Un proyecto imperialista
Por qué ser un alcmeónida no era ningún chollo
Xántipo, Micala y el coleguita Leotícides
Cimón
En el año 454, la orgullosa flota ateniense se da de bruces con la
derrota. Bueno, más que con la derrota, con el desastre. Aunque sea
un tema que, como otros muchos, no esté del todo claro, existe la
posibilidad de que los atenienses perdiesen en aquella expedición la
totalidad de su flota de 200 barcos; lo que vendría a suponer
que en torno a 40.000 combatientes y marineros perdieron la vida o la
libertad.
Incluso
los más optimistas de entre los estudiosos, aquéllos que consideran
que Atenas tuvo la inteligencia de divertir parte de su flota antes
de la batalla y, por lo tanto, la salvó de la quema, estiman que las
pérdidas de hombres atenienses en aquel hundimiento tuvieron que
estar entre el 10% y el 15% de la población total de la
polis. Imagínese el lector, pues, una batalla que provocase 300.000
bajas sólo entre los combatientes procedentes de la ciudad de
Madrid.
Es
evidente que la derrota Egipcia, que para los atenienses iba a ser
justo lo contrario, tuvo como consecuencia que la polis quedó
seriamente quebrada en su capacidad militar. Durante tiempo, los
atenienses, que basan en ese momento su política exterior en el
imperialismo activo, no se ven implicados en acción bélica alguna,
ante la simple y pura carestía de medios para poder hacerlo. Sabemos
que en aquel año del 454 los atenienses desplazaron el tesoro de la
Liga de Delos desde aquel lugar hasta la propia Atenas, lo que parece
sugerir que temían ser atacados incluso por sus amigos (ya lo dice Virgilio; timeo danaos et dona ferentes). Eso sí,
según todos los indicios tuvo la suerte de que en el Peloponeso las
cosas siguiesen sin estar del todo claras, puesto que el león
espartano no parece que tuviera la capacidad de aprovechar los hechos
para asestar un golpe mortal a los atenienses.
En el
año 452, en medio de esta situación de depresión generalizada,
Cimón regresó a la ciudad de su ostracismo. No sólo regresó, sino
que debió de ocupar un lugar importante dentro del gobierno de la
ciudad, pues negoció un tratado de paz con Esparta. En efecto, en el
451 Atenas y Esparta firmaron un acuerdo merced al cual pactaron no
hacerse la guerra durante cinco años. Es probable que esta tregua
tenga un significado más allá de lo relacionado con la política
exterior; que signifique también que, de alguna manera, los propios
atenienses habían decidido adoptar de nuevo algunos de los esquemas
ideológicos y de gobierno de los cimónidas.
Este
acuerdo firmado por Cimón con los espartanos, normalmente conocido
como La Tregua de los Cinco Años, marca, probablemente, el punto más
elevado de la capacidad de influencia exterior de Atenas. De hecho,
son muchos los expertos y estudiosos que se han preguntado cuál
habría sido el devenir de la Hélade y de la Historia Antigua de
haber regresado la flota ateniense victoriosa de Egipto. Se dice, en
este sentido, que la derrota de Atenas retrasó el reloj del tiempo.
Que la Historia habría sido otra y bien diferente si Atenas hubiese
logrado consolidar su proyecto imperialista y ser el poder hegemónico
de la Hélade. Personalmente, tengo mis dudas. Si algo nos enseña la
Historia antigua, y muy particularmente la helenística, es que una
cosa es conseguir grandes cosas y otra muy diferente convertirlas en
hechos permanentes en el tiempo. Creo que esas valoraciones tan
ateniensemente optimistas, por así decirlo, obvian la cuestión de
cómo se las podría haber arreglado Atenas, un sistema político,
social y militar que carecía de la capacidad de prolongar una
situación de dominio militar, para permanecer en un determinado
estatus que hubiera supuesto, entre otras cosas, que se consolidase
como el poder más o menos permanente sobre Egipto. Atenas carecía
de medios para ello y habría terminado por dividir sus posesiones
entre una plétora de reyes y régulos, como de hecho le ocurrió al
experimento macedonio, mucho más sólido.
Sean
las cosas como sean, lo que sí es cierto es que la Tregua de los
Cinco Años supuso la admisión espartana sin ambages del poder
ateniense en la Hélade, pues consolidó todas las conquistas de la
polis en la Grecia central, Megara y Egina. La paz con el Peloponeso,
además, colocó a los atenienses como pueblo que vota en una senda
muy parecida a la de los Estados Unidos de hoy en día. Si a
Washington le gusta verse como el centinela del mundo, los
atenienses, claramente, abrazaron la idea de que ellos eran los
centinelas de la Hélade. En el año 450, a pesar de las señales
inequívocas que les había enviado el desastre de Egipto, votaron
realizar operaciones bélicas alrededor de Chipre aun a sabiendas de
que eso supondría entrar en guerra abierta con los persas; incluso,
en un detalle que demuestra bastante a las claras cómo los demagogos
belicistas eran capaces de controlar la asamblea, votaron una nueva
expedición a Egipto, convencidos como estaban de la potencia de las
fuerzas anti persas del país.
Pericles,
según todos los indicios, no estuvo en la expedición de Chipre. Sin
embargo, paradójicamente esa aventura en la que no participó
resultaría crucial para él por dos resultados que tuvo que serían
fundamentales para el desarrollo de su política. La primera de las
consecuencias fue que en esa expedición quien sí que estuvo, y allí
perdió la vida, fue Cimón, la estrella de nuevo emergente de la
política ateniense después de haber logrado la tregua con Esparta.
La segunda cosa que ocurrió fue que los resultados de la expedición
llevaron a a ambas partes implicadas, atenienses y persas, a acordar
entre ellos, liberando por lo tanto el frente persa. En una
recuperación muy meritoria, la flota ateniense, que pocos años
antes había sufrido gravísimos reveses, fue capaz de volver a
mostrarse como una fuerza relevante y con capacidad de ataque;
infligió diversas derrotas a los persas que le hicieron ver a éstos
que era un poder a tener en cuenta, lo cual abonó el pacto.
Supuestamente,
tras la guerra de Chipre Atenas y Persia firmaron una paz, conocida
en la Historia como la Paz de Calias. La cosa es que hay que usar el
adverbio “supuestamente” porque, la verdad, ninguna fuente
contemporánea parece saber nada de este importante documento.
Herodoto se limita a hablarnos de un ateniense llamado Calias que
habría visitado Susa como embajador, pero no nos dice exactamente ni
cuándo ni para qué. Por lo demás, quienes hablan de la Paz de
Calias son fuentes posteriores en décadas a los supuestos hechos,
como Isócrates. Pero hay que reconocer que es extraña esta falta de
noticias por parte contemporánea de una paz que sería de gran
importancia para la política exterior ateniense y, por eso, sería
largamente expuesta y descrita por los autores. En todo caso, lo que
sí es importante entender, al menos en mi opinión, es que la
principal consecuencia de la paz con los persas, que sería la
consolidación del proyecto imperialista ateniense, no es en realidad
necesaria. Como hemos visto en estas notas, ésta era una pulsión
que los atenienses ya tenían antes de la expedición de Chipre,
pulsión que, además, si hay un documento que le dio carta de
naturaleza, ése fue la tregua con los espartanos.
A
partir del año 447, los atenienses comienzan a construir el
Partenon, entre otras construcciones que hoy son admiradas por los
turistas; y lo hacen gracias a la importante inyección de recursos
que les supone la repatriación de las masas monetarias que han ido
recaudándose en los años anteriores en el ámbito de las ligas y
coaliciones defensivas patrocinadas por la ciudad. Aparentemente,
Atenas realizó ese gesto de posesión al considerarse el principal
aporte en la defensa de la Hélade contra los persas, algo en lo que
sería difícil discutirles la esencia del argumento. Sin embargo,
este momento en el que se produce por parte de Atenas tan clara
ostentación de poder viene a coincidir con una posible
generalización de gestos por parte de sus aliados a la hora de
racanear los pagos de impuestos comprometidos. Los aliados de Atenas,
en efecto, cada vez se sienten menos parte de grupos aliados que lo
son por el beneficio de todos; cada vez parecen ser más conscientes
de que se han convertido en meras piezas de un proyecto imperialista
particular. Las cosas comienzan a marchar de forma un tanto
comprometida. En el año 447, los atenienses enviaron una expedición
a Beocia, en el norte, aparentemente para volver a colocar bajo su
mando a la región y a diversos exiliados que podrían vivir allí
(no se olvide que los atenienses han poblado algunas ciudades con
colonos suyos, desplazando a los habitantes originales). Sin embargo,
las tropas de la capital sufren una derrota en Koroneia que,
prácticamente, les arrebata el control de la Grecia central (por
cierto, que en Koroneia falleció Kleinias, un oficial ateniense
relacionado con Pericles; su muerte provocó que su hijo, Alcibíades,
tuviese que irse a vivir con el general). La Historia nos dice, una
vez más como en el caso de la expedición a Egipto, que Pericles se
había negado a la acción en Beocia, y que ello ayudó a otorgarle
un importante prestigio como buen general.
Si
Pericles se opuso a la acción de Beocia, desde luego tenía sus
razones para hacerlo. En mi opinión, el elemento más importante de
aquella acción que la hacía desaconsejable era el momento en que se
planteó. La subida a Beocia se produjo apenas unos meses antes de
que la tregua con los espartanos venciese. Por lo tanto, si por lo
que fuese la acción salía mal, podría provocar que los enemigos
confesos de los atenienses viesen la oportunidad. Y exactamente esto
fue lo que pasó. Casi en el minuto siguiente al vencimiento de la
tregua, los espartanos enviaron un ejército al Ática, acción ésta
que vino a coincidir en el tiempo con una rebelión anti ateniense en
la isla de Eubea, tributaria suya. Pericles, quien como sabemos por
pasadas experiencias había aprendido ya que hay que evitar luchar en
dos frentes a la vez, negoció con rapidez algún tipo de acuerdo con
los espartanos que le dejó las manos libres para atacar y someter
Eubea. Exitosos en su ofensiva, los atenienses castigaron con el
exilio a los habitantes de Histriaia, que habían asesinado a la
tripulación de un barco ateniense, e impusieron nuevos tratados
(nuevas condiciones) a los de Chalcis y Eretria.
A
pesar de los éxitos en Eubea, la pérdida de poder ateniense era
algo bastante más que evidente (uno más de los datos que me hacen
pensar que si hubiesen regresado victoriosos de Egipto tampoco
habrían cambiado tanto las cosas). Beocia y Focis habían recuperado
su independencia y, de hecho, en un golpe más importante, Atenas
había perdido su control sobre Megara o, si se prefiere, había
perdido la llave de la puerta de la Lacedemonia. En esas condiciones,
en el año 446 Atenas no tuvo otro remedio (así es como lo veo yo)
que firmar un nuevo tratado con Esparta. Teóricamente, era un
tratado de paz de treinta años, si bien a la mitad de ese proceso
ambas ciudades estarían ya en guerra abierta.
Aparentemente
(el tratado en sí no ha sobrevivido al tiempo, cuando menos de
momento), el tratado del 446 era una especie de Tratado de
Tordesillas a la griega. Los dos firmantes, ellos mismos los dos
poderes imperialistas más fuertes de la Hélade, pactaban en aquel
papel las condiciones bajo las cuales se comprometían a respetarse
y, por lo tanto consolidar con ello un status quo en Grecia estable y
permanente. Ninguno de los aliados y tributarios de cada parte, por
ejemplo, podría abandonar su condición para pasarse al otro bando.
Si las dos polis tenían algún tipo de disputa entre ellas,
acudirían a un arbitraje para resolverla. Atenas devolvería las
posesiones lacedemonias con que se hizo en la primera guerra del
Peloponeso, además de reconocer la independencia de la isla de
Egina. Beocia y Focis permanecerían independientes, y Megara
regresaría oficialmente a la Liga del Peloponeso. En corto, pues, el
contador se ponía a cero más o menos en el momento anterior al gran
terremoto del Peloponeso, que tanto había debilitado la posición de
los espartanos. Atenas se despedía de su poder sobre la Grecia
meridional. A cambio, los espartanos admitían que Atenas tenía
libertad total de acción respecto de sus aliados délicos; lo cual
no era, la verdad, ir muy lejos, puesto que los lacedemonios nunca
habían tenido ni la oportunidad ni las ganas de intervenir en aquel
pacto. Fue un tratado, pues, en el que, cuando menos en mi opinión,
Atenas puso más de lo que puso Esparta.
Es
para mí evidente, en todo caso, que los atenienses vieron aquel
pacto como algo inteligente y bien hecho, puesto que Pericles en modo
alguno tuvo que pagar consecuencias por él. De hecho, como ya hemos
visto, fue por esa época, más o menos el 444, cuando el general
ateniense consiguió por fin quitarse de en medio a su rival político
Tucídides Melenesiou, que salió disparado camino del ostracismo. Es
posible, además, que para entonces el hijo de Xántipo hubiese
comenzado a trabajarse, en privado o en público, una nueva visión
de las posibilidades talasocráticas de Atenas, una visión capaz de
construir nuevas ilusiones para sus conciudadanos: una vez sedado el
león persa y conseguida una paz (aparentemente) duradera con el
competidor espartano, Atenas tenía que buscar, por así decirlo,
nuevos mercados. Pero esos nuevos mercados estaban ahí, eran ya
conocidos por los navegantes, y ofrecían muchas posibilidades.
Hablamos,
por supuesto, del Mediterráneo central.
Estimado Juan,
ResponderBorrarMe gustaría comprar tu ensayo El talón de Aquiles, pero veo que en Amazon no está disponible para compra. ¿Qué puedo hacer para leerlo en ebook?
Ya no vendo a través de Amazon. En realidad, ya no vendo. Voy a buscar el ensayo en pdf, que debo de tener en alguno de mis archivos, y lo colgaré de la biblioteca para que se pueda bajar.
ResponderBorrarSupongo que te gustará saber que ya lo he localizado. Cuando tenga un rato lo pondré bonito y lo colgaré. Visita la biblioteca en unos días y, si no está, escríbeme a granmiserableARROBAgmailPUNTOcom. Aunque estará.
BorrarMuchas gracias Juan, permaneceré atento y si no le escribo para recordárselo. Gracias también por el blog, que es un gusto inenarrable zambullirse en su abundancia, tan ilustrativo y tan divertido al mismo tiempo.
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