por mucho que quiso correr, no corrió lo suficiente. El 14 de diciembre, dos días después de la acción, tanto el Pravda como el Izvestia, en Moscú, publicaron sendas crónicas condenando sin paliativos el secuestro, y mostrando su total apoyo a la figura de Chiang Kai Shek. De hecho, argumentaron que aquella era una operación pro japonesa.

La primera reacción de El Joven Mariscal fue decirle a los comunistas que, en lo que a él se refería, Chou podía venir a verle reptando por los caminos; y que lo más probable es que ni lo recibiese cuando llegase a Xian. Mao, sin embargo, se mantuvo impasible el chino, y el 15 Chou En Lai salió de viaje, al tiempo que Mao le solicitaba a su amigo que enviase un avión a Yenan para recogerlo. Cuando Chou llegó a Yenan, se encontró con que no había avión. Bueno, eso en realidad no lo pudo comprobar, porque el caso es que no le dejaron entrar en la ciudad.

El Joven Mariscal quería dejar claro su cabreo hacia Mao por haberle ocultado ladinamente la actitud real de los soviéticos respecto del secuestro de Chiang. El 17 consideró que el pollo estaba ya suficientemente macerado, y envió un avión para recoger a Chou. El enviado de Mao le urgió para que matase a Chiang, pero Hsueh le contestó que, en su opinión, era demasiado pronto.

En realidad, lo que decía El Joven Mariscal es que, para matar a Chiang, necesitaba que se hubiese producido una guerra civil entre Xian y Nanjing. Y eso mismo es lo que trató de darle Mao. El día 15, había ordenado secretamente a sus comandantes militares que atacasen al gobierno de Nanjing. Fue más una orden que una realidad, porque aquello era como tratar de derribar un rascacielos con un cepillo de dientes. Lo que sí pasó, el 16, fue que Nanjing le declaró la guerra al Joven Mariscal.

Durante aquellos días, pues, Mao estaba trabajando denodadamente para matar a Chiang, mientras Stalin trabajaba denodadamente para salvarlo. El 13 de diciembre, el encargado de negocios soviético en Nanjing fue convocado por H. H. Kung. El alto representante del gobierno nacionalista le dijo que existían rumores de que el PCC había estado implicado en el secuestro de Chiang Kai Shek. También le dijo que un eventual asesinato del líder nacionalista provocaría una ola de rabia en China contra los comunistas y contra la Unión Soviética, que podría acabar por empujar al gobierno chino a aliarse con Japón. En otras palabras: Kung le dejó bien claro a Stalin que en la muerte de Chiang tenía mucho que perder, y nada que ganar.

El día 14, mas o menos a medianoche, sonó el teléfono en el apartamento del jefe de la Komintern, Dimitrov. Era Stalin. El georgiano le preguntó directamente al búlgaro si la Komintern tenía algo que ver en lo que había pasado en China. Dimitrov lo negó todo con cajas destempladas. Stalin, visiblemente cabreado, le retrucó preguntándole quién coño era ese Wang Ming, representante del PCC en el Komintern; y por qué le había presentado un borrador de telegrama en el que se recomendaba el asesinato de Chiang. Puede que al leer estas notas des en pensar que las serias posibilidades que tuvo Chiang Kai Shek de morir en 1936 fueron todo cosa de Mao. Pero, en realidad, te equivocarás. Por mucho que Mao Tse Tung era, y seguiría siendo, un mentiroso compulsivo, un sicópata que sólo iba a lo suyo y vendía a quien tuviese que vender, no podemos decir que la idea de ver a Chiang Kai Shek muerto no tuviese sus acólitos en Moscú; y ese ambiente es, probablemente, el que recogió Wang Ming cuando se atrevió, bajo órdenes de Mao muy probablemente, a proponerle a Stalin algo que tenía que saber que a Stalin no le apetecía. Existen testimonios, de hecho, de que la noticia del secuestro de Chiang fue recibida en la Komintern como la recibió Mao.

Wang Ming, por su parte, se defendió. Siempre según él, el borrador de telegrama ni lo redactó él, ni lo redactó Mao. Habría sido idea del jefe exterior de la KGB, Artur Kristianovitch Artuzov; un tipo que, de todas formas, fue arrestado poco tiempo después y acusado de ser un espía; su caso en las purgas se hizo relativamente famoso porque escribió su típica carta clamando su inocencia usando como tinta su propia sangre. Sea como sea, Stalin decidió no ir contra Wang Ming; en cuanto a Dimitrov, se salvó a base de echarle la culpa a Mao, cambiando un poco su versión; ahora ya no era que no hubieran sabido nada. Sí que lo habían sabido, pero le habían dicho a Mao que no se le ocurriese dar el paso.

El caso es que Mao había desobedecido a Moscú. Y, en aquel ambiente, eso significaba algo: la sospecha de que podía estar complotando con los japoneses. Ya sabéis que la principal preocupación de Stalin había pasado a ser la guerra en dos frentes. Cuatro días después del secuestro de Chiang Kai Shek, en uno de los interrogatorios de los muchos detenidos en el inicio de las purgas, uno de ellos “confesó” ser parte de una conspiración trotskista cuyo objetivo sería precisamente provocar un ataque combinado germano-japonés sobre la Unión Soviética. Esa confesión provocó otras, y en esas confesiones comenzó a salir el nombre de Mao. Así las cosas, la KGB elaboró un voluminoso dosier sobre el chinorri.

El 16 de diciembre, Dimitrov envió un mensaje muy frío a Mao. Condenaba el secuestro afirmando que “objetivamente, no puede servir para otra cosa que no sea dañar el frente antijaponés”; y le ordenaba que el PCC tomase una posición sin paliativos “en favor de una resolución pacífica del conflicto”. Los testimonios dicen que, cuando llegó aquel telegrama y lo leyó, Mao se puso como Félix Bolaños cuando le hablan de la independencia judicial. Así que, como primera providencia, trató de armar las cosas de forma que pudiera decir que nunca había recibido el mensaje (el típico “el correo lo movió a la carpeta de spam” de toda la vida). Lo mantuvo en secreto en el Politburo, tampoco se lo contó al Joven Mariscal; incluso se lo calló delante de Chou En Lai. Con los años, Mao se inventó la movida de que el telegrama había llegado mal transmitido, que no pudo ser decodificado, y que los chinos tuvieron que pedir el 18 que fuese transmitido otra vez. Pero, vaya, que todo es farfolla. Todo tramoya para esconder el dato de que Mao se había enfrentado, y había enfrentado al comunismo chino, con el peor enemigo del mundo.

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