Por qué ser un alcmeónida no era ningún chollo
Xántipo, Micala y el coleguita Leotícides
Cimón
La apoteosis de Efialtes
... y Damón inventó el Estado del Bienestar
Nunca abras dos frentes a la vez
Las cosas no salen como se esperaba
Primero Samos, luego los corfiotas
... y Damón inventó el Estado del Bienestar
Nunca abras dos frentes a la vez
Las cosas no salen como se esperaba
Primero Samos, luego los corfiotas
Finalmente, los atenienses asistieron a los corfiotas en la batalla de Sibota, que libraron contra los corintios en el 433, y que lograron ganar. Aquella victoria conjunta le dio alas a los atenienses para ir más allá, y por eso se dirigieron Potidea. Este emplazamiento, situado en el norte de la Hélade, era un caso curioso porque, siendo como era una colonia corintia, era tributario de Atenas, así pues había ya una relación de partida. Los atenienses ordenaron a los poti-potis que echasen de la ciudad a los magistrados corintios.
Aquello fue un gesto de dificilísima justificación, si es que se puede encontrar alguna. Su compatibilidad con el esquema constitucional heleno (por llamarlo de alguna manera) era ninguna y la disculpa que blandieron lo atenienses: su temor de que Corinto excitase una rebelión en aquel lugar que les pagaba pasta, muy débil. Los atenienses, por lo menos aquéllos de ellos que pensasen dos veces las cosas que hacían y que votaban (porque en aquella Atenas, como en la moderna Aguilar de Campoo, la mayoría de los votantes piensan más bien poco en las consecuencias de su voto), tenían que darse cuenta de que aquella carta, una vez conocida en Esparta, portaría el mensaje claro de que en el Ática los halcones belicistas estaban ganando la partida. Y entre ellos, por cierto, y a juzgar por el estatus que mantuvo después, tenía que estar Pericles.
Esto vino a
montarse sobre otro conflicto constitucional. La isla de Egina se
dirigió a los espartanos para quejarse de una injerencia ateniense
en su autonomía. Los eginotas habían venido pagando tributo a los
atenienses desde hacía unos pocos años, pero en el tratado del 446
se les había concedido el poder para resolver sus propios asuntos
políticos.
To make matters worse, también
Megara, tradicional e importante aliado espartano, elaboró
quejas contra los atenienses. Ambas polis, aparentemente, pleitearon
sobre la propiedad de unas tierras situadas entre ambas. Los
atenienses enviaron un heraldo a Megara, investido de la natural
inmunidad de este tipo de misiones; pero, aparentemente, los
megarenses se lo llevaron por delante. Un ateniense, Carinos, tras el
conocimiento de la noticia, se fue a la Asamblea y propuso que se
votase un bloqueo de los barcos megarenses en todos los puertos del
Egeo donde Atenas tenía poder o influencia, así como cerrar el
comercio ateniense a los productos de Megara. Es lo que conocemos
como Decreto Megarense, un auténtico torpedo en la línea de
flotación de la economía de una polis que, por su situación,
basaba en el comercio su modelo de negocio (o sea, un poco como las medidas
de Trump contra China, pero a lo bestia-bestia). Megara apeló a
Esparta para que forzase un regreso del status quo.
Tras
varias reuniones con sus propios aliados, Esparta llegó a la
conclusión de que, a través de las acciones contra Corinto, Megara
y otros lugares, Atenas había roto el tratado del 446. Algo que, yo
lo entiendo, siendo los espartanos los siesos militaristas
oligárquicos esclavistas que eran, siempre se tiene la tentación,
sobre todo en las aulas, de interpretar como una mentira o, como
poco, como una verdad a medias, muy forzada.
En efecto, el mundo, y muy particularmente los institutos de secundaria, está bastante petado de profesores que están deseando blanquear la imagen de Pericles y, en general, de Atenas. Yo creo que esto es la consecuencia de que muchos de estos enseñantes están fuertemente condicionados por un objetivo mayor, que es presentar a la democracia ateniense como vencedora final, tratando de trasladarle a sus educandos el mensaje de que en esta vida hay que ser mú, mú demócrata. Personalmente considero que esto es un error. En primer lugar, porque no hay que confundir aulas; cuando se estudia Historia no se estudia Ética ni Valores Constitucionales ni como quiera que queramos llamarle a la moderna Formación del Espíritu Nacional. En segundo lugar porque, cuando se habla de Historia, también hay que decir algunas cosas, como por ejemplo que Atenas practicó la democracia tan sólo para sí misma. Las guerras imperialistas de Atenas lo fueron para ganar mercados, no para ganar acólitos para la forma democrática de gobierno. Si nos ponemos muy estupendos, incluso, no deberíamos olvidar el hecho de hasta qué punto la democracia condicionó el belicismo ático durante mucho tiempo. Democracia quiere decir otorgar muchos beneficios al pueblo, como creo ha quedado claro en asuntos como la retribución a los jurados. Pero cuando creas, digámoslo en lenguaje moderno, un Estado del Bienestar, al día siguiente tienes que pagarlo; y, para pagarlo, a Atenas no le quedaba otra que dejar de ser una polis más de una federación basada en la unidad racial y cultural y convertirse en el pájaro cuco deseando echar a los otros polluelos del nido. En otras palabras: si nos centramos en el dato de que Atenas era una democracia y que por eso tiene que ser la buena de la película sí o sí, entonces no haremos Historia. Hacemos otra cosa.
En efecto, el mundo, y muy particularmente los institutos de secundaria, está bastante petado de profesores que están deseando blanquear la imagen de Pericles y, en general, de Atenas. Yo creo que esto es la consecuencia de que muchos de estos enseñantes están fuertemente condicionados por un objetivo mayor, que es presentar a la democracia ateniense como vencedora final, tratando de trasladarle a sus educandos el mensaje de que en esta vida hay que ser mú, mú demócrata. Personalmente considero que esto es un error. En primer lugar, porque no hay que confundir aulas; cuando se estudia Historia no se estudia Ética ni Valores Constitucionales ni como quiera que queramos llamarle a la moderna Formación del Espíritu Nacional. En segundo lugar porque, cuando se habla de Historia, también hay que decir algunas cosas, como por ejemplo que Atenas practicó la democracia tan sólo para sí misma. Las guerras imperialistas de Atenas lo fueron para ganar mercados, no para ganar acólitos para la forma democrática de gobierno. Si nos ponemos muy estupendos, incluso, no deberíamos olvidar el hecho de hasta qué punto la democracia condicionó el belicismo ático durante mucho tiempo. Democracia quiere decir otorgar muchos beneficios al pueblo, como creo ha quedado claro en asuntos como la retribución a los jurados. Pero cuando creas, digámoslo en lenguaje moderno, un Estado del Bienestar, al día siguiente tienes que pagarlo; y, para pagarlo, a Atenas no le quedaba otra que dejar de ser una polis más de una federación basada en la unidad racial y cultural y convertirse en el pájaro cuco deseando echar a los otros polluelos del nido. En otras palabras: si nos centramos en el dato de que Atenas era una democracia y que por eso tiene que ser la buena de la película sí o sí, entonces no haremos Historia. Hacemos otra cosa.
El
paso lógico de los espartanos tras llegar a la conclusión de que el
tratado del 446 había sido incumplido hubiera sido enviar un
ejército al Ática. Pero no fue eso lo que hicieron. Los espartanos,
la verdad, no estaban muy convencidos de ganar aquel envite mediante
el recurso a las hostias, razón por la cual iniciaron un largo
periodo diplomático y estuvieron cosa de un año intentando acordar
con Atenas una solución pactada.
En
este punto de la situación, Tucídides parece no querernos dejar
lugar alguno para la duda: nos dice que Atenas hacía más o menos lo
que Pericles le decía, y que Pericles quería la guerra. El hecho de
que también nos diga que los espartanos lanzaron un mensaje a los
atenienses, llamándolos a echar a Pericles de la ciudad o, cuando
menos, del poder, nos sugiere que cuando menos en la ciudad tenía
que haber corrientes de opinión fuertes y bien representadas que
estaban en contra.
Los
espartanos, de hecho, lanzaron eso que hoy llamaríamos toda una
campaña de imagen contra Pericles, el alcmeónida. Con el objetivo
nunca escondido de conseguir su ostracismo, los lacediablos se
dedicaron a recordar a los atenienses que su general y primer
ministro in pectore
era miembro de una familia manchada por el delito religioso, que es
algo como recordar hoy en día que un político pertenece a una
familia o a un grupo condenado por corrupción (más abajo volveremos sobre esto).
El
tiempo desde Maratón y todo aquello, sin embargo, había pasado. En
realidad, con una esperanza de vida mucho menor que la actual, había
pasado mucho más tiempo que el que podemos calcular hoy en día
simplemente restando fechas. Los atenienses no atendieron a aquellas
peticiones de los espartanos y, de hecho, les contestaron que mejor
limpiasen su propia causa, en clara alusión a los hechos del 471
cuando, también de una manera religiosamente poco legal, habían
ejecutado a Pausianas. Todavía, sin embargo, los peloponésicos
consideraron que la guerra no era la solución más lógica, y
comenzaron a enviar una serie de embajadas a Atenas para tratar de
llegar a acuerdos, siquiera parciales, que permitiesen evitar las
hostilidades. Una actitud la de los espartanos, ésta de pasarse
meses y años negociando antes de romper hostilidades que, la verdad,
coloca en mal lugar a la teoría, bastante extendida, de que si
Atenas tensó la cuerda fue porque estaba convencida de que Esparta
estaba preparando la guerra. Si estaba preparando la guerra, ¿por
qué trabajó tanto para la paz?
Las
primeras palabras literales que Tucídides atribuye a Pericles son
éstas: “Hay un principio, atenienses, que yo mantengo contra
cualquier cosa, y es el de no hacer ninguna concesión a los
lacedemonios”. O sea: no es no. Creer que esa posición estaba
forzada por las circunstancias o provenía de una ideología
belicista por parte de quien tal cosa decía es cuestión de fe pues,
ya lo he dicho varias veces en estas notas, las fuentes antiguas son
escasas y sesgadas, a veces decididamente partisanas, así pues
otorgan terreno suficiente como para concluir lo que cada uno quiera
concluir; por no mencionar el pequeño detalle de que nunca podremos estar seguros de si quien habla en los discursos de Pericles es Pericles o Tucídides, que es matiz importante. Si os interesa mi opinión, aunque supongo que si venís
leyendo estos párrafos ya la imaginaréis, yo me decanto más por la
segunda de las opciones, esto es, por contemplar a Pericles como un general que había decidido ir a la guerra. En mi opinión, que en esto no es la de
muchérrimos scholars que
merecen, desde luego, mucho más respeto que yo; en mi opinión,
digo, en torno a la figura de Pericles se ha construido una serie de
matices, matices que comienzan en los tiempos de la propia Hélade,
tendentes a blanquear una imagen belicista que, sin embargo, para mí
es la constante de su visión casi desde el principio.
Atenas
fue un modelo de Estado que se basó, como en el caso de todos los
Estados talasocráticos o mesocráticos, en la dominación económica
de los territorios “conquistados”, bien mediante la intervención
de los recursos naturales (colonialismo clásico, desde nuestro punto
de vista), bien mediante la generación de vínculos tributarios.
A
Atenas este momio le funcionó durante un tiempo porque era
un momio necesario. Allí
estaban los persas, que eran una amenaza real, y todo el mundo
entendió que quien estaba en condiciones de plantarse en el
Helesponto como Gandalf y su báculo, gritando Thou shall
not pass!, ése alguien eran los
áticos. Pero, con el tiempo, a la Liga de Delos, en realidad al
montaje clásico de la Hélade, se le fue cayendo el velo para
mostrar aquello en lo que se convirtió desde el momento en que,
ligeramente antes de establecerse la democracia en Atenas y desde
luego después, los políticos atenienses comenzaron a trabajar para
distribuir la riqueza en capas crecientes de la población de la
ciudad. La democratización del bienestar, en mi opinión, cambió la
faz del proyecto ateniense. Para que los ciudadanos del Pireo se
pudiesen comprar unas smart TV de puta madre, Atenas necesitaba
llegar altius, citius, fortius,
en el poder de la Hélade, del ecúmene, del mundo.
Pericles
fue un hombre de Estado que se crió a los pechos de esta situación
general. Cimón, en mucha mayor proporción que Clístenes y desde
luego que el desgraciado Efialtes, fue quien le marcó el camino. Un
camino pedregoso en el inicio, con dolorosísimos ostracismos de por
medio, que para mí lo marcó a fuego lento. En España hay un
político, Ramón Espinar, que pertenece a las fuerzas de la
izquierda más izquierdosa, pero que por muchos saltos mortales
leninistas que haga, nunca dejará de escuchar, de cuando en cuando,
cómo alguien le recuerda que su padre es un político corrupto. De
hecho, una de las cosas para las que sirvió la Transición fue para
evitar esa consecuencia intolerable, pues sólo en el derecho
inquisitorial (y en la Grecia clásica) los hijos son responsables de
los delitos de los padres; una gran mayoría de políticos de
izquierdas de la primera hornada fueron y son hijos de conspicuos
falangistas, pero eso rara vez fue usado contra ellos. Convoco estas
imágenes al recuerdo de mi lector para tratar de ayudarle a imaginar
el problemón que era para el caracono ser un alcmeónida.
Pericles
fue, tal y como yo lo veo, un hombre condicionado por su pasado.
Nadie mejor que él, que fue uno de los primeros practicantes de la
democracia ateniense, conocía la volubilidad de eso que antes se
llamaba el pueblo y ahora se llama la gente. La gente es
perfectamente capaz de votar a las 10 de la mañana por Messi y a las
cuatro de la tarde por Cristiano Ronaldo. El pueblo, exactamente
igual que los tornero-fresadores zurdos naturales de la Almunia de
doña Godina, es sabio cuando es sabio, y es gilipollas el resto de
las veces. Asumir que cada una de las veces en que le va a tocar
escribir en una ostraka
el votante va a estar con el biorritmo sabio es asumir algo que,
sinceramente, nadie ha demostrado nunca. Si te pilla el día sabio,
exiliarás a un cabrón; pero si te pilla el día gilipollas, lo
mismo exilias a un premio Nobel.
En las
notas de este blog ya hemos visto ejemplos de personas que llevaron a
cabo gestos de importancia histórica más que probablemente
impulsados por necesidades meramente personales. El coronel JamesCuster ordenó cargar contra los indios que se lo llevaron por
delante, cuando menos en parte, porque sabía que el presidente Grant
lo quería cesar y mandar al retiro a causa de unas críticas que él
había publicado contra algunos de sus amigos. El almirante
Villeneuve que salió a las aguas del cabo Trafalgar y con ello selló
la suerte histórica de la Armada española, sabía que Napoleón lo
quería llamar a París para cesarlo del mando y probablemente
castigarlo por su poca cabeza y sus insubordinaciones. Lo que a mí
me sorprende de muchas de las interpretaciones que leo sobre la
figura de Pericles es que casi siempre parten del principio general
de que el general caracono sólo pensaba en Atenas cuando propugnaba
lo que propugnaba en cada momento. Personalmente, creo que no hay
base para esta asunción. Pericles, como todo el mundo, tenía su
patrimonio, su familia, sus hijos a los que querría dejar bien
situados, su ambición de poder, todo eso. Y sabía que, como
Ramoncito Espinar, estaba marcado. Sabía que, en cualquier momento,
alguien podía señalarlo en una asamblea con el dedo y gritar: ¡Tus
antepasados son impíos! Ojo con eso, porque es algo que jode que te
cagas.
Así
pues, ¿qué impulsó el “no es no” de Pericles? ¿Qué hay
detrás de esas palabras que Tucídides le atribuye? ¿La convicción,
nacida del análisis desapasionado, de que la guerra con Esparta era
inevitable? ¿O, más bien, la inevitabilidad de esa guerra como una
herramienta útil, no para los intereses de Atenas, sino para
los del propio Pericles?
La
especulación no puede llegar más lejos. El resto del cuento lo
rellenas tú.
El politólogo estadounidense Graham Allison habla de la trampa de Tucídides. Dice que así como la guerra del Peloponeso fue desatada por el temor de Esparta frente a la expansión de Atenas, lo mismo podría pasar con Estados Unidos frente a la expansión China.
ResponderBorrarEsto lo acabo de pescar en la prensa, no tuve el gusto de leer a Allison. ¿Se le ocurre que es un símil que aplica?
No sé, yo lo que creo es que, si lees a Tucídides con espíritu crítico, la conclusión a la que llegas es que, tal vez, Esparta no desató la guerra.
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