lunes, octubre 14, 2024

Mao (29): En el poder

Papá, no quiero ser campesino
Un esclavo, un amigo, un servidor
“¡Es precioso, precioso!”
Jefe militar
La caída de Zhu De
Sólo las mujeres son capaces de amar en el odio
El ensayo pre maoísta de Jiangxi
Japón trae el Estado comunista chino
Ese cabronazo de Chou En Lai
Huida de Ruijin
Los verdaderos motivos de la Larga Marcha
Tucheng y Maotai (dos batallas de las que casi nadie te hablará)
Las mentiras del puente Dadu
La huida mentirosa
El Joven Mariscal
El peor enemigo del mundo
Entente comunista-nacionalista
El general Tres Zetas
Los peores momentos son, en el fondo, los mejores
Peng De Huai, ese cabrón
Xiang Ying, un problema menos
Que ataque tu puta madre, camarada
Tres muertos de mierda
Wang Ming
Poderoso y rico
Guerra civil
El amigo americano
La victoria de los topos
En el poder
Desperately seeking Stalin
De Viet Nam a Corea
El laberinto coreano
La guerra de la sopa de agujas de pino
Quiero La Bomba
A mamar marxismo, Gao Gang
El marxismo es así de duro
A mí la muerte me importa un cojón
La Campaña de los Cien Ñordos
El Gran Salto De Los Huevos
38 millones
La caída de Peng
¿Por qué no llevas la momia de Stalin, si tanto te gusta?
La argucia de Liu Shao Chi
Ni Khruschev, ni Mao
El fracaso internacional
El momento de Lin Biao
La revolución anticultural
El final de Liu Shao, y de Guang Mei
Consolidando un nuevo poder
Enemigos para siempre means you’ll always be my foe
La hora de la debilidad
El líder mundial olvidado
El año que negociamos peligrosamente
O lo paras, o lo paro
A modo de epílogo  


 

Desde el momento en que estalló la guerra contra Japón, los comunistas chinos habían parado completamente su política de incautación de tierras y, de hecho, lo que hicieron fue propugnar una reducción de los arriendos agrícolas. Pero con la guerra civil recomenzaron con su política más querida, que era y es quedarse con lo de otros.

La política agraria comunista, operando bajo el paraguas de la redistribución de tierras (porque hay que ver la cantidad de cosas que son capaces de hacerse con la vitola de que son redistributivas) tenía como componente principal lo que se llamaba dou di zhu, es decir, la lucha contra el terrateniente. Una idea directamente importada de la URSS.

Fue activando la lucha contra los terratenientes como el comunismo chino comenzó a perfeccionar el que sería su instrumento más común y perverso: el acto público de humillación. En las aldeas, los comunistas armados “convencían” a los campesinos para que formasen parte de asambleas totales, en las que todos los habitantes debían estar presentes. Entonces las personas que habían sido designadas como objetivos eran colocadas frente a la masa vociferante y sus vecinos, en parte por convicción, en parte por presión, en parte por violencia, comenzaban a expresar su odio hacia ellos. Las personas rara vez eran entregadas a la violencia de la multitud; para eso, el acto contaba con torturadores profesionales, que eran los que procedían a agredir a los expuestos. Los terratenientes eran obligados a arrodillarse sobre piezas rotas, o eran colgados de las muñecas o de los pies, o simplemente apaleados, en ocasiones hasta la muerte.

La tesis oficial del Partido Comunista Chino era que estos actos eran, en expresión que tal vez le suene al lector español, jarabe democrático. Más en concreto, eran el lógico y legítimo acto de venganza del proletario. Todo esto fue formulado desde un punto de vista práctico por Kang Sheng entre marzo y junio de 1947. Kang fue a una aldea en Shanxi llamada Haojiapo, donde coordinó y presenció un acto de estas características. Al terminar, se reunió con los cuadros comunistas para decirles que el tema le había sabido a poco. Que tenía que haber más abuso, más violencia. Les dijo: “tenéis que educar a los campesinos para que no tengan piedad alguna; debe haber muertes, y vosotros no debéis tener miedo de que las haya”.

Mola el maoísmo, ¿eh?

Una de las decisiones cruciales que tomó Kang en aquellos meses de 1947 es que no había que ocuparse de los terratenientes sólo, sino que había que concebir a los destinatarios de la represión como un todo; es decir, que la violencia debía alcanzar a toda la familia, incluidos los niños; de hecho, durante estas demostraciones se dieron casos de niños asesinados por niños, una épica de mierda que todavía era, muchos años después, exacerbada a través de la propaganda oficial. Lo siguiente que hizo fue empezar a ensanchar la lista de los kulak chinos, hasta permitir que dentro de ella pudiera estar cualquiera. En realidad, el catón que definía si una familia era hostiable era, simplemente, que “no fuese querida por las masas”.

Una de las prácticas preferidas de estas sesiones de humillación y tortura era tensionar a la propia familia castigada. En una aldea, el objetivo del espectáculo fue un viejo hombre a quien todos conocían por Niu, es decir, buey. Así que los comunistas le colocaron una yunta; luego obligaron a su hijo a pasearlo por el pueblo como si fuese verdaderamente un buey, mientras sangraba abundantemente. En algunos otros casos, niños todavía destetados fueron golpeados o simplemente arrojados a pozos.

La violencia comunista contra los campesinos fue atestiguada por personas con Jack Belden. Belden era un periodista estadounidense y era un Snowrrondo de la vida, es decir, un tipo que estaba genéticamente dispuesto a escribir artículos en los que las flatulencias de los comunistas olían a agua de rosas. Sin embargo, lo que vio en las aldeas de China, que más que probablemente lo pudo ver por lo muy amiguito que era, le cambió completamente. Aunque siguió escribiendo chorradas, porque un periodista nunca dejará de ser un juntaletras por encargo, le confesó a un diplomático estadounidense, John Melby, que lo que los comunistas estaban haciendo en las aldeas era terrible. Tuvo el futuro que seguro quería, reconocido por todos como un corresponsal de guerra de primera; pero, aparentemente, con los años, y sobre todo tras la revolución cultural, comenzó a pesarle un poquito que le dijesen que si era amigo de los comunistas chinos.

Existen testimonios de que Mao fue testigo de una de estas ordalías, en 1947, en una aldea llamada Yangjiagou. Fue allí disfrazado para que no lo reconociesen. Esto hace pensar que no fue la única vez que lo hizo. Le gustaba mirar. En esto supera a Hitler, quien, que se sepa, nunca quiso ser testigo de lo que pasaba dentro de una cámara de gas.

A principios de 1946, el PCC controlaba a unos 160 millones de chinos; una mierdecilla todavía, pues. De toda esa población, el Partido dictaminó que un 10% eran terratenientes y enemigos del pueblo, que debían de ser tratados como tales.

Una cosa que se descubriría con el tiempo es que los aldeanos objeto de aquellas ordalías no eran las únicas personas brutalizadas y torturadas física y mentalmente. Previamente, los propios cuadros del Partido que realizaban aquellos actos habían sido “preparados”, siguiendo un diseño que respondía perfectamente a los deseos de Mao y de Kang Sheng.

A mediados de los años cuarenta, cuando una persona ingresaba en el PCC, normalmente porque no había tenido edad para hacerlo antes, era enviada a servir a aldeas remotas, donde debía aprender la forma que tenía Mao de hacer las cosas. Mao no hacía distinciones en esta política de endurecer a los jóvenes, ya que la practicó en su propio hijo, An Ying, quien fue colocado bajo el tutelaje de Kang Sheng. Llegó a la sede donde estaba el jefe de la inteligencia secreta china pretendiendo ser su sobrino e, inmediatamente, su “tío” lo sometió a sesiones constantes de crítica y abuso por sus pretendidas ideas burguesas. La idea era que el cuadro comunista que, finalmente, superaba aquellas sesiones, tuviese la sensación de que lo había hecho por un cortacabeza, y por lo tanto tuviese la convicción de que debía de ser un puto cabrón con todo el mundo si no quería volver a ser cuestionado.

Lo cierto es que, en aquel entonces, y como es lógico tratándose de un periodo de guerra contra un invasor extranjero, había en el Partido muchos jóvenes miembros que habían entrado movidos por el idealismo y el deseo de ganarle la guerra al pérfido nipón; y que, lógicamente, comenzaron a tener problemillas de conciencia cuando se dieron cuenta de que su trabajo consistía en matar a hostias a ancianos, mujeres, niños y bebés en una tarima delante de una multitud vociferante, para así poder robarles a gusto. Incluso, en los altos escalones del Partido, empezó a haber gente que se preocupaba por la imagen que la gente se estaba haciendo del comunismo. Llegó un momento en que algo de esto había que hacer. El momento preferido de Mao: ése en el que buscaba a un pringao que cargase con sus culpas.

El 6 de marzo de 1948, con total desparpajo, Mao Tse Tung le escribió a su mano derecha, Liu Shao Chi, para comunicarle que le iba a encalomar el marrón. La carta que le envió es la hostia. Después de decir que el Partido ha cometido atrocidades excesivas, concluye: “¿No debéis hacer una autocrítica de vosotros mismos?” Así, de partida, Liu le contestó que una polla como una olla. Pero, finalmente, acabó declarando en público: “la mayor parte de los errores me son imputables, y no ha sido hasta que el camarada Mao ha realizado una crítica sistemática de los mismos que han sido corregidos”. Pero, vaya, que tampoco os sobréis. Hablamos de sesiones internas del Partido, no de nada público ni eso.

Los comunistas, por otra parte, contaban con una ventaja: los nacionalistas tampoco eran unos santos. El Kuomintang practicó muchas detenciones de personas que consideraba enemigas, muchas de las cuales fueron maltratadas o torturadas, incluso asesinadas. Estos hechos se conocieron mucho más que los de los comunistas. Los comunistas, sobre actuar en la China rural donde no había redes sociales, tenían, además, a su pequeño ejército de Snowrrondos para quedar cojonudamente ante el mundo. Así las cosas, en aquellos meses incluso se distribuyó con cierto éxito la idea de que los comunistas, aunque eran violentos, lo eran menos que sus enemigos nacionalistas.

El 20 de abril de 1949, un ejército rojo con 1,2 millones de efectivos cruzó el Yangtze. Apenas tres días después, tomaron la capital del Koumintang, Nanjing; el acto que terminó en la práctica el dominio nacionalista sobre China. Ese mismo día, Chiang voló a su lugar de origen, Xikou. Allí pasó horas rezando entre lágrimas ante la tumba de su madre (las cosas como son, cuando llegó el poder comunista, Mao dio la orden de que el mausoleo familiar fuese protegido y conservado). Luego cogió un barco a Shanghai, para cruzar desde allí el estrecho con la isla de Taiwan.

Para Mao, aquella huida no era sino un primer capítulo. Meses después, le escribió a Stalin pidiéndole aviones y submarinos para tomar Taiwan. Quería dominar la isla, dijo, incluso antes de que llegase el año 1950. Le dijo a Stalin, y no tenemos por qué pensar que mentía, que con Chiang había huido una pequeña multitud de topos comunistas. Sin embargo, en 1949 la Guerra Fría ya había comenzado de alguna manera, y Stalin sabía que ayudar a tomar Taiwan sería un problema para él.

Chiang se llevó consigo toda la aviación civil china, que en ese momento tampoco era gran cosa, y diversas obras de arte. Sin embargo, apenas se llevó factorías, aunque mostró una tendencia que se ha mantenido hasta el día de hoy, porque la mayoría de las que se llevó eran factorías de electrónica.

En la primavera, Mao se desplazó desde Zibaipo hasta Pekín. En una decisión que es menos intuitiva de lo que parece, el Presidente había decidido hacer de la vieja capital imperial la capital de su Estado proletario. Había decidido que Zhongnanhai, el Lago Centro-Sur, un emplazamiento imperial con cascadas, villas y pabellones, sería perfecto para él y sus más directos colaboradores. Era su Kremlin.

Mientras se arreglaba Zhongnanhai, Mao se estableció en un lugar llamado Las Colinas Fragantes. La totalidad de los habitantes del vecindario fue expulsada de allí, y el lugar fue acordonado y blindado para las aproximadamente 6.000 personas que conformaban el staff básico de Mao. Para engañar al personal, en la entrada del complejo se puso un cartel que decía: “Universidad Laboral”. Pero eso no hizo otra cosa que provocar un cierto flujo de jóvenes que querían estudiar en la presunta universidad laboral; así que tuvieron que poner otro que decía: “Universidad Laboral en construcción”. En septiembre, Mao se mudó a Zhongnanhai. El sitio fue literalmente plantado de equipos localizadores de minas, y entre el personal se acuñó la orden básica: wai song, nei jin: externamente relajado, internamente alerta.

El 1 de octubre de 1949, Mao Tse Tung hizo su primera aparición en el celebérrimo balcón de la plaza de Tiananmen, muy cerca de Zhongnanhai, y en frente de la Ciudad Prohibida. Allí declaró constituida la República Popular China. Allí dio un discurso que fue el único que pronunciaría desde la Puerta de Tiananmen en los 27 años de su reinado. Sin embargo, quienes recordaron ese discurso tuvieron que reconocer que fue frío, gris y un coñazo.

Mientras Mao se instalaba en Pekín para comenzar a vivir su humilde vida de dirigente proletario, el comunismo chino se hacía con un país que es casi un continente en sí mismo, ocupando todas sus instituciones y colocando en ellas a las personas que consideró adecuadas. Lo cierto es que, sin embargo, como suele ocurrir en estas transiciones tan radicales y a la vez tan rápidas (ocurrió lo mismo cuando cayó el Muro, por ejemplo), muchas de las personas que tenían responsabilidades organizativas permanecieron al frente de las mismas por carecer el PCC de cuadros que los sustituyesen. Por ello, durante un tiempo la economía china siguió funcionando más o menos como lo había hecho hasta entonces. Muchos empresarios privados fueron informados de que su propiedad sería respetada y, de hecho, tanto la industria como el comercio tardaron años en ser nacionalizados, y la colectivización agrícola no se abordó hasta mediados de los cincuenta.

En algunos sitios, sin embargo, el cambio fue aparente. Haciendo gala de ese deseo que siempre debe tener un buen comunista en el sentido de colocar la judicatura bajo el “poder popular”, los tribunales fueron inmediatamente sustituidos por comités del Partido. La Prensa, esa amiga del alma de los comunistas a través de figuras como Louis Fischerrondo o Edgar Snowrrondo, recibió su debida recompensa en forma de censura total.

Mao, por supuesto, conservó el equipo que traía de los tiempos pre estatales. Su número 2 siguió siendo Liu Shao Chi, mientras que Chou En Lai era el número 3, con estatus de primer ministro. Liu fue enviado en viaje de estudios de dos meses a la URSS para estudiar el modelo soviético. Por otra parte, dado que en muchos lugares rurales los comunistas se encontraron con resistencia armada, inmediatamente el régimen de terror fue multiplicado.

1 comentario:

  1. Después de la interveción soviética en lo de Praga, la izquierda divina se sintió obligada a girarse y buscar otro comunismo. El chino, maoísta. Visto ahora da risa y pena.

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