Por qué ser un alcmeónida no era ningún chollo
Xántipo, Micala y el coleguita Leotícides
Cimón
La apoteosis de Efialtes
... y Damón inventó el Estado del Bienestar
Nunca abras dos frentes a la vez
Las cosas no salen como se esperaba
... y Damón inventó el Estado del Bienestar
Nunca abras dos frentes a la vez
Las cosas no salen como se esperaba
Cuando
los colonos ingleses lograron imponerse sobre los primigenios
holandeses que se habían establecido en la isla que los indios
locales llamaban de Manhattoes, quisieron llamar al lugar donde se
establecían en referencia a aquél del que venían, y lo llamaron
Nueva York. De haber sabido que su emplazamiento iba a tener el éxito
que ha tenido, probablemente lo habrían llamado Gran York. Eso y no
otra cosa es lo que hicieron los romanos cuando, a la hora de ponerle
nombre a los emplazamientos itálicos sobre los que fueron
extendiendo su dominio, comenzaron a conocer al conjunto del sur de
la península italiana como Magna Grecia, la Gran Grecia.
La
Magna Grecia, junto con la banda de costa de Asia Menor, fue el gran
experimento de expansión de los griegos; un experimento que venía
produciéndose desde el siglo VIII antes de Cristo pero en el que,
sucintamente hablando, los atenienses no habían tocado bola. Atenas,
ya lo hemos dicho, fue una talasocracia tardía que hasta que no
probó su fuerza contra los persas y, sobre todo, hasta que no dominó
recursos mineros y comerciales suficientes como para poder financiar
la construcción de portaaviones, no fue una polis especialmente
activa en lo que a la expansión territorial por mar se refiere.
Tuvieron, además, los atenienses que consolidar su poder en el
Ática, cosa que en su inicio no estaba del todo clara; lo cual dejó
el espacio para que otros griegos les robasen aquella merienda.
Ésta
fue, sin embargo, una de las cosas que cambió con la profunda
reforma militar, política y de modelo económico que se produjo en
Atenas durante el quinto siglo antes de la fábrica de Papas. En
dicho siglo, atenienses fueron ya los colonizadores de Turios, en la
que de todas formas participaron otros griegos y que fue una
fundación que buscaba, por así decirlo, quitarse una espina, ya que
Turios se fundó sobre el suelo de la antigua Síbaris, una ciudad
legendaria entre los griegos por su estilo de vida lujurioso (de ahí
sibarita) y que había desaparecido a causa de diferencias entre los
propios griegos. La tradición nos dice que Hipodamo de Mileto trazó
el mapa de la ciudad y que el filósofo Protágoras redactó su
cuerpo legal.
No
existen evidencias de que Pericles fuese el ideólogo de la creación
de Turios, pero lo que normalmente se acepta es que no debió de oponerse
a ella. En el momento de la colonización (444), el ateniense se
estaba deshaciendo de su gran rival Tucídides Melenesiou, y
comenzaba un largo periodo ininterrumpido de quince años de
generalato. Era, pues, una de las personas más respetadas de Atenas,
sino la que más. Esto es lo que hace pensar a casi todo el mundo
que, si no habló a favor del proyecto, sí por lo menos no habló en
contra.
En
todo caso, la movida de Turios lo que está revelando es un cambio de
estrategia por parte de Atenas, ciudad que, hasta entonces, había
dejado a los corintios y algunos de sus asociados, como los
calcídidas, que se adelantasen en la expansión por el Mediterráneo
occidental. De hecho, el poder de Corinto en Italia no es ajeno al
estallido de las grandes hostilidades entre Atenas y Esparta. De
dominación corintia era la más famosa y rica de las ciudades de
Sicilia, Siracusa. Los siracusanos se habían convertido en un centro
de poder de gran importancia en toda Sicilia, y es fácil imaginar
que, cuando vieron que los atenienses llegaban a la isla con la
intención de abrir mercadonas, no les hiciera ni puta gracia. Esto
hizo que los corintios tampoco se quedasen muy tranquilos, afectando
con ello al panorama político de la Hélade y, al fin y a la postre,
colaborando para el estallido de la guerra. De hecho, como veremos más abajo, Corinto acabará siendo la principal razón de que las cosas entre Atenas y Esparta se pongan mal.
Mientras
estos hechos se producían, la carrera política y militar del hijo
de Xántipo iba ganando momento. Alrededor del 440 tuvo novedades en
su vida personal, dado que probablemente se casó, o se pulió en todo caso, con una mujer de las colonias
de Asia Menor, Aspasia. La ciudad de procedencia de Aspasia, Mileto,
tuvo un papel importante en la acción militar más ambiciosa
afrontada por Atenas en aquellos años, que fue el enfrentamiento con
Samos. En efecto, esta isla entró en conflicto con Mileto. Ambas
unidades políticas se peleaban por el control de una ciudad, Priene,
y es probable, yo al menos lo pienso, que los de Samos considerasen
que aquello iba a ser como quitarle un caramelo a un niño (es una
frase hecha; cualquiera que haya intentado quitarle un caramelo a un
niño sabe que es más difícil que desinstalarle el Tinder a un
milenial), dado que Mileto había quedado hecha una mierda después
de la rebelión de los griegos jónicos contra los persas.
Tanto
Samos como Mileto eran miembros del montaje ligoso de los atenienses
y, por lo tanto, podían reclamar de su metrópoli, so to
speak, que les ayudase. Atenas,
en esa situación, acabó optando por Mileto y exigiéndole a Samos
que renunciase a las primeras ventajas que había obtenido y
sometiese la cuestión a un arbitraje por su parte. Los testimonios
que nos han llegado son muy claros al establecer que Mileto solicitó
la mediación de Atenas una vez que había sido ya derrotada por
Samos; por ello, no es en modo alguno descartable que el movimiento
de Atenas estuviese provocado por el deseo por parte de la metrópoli
de reconstruir un equilibrio de poder que ya le venía bien a
ella. Samos, sin embargo,
encontró esta imposición como algo injusto; en la lógica de la
Antigüedad, había habido una guerra, y ellos la habían ganado.
¿Qué leches de arbitraje ni qué mierda?
La
comprensión de esta dinámica, que era general en aquellos tiempos,
es lo que comenzó a labrar la mala fama, que fue mucha y muy
duradera, de Aspasia, la churri de Pericles. Los atenienses, con
razón o sin ella, concluyeron que la pareja del general le había
comido la oreja (entre otros apéndices) con el tema de que había
que ayudar a su Mileto del alma, incluso cuando Samos, de forma como
digo percibida como justa bajo la ética de aquel tiempo, rechazó la
intervención de Atenas en el conflicto. La respuesta de Pericles fue
enviar un ejército a Samos, que sometió la isla, hizo rehenes en la
misma, e impuso un gobierno democrático.
Los
habitantes de Samos, sin embargo, no se sometieron tan fácilmente.
La resistencia samiana, por así decirlo, organizó un golpe de
Estado para retomar el control de su isla. Conscientes de que no
podían ganar aquella guerra solos, apelaron a los de siempre, esto
es, los persas. Así las cosas, una vez que capturaron el fuerte de
la isla que habían tomado los atenienses, se lo cedieron al sátrapa
persa.
Atenas,
ahora cabreada en grado sumo, envió una importante flota a Samos.
Hizo valer su superioridad naval en una batalla que ganó fácilmente,
y que le permitió sitiar la isla. Nueve meses tardaron los samianos
en rendirse y, una vez que lo hicieron, pudieron comprobar que la
consecuencia de su rebelión era que habían perdido su capacidad de
gobernarse por sí mismos, aunque fuese a través de gobiernos
satélite: Atenas tomó el control directo del territorio,
convirtiéndolo, pues, en un protectorado. Asimismo, la isla fue
castigada con unas fuertes indemnizaciones de guerra.
Si
Pericles atacó Samos con todo lo gordo, desde luego, no pudo ser por
otra razón que haber ganado las correspondientes votaciones en las
asambleas y contar, por lo tanto, con el apoyo explícito,
entusiástico incluso, por parte de los atenienses. Pero eso no
quiere decir que no tuviese que enfrentarse con oposiciones.
Aparentemente Elpinike, la hermana de Cimón que lo había
sobrevivido, atacó al general muy duramente acusándole de hacer
guerra contra los griegos y no a quien tenía que hacérsela, esto
es, a los persas. Sin embargo, no hay trazas de que ese grupo de
oposición fuese importante o inquietase mucho a Pericles. De hecho,
además, la importancia con la que se tomó el tema de Samos, también
cuando la isla volvió su rostro hacia los persas, sugiere con
bastante claridad que, en su mentalidad estratégica, Pericles estaba
para entonces, alrededor del 440, personalmente convencido de la
inevitabilidad de un nuevo enfrentamiento con el imperio oriental.
Como sabemos, sin embargo, el enemigo fue otro.
En
algún momento que solemos fijar, para entendernos, en el año 435
antes del Amigo de la Paloma Muda, la ciudad de Epidamno, situada en
el noroeste de la Hélade y famosa en el mundo entero por lo difícil
que es pronunciar su nombre con siete copas en el cuerpo, vivió una
especie de guerra civil, tras la cual expulsó a algunos de sus
ciudadanos. Los exiliados no se quedaron quietos y, uniéndose con
algunos no griegos de la zona, atacaron la ciudad. Los epidamnitas,
viéndose jodidos, apelaron a su metrópoli, que era la polis de Córcira, situada en la isla de
Corfú, pero ésta se hizo la orejas. Consecuentemente, Epidamno
decidió apelar a la polis de la cual la propia Córcira era
tributaria, esto es Corinto, quien sí decidió ayudarlos. En ese
momento los de Corfú, que un poco tocahuevos sí que eran,
encabronados porque alguien interviniese en los asuntos de una polis
tributaria suya, comenzaron a ayudar a los rebeldes que la atacaban.
Hay
que decir que llovía sobre mojado, puesto que Córcira y Corinto se
tenían ganas desde hacía como tres siglos, sobre todo los tiempos
de Periandro, un dictador de Corinto cuyo hijo lo fue de la Córcira.
Ambas poleis tenían
importantes flotas y luchaban por extender su influencia en el
Mediterráneo occidental.
En el
año 435, en todo caso, corintios y corfiotas se arrearon de leches
en una batalla naval, en la cual éstos derrotaron a aquéllos.
Aquella derrota clamaba venganza, así pues los corintios comenzaron
a preparar una invasión de Corfú. Por su parte los corfiotas, poco
confiados en sus fuerzas si la lucha alcanzaba las playas, decidieron
buscar alianzas que les pudieran ayudar; no tardaron mucho en marcar
el móvil de Pericles. Los corintios, por se parte, previendo
claramente este movimiento, enviaron una embajada a Atenas
previniendo a la ciudad de que todo aquello era un problema interno
dentro del conjunto de sus tributarios, y que no se metiesen.
La
decisión lógica por parte de Atenas hubiera sido, probablemente,
hacer caso de los corintios. Corinto, ya lo he dicho, era miembro de
la liga espartana; era, de hecho, la base naval del complejo
militar-político liderado por los espartanos, a los que arrearse de
hostias en los desfiladeros se les daba de coña pero, en cambio, de
navegar sabían menos que El Barquito Chiquitito. Atenas había
firmado en el 446 una paz con Esparta que tenía la ambición de
durar mucho tiempo, pero tenía bases muy leves. Los espartanos, por
otra parte, ya no eran los espartanos de la primera guerra del
Peloponeso y los años que la siguieron. Se habían repuesto del tema
del terremoto, habían sofocado la rebelión de los ilotas. Eran un
enemigo temible. Los corintios que se presentaron en Atenas en amable
embajada sabían muy bien lo que estaban haciendo y, de hecho, yo me
apuesto doble contra sencillo a que estaban seguros de conseguir el
efecto buscado.
Aparentemente,
la facción más poderosa de Atenas, de la que Pericles tenía que
formar parte aunque Tucídides, no sé muy bien por qué, se guarda
mucho de pronunciar su nombre, decidió favorecer la alianza con Córcira. Su principal argumento fue la fatalidad: los generales y
políticos en el poder en Atenas habían llegado ya a la conclusión
de que la Paz de los Treinta Años no duraría tanto, que la guerra
con Esparta era inminente; y, por lo tanto, veían el tema de Corfú
como una primera toma de posición estratégica en un conflicto que
entendían sería más global. Personalmente a mí esto, la verdad,
me suena a justificación a posteriori. En términos de la Hélade
antigua, los embajadores de Corinto tenían toda la razón en su
argumento. Tenían derecho, por así decirlo, a reclamar la
neutralidad ateniense en el tema de Corfú. Si la facción gobernante
de Atenas propugnó la idea contraria, tuvo que ser, únicamente, por
conveniencia particular, y echando mano de esa capacidad que siempre
tienen los modelos imperialistas a la hora de interpretar que, cuando
la legalidad internacional (por llamarla de alguna manera) entra en
conflicto con los intereses particulares, son los segundos los que
han de prevalecer. Siempre, desde luego, dentro del terreno de las
interpretaciones particulares, para mí está bastante claro que
Atenas tomó una decisión muy consciente de que la tomaba, muy
consciente de que hacía una interpretación torticera del, por así
decirlo, acervo constitucional heleno y del propio acuerdo de paz con
Esparta, porque quería una guerra. Ya que, la verdad, la mejor forma
de considerar inevitable una guerra es querer que estalle, como bien saben George Bush padre, e hijo. Pericles
no pudo ser ajeno a todo ello.
Los
propios atenienses eran muy conscientes de lo que estaban haciendo, y
es por ello que lo que acabaron aprobando fue una alianza defensiva
con los corfiotas, que
garantizaba su asistencia si eran atacados; pero dejando
explícitamente fuera una eventual ayuda ateniense en el caso de que
Córcira atacase Corinto.
Haciéndole un guiño al presente, pues, sabedores de que era mala
decisión implicarse en una guerra de coalición, se implicaron en
una de coordinación.
Atenas
intentaba hacer lo que le interesaba, esto es ganar control sobre un
punto neurálgico del tráfico el Mediterráneo central y occidental;
mientras, a la vez, trataban de argumentar que mantenían impoluto el
tratado de paz con Esparta.
Eso,
claro, es lo que ellos creían.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario