lunes, mayo 20, 2019

Pericles (4: Cimón)

Ya hemos estado en:
Un proyecto imperialista
Por qué ser un alcmeónida no era ningún chollo
Xántipo, Micala y el coleguita Leotícides

En torno al año 470, estos son los hechos que más o menos conocemos, los griegos tomaron finalmente la decisión de exiliar a Temístocles y, posteriormente, lo llamaron para responder por sus cargos.
El caso Temístocles no está nada claro, cuando menos de lo que sabemos de él. Aparentemente, es cierto que el general ateniense envió mensajes al rey persa Jerjes a lo largo de la campaña del 480. sin embargo, no está demasiado claro si lo hizo como parte de una estrategia, por así decirlo, de contraespionaje, para ganarse su confianza y después actuar contra él; y o si verdaderamente estaba tratando de jugar con dos barajas a la vez. Lo que sí parece claro es que un porcentaje significativo de los atenienses creyó esta última versión y, por lo tanto, las cosas para el gran almirante se pusieron tan jodidas que tuvo que buscar refugio en Argos, el eterno enemigo de Esparta. Después tuvo que seguir huyendo por toda la Grecia septentrional y el Egeo hasta acabar, en lo que sus enemigos consideraron una confirmación de sus sospechas, en manos del rey persa. Sin embargo, cuando menos yo no tengo nada claro que no se trate de una profecía autocumplida, causada por la propia actitud de los atenienses.

Temístocles, por lo tanto, habría de morir en Persia, según unos retenido allí, según otros, refugiado. Para la mayoría de los áticos, aquello fue a mejor confirmación de que las sospechas eran ciertas si bien, como acabo de decir, bien pudo ser que fuesen precisamente sus sospechas las que fabricasen un final así.

La desgracia de Temístocles tuvo un ganador evidente en Atenas. Se trata de Cimón, hijo de Miltíades, el tirano del Chersoneso (por cierto, nota para mis lectores: uno de mis maestros, puede que equivocadamente, siempre lo llamaba Chersoneso; en éste como en otros casos, yo sigo usando el topónimo por inercia, y porque me gusta recordarlo); y, sobre todo, el general siempre recordado por haber vencido sobre los persas en la llanura de Maratón. Miltíades murió en desgracia en el 489. La razón de ello fue una campaña de castigo que propuso sobre la isla de Paros, que le había facilitado a los persas un barco durante la campaña de Maratón. El ataque fue una ful y, de hecho, los áticos regresaron con las manos vacías. Miltíades, que había resultado seriamente herido durante el combate, tuvo que enfrentarse a un juicio a su regreso a Atenas. En el juicio, el general y tirano fue condenado a pagar una gran indemnización de 50 talentos. Esta deuda fue lo que heredó su hijo Cimón, ya que él falleció poco después como consecuencia de las heridas.

Con el tiempo, sin embargo, Cimón habría de reconstruir su carisma, hasta convertirse, de hecho, en el gran rival de Pericles. Pertenecía este hombre a una familia o tribu conocida antiguamente como los filaides, nombrecito que les venía de que ellos se consideraban a sí mismos descendientes directos de Fileo, hijo de Ajax. Sin embargo, la más directa parentela de Cimón, y muy especialmente su abuelo, Cimón Coalemos, no parece tener vínculos muy fuertes con los filaides; entre eso y la importancia que el propio Cimón tuvo para la Historia de Atenas, hoy por hoy se prefiere referir a su familia como los cimónidas.

Igual que hicieron los alcmeónidas, los primeros cimónidas habían sido una de las familias que apoyaron la tiranía pisistrátida. De hecho, sólo con el apoyo de Pisístrato podría haber reinado como reinó Miltíades en el Chersoneso. En el 524, Miltíades sirvió en Atenas como arconte epónimo, llamado así porque era el alto cargo que donaba su nombre al año (que fue, por lo tanto, el año de Miltíades). En la ceremonia de entrega de la cartera ministerial por parte del arconte saliente, Miltíades no habría de encontrarse a otro que Clístenes, pues fue éste quien lo precedió en el cargo. Obviamente, cuando la dictadura pisistrátida cayó, para los cimónidas, como para los alcmeónidas, fue un problema convencer a sus conciudadanos de que no eran caca.

Los cimónidas, asimismo, fueron acusados de traición por aquel pueblo ateniense que tenía una compleja relación de amor-odio con la gente que le sacaba las castañas del fuego. Fueron acusados de haberse portado de forma nada clara durante la rebelión de los griegos jónicos del Asia Menor contra el yugo persa. Hablamos del año 513, cuando el rey persa Darío el Grande quiso invadir Europa a través del Bósforo. Varios tiranos griegos, muy temerosos de la poderosa fuerza que Darío había conseguido reunir, decidieron cooperar con él, y entre ellos estuvo Miltíades, que era crucial para los planes de los invasores.

Darío entró en Europa y se dirigió hacia las riberas del Danubio, para atacara a los siempre duros escitas. Encargó a varios jefes griegos que le eran leales que guardasen los puentes sobre el río, esto es, les entregó su capacidad de retirada. De hecho, los escitas supieron contestar al empuje persa y Darío hubo de volver, cosa que pudo hacer sin problemas porque los griegos aliados cumplieron su palabra.

No obstante, entonces se decía que los escitas habían propuesto a los griegos que derrumbasen el puente para, de esta manera, aislar a Darío y permitir con ello que la Jonia pudiera liberarse del yugo persa. Sin embargo, los griegos decidieron mantener su compromiso con el rey oriental, pero aun así la posibilidad de una colaboración con los escitas acabó por convertirse en uno de los principales argumentos de los cimónidas a la hora de defenderse contra las acusaciones (que yo, personalmente, encuentro difíciles de contestar) de que habían sido abiertamente pro persas. Los cimónidas, lejos de ello, siempre defendieron que Miltíades era partidario de echar abajo el puente sobre el Danubio, pero que fueron otros griegos los que se acojonaron.

Digo que cuando menos yo, en la distancia de 2.500 años, sigo relapso, sin querer creer a los cimónidas, porque hay un hecho que jamás, cuando menos en nuestro estado de información, fueron capaces de contrarrestar o explicar: ¿por qué, si Miltíades se habría colocado en contra de Darío, éste nunca tomó represalias contra él? Es obvio que el gran rey persa siempre lo consideró un aliado. ¿Cómo hubiera podido Miltíades permanecer en el poder absoluto del Chernoseso durante veinte años más sin haber sufrido el zarpazo de unos supuestamente cabreados persas? Miltíades acabaría, a su regreso a Atenas, frente a los jueces, imputado ante los atenienses por tiranía; si bien fue declarado inocente de aquellos cargos, todo parece indicar que los cimónidas hubieron de enfrentarse a eso que hoy llamamos un serio problema reputacional. Los hechos, por otra parte, siguieron “conspirando” para vincular a los cimónidas con Persia: así, poco después de que Miltíades abandonase el Chersoneso, los persas(493) lograron apresar allí a uno de sus hijos, medio hermano de Cimón, Metiocos. Si tan ciertos eran los relatos distribuidos por la propia familia sobre el enfrentamiento a muerte contra Darío, el futuro de este Metiocos debería ser bastante desgraciado. Lejos de ello, sin embargo, el rey persa lo recibió en su Corte y le dio una mujer local con la que tuvo varios hijos que, según nos refiere Heródoto, fueron tenidos por persas de pura cepa.

Allá por el 480, pues, Cimón era un joven político de unos veinte años con muchos problemas para conseguir el favor de los atenienses. Su padre había sido acusado de tiranía y todo el mundo se hacía lenguas en la calle de sus relaciones con los persas; y más lejos en su árbol genealógico, todo lo que podían encontrar los desconfiados áticos era colaboracionistas con la dictadura pisistrátida. Su padre era el héroe de Maratón, pero mejor habría hecho muriendo en la batalla, pues sobrevivir a ella no le había servido para otra cosa que para morir en desgracia. Su hermanastro estaba en Persia viviendo un vida totalmente libre y persificada, lo cual, ayudarle, ayudarle, lo que se dice ayudarle, a Cimón no le ayudaba mucho.

Era, pues, como Pericles, un tipo por el que cualquier persona con dos dedos de frente no apostaría ni un mango.

Cimón empezó por la pasta. Se las arregló, yo al menos no sé cómo, para pagar la impagable multa de 50 talentos que le habían impuesto a su padre. Plutarco nos informa de que la hermana de Cimón, Elpinike, se casó con Calias, el hombre más rico de Atenas, lo cual sugiere que fue el cuñado el que al final hizo de pagafantas con la multa. Tiempo después, cuando Cimón escogiese su segunda esposa, elegiría a una alcmeónida, Isodike. Y Pericles, por su parte, acabó viendo cómo su primera mujer se casaba con un Calias. Las cosas, pues, sugieren que las tres familias: cimónidas, alcmeónidas y queriques (la familia de Calias), todas ellas por cierto vinculadas a los pisistrátidas en el pasado, y al menos dos de ellas (las de Cimón y Pericles) duramente golpeadas por la volátil afición por el castigo de los atenienses, pudieron tener o armar algún tipo de alianza estratégica que explicaría que el millonario acudiese en rescate del cimónida, permitiéndole lavar la gran mancha dejada por su padre. Son todo, claro, teorías.

Las teorías, por supuesto, también tienen contrateorías. Existen otras pistas de que entre cimónidas y alcmeónidas existía una larga rivalidad. Sabemos con más certeza que Pericles y Cimón estuvieron frontalmente enfrentados; pero hay cosas en sus pasados que sugieren que dicho enfrentamiento no era nuevo. Parece ser, en este sentido, que en el 489, tras la cagada de Paros, uno de los principales encargados de la imputación de Miltíades fue precisamente Xántipo, el padre de Pericles. El problema que presenta este dato, para mí, es que es un estricto paralelismo con lo que pasaría años después, cuando fuese Pericles quien imputase a Cimón. Sé que las casualidades existen y, desde luego, en un sistema político como el griego, bastante cerrado y con muy pocos actores de importancia, es desde luego muy posible que padre e hijo imputasen a padre e hijo con apenas un cuarto de siglo de distancia. Pero la coincidencia, cuando menos a mí, siempre me ha parecido, por así decirlo, demasiado bonita; demasiado novelesca. Dado que la historigrafía griega es un poco novelesca de por sí, siempre me he preguntado si alguna de estas dos imputaciones (y yo apuesto por la de Xántipo sin dudarlo) no será una invención posterior para hacer cuadrar las cosas en la mente de los lectores. Además, está el dato de que si verdaderamente Cimón casó con la prima pericleana Igualdike, que no se entiende por qué los cronistas griegos iban a inventarse ese detalle, tuvo que hacerlo después del juicio de Miltíades; y no cuadra mucho con la versión de que para entonces los alcmeónidas y los cimónidas anduviesen escupiéndose por las calles. Si hubiera ocurrido antes el matrimonio, tampoco se explica por qué habría Xántipo de aceptar su papel de acusador de su emparentado y más que probable aliado político (en ese momento).

Eso sí, también puede ser que Xántipo aceptase ser acusador de Miltíades, precisamente, para “matar” el proceso. Esto es, básicamente, lo que parece ser hizo años después Pericles, cuando acusó a Cimón.

En fin, regresemos a los hechos o, por lo menos, a lo que sabemos de ellos. Estamos aproximadamente en el 470. Los persas han sido vencidos en tierra y en mar y, de forma muy especial, sus capacidades navales han sido emasculadas por un inteligente almirante, Temístocles, quien, sin embargo, tras la victoria se ha convertido en un proscrito. Vista la afición de los atenienses por hacer jefes de gobierno a sus héroes militares, no es ninguna tontería pensar que Temístocles era quien estaba llamado a mecer la cuna ática tras la marcha de los persas; y que la evolución de los acontecimientos en su contra dejó un importante agujero negro en la política ateniense que, para colmo, las reformas de Clístenes tendían a convertir en un entorno mucho más abierto.

En este entorno, fue Cimón quien mejor aprovechó la necesidad de un líder inexistente. Su gesto más inteligente fue, probablemente, darse cuenta de que, tras los hechos ocurridos en la guerra sobre los persas, había quedado claro que el mejor activo de Atenas era su flota.

Atenas tenía dos ejércitos: el de tierra y el de la mar. Dos ejércitos suponían diez generales en jefe (strategoi es el término concreto), que eran elegidos cada año pero que, ojo, de forma diferente a otros elementos del sistema clisténico, podían repetir en el mando un año tras otro si los atenienses así lo decidían. En la práctica, pues, se producía un efecto que yo sospecho que Clístenes no deseaba y que se le escapó a la hora de diseñar el Estado ateniense: el efecto por el cual un general suficientemente apoyado era más poderoso que, por así decirlo, los políticos. Este problema, lo sabemos bien, se reprodujo en la República romana hasta colapsarla; y, de hecho, siguió ahí, larvado, durante mil años en la Historia del hombre, hasta rebrotar con fuerza tras la Revolución Francesa en la persona de Napoleón Bonaparte, quien de nuevo entregó al ejército, como clase, el poder de dar y poner y de gobernar por sí mismo en eso que llamamos las dictaduras militares (aunque tanta y tanta gente, en un alarde de lerdez Defcon 1, a eso lo llame fascismo). Aunque hoy en día, en los sistemas constitucionales, este tema esté más o menos orillado (y no siempre), en la Atenas que relatamos no lo estaba ni de coña. Elegido casi cada año durante quince dentro de la lista de strategoi, Cimón pudo convertirse en dueño y señor de la flota ateniense, verdadero tampón de la ciudad contra las invasiones y, también, la sala de máquinas de su poder. Cimón hizo el mar Egeo suyo, por mucho que dijera que todo lo hacía por Atenas. Su poder se incrementó de forma muy relevante, pues siempre hay vías para ser una especie de ávido dictador en medio de una democracia; y en aquella democracia ateniense, que hoy los ignorantes tienen por lo más de lo más dado que usualmente no saben nada de ella, era, si cabe, más fácil que hoy (y mira que lo es).

Ya seguiremos.

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