jueves, septiembre 26, 2024

Mao (17): Entente comunista-nacionalista

Papá, no quiero ser campesino
Un esclavo, un amigo, un servidor
“¡Es precioso, precioso!”
Jefe militar
La caída de Zhu De
Sólo las mujeres son capaces de amar en el odio
El ensayo pre maoísta de Jiangxi
Japón trae el Estado comunista chino
Ese cabronazo de Chou En Lai
Huida de Ruijin
Los verdaderos motivos de la Larga Marcha
Tucheng y Maotai (dos batallas de las que casi nadie te hablará)
Las mentiras del puente Dadu
La huida mentirosa
El Joven Mariscal
El peor enemigo del mundo
Entente comunista-nacionalista
El general Tres Zetas
Los peores momentos son, en el fondo, los mejores
Peng De Huai, ese cabrón
Xiang Ying, un problema menos
Que ataque tu puta madre, camarada
Tres muertos de mierda
Wang Ming
Poderoso y rico
Guerra civil
El amigo americano
La victoria de los topos
En el poder
Desperately seeking Stalin
De Viet Nam a Corea
El laberinto coreano
La guerra de la sopa de agujas de pino
Quiero La Bomba
A mamar marxismo, Gao Gang
El marxismo es así de duro
A mí la muerte me importa un cojón
La Campaña de los Cien Ñordos
El Gran Salto De Los Huevos
38 millones
La caída de Peng
¿Por qué no llevas la momia de Stalin, si tanto te gusta?
La argucia de Liu Shao Chi
Ni Khruschev, ni Mao
El fracaso internacional
El momento de Lin Biao
La revolución anticultural
El final de Liu Shao, y de Guang Mei
Consolidando un nuevo poder
Enemigos para siempre means you’ll always be my foe
La hora de la debilidad
El líder mundial olvidado
El año que negociamos peligrosamente
O lo paras, o lo paro
A modo de epílogo  



 

Una vez que El Joven Mariscal tuvo claro que Moscú no estaba dispuesta a apoyar el secuestro de Chiang Kai Shek, se dio cuenta de que la vida le iba en mantenerlo a salvo. A este tema colaboró el detallito de que el PCC se hizo el nenaza y se tiró tres días, tres, sin hacer una sola declaración sobre el tema; a Liang le quedó claro que Mao le había dejado de ser útil. Para cuando los valientes comunistas abrieron la boquita, el día 15, no mostraron apoyo alguno como nuevo presidente de China hacia el jefe militar que había llevado a cabo el secuestro, tal y como Mao había prometido. Lejos de ello, el comunicado implicaba una asunción clara de la autoridad de Nanjing.

La posición de Chiang no era fácil. Los comunistas lo querían muerto y, ahora que estaba en posición de debilidad, entre sus propios correligionarios de Nanjing había varios que lo querían también muerto, y que fácilmente podrían enviar asesinos a sueldo para terminar el trabajo. El Joven Mariscal, en este entorno, pasó pronto, de ser el secuestrador, a ser el protector de Chiang. Ahora tenía que ser listo y tratar de ganarse la amistad del hombre al que había secuestrado. Era la opción que le quedaba, y no le fue mal. Pasaría media vida en arresto domiciliario dictado por el Kuomintang, pero finalmente moriría en la cama, cosa de agradecer, en Hawaii, que tampoco es tan mal sitio, con 101 años de edad (2002).

El 14 de diciembre, con las publicaciones de Moscú condenando el secuestro, el Joven Mariscal se fue a ver a Chiang. Se colocó delante de él, llorando como una Magdalena. Chiang le dio seguridades de que Nanjing no iría contra él y, de hecho, el día 16, cuando el gobierno nacionalista le declaró la guerra al mariscal, Chiang les ordenó no atacar. El gobierno obedeció, suspendió las operaciones, y envió al cuñado de Chiang, Tse Ve Soong, normalmente conocido como TV, con estatus de “ciudadano privado”; pero para negociar. TV llegó a Xian el día 20; dos días después lo hizo la mujer de Chiang. Aquel 20 que Soong estaba llegando a Xian para negociar la libertad de Chiang, Moscú le reiteró a Mao la orden de buscar una solución pacífica a aquel merdé.

Mao sabía que tenía que recoger sedal. Que lo que tocaba en ese momento era obedecer a Stalin con inmediatez. Así que el PCC hizo un comunicado en el que llamaba al Kuomintang a cesar su política de caza de comunistas; el típico “la solución al tema la tienes tú”. También insistieron los comunistas en que Chiang se reuniese con Chou En Lai.

Esto no pasó. Pero el día 23, quienes sí se reunieron fueron Chou, El Joven Mariscal y TV; reunión en la que el representante informal del Kuomintang se mostró de acuerdo con la petición de los comunistas; pero de acuerdo personalmente. Lo cual quiere decir que su compromiso sólo era de comentarle el mojo al Generalísimo. A Chiang se le dijo que no sería liberado mientras no se entrevistase con Chou; así que dijo: aquí me quedo, porque yo con ese chino no voy ni a comprar un billete de lotería.

La jugada que estaba jugando Chiang era arriesgada, pero lógica. En noviembre, antes del secuestro, cuando los nacionalistas habían podido con éxito impedir que los comunistas accediesen a los medios militares soviéticos, el líder nacionalista había vuelto a solicitar la liberación de su hijo; y Stalin se había vuelto a negar. El 24 de diciembre, Po Ku, el otrora líder, siquiera sobre el papel, de los comunistas chinos, se presentó en Xian, porque tenía un mensaje para Chou En Lai. Al día siguiente, Chou, a pesar de la negativa en redondo del Generalísimo, se hizo introducir en los aposentos de Chiang Kai Shek, y le dijo que Ching Kuo, su hijo, estaba a puntito de retornar. Chou le aseguró que era un compromiso de Stalin; cuando Chiang lo tuvo claro, aceptó las condiciones de los comunistas, y se mostró dispuesto a negociar en Nanjing. Automáticamente, los comunistas dejaron de ser unos perroflautas asalta caminos. Una cosa así como la de Aznar con el movimiento de liberación vasco, pero en mandarín.

La misma tarde de aquella Navidad, Chiang voló hacia Nanjing, junto a El Joven Mariscal, que había aceptado ser mantenido en arresto domiciliario.

La Komintern y el Kremlin se tomaron los últimos días de diciembre para pensar un poco las cosas; y en enero de 1937 le transmitieron al PCC la estrategia que habían decidido. El comunismo chino, les dijeron, abandonaría el objetivo de acabar con el gobierno nacionalista chino por la fuerza y abandonaría, asimismo, las incautaciones de tierras y riquezas. Se reconocería el gobierno de Nanjing, y se pondrían tanto los territorios como los ejércitos controlados por los comunistas bajo el mando de Chiang Kai Shek. Como compensación. Chiang le adscribiría determinados territorios a los comunistas. Mao se tomó aquellas instrucciones como meros movimientos tácticos; en realidad, eso es exactamente lo que eran.

Los comunistas fueron emplazados finalmente en un terreno de unos 130.000 kilómetros cuadrados, con unos dos millones de habitantes, con capital en Yenan. El territorio tenía un ejército regular, oficial, de 46.000 efectivos, más lo que fueran sumando de una forma u otra los comunistas. El acuerdo no era malo para el PCC, que accedía a importantes recursos de financiación.

Stalin pagó su parte del trato. El 3 de marzo de 1937, el Politburo acordó no oponerse al regreso a China de Ching Kuo; quien, efectivamente, regresó a China el 19 de abril. Antes de irse, el hijo de Chiang Kai Shek tuvo que aguantar la purria de Stalin y, sobre todo, de Dimitrov, quien lo presionó por tierra, mar y aire, para que siguiera siendo fiel a la línea del Partido. Ching jugó bien su papel e, incluso, a punto de dejar la URSS, en Vladivostok, todavía acudió a la oficina local de la KGB para jurar su total fidelidad a la línea del Partido. Pero, bueno, yo creo que todos, mutatis mutandis, sabían lo que iba a pasar.

El hijo de Chiang, en todo caso, cruzó Siberia en tren bajo la custodia del que sería el jefe de seguridad de la China comunista, el repugnante Kang Sheng. Kang había hecho otro viaje importante semanas atrás, desde París hasta Moscú, para traer a An Ying y An Ching, los hijos de Mao. Habían pasado meses en París, bloqueados por el hecho de que Moscú no quería saber nada del enviado de El Joven Mariscal que iba con ellos.

En febrero de 1937, cuando ya tocaba con la punta de los dedos el retorno de su hijo, Chiang Kai Shek le hizo otro favor a los soviéticos; un favor que se demostraría muy importante. Nombró al hombre que había llevado a su hijo a Moscú en 1925, Shao Li Tzu, como jefe de Propaganda de su régimen. Hay libros que dicen que Shao era un topo comunista. Yo no utilizaría esa terminología. Chiang sabía muy bien a quién estaba nombrando; un topo, sin embargo, permanece oculto al escrutinio de aquél a quien traiciona o espía. Pero el caso es que Chiang aceptó colocar el relato público de su movimiento, por así decirlo, en manos de los comunistas. Y eso nunca es buena idea. Lo que siguió en China, por supuesto, fue una monumental operación monstruo de blanqueamiento de los comunistas. Tenían muchas cosas que perdonarse. Habían repartido palizas, habían asesinado sin garantías; habían, incluso, enterrado a gente viva. Pero ahora resultó que eran una especie de interpolación entre Rita Irasema y Teresa Rabal. Dentro de la operación estaba el propio Mao, quien concibió con Shao, en el verano de 1937, la idea de publicar una autobiografía en la que contaría, básicamente, que sólo era un chinito buscando a su mamá en compañía de su mono Amedio. El libro apareció en noviembre. Era, básicamente, un compendio de las entrevistas que Mao le había concedido al periodista estadounidense Edgar Snowrrondo. El texto está centrado en transmitir la idea de que Mao siempre había sido el peor enemigo de los japoneses en China.

Todo estuvo meticulosamente planificado. En la primavera de 1937, Mao le había ordenado a sus cuadros comunistas que le buscasen a un periodista de confianza, un auténtico “maestre” de la información, no sé si me explico, para que contase su historia. Además, necesitaba un médico. Tras mucho mirar fotos y recortes de Prensa de diferentes tragapenes, se acabó por decidir por Snow, ya que era bastante pro comunista y, además, ofrecía el aliciente de que escribía para medios de bastante pote, como el Saturday Evening Post y el New York Herald Tribune.

Snowrrondo llegó a la zona comunista de China en compañía de un médico libanés-estadounidense, George Hatem, que traía pocas medicinas en la maleta y sí, sin embargo, toneladas de documentación de la Komintern. Era julio de 1937. Snow se quedó tres meses, mientras que Hatem lo hizo toda su vida, pues se convirtió en uno de los médicos de Mao.

Snowrrondo le envió un cuestionario al Politburo, que el Politburo contestó por escrito (cosa que un periodista de raza jamás debería aceptar, en mi opinión; eso no es una entrevista, es una nota de prensa). Mao supo combinar inteligentemente algunas piezas de información cierta con mentiras gruesas e, incluso, difícilmente demostrables, como todo el relato de la Larga Marcha, la chorrada del puentecito, ese tipo de gilipolleces. Snowrrondo dio por bueno todo lo que decía Mao sin un ay. De todas formas, en una nueva muestra de comepollismo en modo experto, el periodista estadounidense le entregó a Mao las entrevistas una vez escritas, para que el chino cambiase todo lo que se le saliese del ciruelo. Eso sí, Snowrrondo mantendría en el futuro que “Mao nunca ejerció ninguna censura sobre lo que yo escribía”. Noniná.

Red Star, o sea, Estrella Roja, se publicó en inglés en el invierno de 1937, y fue una pieza fundamental para labrar en occidente una imagen angélica y unicornial de la persona de Mao Tse Tung; esto es así porque en occidente, además de haber periodistas que no lo son y que están dispuestos a lamer braguetas cuando haga falta, hay un montón de gente que está deseando que le cuenten que el mundo comunista es cascada de colores.

Comenzando 1937, Mao se había trasladado a la que habría de ser su ciudad de residencia en los siguientes diez años: Yenan, la capital del territorio comunista permitido por los nacionalistas. Establecerse con cierta comodidad y ponerse a follar, fue todo uno. Las personas que conocieron a Mao de cerca coinciden en señalar que no podía pasar más de un mes sin sacarle brillo a la broca. Por eso siempre estaba buscando compañeras de embroque. Una que le interesó mucho fue una actriz joven, guapa, sensual y casada, que se llamaba Lily Wu. Lily llegó a Yenan más o menos cuando lo hizo Mao, y pronto se convirtió en la actriz más famosa de la escena local. Tenía 26 años de edad, y pronto acabó en el tálamo de Mao.

En esos tiempos, Lily se hizo muy amiga de Agnes Smedley, una escritora estadounidense que andaba por ahí y que era tan feminista que a su lado Irene Montero parece una monja de clausura. Smedley había sido una fellow traveller, es decir, la típica intelectual (so to speak) que tenía simpatías comunistas; aunque había terminado haciendo bastante más que eso, puesto que había trabajado para la Komintern. Para los soviéticos, aquella mujer empoderada les sobraba un poco, así que finalmente acabaron por dar instrucciones de pasar de ella. Cuando conoció a Mao, a Smedley le pareció un poco mariquita y físicamente repulsivo (es de suponer que su costumbre inveterada de no lavarse nunca los dientes pudo ayudar a esto); aún así, a Mao la chavala le cayó bastante bien, y le concedió una larga entrevista (que le envió en borrador a Snowrrondo para que se la controlase).

Smedley causó un gran escándalo en Yenan cuando le dio por organizar guateques con música, en los que las mujeres bailaban desplegando su sensualidad. Al parecer, al principio a Mao todo aquello no le iba; pero cuando se dio cuenta de que bailar con tías es una vía importante para ligar, cambió de idea, y acto seguido los bailes se convirtieron en algo habitual en Yenan. 

Gui Yuan, quien acabaría por ser ella misma una bailarina más que decente, recelaba sin embargo de aquellas promenades, ya que sabía muy bien lo que pasaba allí dentro, y el papel que Mao jugaba en todo. Aparentemente, según Smedley, una noche Gui Yuan le hizo un escenón a Mao, cuando éste estaba en la cama con Lily. Le arreó unas hostias a la amante y luego se fue a la habitación de al lado, donde estaba Smedley, a cubrirla de improperios. Luego acusó a Mao de ser un mal marido, y un mal comunista. Mao no hizo nada, salvo, al final, ordenar a sus guardaespaldas que se llevasen a su mujer de allí. Pero el caso es que Smedley fue sacada de Yenan, y de Lily Wu, aunque no quiere ello decir que acabasen con ella, nunca más se supo; las fuentes dejan de citarla, como si se la hubiese tratado la tierra.

Los flirteos de Yunan fueron demasiado para Gui Yuan. La mujer de Mao había tenido que soportar que su marido fuese totalmente indiferente tanto a sus embarazos como a los resultados de los mismos. Hasta cuatro hijos de Mao habían muerto de hambre y privaciones sin que su padre hubiese derramado por ellos una lágrima; y, además, él seguía empeñado en preñar a su mujer, dejándola devastada y preguntándose para qué. En 1936, Gui había quedado embarazada de una hija, Chiao Chiao, a la que hubo de parir en Baoan, en unas condiciones homologables a parir en un vertedero. Ahora, en 1937, Gui Yuan quedó embarazada de nuevo, lo cual la sumió en una profunda depresión. En octubre, aprovechando un plan soviético para tratar a los heridos de la Larga Marcha, Gui Yuan se marchó a Moscú, dejando atrás a su hija recién nacida.

Llegó a Moscú en medio de una tremenda purga que estaba afectando a muchos chinos. Nadie reconocía ya haber conocido a nadie ni en el pasado ni en el presente. En ese ambiente tan positivo, Gui tuvo un hijo, al que puso el nombre ruso Lyova; murió de neumonía, apenas seis meses después de nacer. Le escribió a Mao con la noticia, pero su marido no le contestó.

En 1939, dos años después, y por casualidad, Gui Yuan habría de descubrir que Mao se había casado de nuevo. Comenzó a indagar y a exigir información, lo que provocó que Mao le escribiese una carta muy breve en la que decía: “a partir de ahora, sólo somos camaradas”.

Mao no quería que Gui Yuan volviese a China. Eso lo convertiría en un bígamo. Así pues, ordenó que no fuese traída de Moscú, decisión que convirtió a Chiao Chiao en una huérfana de facto. Creció en una guardería que para ella era su residencia, puesto que, al final del día, nunca nadie venía a recogerla. No fue hasta que tuvo cuatro años que fue trasladada a la URSS para estar con su madre. Gui Yuan, sin embargo, había cambiado. Llevaba años sin dormir apenas, acosada por los recuerdos de su vida comunista, la Larga Marcha, sus muchas mierdas, y, supongo, la pregunta que no podía evitar de para qué había hecho todo eso. Era una mujer más amargada que Carla Antonelli en un bingo de Hamas, y lo pagaba con su hija, a la que maltrataba. Con siete años, Chiao Chiao vio cómo se llevaban a su madre a la fuerza a un sanatorio mental.

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